30 de noviembre de 2007
Ciclo de conferencias
UN CONTEXTO PARA UNA IMAGEN
La imagen de San Miguel en el arte
D. Ricardo Fernández Gracia.
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
La difusión de los contenidos catequéticos estuvieron unidos, en siglos pasados, con las imágenes y la palabra. Un impresionante conjunto de imágenes de San Miguel se puede rastrear desde la alta Edad Media hasta nuestros días. Tal abundancia se debe a una serie de causas: cofradías de tipo militar, asociadas a la balanza que el santo presenta en la psicostasis y, en definitiva, un culto promovido por la Iglesia en distintos mementos y con diferentes connotaciones. La Iglesia católica lo tiene como especial defensor (custos Ecclesiae romanae). Al respecto, hay que recordar que en pleno periodo de Reforma católica su culto adquiere un nuevo impulso y también un nuevo carácter por influencia de la Contrarreforma. El jefe de la milicia divina que triunfa contra Lucifer y los ángeles rebeldes para los jesuitas significa el triunfo de la Iglesia católica contra el dragón de la herejía protestante: por esa razón se pusieron bajo su advocación magníficas iglesias, como las de Munich y Viena.
En sus representaciones conviene distinguir su figura aislada y los grandes ciclos, en donde encontramos diversas escenas, en relación con sus apariciones y muchos relatos que se pierden en la leyenda. Como rasgo general y en sintonía con otros ángeles, aparece vestido, dejando la desnudez, como algo vergonzoso y humillante, para demonios y réprobos. Se le figura como un joven apuesto –frecuentemente rubio- y, por supuesto, con las alas que hablan del carácter de mensajeros que tienen las jerarquías angélicas entre Dios y los hombres.
En un altísimo porcentaje encontramos al arcángel como guerrero, venciendo al diablo, siguiendo el texto del libro del Apocalipsis (12, 7-9). Desde la Edad Media se distinguirá, frente a los demás arcángeles, por su popularidad y como el victoriosus, o princeps militiae caelestis. Como caballero, archiestratega o condestable, se le representa con gran manto, armadura, espada o lanza y en numerosas ocasiones con casco y penacho. A causa de esos títulos es él quien dirige el combate contra los ángeles rebeldes que precipita al abismo, y quien en el Apocalipsis, salva a la Mujer que acaba de parir, símbolo de la Virgen y de la Iglesia, combatiendo contra el dragón de siete cabezas. Por esta última razón lo encontraremos en muchas ocasiones en imágenes inmaculistas.
También es el santo psicopompo, el conductor de los muertos, cuyas almas pesará el día del juicio (psicostasis). En inglés se le llama “The Lord of Souls” (El Señor de las almas).
Algunas órdenes religiosas como los Capuchinos y, en general, toda la familia franciscana en todas sus ramas lo hicieron venerar en sus iglesias, ya que su culto se hacía remontar a los tiempos del mismísimo San Francisco de Asís, asegurándose que éste había ido al monte Gárgano para orar en el santuario del arcángel por una especial predilección, puesto que llevaba las almas al cielo y nada impresionaba tanto a San Francisco como la salvación de las almas.
Alegorías, como las de la soberbia o la justicia, utilizarán su figura -bien arrojando a los demonios al infierno o con la balanza que pesa las almas- como apoyo en su discurso gráfico.
En el caso navarro, las representaciones del santo son especialmente abundantes, con un número importante de parroquias dedicadas a él, concretamente, cuarenta y seis. De gran singularidad resulta, en estas tierras, toda la iconografía relacionada con el santuario de San Miguel in excelsis –Aralar-, como ángel crucífero, uno de cuyos ejemplos más tempranos se guarda en el Museo de Navarra y procede de la pequeña ermita del arcángel de Villatuerta, en unos relieves toscos que se han clasificado en el siglo XI.
Por último y ante la cercanía de la Navidad se analizó, en la conferencia, la presencia de San Miguel y San Gabriel en la escena del nacimiento de Cristo, por influencia de un texto de Sor María de Ágreda en su opus mágnum, la Mística Ciudad de Dios.