27 de febrero de 2007
Ciclo de conferencias
LECCIONES DE ARTE CONTEMPORÁNEO EN NAVARRA
Tradición y modernidad en la arquitectura del siglo XIX
Dr. Javier Azanza López.
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Señaló el profesor Azanza en primer lugar que en el siglo XIX, a diferencia de lo que ocurre en períodos anteriores, el panorama de la arquitectura no es uniforme, por lo que resulta necesario diferenciar entre diversos periodos a través de los cuales se irán abriendo camino, aunque todavía de forma tímida, las formas de la modernidad.
De esta manera, el periodo de la arquitectura isabelina (1833-1875) viene definido en Navarra por dos rasgos específicos, como son su sello academicista, heredera de los postulados de la etapa anterior, y su carácter público y urbano, con la creación de nuevas plazas y paseos, y la construcción de significativos edificios públicos como ayuntamientos, teatros, plazas de toros, mercados, estaciones, escuelas, etc., que monumentalizan el espacio urbano. En este sentido, la Desamortización de 1836 supuso un acontecimiento trascendental al dejar libres extensas superficies en las ciudades, que fueron aprovechadas para levantar nuevos edificios de carácter institucional.
Alguno de los edificios más representativos de este periodo serían el Teatro Principal –emplazado inicialmente en uno de los lados de la Plaza de la Constitución-, el Palacio Provincial, el Instituto Provincial, o el Mercado de Santo Domingo. En el terreno del urbanismo, la Plaza Nueva de Tafalla se configura como uno de los mejores conjuntos urbanos del siglo XIX en Navarra.
Teatro Principal y Palacio de la Diputación. Pamplona
En el último cuarto del siglo XIX, coincidiendo con el reinado de Alfonso XII, adquiere nuevamente protagonismo la arquitectura religiosa y privada, a la vez que se desarrollan de forma simultánea diversas corrientes arquitectónicas como el historicismo, el eclecticismo o el modernismo, que encuentran su hábitat natural y conviven de forma armónica en el Primer Ensanche de Pamplona. Ensanche atípico donde los haya por su morfología en forma alargada y de tan sólo seis manzanas, dio origen a un conjunto de indudable calidad arquitectónica que por desgracia ha quedado parcialmente desfigurado en la segunda mitad del siglo XX con el derribo de varias casas sustituidas por modernos edificios de altura desproporcionada. Como desgraciado fue también el hecho de que para su puesta en marcha hubiera que mutilar en dos de sus cinco baluartes la excepcional planta estrellada de la Ciudadela diseñada por Fratín.
Vista General del Primer Ensanche. Pamplona
Fuera del Primer Ensanche, los estilos de finales de siglo XIX apenas arraigaron en Pamplona, manifestándose esporádicamente en algunos ejemplos de la Plaza del Castillo o el Casco Viejo entre los que destacan el Casino o el Edificio La Agrícola. En el resto de Navarra, eclecticismo y modernismo se hacen presentes tanto en las pequeñas como las medianas poblaciones, en edificios vinculados en muchas ocasiones a la prosperidad alcanzada en América. No falta tampoco en ellos la presencia de los nuevos materiales como el hierro y el vidrio en forjados, galerías y miradores.
Un nuevo paso en el camino recorrido por la arquitectura navarra se dará con la puesta en marcha del Segundo Ensanche, ya en las primeras décadas del siglo XX. Descartadas las primeras opciones que planteaban la extensión de la ciudad al otro lado del Arga, hacia la Chantrea y Rochapea, o hacia el sur y hacia el oeste, el proyecto del arquitecto municipal Serapio Esparza planificó el desarrollo de la ciudad hacia el sur mediante un sistema cuadricular de 96 manzanas. Se ha señalado como uno de sus logros el perfecto enlace con la parte antigua de la ciudad, conexión que obligó no obstante a ciertos sacrificios en su patrimonio artístico, como el derribo de una parte del recinto amurallado –en su momento recibido con júbilo y alborozo-, la mutilación de la basílica de San Ignacio para adaptarla a la nueva alineación vial, o el derribo del Teatro Gayarre que presidía uno de los frentes de la Plaza de la Constitución para dar paso a la Avenida de Carlos III, actuación calificada en la época como “la herida abierta del Ensanche” o “el rasgonazo implacable”.
Vista General del Primer Ensanche. Pamplona