Gerardo Castillo Ceballos, Facultad de Educación y Psicología de la Universidad de Navarra
La familia como ámbito de realización personal
Hoy se habla mucho de “autorrealizarse”, en el sentido de “liberarse” de obligaciones y compromisos para así disfrutar más de la vida y -supuestamente- ser más felices. Esa “liberación” con cierta frecuencia se hace a costa de la dedicación a la familia. Por ejemplo, el caso de los padres que ocupan casi todo su tiempo libre con hobbies muy absorbentes.
Por ello me parece oportuno recordar que la auténtica realización personal va en dirección opuesta, aunque no es incompatible con divertirse. Consiste en crecer en libertad responsable.
La persona necesita encontrar situaciones que le permitan ejercitar su libertad. Cabe hablar entonces de ámbitos de realización personal. Una misma persona se realiza en su familia (siendo buen esposo, buen padre o buen hijo); en el trabajo (siendo un buen profesional); en las relaciones sociales (siendo un buen ciudadano); en la vida de amistad (siendo un buen amigo); en el tiempo libre (desarrollando su creatividad por medio del ocio, no de la ociosidad).
Cada uno de estos fines parciales de realización debe verse en función de la realización total, y no como algo independiente. No puede ser de otro modo si consideramos a la persona como un ser que tiene unidad o, si se prefiere, como un todo indivisible. No tendría sentido, por ejemplo, valorar mucho la conducta responsable en el trabajo profesional y ser, al mismo tiempo, un irresponsable como padre de familia. Por cierto, no es infrecuente que ese jefe tan comprensivo y afectuoso con sus empleados, sea un ogro en su familia; o que ese padre amantísimo sea un tirano en su empresa. Ese comportamiento incoherente y cuasi esquizofrénico denota una ruptura de la necesaria unidad de vida.
Conviene subrayar las posibilidades especiales de uno de esos ámbitos, el de la familia. ¿Por qué razones? En primer lugar por la estrecha relación que existe entre persona y familia. La familia se ha definido como una "institución natural en la que se nace, se crece y se muere como persona". Cada hijo necesita el trato personal propio de la familia desde antes de nacer: ser esperado y recibido con el respeto y cariño que necesita la persona; a lo largo de la vida: ser escuchado, comprendido, exigido y estimulado para crecer como persona; al final de la vida: ser ayudado a bien morir, a morir libremente como persona, en un ambiente de afecto.
La familia es la atmósfera que la persona necesita para respirar. Esta atmósfera peculiar se caracteriza por el amor: la familia es una comunidad de personas unidas por lazos de amor incondicional, que crecen juntas. La comunidad familiar encuentra su fundamento más hondo en una capacidad típica del hombre: amar familiarmente.
Cuando se pregunta por qué es necesaria la familia, hay que contestar que no principalmente por la reproducción (que también puede tener lugar fuera de ella) sino en cuanto la familia ofrece un entorno de afecto adecuado a la dignidad de la persona humana.
La familia es el principal ámbito de realización personal por una segunda razón: es ámbito de valores. En ella se descubren y viven valores verdaderos, como, por ejemplo, la verdad y el bien, que se corresponden con virtudes humanas como la sinceridad, la generosidad y la lealtad.
Los valores son necesarios para la realización personal porque invitan a cada persona a una continua superación de sus límites y a "termina de ser".
La gran posibilidad que tiene la familia es que en ella se transmiten no valores teóricos, sino valores vividos. Lo que educa a las personas no son las disertaciones, las clases o las redes de internet. Lo que educa es pertenecer a una comunidad que tiene una buena forma de vivir: una cultura auténtica; un carácter formativo. La virtud no se puede enseñar (Sócrates). Las virtudes se adquieren en comunidades educativas en las que se viven valores auténticos que hay que hacer propios.
En la familia hay una forma de aprender que no se da fuera de ella: es un aprendizaje por impregnación del modo de vida adulto. Desde las primeras edades los hijos aprenden, como por ósmosis, lo que ven y oyen en su casa: criterios, costumbres, modales, normas de conducta. Detrás de lo que se les propone o corrige cada día hay valores. Por ejemplo: “recoge tus juguetes, ordena tu cuarto, ayuda a tu hermano, lávate las manos antes de comer, no comas con los dedos, utiliza los cubiertos”, etc.).
Solamente en una comunidad de convivencia tan intensa y continuada y en un ambiente en el que cada persona se siente querida por sí misma -y no por lo que hace o por lo que tiene o vale- es posible una auténtica realización personal.