25 de octubre de 2006
Ciclo de conferencias
LA RECUPERACIÓN DE UN PATRIMONIO: LA CATEDRAL DE TUDELA
Arte, magnificencia y poder. Los siglos del Barroco
Dr. Ricardo Fernández Gracia.
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Durante los siglos XVII y XVIII, la colegiata de Tudela “iglesia insigne y célebre”, a cuya cabeza estaba el deán con amplísimas prerrogativas, las relaciones con los prelados de Tarazona fueron tormentosas. El interés de Tudela por mantener el status del deanato fue un hecho que trascendió al devenir histórico de la ciudad y a las manifestaciones artísticas. A las iniciativas del deán y los canónigos, se sumaron el Regimiento de la ciudad, familias patricias, particulares e instituciones que poseían capillas y patronatos en la colegial. El interés de unos y otros por tener el templo a la moda fue una constante, que podemos comprobar en obras de aquel periodo.
Junto a conjuntos especiales como la sacristía decorada con un notable conjunto de Vicente Berdusán (1671) y donativos de piezas de artes suntuarias, el templo se enriqueció con sendas capillas dieciochescas, la primera dedicada a la patrona Santa Ana, bajo los auspicios del Regimiento de la ciudad (1712-1724) y la segunda destinada a los parroquianos de Santa María y San Julián (1737-1744). En ambas triunfó el Barroco castizo y tradicional, basado en el impacto sensorial y en el principio de fusión de las artes, con lo que sus interiores se quisieron transformar en verdaderos espacios milagro o caelum in terris.
Catedral de Tudela. Capilla de Santa Ana. Detalle
Todas aquellas manifestaciones artísticas no se pueden separar del peculiar status del cabildo y deán de Tudela, al que nos hemos referido. La colegiata de Tudela, catedral desde 1783, al igual que otros templos de similar rango, en España y Europa, contaron en el pasado con unas fuentes de riqueza que les permitió disponer de una liturgia, una música y unas manifestaciones artísticas de elevadísimo nivel para la alabanza a Dios, la Virgen y los santos, a las que no fueron ajenas unas demostraciones de poder propias de un grupo social privilegiado, cual era el eclesiástico durante el Antiguo Régimen.
Los estatutos capitulares, con inclusión de normas de coro, de altar y del propio cabildo son fuentes inagotables para entender qué supuso el fenómeno de colegiatas y catedrales en la vida de las ciudades a lo largo de varios siglos. Aquellos templos con sus cabildos, capillas de música y escuelas de gramática fueron un referente sociocultural continuo que, por su importancia, trascienden el propio ámbito de los complejos arquitectónicos en que tenían su sede. El culto, las procesiones, el lenguaje de las campanas, los sonidos de los instrumentos y voces de su capilla de música fueron inequívocos signos de poder y magnificencia que, unidos a las manifestaciones artísticas, conformaron una unidad, de acuerdo con la cultura del Barroco, que se basaba en el impacto sensorial, en la grandilocuencia, el ornato, la desmesura, la extravagancia y se destinaba a conmover, impresionar, enervar y provocar sensorialmente al individuo, marcándole conductas a través de los sentidos, siempre más vulnerables que el intelecto, con el fin de despertar y mover por todos los medios y modos a los afectos.