Reyes Calderón, Decana de Económicas, Universidad de Navarra
Hablemos de corrupción
¿Es necesario? Contamos con una Fiscalía específica y un nuevo Fiscal general dispuesto a perseguirla; con periodistas y ciudadanía decididos a denunciarlo y con un reformado Código Penal que regula, por primera vez, la corrupción privada. Sin embargo, sostengo que estamos lejos de la meta. No lo digo por las posibles imprecisiones del artículo 286 bis (empresario individual o calibración de penas, por ejemplo) ni tampoco porque herede la estructura bilateral del delito de cohecho, cuanto porque todo el que lo conoce sabe que la corrupción es muchísimo más que eso. Tanto que hay que afirmar que, como tal, no está tipificada.
La razón es obvia: no es un concepto cuanto un fenómeno. Los sumarios de casos de corrupción suelen empaquetar apropiación indebida, falsedad documental, fraude, blanqueo de dinero o tráfico de influencias. Y, al contrario, a personas juzgadas por otros delitos (cohecho pasivo, por ejemplo), se les tilda de corruptos aduciendo hechos que, sin entrar a juzgar, poco tienen que ver la corrupción. Es como confundir ladrón con violador, juez con político o S&P con imparcialidad.
Conozco muchas definiciones de corrupción, pero ninguna suficientemente precisa. Prueba de ello es que cada experto comienza con la manida frase: «En adelante, entenderé por corrupción…».
Como decía, se trata de un fenómeno: una compleja mezcla de elementos diversos relacionados de manera ni lineal ni evidente, que trabajan en red (finalmente, hay que implicar al contable) y prosperan en un humus particular. Como si tuviéramos un paciente con un fallo multiorgánico, cuando en un país presenta corrupción sistémica, padece simultáneamente de cierta opacidad en los procedimientos burocráticos, alguna inconsistencia judicial, cultura aborregada, ausencia de control, empresarios rapaces, debilidad legislativa, deshonestidad general y un largo etcétera. En ese maremágnum, no resulta fácil señalar ni explicar los porqués.
Llevo tiempo estudiando el fenómeno y aún soy incapaz de definirlo y me conformo con un sistema de mínimos: describo los elementos indispensables para que una acción/actor puedan considerarse, stricto senso, corruptos. En una novela negra, no pueden faltar cadáver, arma y asesino. En un caso de corrupción, necesitamos, al menos, un corrupto potencial, mucho dinero y sensación de impunidad.
Corrupto potencial-. No todos podemos corrompernos. Puede quien está facultado para asignar discrecionalmente recursos valiosos. Si otorgas o deniegas permisos de salida de Cuba, eres candidato potencial. Si decides las condiciones del pliego de contratación de esa obra, subvención o auditoría; si puedes recalificar un terreno o influenciar a quien lo hace, también. Ocasión no es actuación. Hay muchas personas que asignan conforme a la eficiencia y la norma. Pero quien evita la ocasión evita el peligro. España no lo ha hecho: nuestra Burocracia decimonónica parece diseñada para filósofos griegos que soñaban con servidores públicos de honorabilidad intachable. Si Summers se equivocaba y no todo el mundo es bueno, deberíamos analizar nuestros puntos críticos: quién asigna recursos y cómo puede mal-usarlos. Por experiencia, los empresarios conocen qué departamentos y funciones están más expuestos al peligro, e incrementan allí el control. El Estado haría bien imitándoles.
Dinero-. Nadie abusa de un poder sin una razón. Una persona se saltará norma y ética sólo si le compensa, esto es, cuando el abuso implique percepción de rentas en cantidad tal que compense el riesgo asumido. Aunque, naturalmente, el concepto de «alta renta asociada», sea relativo, en global no hablamos de una nimiedad. En el año 2004, el Banco Mundial cifró el montante global de los sobornos en el 3% de la producción mundial. Unos los cobraron; otros los pagaron y todos (usted y yo, también) los sufrimos.
Impunidad-. Por mucho dinero que concurra, y pese a la habitual arrogancia del corrupto potencial, si el riesgo de ser pillado y/o el castigado es suficientemente alto, se lo piensa. Y hablando de penas, de cárcel o sociales, aunque Norteamérica no es el mejor ejemplo, me admira ver cómo sus medios muestran a los pillados esposados y avergonzados. ¿Lo digo porque aquí las capturas son menores? Desde luego, pero también porque suelen aparecer, no precisamente esposados, en la prensa rosa o en distendidos programas televisivos. Lo digo porque mantienen su nivel de vida y ninguno devuelve un euro. Al problema legislativo sumamos así el social: hemos hecho creer a algunos que son intocables, y han obrado en consecuencia.
Ésta es, desafortunadamente, mi visión: contamos con algunos servidores públicos que asignan, incluso en régimen de monopolio, bienes valiosos sin control ni transparencia efectivos; algunos particulares/empresas dispuestos a saltarse las normas entregando maletines en gasolineras, aeropuertos o fundaciones pensando que nadie los recriminará; algunos políticos que, por temor al efecto boomerang, miran para otro lado; agentes policiales escasos de recursos frente a redes tupidas; jueces que no dan abasto y no siempre comprenden los entresijos del fenómeno. Y un Gobierno recién nombrado intentando poner orden.
Los Salmos, datados varios siglos antes de Cristo, mencionan la corrupción: no va a terminarse por decreto. Pero una buena parte de ese abuso de poder en beneficio privado es eliminable. ¡Bienvenida la reforma administrativa que busca eficiencia y austeridad! Pero aprovechando el proceso, ¿qué tal si, también, inyectamos transparencia? La Marca España lo agradecerá