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15 de noviembre de 2006

Ciclo de conferencias

LA CATEDRAL DE TUDELA: UN PATRIMONIO RECUPERADO

Arte, magnificencia y poder. Renacimiento y Barroco

Dr. Ricardo Fernández Gracia.
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

 

Catedral de Tudela. Capilla de San Martín. Retablo     Catedral de Tudela. Capilla del Espíritu Santo

Catedral de Tudela. Capilla de San Martín. Retablo (izquierda) y Catedral de Tudela. Capilla del Espíritu Santo (derecha)


Durante los siglos del Antiguo Régimen, la colegiata de Tudela “iglesia insigne y célebre”, a cuya cabeza estaba el deán con amplísimas prerrogativas, mantuvo difíciles relaciones con el obispo de Tarazona. El interés de Tudela por mantener el status del deanato fue un hecho que trascendió a las manifestaciones artísticas. A las iniciativas del deán y los canónigos, se sumaron el Regimiento de la ciudad, familias patricias, particulares e instituciones que poseían capillas y patronatos en la colegial. El interés de unos y otros por tener el templo a la moda fue una constante, que podemos comprobar en obras de aquel periodo.

Los estatutos capitulares, con inclusión de normas de coro, de altar y del propio cabildo son fuentes inagotables para entender qué supuso el fenómeno de colegiatas y catedrales en la vida de las ciudades a lo largo de varios siglos. Aquellos templos con sus cabildos, capillas de música y escuelas de gramática fueron un referente sociocultural continuo que, por su importancia, trascienden el propio ámbito de los complejos arquitectónicos en que tenían su sede. El culto, las procesiones, el lenguaje de las campanas, los sonidos de los instrumentos y voces de su capilla de música fueron inequívocos signos de poder y magnificencia que, unidos a las manifestaciones artísticas, conformaron una unidad, de acuerdo con la cultura del Barroco, que se basaba en el impacto sensorial, en la grandilocuencia, el ornato, la desmesura, la extravagancia y se destinaba a conmover, impresionar, enervar y provocar sensorialmente al individuo, marcándole conductas a través de los sentidos, siempre más vulnerables que el intelecto, con el fin de despertar y mover por todos los medios y modos a los afectos.

El siglo del Renacimiento fue testigo de la llegada a la ciudad de eclesiásticos que habían gozado del favor papal en la Ciudad Eterna. El canónigo don Martín de Mezquita, con unos gustos artísticos muy marcados hacia el manierismo serliano y, sobre todo, el deán don Pedro Villalón, constituyen ejemplos significativos en el capítulo de la promoción de las artes. Éste último promovió obras tan significativas como el palacio decanal y estableció unos estatutos capitulares, a la vez que se erigía como “prototipo de príncipe renacentista, amante del lujo, acaparador de dignidades”.

Al periodo barroco pertenecen la sacristía y la sala capitular, decorada con un notable conjunto de Vicente Berdusán (1671). El templo se enriqueció con sendas capillas dieciochescas, la primera dedicada a la patrona Santa Ana, bajo los auspicios del Regimiento de la ciudad (1712-1724) y la segunda destinada a los parroquianos de Santa María y San Julián (1737-1744). En ambas triunfó el Barroco castizo y tradicional, basado en el impacto sensorial y en el principio de fusión de las artes, con lo que sus interiores se quisieron transformar en verdaderos espacios milagro o caelum in terris.