José Javier Azanza, Profesor Titular de Historia del Arte
Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Navarra
Autor del libro "40 años del Sadar-Reyno de Navarra. Fútbol y arquitectura: estadios, las nuevas Catedrales del siglo XXI"
Osasuna, su estadio y su afición: valores intangibles de un club centenario
Desde su llegada en junio de 2017 a la dirección deportiva de Osasuna, Braulio Vázquez ha aludido en numerosas ocasiones como clave del éxito de un fichaje inalcanzable económicamente a los “intangibles”, ese conjunto de factores que aportan un plus al club rojillo y que desde su fundación se han ido transmitiendo de generación en generación, como si de un rico legado inmaterial se tratase. Y entre estos intangibles se encuentran su estadio y su afición, un binomio en el que radica buena parte del éxito del osasunismo en su historia centenaria.
Tras su fundación en 1920, Osasuna se convirtió en una auténtica seña de identidad para Pamplona y Navarra. A los pedregosos e irregulares campos del Ensanche y del Hipódromo, en los que disputó sus primeros encuentros, dio paso el Campo de San Juan, inaugurado el 21 de mayo de 1922. Sus sucesivas reformas (no prosperó el proyecto de un “Chamartín chiqui” en la explanada de Larraina en los años 50) transformaron su aspecto y elevaron su aforo de 4.000 a 20.000 aficionados, que sobre todo desde “La Leonera” convertían el recinto en una olla a presión. Unos aficionados que acudían caminando al campo después de echar el último café o la última copa en los bares del casco viejo y escuchando a lo lejos la megafonía, recuerda Jesús Riaño, en una estampa que tenía algo de ritual procesional, como si de una romería civil se tratase hasta llegar al “santuario” del fútbol para disfrutar con las paradas de Eizaguirre y Luquin, el juego de Ignacio Zoco y Pedro Mari Zabalza y los goles de Julián Vergara y Sabino Andonegui, entre tantos nombres para el recuerdo.
Pero los tiempos cambian, y con ellos el urbanismo de nuestra ciudad, de manera que llegó el momento de echar el cierre al viejo San Juan y de construir un nuevo estadio en el Soto del Sadar. Su arquitecto, Tomás Arrarás, a quien había correspondido la última ampliación de San Juan una década atrás, diseñó un estadio cerrado de tipo inglés que mantenía en gran medida el espíritu de San Juan, con unas gradas de marcada verticalidad y muy pegadas al césped para que se dejase sentir con la mayor fuerza posible el apoyo del público.
El Sadar abrió sus puertas el 2 de septiembre de 1967 con la celebración de un torneo triangular entre Zaragoza (diez años antes Osasuna había inaugurado La Romareda), Vitória Setúbal (sustituyó a última hora al Espanyol) y Osasuna. Desde entonces, ha experimentado numerosas transformaciones para ampliar su aforo, modernizar sus estructuras y adecuarse a las normativas de seguridad: atrás quedan las vallas protectoras alrededor del campo, a las que trepaban “Chiquilín” para lanzar su famoso grito de guerra y Enrique Martín para celebrar los goles con la afición. Y la nueva Tribuna de Preferencia, testimonio, al igual que Tajonar, de la labor silenciosa y eficaz de Fermín Ezcurra, un presidente ejemplar. Pero siempre sin perder sus señas de identidad, en esa necesaria comunión de equipo y afición que lo convierte en uno de los campos más incómodos para los equipos visitantes.
Un estadio donde el volumen de decibelios en partidos clave lleva en volandas al jugador local, en el que han hincado la rodilla no solo los grandes clubes de la competición nacional, sino también algunos trasatlánticos europeos como Glasgow Rangers, Stuttgart, Girondins de Burdeos o Bayer Leverkusen. E incluso Hamburgo, aunque no pudo ser y el sueño de jugar la Champions se esfumó por muy poco aquella memorable noche del 22 de agosto de 2006.
Cincuenta años después de su construcción, El Sadar estrena traje para el centenario con una remodelación que no podía ignorar los intangibles que recoge Muro Rojo, proyecto ganador diseñado por el Estudio OFS Architects y VDR-FS Estructuras, que califica de “verdadero fortín” el estadio surgido de la reforma.
El Sadar es sinónimo de tradición, sentimiento y pasión, una suerte de segundo hogar en el que la familia osasunista se reúne y con su aliento insufla vida a un recinto que solo así adquiere su pleno significado y razón de ser. “El Sadar: una nueva versión, el espíritu de siempre”. Patrimonio y tradición arraigada que se transmite de padres a hijos, como canta Serafín Zubiri en La voz de una afición, el himno del centenario osasunista que emociona de principio a fin. Valores intangibles de un club con unas señas de identidad propias. Felicidades al club y a su afición. Ojalá muy pronto podamos celebrar todos juntos el centenario en el remodelado estadio.