José María Bastero de Eleizalde, Catedrático Emérito y antiguo rector de la Universidad de Navarra
El paradigma universitario
Sería aconsejable que, desde el sector público y el privado, se tuviera una altura de miras generosa para dotar a las universidades de libertad responsable, tanto económica como de decisión
A lo largo de este curso, con relativa frecuencia y coincidiendo con la publicación de los más prestigiosos rankings de todas la universidades del mundo (Shangai Rankings, Q. S. World University Rankings, Times Higher Education World University Ranking…), la prensa nacional se ha ocupado de resaltar la importancia de las universidades para el futuro de nuestro país y ha analizado críticamente el sistema universitario vigente. Se fustiga duramente a las universidades, a la vez que se las culpa gratuitamente de ser las principales responsables del subempleo, cuando no del desempleo o la precariedad del trabajo, a que están abocados los jóvenes universitarios al abandonar las aulas docentes. No niego que las universidades puedan hacer algo más, pero pienso que las causas de esas situaciones laborales son mucho más complejas, están muy entreveradas entre sí y me llama la atención que, en ocasiones, los que más protestan son quienes más podrían hacer por solventarlas.
Aunque es cierto que la crisis económica incide negativamente en el desarrollo del quehacer académico, nuestras universidades están afectadas por un hecho más determinante: a lo largo de los últimos cincuenta años, la institución universitaria ha pasado de ser un paradigma vital a ser un paradigma de conocimiento útil, como acertadamente constata la profesora Ana Marta González, directora científica del Instituto Cultura y Sociedad (ICS) de la Universidad de Navarra. Este hecho ha conllevado que los estudiantes, inmersos en ese estilo académico, se afanen por aprender procedimientos y técnicas, y se enriquezcan con los logros científicos de los diferentes saberes, pero que no se ocupen en adquirir hábitos morales no utilitarios. Así, no resulta aventurado afirmar que los años en que los estudiantes permanecen en las aulas de la universidad hacen de ellos personas que saben más, pero no se puede asegurar que los hagan mejores personas.
El paradigma vital acepta radicalmente que la verdad es autónoma, esto es, que trasciende a la propia persona humana, y desde esta perspectiva, entiende que todo el quehacer académico es una aproximación respetuosa a la verdad, pues esta se desvela ante el hombre cuando la busca con perseverancia. El universitario cabal, por tanto, no ha de aspirar a poseer la verdad, sino a ser poseído por ella. El paradigma vital, en definitiva, conduce a un encaramiento personal y sincero con la verdad y reclama necesariamente el cultivo de las virtudes morales más dignamente humanas.
Sería aconsejable que, desde el sector público y sobre todo, desde el sector privado, se tuviera una altura de miras generosa -confiando en los magníficos profesionales universitarios que existen en toda España y, sin impaciencias cortoplacistas para dotar a las universidades de libertad responsable, tanto económica como de decisión, de la que hoy en día están escasas. Y es que sin libertad, y sin una estabilidad razonable, no se puede pretender que la institución universitaria, sin dejar de perseguir la excelencia en el cultivo de los saberes útiles y de algunas destrezas profesionales específicas, desarrolle programas ambiciosos y eficaces para propiciar en los ambientes universitarios condiciones educativas que permitan a los estudiantes tomar libremente decisiones que redunden en su propia mejora personal, como hombres o como mujeres, y disponerse así para servir generosamente a la sociedad.
Hemos pasado en España unos dolorosos años de crisis económica, que se ha solventado internamente por la generosidad silenciosa de las familias y de tantas organizaciones altruistas. Afortunadamente, parece que las expectativas futuras, si se superan las posturas antagónicas de nuestros políticos, son esperanzadoras, pese a que algunos analistas recelan de la estabilidad de nuestro crecimiento económico; pero el problema de fondo no se ha resuelto, porque esa crisis no ha tenido su origen en las carencias profesionales de nuestros universitarios, sino en una pérdida del sentido ético de la persona humana. No se solucionará, por tanto, con una universidad concebida como paradigma del saber útil, sino con el rearme moral de levas universitarias con una honda y vivida dimensión ética.