Juan Antonio Ramos-Yzquierdo, Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales, Universidad de Navarra
El taylorismo ha muerto, ¡viva el taylorismo!
Algunos dicen que una empresa es un sumatorio de departamentos, para otros es un equipo de personas. Para muchos la empresa es una cuenta de resultados, para otros un proyecto ilusionante por el que luchar.
Hay quienes afirman que lo esencial en una empresa es la ejecución, para otros la clave es tener una visión clara. Para algunos lo más importante es que la empresa gane una gran cantidad de dinero, para otros lo verdaderamente importante es la calidad de lo que se hace y como se hace. Hay quienes reducen la empresa a simples números y otros que parecen complicarla con un entramado complejo de relaciones. Todos parecen tener algo de razón, si bien la realidad suele ser bastante más caprichosa y obstinada.
Si tuviéramos que explicar qué es una empresa a un profano en la materia, por ejemplo a un niño, cómo lo haríamos.
Posiblemente recurriríamos a elementos racionales, como los resultados (lo de ganar dinero haciendo algo o realizando una actividad lo entienden bien los niños) y también entraríamos en aspectos organizativos relativos a dicha actividad concreta, lo que resulta bastante intuitivo. Pero, la cuestión es si echaríamos mano de elementos emocionales, relativos a las personas, sus emociones y motivaciones, porque eso sí que lo entienden bien los niños. Creo que la mayoría no lo haríamos, y sin embargo es un elemento clave para entender una empresa.
La realidad actual de la mayoría de las empresas es tozuda y cabalga entre dos paradigmas. Un enorme y hasta preocupante porcentaje de empresarios, directivos y estudiosos de la empresa no ha superado el paradigma clásico de raíz "smithiana", para los economistas, o "taylorísta", más ingenieril pero en esencia lo mismo. Me refiero al paradigma de la revolución industrial, a su concepción de la empresa basado en la división del trabajo y la economía de la oferta.
Pues bien, la dichosa oferta ya no funciona, por mucho que se empeñen. Eso de que cada oferta crea su propia demanda, sólo le funciona a Steve Jobs y a cuatro genios más, porque la mayoría de las empresas se mueven a años luz de esos niveles de excelencia e innovación. Hay empresarios que se mueren de hambre con su oferta. Pero seguimos empeñados y anclados en ese paradigma, un paradigma caduco que dificulta, entre otras cosas, mirar adecuadamente al cliente.
"El taylorismo ha muerto, ¡viva el taylorismo!" Pues no parece ser la solución. Si algo muere, enterrémoslo dignamente y miremos hacia delante.
Cambio de paradigma
Y qué importancia tiene esto de no evolucionar de paradigma empresarial y ser taylorista en pleno siglo XXI, se preguntarán algunos. Tiene mucha importancia, porque incapacita a las empresas para cambiar y desenvolverse con la agilidad, la flexibilidad, la coordinación, la rapidez, la eficacia y la orientación al cliente necesarias en nuestro mundo del siglo XXI.
Hay un importante reto de cambio de paradigma y de renovación cultural en las empresas. Un reto al que hay que hacer frente. Un reto que requiere equilibrar aspectos racionales (en los que hay un gran superávit) con aspectos emocionales (en los que existe un importante déficit) en la gestión empresarial.
Los empresarios y directivos deben seguir gestionando cuentas de resultados, pero también personas y emociones. Esto no es nada nuevo, lo que si resulta novedoso es que antes era una opción y ahora es una necesidad. ¿Estamos preparados? Me temo que no, pero pongámonos en marcha y hagamos camino al andar.