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Benedicto XVI: el gran discernimiento sobre el Concilio

31/12/2022

Publicado en

Omnes

Juan Luis Lorda |

Profesor en la Facultad de Teología

El pontificado de Benedicto XVI deja como huella la inusitada profundidad de una fe cristiana que evangeliza buscando el diálogo con el mundo moderno.

Ocho años son pocos en comparación con los casi veintisiete del Pontificado anterior. San Juan Pablo II fue el Papa –y quizá el ser humano– más visible y mediático de la historia. Tenía, además, muchas y buenas tablas en la escena, una larga experiencia como obispo y una especial sensibilidad para relacionarse con los medios. Benedicto XVI, en cambio, a sus 78 años tuvo que aprender a saludar a las multitudes.

Iras del islamismo

Desde el famoso discurso de Ratisbona se vio claro que el nuevo Papa no era “mediático”. Siendo un discurso de gran calidad intelectual, una cita marginal sobre la intolerancia religiosa concentró la atención porque despertó las iras del islamismo.

Aunque también produjo la inesperada e insólita oferta de diálogo de un importante grupo de intelectuales musulmanes. La anécdota refleja algunas de las características del Pontificado. Una cierta soledad administrativa, porque cualquier comunicador avispado que hubiera leído el discurso podría haberle advertido de lo que iba a pasar. Un cierto desencuentro con los usos y criterios de los medios de comunicación, que necesitan perfiles simples, frases para los titulares y gestos para las fotos. Pero también una inusitada profundidad que pone a la fe cristiana en situación de diálogo con las ciencias, con la política, con las religiones. Y esta profundidad de una fe que evangeliza buscando el diálogo será, probablemente, la huella que dejará el Pontificado de Benedicto XVI.

Llegó al Pontificado con la sabiduría de tantos años de reflexión teológica, con una enorme experiencia sobre la situación de la Iglesia, con algunos temas que le parecían mal resueltos y con plena conciencia de las limitaciones que le imponían su edad. En poco tiempo, sin adoptar ninguna pose, se amoldó a su agotador ministerio y se transparentó su personalidad: sereno, sencillo y amable. A la vez, nunca perdió cierta seriedad académica cuando pronunciaba los discursos, porque estaba convencido de lo que decía.

Discursos importantes

A sus tres importantes encíclicas, donde se pueden descubrir fácilmente preocupaciones antiguas, hay que añadir su magisterio ordinario, con algunos discursos muy importantes en sus viajes (Ratisbona, la ONU, Westminster), y sobre todo con muchas intervenciones “menores”, que tienen su sello: especialmente las audiencias y los breves ángelus. En las audiencias, recorrió la historia de la teología y del pensamiento cristiano desde las primeras figuras del Evangelio. Y, últimamente, nos ha ofrecido preciosas consideraciones sobre la fe.

Su mente se ha expresado con particular vitalidad en contextos menores y más informales, quizá porque le permitían más libertad. Paradójicamente, uno de los textos más importantes del Pontificado es su primera alocución a la Curia (22-XII- 2005). Se trataba de un sencillo encuentro para felicitar la Navidad. Pero allí hizo un profundo diagnóstico sobre el sentido del Concilio Vaticano II, y su verdadera interpretación como reforma y no como ruptura en la tradición de la Iglesia. Y añadió un certero discernimiento sobre la libertad religiosa, gran tema de la cultura política de la modernidad. Respondía así a los lefevbrianos, para quienes el Concilio es herético precisamente por cambiar la posición de la Iglesia en este punto. 

Curiosamente, en su despedida al clero de Roma, el 14 de febrero, volvió sobre el sentido del Concilio. De nuevo hizo una clarividente valoración de sus logros, de su actualidad, y también de las desviaciones posconciliares y de sus causas.

No sabemos hasta qué punto querrá vivir retirado, pero sería maravilloso si su sabiduría eclesial y teológica pudiera recogerse en nuevas obras.

Tres grandes cuestiones

En el famoso discurso de la Navidad de 2005, Benedicto XVI decía que el Concilio quería restablecer el diálogo con el mundo moderno y que se había planteado tres círculos de preguntas. No  hace falta mucha perspicacia para advertir que también han sido tres las grandes cuestiones de Benedicto XVI como teólogo, como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y como Papa. Se trata de la relación de la fe con las ciencias humanas (incluyendo la exégesis bíblica); de la situación de la Iglesia en un contexto democrático, especialmente de los antiguos países cristianos; y del diálogo con otras religiones.

En este contexto hay que situar sus tres libros sobre Jesús de Nazaret, proyecto antiguo, acariciado durante años, previsto como ocupación para su deseado retiro, y redactados en los tiempos libres de una agenda agotadora. Desde muchos años antes, estaba preocupado por una interpretación de la Escritura que, en su esfuerzo por ser científica, parecía olvidar la fe. En los tres libros intenta hacer una lectura creyente, que, al mismo tiempo, respete las exigencias científicas de la exégesis. Son especialmente interesantes los prólogos.

Pruebas y retos

Cuando llegó al Pontificado, era consciente de asuntos muy duros que había afrontado como Prefecto. En particular el escándalo de algunos sacerdotes y de algunas instituciones religiosas. Dispuso inmediatamente las medidas disciplinares y revitalizó los procesos canónicos, bastante olvidados por un cierto “buenismo” posconciliar. No le importó reconocer que era lo que más le había hecho sufrir.

Por otros motivos, el cisma de Lefevbre ha sido un tema incómodo. Pero Benedicto XVI no quería que el cisma se solidificase. Ha hecho todo lo posible por acercar a los tradicionalistas, por encima de cualquier tipo de salidas de tono de unos interlocutores tensos y difíciles, y de críticas feroces de otros que necesitaban sentirse progresistas. Ha avanzado sin poder llegar a término.

En parte por responder a las críticas de unos y otros, pero sobre todo por motivos de criterio litúrgico, Benedicto XVI ha acabado con la dialéctica posconciliar entre la liturgia “anterior” y la “nueva”. No tiene sentido oponerlas, porque la misma Iglesia y con la misma autoridad ha hecho una y otra. Prescindiendo de etiquetas, Benedicto XVI ha querido dejar claro que la Iglesia ha reformado legítimamente su liturgia, pero que el rito anterior nunca ha sido oficialmente abolido; por eso, ha dispuesto que pueda celebrarse como forma extraordinaria. 

Benedicto XVI ama la liturgia. Lo declara en su biografía. Por su expreso deseo, el volumen dedicado a la liturgia ha sido el primero publicado de sus obras completas. Aparte de su piedad personal en la celebración, hemos contemplado su interés por el estilo y belleza de las vestiduras y objetos litúrgicos, su atención al canto y a la música sacra y su recomendación de conservar el latín en las partes comunes de la liturgia, especialmente en las celebraciones masivas.  Además,  ha promovido el estudio de algunas cuestiones particulares (el “pro omnes-pro multis”,  el lugar del gesto de la paz, etcétera).

Cuestiones curiales

Benedicto XVI es un hombre de pensamiento y no un hombre de gestión. Como Prefecto había vivido concentrado en su trabajo y relativamente aislado. Por eso, se ha apoyado desde el principio en las personas que constituían su círculo de confianza en la Congregación. En particular, su Secretario de Estado, el cardenal Bertone.

Es notorio cuánto han disgustado al Papa las “movidas” curiales, las dificultades para poner orden en cuestiones económicas o el sorprendente caso del mayordomo y la fuga de documentos. Es difícil valorar, sin más información, cuánto haya podido pesar todo esto en la decisión de retirarse. Sin embargo, de las razones que él mismo dio se deduce que le parece necesario alguien con más energía de la que a él le queda para afrontar los retos actuales del gobierno de la Iglesia; y que considera que esto no debe esperar.  

Al contemplar con ojos de fe los problemas que siempre ha enfrentado la Iglesia, se ve cuánto hay que agradecer al Señor la extraordinaria lista de Papas que han conducido la barca de Pedro en los dos últimos siglos. Todos han sido hombres de fe y cada uno ha dado lo mejor de sí. Es una lista de tanta categoría casi como la de los Papas de los primeros siglos, que, en su mayoría, fueron mártires. Y mucho mejor que en otros siglos difíciles, como el X o el XV, donde llegaron al Pontificado incluso personas indignas. Tiempos difíciles purifican la fe, mientras que tiempos fáciles la aburguesan.

A Benedicto XVI le debemos muchas cosas, pero especialmente su testimonio de fe, y un gran discernimiento sobre el Concilio y sobre el diálogo evangelizador que la Iglesia tiene que realizar con el mundo moderno.