18 de mayo de 2005
Ciclo de conferencias
EL PINTOR CIGA Y SUS DISCÍPULOS
El maestro Ciga visto por sus discípulos
D. Javier Zubiaur Carreño.
Javier Ciga Echandi (Pamplona, 1877-Pamplona, 1960), después de su vuelta de París, donde amplió estudios de pintura tras los de Bellas Artes en la Real Academia de San Fernando (Madrid), abrió un estudio para la formación de jóvenes aspirantes a pintor en la calle Navarrería número 19, 1º de su ciudad natal, Pamplona. La capital no disponía entonces de otro centro de formación que el oficial de la Escuela de Artes y Oficios, situada en la Plaza del Vínculo, donde se impartía un tipo de enseñanza centrada en el Dibujo de Figura y de Adorno, destinado en su mayor parte a atender las necesidades de operarios artesanos y de la industria y el comercio emergentes, pero carecía de un centro de formación para pintores-artistas, una vez cerrado el estudio de Inocencio García Asarta sobre 1908, y esta carencia será la que Ciga vendrá a cubrir.
Desde 1916 a 1936, pasarán por el estudio de Ciga, en la calle Navarrería 19, 1º, Crispín Martínez, Gerardo Lizarraga, Julio Briñol, Elena Goicoechea, Pedro Lozano de Sotés y Karle de Garmendía. Terminada la guerra civil, Ciga trasladará el estudio a su domicilio de la calle Sangüesa 9, 2º, al que acudirán para formarse –simultaneando en ocasiones su asistencia a la Escuela de Artes y Oficios- José María Ascunce, Miguel Ángel Echauri, Jesús Lasterra, José Antonio Eslava, Salvador Beunza, Gloria Ferrer, Pedro Manterola, Isabel Peralta y Javier Suescun, además de Nicolás Ardanaz, Pedro Irurzun y Félix Aliaga, que terminarían por abandonar los pinceles para “pintar” con la cámara fotográfica. No faltaron entre sus discípulos futuros arquitectos como Francisco Javier Sarobe, ni otros ocasionales como Pedro María Irujo, compañero de celda durante la estancia del maestro en la Prisión Provincial de Pamplona, en la que ingresó en 1938 acusado de facilitar la evasión a Francia de nacionalistas, y José María Apezetxea durante los descansos veraniegos de Ciga en Elizondo, ya en la década de 1940.
El formato de su academia se ajustaba al modelo de petit atelier parisino y su método pedagógico seguía las etapas sucesivas de aprender a ver la naturaleza para captar las diferencias entre las distintas luces o entre objetos aparentemente iguales, seguido de la práctica del dibujo al carboncillo o lápiz sobre modelos de escayola y de la pintura al óleo, en una última fase, con representación de bodegones y de figura, sobre modelos en vivo.
La conferencia se centró en cómo vieron los discípulos a su maestro, siguiendo el propio testimonio de sus alumnos, que reconocen haberse beneficiado de su formación a nivel humano y técnico. Si en el primer aspecto, Ciga trató de promocionar a sus alumnos animándoles a abrir sus horizontes fuera de Navarra –principalmente acudiendo a la Escuela de Bellas Artes de San Fernando en Madrid- para lo cual no dudó en convencer a sus familias y a los organismos públicos que pudieran becarles, en el segundo les dotó del bagaje técnico útil para su profesión: “no ver más de lo necesario” al enfrentarse con la representación; la técnica como “vehículo imprescindible para la expresión de la sensibilidad”; “visualizar el problema y plasmarlo con una cortísima gama de color”; “para desdibujar hay que saber dibujar primero”, eran sentencias que Ciga repetía sin cesar.
Concluye el autor que, en conjunto, el maestro no condicionó la manera de pintar de sus discípulos, ya que optó por formar personas-artistas antes que seguidores, y que aportó dos patrimonios: el suyo propio, el de su obra, y un patrimonio vivo, el de sus discípulos, y el de los discípulos de éstos, que se han ramificado formando hoy el tupido manto del arte contemporáneo en Navarra.