31/12/2020
Publicado en
Diario de Navarra
Ricardo Fernández Gracia |
Director de la Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Los significados simbólicos del reloj son variados. Durando, afamado canonista francés, fallecido en Roma en 1296, en la mejor síntesis litúrgica medieval, afirma que el reloj significa la diligencia que han de poner los sacerdotes en rezar las horas canónicas.
Su presencia puede aludir a la templanza y la vida bien reglada, en alusión a su ritmo, que marca la vida del sabio. Un reloj de arena acompaña a Saturno, especialmente desde el Renacimiento, cuando se le asimila con el tiempo. Se relaciona, asimismo, con la muerte que se aproxima y suele acompañar al diablo o a un esqueleto junto a la guadaña o la flecha. Es atributo de la ocasión, de la juventud o vejez, dependiendo si la parte superior está llena o vacía y de la verdad, al considerar a esta última como hija del tiempo. El reloj de bolsillo es igualmente indicativo del pausado, pero inexorable tránsito del tiempo. Como quiera que casi siempre es un objeto lujoso, su propia presencia alude a la inutilidad de atesorar bienes preciados ante lo pasajero de la vida del hombre.
En las fuentes textuales y en la estampa devocional se suelen filiar sus campanadas con la oración. En la vida de don Antonio de Idiáquez (1756), duque de Granada de Ega y conde de Javier, cuya casa y joyas estudió Pilar Andueza, se afirma que poseía tres relojes de bolsillo, uno con guarnición de oro esmaltado, diamantes y esmeraldas por los dos lados. El noble llevaba en el interior de su chupa una imagen del Corazón de Jesús y cuando daba las horas el reloj “inclinaba su cabeza hacia dicha imagen disimuladamente y por un breve intervalo de tiempo suspendía la conversación, daba una ojeada sobre su conciencia…”.
El reloj ha dado nombre a torres, como en la parroquia de Miranda de Arga, a notables edificios como la Casa del reloj de Tudela, o el Portal del reloj en Puente la Reina. Figura tanto en su variante de sol, como mecánico en torres de iglesias, desde hace siglos, y más tarde en ayuntamientos. Los de sol han sido inventariados por Pedro J. Novella. De los artífices de los mecánicos saben muchísimo el sacerdote Isidoro Ursúa y el médico Rafael López Velasco. Con el tiempo, fundamentalmente en el siglo XIX se fueron generalizando en Navarra en escuelas, salones de plenos de ayuntamientos, juzgados, cafés, casinos y salones. También el retrato del momento incorporó al adorno preciosos relojes con vistosas cadenas, e incluso las cuerdas de los mismos.
Nuestra aportación no va a recoger relojes históricos, que los hay y de gran categoría en distintos edificios y en una colección recogida en Sangüesa, sino su presencia en obras de arte y arquitectura, en relación con sus metáforas y simbología.
Junto al retrato del gobernante y el escritor
Del fundador de las Agustinas Recoletas de Pamplona, don Juan de Ciriza, marqués de Montejaso, conservan las religiosas su sobresaliente retrato, realizado en 1617 por Antonio Rizzi. El retratado, secretario real, viste de acuerdo con la moda de la época de Felipe III, de riguroso negro: gorguera blanca, coleto, capa corta, gregüescos y calzas. Unos toques dorados en el cinturón, la botonadura, el collar y cinturón del que cuelga la espada -símbolo de la justicia- dan cierto colorismo. En el bufete, ricamente vestido de terciopelo, aparece el emblemático reloj, cuyo significado nos viene explicado por la inscripción que le acompaña: VIGILAT QUIA (NESCITIS DIEM) NEQUE HORA, Mateo 25,13) en clara alusión a la vanidad de las cosas terrenas. Sin embargo, en ese contexto de la imagen de los gobernantes, el reloj significa la prudencia, la exactitud y el buen gobierno que, al modo del engranaje ajustado de la maquinaria del reloj, deben vigilar sus actos de gobierno.
Otros destacados personajes muestran el reloj en su mesa de trabajo. Así san Jerónimo en varios lienzos, como el de la sacristía de los beneficiados de la catedral de Pamplona. En este mismo recinto se encuentra el retrato del mecenas del conjunto, el canónigo roncalés Pascual Beltrán de Gayarre (1696-1742) junto a su bufete de trabajo, en el que aparece un reloj de arena.
Atributo de la templanza en el palacio de Navarra
El techo del salón del trono del palacio de Diputación está decorado con cinco alegorías, realizadas por Martín Miguel Azparren (1860). En el centro la de Navarra y junto a ella las personificaciones del buen gobierno: la justicia y la prudencia, presentes también en la fachada del Ayuntamiento de Pamplona, junto a la templanza y la fortaleza. La templanza porta un freno y un reloj de arena, el primero como símbolo de la moderación, dominio de sí mismo y equilibrio es muy frecuente, en tanto que el segundo nos retrotrae al conjunto de la alegoría del buen gobierno de Lorenzetti en el Palazzo de Siena (1337-1340). Cesare Ripa, codificador de alegorías en su conocida obra Iconología, editada múltiples veces desde 1593, en una de las descripciones de la templanza justifica ambos atributos así: “Se pinta con el freno en una mano y el péndulo [del reloj] en la otra, mostrándose con ello la función principal de la templanza, que consiste en refrenar y moderar los apetitos del ánimo, de acuerdo con los tiempos y las ocasiones, simbolizándose también con dicho péndulo las respectivas medidas del movimiento y alteraciones del ánimo, fijándose los límites por los que debe encauzarse”.
En la alegoría de la historia: un grabado pamplonés
La edición pamplonesa de 1759 del libro La diferencia de lo temporal y lo eterno, obra del jesuita Juan de Nieremberg fue costeada por el prócer navarro Pedro Fermín de Goyeneche. Los grabados de la publicación los ejecutó el platero Manuel de Beramendi, especializado en ese tipo de trabajos. El beneficio de la venta de los libros fue destinado por Goyeneche al Hospital de Pamplona. En el frontispicio encontramos un bello grabado a buril del mencionado Beramendi, según idea y cuidado de Miguel Antonio Domec, cuyo nombre aparece en una cartela fechada en 1758 como “curante”. La composición hay que leerla como una exaltación de la ciudad de Pamplona, cuyo escudo bajo gran pabellón es el elemento principal. Debajo unas figuras con trompetas significan la fama que cantan las glorias de la ciudad cuyo pasado escribe una matrona -la historia- bajo la vigilancia del tiempo, figurado como Cronos alado que, acompañado de su guadaña, descubre el telón para dejar ver el emblema heráldico de la capital navarra y desvelar así su pasado ante los ojos de la historia que se dispone a escribirlo. El reloj de arena con un cuadrante sobre él, habla del tiempo y de las hazañas y méritos de la ciudad a lo largo de los siglos que redescubre la historia en su libro.
En la emblemática: el colegio tudelano de la Compañía de Jesús para señalar la hora de la muerte de san Francisco Javier y la disposición de los jesuitas
Dos relojes aparecen entre los motivos elegidos por los hijos de san Ignacio para decorar la cornisa de su iglesia de Tudela, hoy parroquia de San Jorge, en 1748, cuando encargaron las yeserías y los retablos a los hermanos Antonio y José del Río. Las agujas del primero de los grandes relojes marcan claramente en su esfera las cinco menos cinco, hora que coincide con el alba del día del fallecimiento de Javier que, por cierto, presidía la iglesia desde la hornacina principal del retablo mayor. En otro emblema figura el cuadrante solar con las quince horas con luz del sol, en alusión a la disposición y sacrificio por parte de los hijos de san Ignacio por los ideales de la Compañía. Esta composición se relaciona con uno de los emblemas que figuran en el libro que celebró los cien años de la Compañía: Imago primi saeculi.
En el arte funerario
No podía faltar la presencia del reloj junto a la calavera en las manifestaciones de la imagen funeraria y ligada al más allá. La representación del reloj en distintos emblemas pintados para las exequias de los reyes por encargo del ayuntamiento de la capital navarra, durante el Antiguo Régimen, ha sido estudiada por los profesores J. L. Molins y J. J. Azanza. Los emblemas para los funerales de Felipe V, en 1746, fueron pintados por Juan de Lacalle. En dos de ellos encontramos sendos relojes (de arena y de sol) con las alas. El reloj, como símbolo del tiempo que pasa, se había popularizado desde el siglo XV. En los textos de sus lemas latinos y explicaciones en castellano se insiste en el contenido funerario y fugacidad de las cosas terrenas.
Los funerales de Carlos III (1789), contaron con emblemas realizados por Juan Francisco Santesteban, al dictado de lo programado por el presbítero Ambrosio de San Juan y del poeta y dramaturgo Vicente Rodríguez de Arellano. Uno de ellos está protagonizado por la imagen del tiempo con sus alas (ligereza y rapidez), acompañado del reloj (paso del tiempo) y la guadaña (poder para arrebatar y destruir).
El ya mencionado platero y grabador Manuel Beramendi ejecutó algunas estampas a buril para el sermón de los funerales del virrey conde de Gages, que se publicó en Pamplona, en 1753, por Miguel Antonio Domec. En la ilustración que abre la edición encontramos una bellísima composición con elementos del barroco romano seiscentista de los seguidores de Bernini. Un gran esqueleto que recuerda al de Bernini en la tumba de Alejandro VII, escribe con una flecha el epitafio del conde junto a una urna funeraria. En la parte superior encontramos la figura alada del tiempo con el reloj y la guadaña, que recuerda a modelos del gran maestro romano y al que aparece en la tumba de Giulio del Corno, de Ercole Ferrata, en la iglesia romana de Jesús y María. Armas y trofeos militares junto a las coronas de su nobleza (conde y vizconde), las insignias de las órdenes a las que pertenecía (Toisón de oro, San Genaro, Santiago y Calatrava) y la llave de gentilhombre del rey completan el discurso iconográfico de la composición.
La calavera con un reloj sobre ella aparece también en un diseño para la pintura y policromía del retablo de las Benditas Almas del Purgatorio de Lodosa que, con diseño de Andrés Mata, realizó en 1773 el dorador Juan Manuel Marzo. Entre sus motivos más efectistas destaca una calavera coronada por un reloj de arena, con una inscripción que reza: “Nemini parco” (a nadie perdono). Ese mismo lema latino figuraba, junto a la representación de un esqueleto con guadaña y reloj de arena, que abría numerosas procesiones de semana santa.