18 de junio de 2008
Ciclo de conferencias
SAN FERMÍN: CULTO, FIESTA Y ARQUITECTURA
Fiesta, arquitectura y urbanismo en Pamplona al compás de sus plazas de toros
(en el 50 aniversario de la Feria del Toro)
D. José Javier Azanza López.
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Al igual que la propia fiesta, también el coso taurino ha evolucionado con el paso del tiempo, pasando de un espacio urbano común –las plazas mayores o plazas del coso- a un recinto específico como son las plazas de toros. Si bien las primeras plazas de toros fijas datan de la segunda mitad del siglo XVIII, será a partir del siglo XIX cuando se incorporen definitivamente al paisaje urbano y pasen a formar parte del patrimonio artístico de las ciudades españolas.
Pamplona, ciudad con marcada vocación taurina, no fue una excepción a este panorama general, de manera que las grandes celebraciones taurinas tenían lugar en la Plaza del Castillo, la más apropiada por sus extraordinarias dimensiones. Previamente los carpinteros de la ciudad acondicionaban el espacio y acotaban su perímetro, que al resultar demasiado extenso, se reducía mediante un cerramiento provisional de madera, compuesto por unos tablados que formaban una magnífica galería corrida de 19 arcos de medio punto que proporcionaba gran número de localidades. Dicha estructura trazaba una línea recta que discurría desde las escalerillas de San Nicolás hasta la Bajada de Javier. Las autoridades asistían al espectáculo desde la Casa del Toril, y además se alquilaban balcones y arcos de casas particulares, de manera que el aforo del coso taurino pamplonés oscilaba entre las 5.000 y las 6.000 personas.
El primer intento para construir una plaza de toros fija en Pamplona tiene lugar en 1777, cuando la Corporación Municipal acordó solicitar las plantas de las recién construidas plazas de Madrid y Zaragoza para tomar como referencia. El proyecto se concretó en un magnífico diseño firmado por el maestro de obras José Pablo de Olóriz, y se pensó como emplazamiento más adecuado el campo de la Taconera, pero finalmente el dictamen real no autorizó su construcción. Tampoco prosperó el intento realizado tres años más tarde que proponía levantar un nuevo lienzo de casas en mitad de la Plaza del Castillo, lo que hubiese transformado radicalmente la fisonomía del “salón” de la ciudad; ni el que tuvo lugar en 1803, auspiciado por la Junta de la Casa de Misericordia.
Así las cosas, en 1830 el arquitecto de la Diputación José de Nagusía presentó un proyecto de plaza de toros con capacidad para 8.000 personas distribuidas en un tendido descubierto y dos niveles de gradas cubiertas. La plaza, cuya inauguración tuvo lugar el 6 de julio de 1844, se levantó en terrenos del antiguo convento de carmelitas descalzas, en uno de los frentes de la Plaza del Castillo. De vida efímera, sus graves defectos constructivos significaron su derribo en 1850, siendo sustituida por una nueva con idénticas dimensiones y en el mismo emplazamiento que la anterior.
Plaza de Toros de Pamplona, 1918. Foto A. García Deán (Archivo Municipal de Pamplona)
La nueva plaza abrió sus puertas en las fiestas de San Fermín de 1852, y durante casi setenta años fue el coso taurino pamplonés, hasta que en la segunda década del siglo XX se planteó su demolición y la construcción de una nueva. Entre los motivos que lo justificaban, se encontraban el hecho de que el recinto resultaba insuficiente para la cada vez mayor afluencia de espectadores y, principalmente, la expansión de la ciudad a través del Segundo Ensanche diseñado por Serapio Esparza, que obligaba a derribar el Teatro Gayarre y la Plaza de Toros para dejar vía libre a la Avenida de Carlos III en su conexión con la Plaza del Castillo. Decidida su demolición, el 10 de agosto de 1921 la plaza sufrió un incendio que aceleró el proceso, de manera que en abril de 1922 comenzó el derribo de la vieja plaza de toros, cuyo solar quedó totalmente despejado el 1 de julio de 1922.
El baluarte de la Reina fue el lugar elegido como emplazamiento del nuevo coso taurino. En agosto de 1920, el Ayuntamiento aceptó la propuesta de la Casa de Misericordia para que fuese esta institución la encargada de su construcción y posterior gestión; y poco después, la Junta de la Meca encargaba el anteproyecto al arquitecto donostiarra Francisco Urcola dada su experiencia en este tipo de obras, como había puesto de manifiesto en la Plaza de El Chofre de San Sebastián (1903) y de la Monumental de Sevilla (1918).
Vista aérea de Pamplona con sus dos plazas de toros, 1922 (Archivo Municipal de Pamplona)
Inaugurada el 7 de julio de 1922, la plaza del Ensanche es buen exponente de cómo los nuevos materiales sirven a un lenguaje arquitectónico todavía historicista, es decir, inspirado en los estilos del pasado. Así, se emplea el hormigón armado para la estructura, y sin embargo su aspecto externo es totalmente clásico. La sobriedad es la nota dominante de la construcción, con escasas concesiones al ornato que se concentra en el palco presidencial y en la fachada principal, resuelta a la manera de un gran arco de triunfo, con un orden gigante de pilastras, galería superior y crestería de claro origen plateresco. El resto de la plaza se organizaba al exterior en un cuerpo articulado por pilastras, entre las que se disponía una galería cubierta de acceso al tendido y grada cubierta; la galería del segundo piso, descubierta, daba entrada a los palcos. Al interior contaba con tendido numerado, grada cubierta que supone una prolongación del tendido, y zona de palcos en la parte superior. Su capacidad se situaba en torno a los 13.000 espectadores.
El Segundo Ensanche se fue desarrollando en los años siguientes, y la plaza de toros no dio la espalda a la nueva ciudad, sino que se asomó a ella, marcando una interesante perspectiva con la Avenida de Roncesvalles, en la que la puerta principal se convertía en el escenográfico telón de fondo.
Plaza de Toros de Pamplona, 1923. Foto Zaragüeta (Archivo Municipal de Pamplona)
En las décadas posteriores a su construcción, la plaza de toros va a ser objeto de sucesivas reformas, encaminadas siempre a lograr un mismo objetivo: el aumento de su aforo. A ello obedecen, aunque todavía de forma modesta, las llevadas a cabo en 1942 y 1952. Será ya en la década de los años sesenta cuando tenga lugar una profunda remodelación de la plaza conforme al proyecto de Rafael Moneo, consistente en una ampliación vertical en altura. Para ello fue necesario derribar el graderío superior, sustituido por uno de mayor capacidad que se transformó en una enorme andanada. Se alcanzaron así las 19.529 localidades. Al exterior, la ampliación se manifiesta estructuralmente con rotundidad, como una serie de grandes costillas con forma de triángulo. Por último, la reciente reforma de la plaza en los años 2004-05 ha ido encaminada a mejorar la accesibilidad y seguridad del coso pamplonés, para adaptarlo al Reglamento de Espectáculos Taurinos en materia de seguridad.
Plaza de Toros de Pamplona, 2008. Foto J. J. Azanza