Publicador de contenidos

Volver 30_04_24_EYP_La-sociedad-de-la-impaciencia

La sociedad de la impaciencia

30/04/24

Publicado en

El Diario Montañés

Gerardo Castillo Ceballos |

Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra

Hasta hace pocos años, se asumía que hay procesos que requieren más tiempo que otros y por eso se dejaban fluir sin acelerarlos. Hoy esa demora está mal vista; se busca el método o el atajo que nos lleve rápidamente al objetivo fijado. Estamos perdiendo la capacidad para esperar.

Las personas impacientes quieren todo de manera inmediata y se frustran si no lo consiguen. Les suele afectar una demanda social de velocidad en todo lo que hacen, relacionada con el afán de producir más y de competir mejor. En lugar de disfrutar el camino, se enfocan en llegar al destino lo más rápido posible. Esto sucede tanto con cosas grandes como pequeñas. Por ejemplo, se disgustan cuando tardan en conectarse a la red, o cuando el automóvil que les precede tarda en arrancar tras ponerse el semáforo en verde. Sufren en una cola o con una llamada de teléfono que no es atendida en el acto. Estas pequeñas impaciencias pueden generar otras mayores y en otros ámbitos de la vida, puesto que la impaciencia genera más impaciencia.

A diferencia de la impaciencia, la paciencia posibilita alcanzar metas a largo plazo. Las personas pacientes están dispuestas a seguir trabajando incluso si los resultados no son inmediatos; esto les permite mantener la motivación y la confianza en sí mismos y seguir adelante, aunque se presenten dificultades.

Tener paciencia significa esperar el tiempo que sea necesario para terminar algo, incluidos los trabajos minuciosos o pesados. Se trata de una virtud humana, de un rasgo de personalidad madura y de una buena forma de vida. Para Teresa de Jesús, es una de las más grandes virtudes humanas y cristianas, sobre todo necesaria para superar los momentos de prueba y dificultad, como muestra en estos versos: «Nada te turbe, nada te espante todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza, quien a Dios tiene nada le falta, sólo Dios basta». 

Para el impaciente el tiempo avanza muy lentamente, lo que le lleva a sentirse ansioso. En cambio, para el paciente los momentos de espera son más llevaderos y le ayudan a disfrutar de la vida en el presente. La paciencia nos permite reflexionar sobre nuestras acciones, pensamientos y emociones; ello posibilita tomarnos el tiempo necesario para pensar en las consecuencias de nuestras acciones y elegir respuestas más adecuadas. Mientras que la persona impaciente toma soluciones rápidas y convencionales, la paciente puede explorar ideas nuevas y llegar a soluciones más creativas.

Necesitamos tener paciencia con todas las personas que nos relacionamos, pero, sobre todo, con uno mismo. Es un factor muy importante de las relaciones interpersonales: entre padres, entre padres e hijos, entre jóvenes y mayores, entre maestros y alumnos…

Las personas pacientes están dispuestas a seguir trabajando incluso si los resultados no son inmediatos.

La paciencia está presente en la mayoría de los éxitos de los inventores e investigadores, ya que les permitió alcanzar el triunfo a base de repetir una y otra vez los ensayos, corrigiendo y volviendo a empezar tantas veces como fue preciso hasta conseguir el objetivo. Los deportistas también basan sus éxitos en la paciencia, insistencia y dureza de sus entrenamientos. 

La paciencia no es pasividad ante el sufrimiento o un simple aguantarse; es tener la fortaleza para aceptar con serenidad el dolor y las pruebas que la vida pone en nuestro camino. Las personas pacientes, al reflexionar antes de actuar, ven con más claridad el origen de los problemas y la mejor manera de solucionarlos. 

George de Savile dijo que un hombre que es un maestro en la paciencia es un maestro en todo lo demás, y esto es especialmente cierto si nos paramos a pensar en las características de los genios. No es tanto el talento como el tiempo, el trabajo bien hecho y la perseverancia, lo que conduce a un descubrimiento científico o a una obra de arte. 

«No fueron mil intentos fallidos, fue un invento de mil pasos». Estas fueron las palabras de Edison cuando dio a conocer al mundo el proceso por el cual había conseguido crear la bombilla incandescente de alta resistencia.