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Investigar, la búsqueda libre de la verdad

28/06/2023

Publicado en

ABC

María Iraburu |

Rectora de la Universidad

«Ser personas que no son anti-nada ni anti-nadie, meta-reflexivas, comprometidas con la verdad y amantes de la libertad, permitirá que el propio trabajo forme vínculos, tienda puentes, ayude a superar fracturas y a unir fuerzas para crear proyectos al servicio del bien común. Quienes trabajamos en las universidades tenemos la oportunidad y el desafío de mostrar que es posible una exploración compartida sobre cualquier cuestión, desde el respeto a las personas y la apertura a la realidad, siempre con el rigor y la amplitud de miras propios de la Universidad»

Hace pocos días celebramos en la Universidad de Navarra uno de los días más emblemáticos del año académico: la investidura de los nuevos doctores. Con esa ocasión, propuse una reflexión sobre un tema que, a mi entender, es clave para la universidad como institución y para la sociedad como beneficiaria de su actividad docente e investigadora: la conexión entre libertad y verdad.

La investigación es, ante todo, búsqueda de la verdad, y sin esa aproximación pierde sentido. La verdad no es algo que poseamos, sino una meta que buscamos alcanzar y esa búsqueda sólo es posible en un contexto de libertad: libres para buscar la verdad. Esto, que podríamos considerar un punto de partida indiscutido, está siendo amenazado en los últimos años. Sin pretender hacer un análisis exhaustivo, podemos definir dos grandes orígenes de esta amenaza.

El primero tiene que ver con la influencia en la universidad de posicionamientos políticos o ideológicos. En Estados Unidos y otros países las autoridades y los demás miembros de la comunidad universitaria se enfrentan con frecuencia a censuras que llegan desde ambos extremos del espectro ideológico, poniendo en riesgo, no solo la libertad de expresión, sino también la libertad necesaria para profundizar en los saberes y permitir que la investigación arroje luz sobre las grandes cuestiones. Seguramente no hay una única causa que justifique esta situación, pero la creciente polarización y el efecto aislante y, sobre todo, multiplicador de las redes sociales contribuyen en este contexto a que se limite el acceso libre y abierto a los demás y a sus ideas, condición de partida para la búsqueda de la verdad.

El segundo frente es más difícil de identificar, porque está dentro de los que nos movemos en el ámbito académico. Tiene que ver con la restricción que supone nuestra propia área de conocimiento. La especialización es propia de la investigación, pero la verdadera visión universitaria identifica no solo las posibilidades de cada ciencia, sino también sus límites y, por tanto, las posibles aportaciones de las demás. Cuando eso no sucede, la razón -o mejor, la persona que razona- se queda enclaustrada, y la búsqueda de la verdad queda sustituida por verdades parciales que dicen y comprometen poco.

¿Cómo asegurar entonces una atmósfera de libertad y apertura? Propongo dos consejos que llegan de buenas manos. El primero es del fundador de la Universidad de Navarra, san Josemaría Escrivá, cuya fiesta celebraremos el día 26 de junio. Él hablaba con frecuencia de no ser «anti-nada ni anti-nadie». No ser «anti-nada» es no asumir opiniones o prejuicios de otros (¡o propios!) que puedan limitar nuestra búsqueda abierta y serena de la verdad. Esto pasa por distinguir una opinión de una certeza, una afirmación casual de un juicio fundado. Los tiempos de la ciencia no son los tiempos de la opinión pública. Uno de los efectos colaterales -a mi entender positivo- de formarse como investigador es una incapacidad casi física para posicionarse en cualquier cuestión sin un estudio previo, profundo y sereno; y un rechazo, también casi físico, a que alguien se apropie o excluya un tema del debate intelectual.

No ser «anti-nadie» nos habla de la dimensión personal de la búsqueda de la verdad, una larga cadena que nos pone en contacto con tradiciones y escuelas previas, y que se concreta en la actualidad en la aportación de colegas y estudiantes. Los verdaderos buscadores de la verdad están dispuestos a establecer un diálogo abierto, paciente y respetuoso con todos y a reconocerla allí donde esté, venga de quien venga, aunque a veces parezca tratarse de un fragmento escondido en medio de errores o distorsiones de la realidad.

El segundo consejo es de Margaret S. Archer, honoris causa de nuestro claustro recientemente fallecida. Es la capacidad de «meta-reflexión», una actitud que reconocía en personas que «no viven distraídas por las posibilidades del mundo digital, ni por sus deseos individualistas de éxito, ni enclaustradas en burbujas y cámaras de eco». Son personas autocríticas y capaces de establecer vínculos de confianza y reciprocidad con el otro, aunque no pertenezca a su círculo más próximo. Ser meta-reflexivos nos habla de la apertura a aquellas verdades que configuran a las personas y la sociedad, las verdades que tienen que ver con la dignidad de la persona y su trascendencia, con la existencia de Dios, con la naturaleza del bien común. Verdades que implican y comprometen, y que nos fuerzan a pensar fuera de la caja de nuestra área.

Ser personas que no son anti nada ni anti-nadie, meta-reflexivas, comprometidas con la verdad y amantes de la libertad, permitirá que el propio trabajo forme vínculos, tienda puentes, ayude a superar fracturas y a unir fuerzas para crear proyectos al servicio del bien común. Quienes trabajamos en las universidades tenemos la oportunidad y el desafío de mostrar que es posible una exploración compartida sobre cualquier cuestión, desde el respeto a las personas y la apertura a la realidad, siempre con el rigor y la amplitud de miras propios de la Universidad.