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La herencia de Coseriu

19/07/2021

Publicado en

ABC

Manuel Casado Velarde |

Catedrático emérito de la Universidad de Navarra e investigador principal del proyecto ‘Discurso público’ del Instituto Cultura y Sociedad entre 2010 y 2019

El 27 de julio de 2021 se cumplen cien años del nacimiento de Eugenio Coseriu, el mayor lingüista, para muchos, de la segunda mitad del siglo XX. Nacido en Rumanía, en una ciudad hoy moldava, exiliado a Italia huyendo del comunismo, fue, además de lingüista y teórico del lenguaje, un sabio romanista multilingüe, un profundo conocedor de las lenguas y del pensamiento clásico, un humanista de los que ya no hay. Su enraizamiento en el mundo eslavo, unido a su posterior injerto en el hispánico y su conocimiento de lenguas de distintas familias, le inmunizaron contra una extendida dolencia lingüística: contemplar la realidad del lenguaje humano a través del monolingüismo anglosajón.

Profesor en la Universidad de la República del Uruguay desde 1951 hasta 1958, en Montevideo desarrolló su pensamiento y desde allí desplegó una actividad intelectual que dejó una profunda huella en la ciencia del lenguaje. En años en que el estructuralismo de Saussure dominaba la lingüística, supo matizar al maestro ginebrino y ensanchar las fronteras del quehacer académico, ya en los cincuenta, anticipándose a lo que, más tarde, sería el ancho campo del análisis del discurso y la pragmática. Su genialidad como lingüista fue pronto valorada en los congresos internacionales. Y en 1963 la Universidad de Tubinga lo recuperó para Europa cuando de aquellos países americanos se importaban no solo futbolistas sino también sabios, como escribió en estas páginas Gregorio Salvador.

Nada lingüístico le fue ajeno a Coseriu. Sus más de cuatrocientas publicaciones -a las que hay que sumar varios centenares de inéditos- abarcan desde la filosofía del lenguaje, la historia de la lingüística, la sociología del lenguaje, la corrección idiomática, el cambio lingüístico, la semántica, la sintaxis, la fonética y la fonología, la dialectología, el español de América, por citar solo unos cuantos campos.

Su pauta ética, en la indagación de todo lo que abordó, fue siempre la de «decir las cosas como son», utilizando el célebre lema platónico. Tal consigna comporta un indeclinable compromiso, pues presupone la existencia de una verdad y la posibilidad de expresarla. Y supo mantener este proceder en un ambiente intelectual en que primaba el relativismo. Tal realismo de fondo resulta inseparable, en Coseriu, de otros dos principios vertebradores de su concepción del lenguaje. El primero, su idea del hablar humano como actividad libre y finalista, arraigada en el humanismo clásico, aunque muy denostada por los planteamientos dominantes en amplios sectores de Occidente. Y en segundo lugar, el principio de confianza. Hablar es confiar: por una parte, en que quien habla lo va a hacer con coherencia y con verdad, por más que algunos políticos nos lo pongan hoy difícil; y por otra, en que quien escucha va a hacerse cargo de lo dicho por el hablante, aunque este no logre manifestar literalmente y con precisión todo lo que quiere decir. Principio de confianza que contrasta con el ubicuo 'principio de sospecha', dominante en la investigación humanística a partir de Marx, Freud y Nietzsche, y de sus continuadores en la tarea de deconstruir el lenguaje.

La Universidad de Zúrich acaba de celebrar un congreso con ocasión del centenario de su nacimiento, bajo el título de 'La lingüística de Coseriu: origen y actualidad'. La actualidad de las ideas de Coseriu se debe precisamente no al hecho de que quisiera innovar y adelantarse a su tiempo, sino a que siempre tuvo el oído atento a lo que los hablantes, como tales, sabían del lenguaje, para trasladar a un plano reflexivo lo que intuitivamente ya conocemos cuando hablamos. Y también reside en el hecho de que toda especulación sobre lo propiamente humano debe partir de lo ya dicho por quienes han pensado antes seriamente sobre ello. De nuevo, el principio de confianza. De ahí que sus trabajos tengan como norma empezar por conocer lo ya dicho, por sopesar la tradición. Por eso sus ideas, más que actuales, y por tanto, cabría decir, efímeras, son atemporales; trascienden modas, pues se basan en esas oscuras certezas de la experiencia, que hay que tratar de esclarecer para convertir en ciencia. Una ciencia, por cierto, que en nada tiene que envidiar -ni imitar- a las de la naturaleza, carentes en su base de ese saber originario que posee el ser humano acerca de sus creaciones culturales.

Aunque dominaba muchos idiomas, la obra de Coseriu está sobre todo en español, idioma al que confió la transmisión de su rico legado intelectual. Y también idioma al que dedicó muchos de sus trabajos. Sus reflexiones sobre la corrección idiomática y las normas lingüísticas han sentado doctrina. Aun a riesgo de predicar en el desierto -era consciente del desdén por las normas que imperaba e impera en la comunidad hispánica, sobre todo la española- defendía la ejemplaridad idiomática y el respeto a las normas como principio ético intrínseco de toda actividad humana, incluida la más libre de todas, el juego, impensable sin las reglas correspondientes, pues lo contrario de las normas no es la libertad, sino la barbarie, le gustaba decir citando a Ortega.

Eugenio Coseriu, cuyas ideas son objeto de estudio y aplicación en ámbitos tan alejados como el japonés o las lenguas amerindias, sigue siendo hoy un referente del buen hacer científico. Sus distinciones terminológicas en un tema tan lleno de facetas como el lenguaje son ampliamente aceptadas en la comunidad lingüística. Con su descripción de la complejidad del hablar humano logró diseñar un mapa general de esa realidad que nos es tan familiar a la par que misteriosa. Sus numerosos discípulos se enfrentan al reto de no traicionar la genialidad del maestro al seguir desarrollando sus ideas y aplicarlas a los siempre nuevos interrogantes que plantea la indagación del lenguaje. A los lingüistas del siglo presente no les irá mal tener en cuenta el pensamiento del maestro de Tubinga.