23 de marzo de 2010
Ciclo de conferencias
CICLO DE SEMANA SANTA
La imagen de la Soledad en las artes y su versión pamplonesa
D. Ricardo Fernández Gracia.
Universidad de Navarra
La devoción a los dolores de la Virgen fue impulsada en el siglo XIII por la orden de los Servitas. Su fiesta se remonta a 1413, en Colonia, al sustituir la celebración de la Virgen del Pasmo -cuya iconografía suscitó polémicas al ver los teólogos poco acorde con María su síncope o desmayo- y contrarrestar así el movimiento iconoclasta de los seguidores de Juan Huss.
El culto y la fiesta se extendieron a lo largo del Antiguo Régimen a través de Europa e Hispanoamérica. Hasta hace unas décadas existían en el calendario litúrgico dos festividades dedicadas a los Siete Dolores de la Santísima Virgen: la primera en el Viernes de Pasión, llamado también Viernes de Dolores, y la segunda el 15 de septiembre, día en que se conmemoran los Dolores Gloriosos de Nuestra Señora. Ambas se propagaron ampliamente, aunque la primera ya era muy popular en pleno siglo XVI. La segunda fue extendida a la Iglesia universal por el papa Pío VII en 1815, para conmemorar su liberación de la cautividad napoléonica. La duplicación de la misma advocación llevó recientemente a la supresión de la del Viernes de Dolores, aunque se mantiene allí donde hay una devoción arraigada.
Tres son los grandes tipos con los que los artistas figurativos expresaron hasta el siglo XVI los dolores de la Virgen. El primero, correspondiente a la última escena de la Pasión de Cristo, en el momento de dejar su cuerpo muerto en el sepulcro. María aparece acompañada de San Juan, las Marías, Nicodemo y José de Arimatea, contemplando el cadáver de su Hijo. Otro modo de efigiar el tema de los dolores es la Virgen con su hijo en el regazo después de que, según la piadosa tradición, fue depositado en él por los santos varones tras desclavarlo de la cruz. Es un tema medieval con fuerza en el Renacimiento. Es el conocido tema de la Piedad o de la Virgen de las Angustias. Finalmente, el tercero consiste en presentar a Maria al pie de la cruz, con siete puñales alusivos a sus siete dolores, o una espada sola como recapitulación de todos. Numerosos grabados y pinturas especialmente de época de la Contrarreforma hicieron suyo este tipo.
El tema de la Soledad de la Virgen es hispano y un modo nuevo de representar los dolores de la Virgen. Fuera de España apenas se representó la versión de la Virgen sola, sin compañía, ensimismada, después de haberse procedido al entierro de Cristo, vestida con tocas de viuda y no con una espada clavada en el pecho, sino a lo más contemplando o sosteniendo algunos de los instrumentos de la pasión.
Con precedentes en algunas estampas flamencas y esculturas francesas concretas de Germain Pilon, el tema cobraría un gran desarrollo en España a partir de la escultura que labró Gaspar Becerra en 1565, con el patrocinio de la reina Isabel de Valois y de su camarera la condesa de Ureña, a la que se debió la vestimenta de la imagen al uso de las viudas españolas, con tocas monjiles y gran manto negro.
A lo largo de los siglos siguientes el modelo se divulgó por todos los territorios peninsulares, obedeciendo siempre al referente madrileño. Pinturas, imágenes de candelero y de bulto redondo, grabados, medallas y escapularios dan buena cuenta de ello.
"Soledad". Pintura novohispana de Blas Enríquez, c. 1780 en marco de plata punzonado en México. Colección particular. Pamplona
En Navarra se conservan numerosos ejemplos de esta iconografía de la Soledad, correspondientes en su mayor parte a los siglos XVII y XVIII, la mayor parte en iglesias. Sus imágenes cobraban especial protagonismo en Semana Santa con motivo de la Procesión del Santo Entierro en donde desfilaba al final, tras la presidencia eclesiástica y civil y en las funciones del Descendimiento o del Desenclavo.
La abundancia de estas imágenes se debió al culto que recibían a lo largo del año, pero sobre todo al protagonismo que cobraban durante la Cuaresma y la Semana Santa, tanto en las procesiones del Viernes Santo, como en la función del Descendimiento.
Retablo de la Soledad de Lesaca, de Tomás Jáuregui, 1751-1754.
El último gran icono de este tipo de la Soledad fue sin duda el que labró el escultor catalán Rosendo Nobas para el Ayuntamiento de Pamplona en 1884 que recibe culto en la pamplonesa parroquia de San Lorenzo. En Pamplona el regreso del viernes Santo también posee el sentido de soledad de la Madre de Dios. En la misma capital Navarra, una curiosa publicación de 1888 sobre el orden el la Procesión del Santo Entierro, da cuenta que la Soledad era el octavo y último paso del cortejo con este párrafo: “Terminado el oficio de la sepultura de Jesús, su Santísima Madre penetrada de un nuevo dolor por verse sola y privada no ya del Hijo vivo, sino también de su cuerpo muerto, determinó regresar a Jerusalén, y lo hizo acompañada singularmente en esta vía dolorosa de los caballeros José y Nicodemus. No es mucho pues, que doce caballeros pamploneses, invitados por el Exmº Ayuntamiento precedan a su paso de la Soledad alumbrándola. Este paso ha sido también enriquecido con nueva plataforma a expensas de la Corporación”.
“Soledad” de Rosendo Nobas y Ballbé. Pamplona. 1883.