30 de marzo de 2011
Curso
LA CATEDRAL DE PAMPLONA. UNA MIRADA DESDE EL SIGLO XXI
Arte, fiesta y liturgia: las grandes celebraciones de la Edad Media a la actualidad
D. Ricardo Fernández Gracia.
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
La catedral es un templo con una función determinada en la vida del obispado, como primera iglesia de la vida diocesana, sede de la cátedra episcopal y expresión de la vida litúrgica del cabildo. Los tiempos y los gustos han transformado el complejo monumental, tanto en su exterior como en su exterior, por motivos meramente estéticos, pero también por razones litúrgicas y de uso y función.
Sus pétreos muros comenzaron a “vestirse” de retablos e imágenes, de modo muy especial a partir de fines del siglo XVI y a lo largo de las dos centurias siguientes, en pleno Barroco, correspondiendo con una estética caracterizada por la integración de las especialidades artísticas, fundiéndolas en un todo, y por la captación del espectador a través de los sentidos, siempre más vulnerables que el intelecto.
Las artes integradas se constituyeron en un vehículo de transmisión de doctrina y práctica poder en un ámbito que trascendía al propio templo, porque además de catedral o lugar en donde radica la cátedra del obispo, la seo pamplonesa estaba gobernada por un cabildo de vida regular, poco acomodaticio hacia unos obispos con autoridad reforzada, tras el Concilio Trento. Además, el regimiento de la ciudad y los órganos políticos del Reino celebraban en su interior las grandes ceremonias y fiestas, expresión sublime de cuánto conforma la cultura del Barroco.
Hoy se impone una visión conjunta de los bienes culturales de, conjunto catedralicio, con todas las transformaciones sufridas a lo largo de los siglos, sin perder de vista la identidad y la autenticidad de documento histórico -unicum- que posee como monumento.
De la Edad Media a la Contrarreforma
A ello hay que agregar la aplicación de una nueva liturgia, emanada de las disposiciones tridentinas que hicieron que se abandonasen los antiguos breviarios en beneficio el Ritual romano de San Pío V, algo que sucedió hacia 1585, y que las antiguas reglas de coro, codificadas en la primera mitad del siglo XV, en base a unas prácticas habituales en la seo desde al menos el siglo XIV, se sustituyesen por otras nuevas, redactadas en 1598, siguiendo a las de la catedral primada de Toledo. El responsable de esta última mutación fue nada menos que el obispo don Antonio Zapata que rigió los destinos del obispado entre 1596 y 1600, dejando huella imperecedera por la construcción de la sacristía, el retablo mayor y las andas de plata para el Corpus, obras de impronta herreriana, en sintonía con los gustos cortesanos. El hecho de que Zapata había sido canónigo de Toledo resultó fundamental, tanto en la elección de algunos temas del retablo mayor relacionados con San Ildefonso, como en la instauración del nuevo reglamento de coro.
Con aquellos cambios, no sólo mutaron fórmulas de oraciones, músicas y ritos, sino que se perdieron las procesiones generales o públicas que, desde los siglos de la Edad Media, se venían celebrando en la ciudad. Con el pretexto de que “el frecuente uso de ellas disminuía la devoción”, se convirtieron en claustrales tres grandes procesiones medievales que tenían lugar en las fiestas de San Pedro, la Corona de Cristo y la Exaltación de la Santa Cruz. La primera, quizás la más solemne, tenía como protagonista la escultura de la Virgen titular del templo, junto a las arcas relicarios; la de la Corona del Señor se celebraba en la dominica tras la fiesta de los apóstoles y paseaba por las calles con el relicario gótico de la Santa Espina. La de la Exaltación de la Cruz fue la última de las instituidas, a raíz de la donación del Lignum Crucis por parte de Manuel II Paleólogo a Carlos III, en 1400 y de éste último a la catedral, el día de Reyes de 1401.
Algunas procesiones se mantuvieron y se acrecentaron, como ocurrió con las del Corpus y la de San Fermín a partir de 1599 y la de San Martín desde 1566. Otras se crearon de nuevo, como consecuencia de los votos de la ciudad a San Sebastián y San Roque.
Por lo que respecta a las fiestas, las novedades también se iban a dejar notar con los nuevos tiempos de la Contrarreforma, en que las necesidades eran otras y los modelos de santidad también. Entre 1605 y 1643 fue fiesta de precepto el día del Ángel de la Guarda, por disposición episcopal. Más tarde vendría el pleito del copatronato entre los partidarios de San Francisco Javier y San Fermín. La seo pamplonesa junto al regimiento de la ciudad fueron los abanderados de la causa de San Fermín, hasta el Breve de Alejandro VII que declaró a ambos patroni aeque principales, en 1657.
Sede de los grandes acontecimientos en fiestas singulares
Acontecimientos de índole religiosa, pero también ligados a la monarquía hispánica tuvieron como escenario el interior de la catedral. Juramentos de príncipes, proclamaciones, exequias y rogativas por distintos motivos, solicitadas por Austrias y Borbones, se celebraban en el primer templo diocesano.
Entre las grandes fiestas religiosas debemos de mencionar la ratificación del patronato de San Francisco Javier por parte de las Cortes en 1624 y el voto inmaculista de las instituciones del reino en 1621, amén de un sinnúmero de rogativas con las imágenes de San Fermín o la Virgen del Sagrario que solicitaba el ayuntamiento y organizaba el cabildo, no sin fricciones, desencuentros con otras instituciones civiles y eclesiásticas y frecuentes pleitos por preferencias y precedencias, tan usuales en la sociedad del Antiguo Régimen.
Todas aquellas fiestas se rodeaban de un aparato retórico sin igual. El interior del templo se “colgaba”, es decir, se revestía de colgaduras, tapices y reposteros adecuados al motivo de la celebración, reservando los de mayor pompa y riqueza para fiestas de gozo y los de color negro para las celebraciones de luto. En estas últimas, en torno al catafalco o capelardente, se exhibían unos grandes papelones con emblemas, propios de una cultura simbólica, en la que muchos no sabían leer, pero podían ejercitar su imaginación y agudeza al tratar de descifrar sus contenidos.
La fiesta de la titular del templo, conocida desde las primeras décadas del siglo XVII hasta 1946 como Virgen del Sagrario, así como su octava, se celebraba con especial pompa y magnificencia y los obispos solían regalar alguna joya, o mantos bordados en Lyon o Barcelona, para su ajuar. El ceremonial para la citada octava prescribe: “La misa de la octava se canta con música. A la procesión de la tarde se sale después de Vísperas, Completas y rosario (que son seguidos, empezando a las tres y media). En la capilla mayor se canta un villancico; tiene lugar la procesión por las naves; tras el coro se canta otro villancico y dos en el claustro; de vuelta a la catedral se canta la Salve y con esto finaliza la octava”.
Precisamente en el enriquecimiento del ajuar de la Virgen del Sagrario tuvo mucho que ver don Fermín de Lubián, prior en las décadas centrales del siglo XVIII, con el encargo de las coronas de oro y esmeraldas (1736) y el armario de plata enriquecido con relieves llegados de Perú, dádiva del marqués de Castelfuerte, y espejos traídos de Holanda (1737).
Página del Breviario de 1332 de la época del Obispo Barbarán
Relieve de la Matanza de los Santos Inocentes en el retablo de Santa Catalina
Procesión de San Fermín en 1923
Procesión del Sagrado Corazón de Jesús en 1925