6 de noviembre de 2007
Ciclo de conferencias
NUEVAS MIRADAS SOBRE LA CATEDRAL DE PAMPLONA
La iglesia catedral de Pamplona: un ámbito para el obispo y el rey
Dª Clara Fernández Ladreda.
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
La seo pamplonesa es, posiblemente, dentro de las catedrales hispanas el ejemplo más cuajado de participación conjunta de monarquía y episcopado en la construcción del edificio. En efecto, tal colaboración se dio ya desde el comienzo de las obras y perduró hasta su terminación y parece haberse mantenido dentro de un clima de buena armonía.
Por lo que respecta a los prelados el proceso se abre con el cardenal Martín de Zalba (1377-1403), en cuyos tiempos se inició la construcción del templo gótico en 1394 y que además intervinó en ella, como demuestra la presencia de sus armas: pilar del cuerpo de naves y clave de la capilla de San Martín. Esta última, muy probablemente, estaba prevista como capilla funeraria del obispo, aunque finalmente no llegó a funcionar como tal.
Por su parte, el obispo Sancho Sánchez de Oteiza (1420-1425) financió, en unión con el rey Carlos III, la nave meridional y las capillas contiguas. Tal colaboración se plasmó en la presencia alternativa en las claves de las bóvedas de los escudos del obispo y el rey. Además, una de las capillas, la de San Juan Evangelista, fue empleada como capilla funeraria del prelado y alberga su sepultura, atribuida al famoso Jean Lome y su taller.
Catedral de Pamplona. Tumba del obispo Sancho Sánchez de Oteiza
Finalmente, bajo el gobierno del cardenal Antoniotto Gentil Pallavicini (1492-1507) se culminó el edificio. Curiosamente, pese a su condición de obispo comendatario, que nunca visitó su sede, contribuyó a las obras. Debió costear parte de la girola, como acredita la presencia de sus armas en una de las claves de bóveda y en una tumba –actual puerta de la sacristía de los canónigos- No se limitó, además, al templo, sino que habría que atribuirle asimismo las decoraciones de las fachadas occidental y septentrional del claustro, coronadas con sus escudos.
Del lado de la monarquía el papel protagonista correspondió sin discusión a Carlos III el Noble (1387-1425), secundado por su esposa, Leonor de Castilla. Fue el principal benefactor de la obra catedralicia, como acreditan tanto la documentación como la heráldica. Aquella nos aclara, además, las razones de su generosidad: la íntima relación existente entre el templo catedralicio y los reyes navarros (incluido el mismo), pues era el escenario de su coronación y su panteón. Ésta nos indica las partes del edificio que pueden ponerse en relación con los soberanos: nave septentrional (cuyas claves de bóveda presentan el escudo de Leonor), nave meridional, capillas contiguas y tramos de paso al claustro (en cuyas claves de bóveda aparece el escudo de Carlos III alternando con el del obispo Oteiza), y tramo más oriental de la nave central (claves con las armas de Carlos III).
De otro lado, siguiendo la tradición de sus antecesores, Carlos III quiso ser enterrado en la catedral pamplonesa, pero los superó ampliamente por la magnificencia de su sepulcro, ejecutada por el gran escultor Jean de Lome. Llama también la atención la localización, en el coro, la parte más importante de lo construido hasta entonces, exigida además por el propio rey, tanto más si la comparamos con la ubicación de las tumbas episcopales, relegadas a las capillas laterales –capilla de San Martín, capilla de San Juan Evangelista-, pues resulta excepcional para una catedral (aunque no para un monasterio o convento). Sin duda el objetivo era poner de manifiesto el protagonismo del monarca en la financiación de las obras y la condición de panteón regio del templo catedralicio.
Más relevante, por lo novedosa, resulta la hipótesis de que el soberano “prestara” a la empresa catedralicia su propio maestro de obras, el famoso Jean Lome de Tournai. Hasta el momento la participación de éste como maestro de obras de la catedral se retrasaba hasta 1439 (año en que estaba atestiguada documentalmente) y con anterioridad solo se admitía su intervención como escultor (dejando a un lado la tumba real ejecutada en Olite) en la puerta de San José y el sepulcro del obispo Oteiza. Personalmente, pienso que cabe la posibilidad de adelantar la maestría de Lome a la década de 1420 y de relacionar con él y su taller (además de la puerta y tumbas citadas) la decoración escultórica de las capillas meridionales, tramos de paso al claustro y parte baja del brazo del crucero Norte, particularmente las ménsulas, algunas de las cuales parecen inspiradas en las de los plorantes de la tumba regia y resultan de gran calidad.
Catedral de Pamplona. Ménsula plorante de la tumba real
La hija y sucesora de Carlos III, doña Blanca (1425-1441) continuó en esto, como en casi todo, la política de su padre. De modo que bajo su reinado se levantaron otros cuatro tramos de bóveda de la nave central, dándose ésta por terminada –el sexto tramo se hizo mucho más tarde, ya en el s. XVIII, en relación con las obras de la fachada-, si bien sus armas y emblemas solo figuran en los tres primeros, en tanto que el último, el más occidental, presenta el escudo del obispo Martín de Peralta (1426-1457).
Por otro lado, resulta interesante señalar, que –a la luz de determinados documentos de la cámara de comptos- parece poder afirmarse que la soberana está enterrada en la catedral de Pamplona y no en Santa María de Nieva, como tradicionalmente se había creído.
El elenco regio se cerraría con Catalina de Foix y Juan de Albret (1486-1513), últimos reyes privativos de Navarra, bajo cuyo reinado se terminó el edificio. Pese a que, al contrario de sus predecesores, sus armas no aparecen por parte alguna, es posible que participaran de algún modo en las obras.
Catedral de Pamplona. Ménsula de la capilla de Santa Catalina
Efectivamente, serán los soberanos –y no el obispo de turno- los que soliciten del Papa Alejandro VI la famosa Bula de 1501, por la que se conceden indulgencias a los que contribuyan a la conservación y restauración de la catedral, y a su dotación litúrgica y amueblamiento. Pero más interesante resulta aún, por haber pasado mucho más desapercibido, un documento de 1496 por el que fundan una capellanía por el alma de su madre, doña Magdalena, princesa de Viana, cuya capellanía se vincula a un altar “chico” con su correspondiente retablo dedicado a la Piedad, que para entonces ya estaba hecho, y ante el cual estaba enterrada doña Magdalena. No se trata tanto de que los reyes aparezcan aquí como mecenas de una obra de arte mueble –el retablo de la Piedad-, cuanto de que por noticias y datos posteriores podemos deducir que el mentado retablo y su altar estaban situados en la capilla mayor, de lo que cabe deducir que para 1496 la capilla mayor y, por tanto, la catedral –pues fue lo último en hacerse- estaban terminadas, lo que significa un adelanto con respecto a la fecha tradicional de 1501, dada por la Bula. Es además muy significativo que la citada capilla pase a denominarse “capilla real”, pues esto y la colocación en ella de la tumba de doña Magdalena –y no en el coro donde estaba la tumba de Carlos III y los restos de los reyes anteriores- hacen pensar que los Albret, manteniendo la tradición de emplear la catedral como panteón regio, quisieron dar un paso más y trasladar la localización de dicho panteon –aunque solo en lo que respecta a su dinastía- desde el coro a la capilla mayor, que tras su finalización había pasado a ser la parte principal del nuevo templo, desplazando a aquel, y que, además, había sido erigida bajo su reinado y ¿acaso con ayuda suya?
Capilla mayor. Bóvedas