26 de mayo de 2011
Conferencia
La Catedral de Santa María de la Huerta de Tarazona. Arte e Historia en el encuentro entre tres reinos
D. Jesús Criado Mainar.
Universidad de Zaragoza
La reciente reapertura de la catedral de Santa María de la Huerta, que ha permanecido cerrada al público durante más de veinticinco años a causa de su restauración, constituye un acontecimiento cultural de primera magnitud que va a permitir a los visitantes (re)descubrir un monumento dotado de una fuerte personalidad y convertido con el paso de los siglos en un verdadero museo de arte sacro. Cabeza de un obispado de frontera, Tarazona se ubica a caballo entre Aragón, Navarra y Castilla, pues en origen su geografía diocesana incluía territorios en todos esos reinos. Esta situación eminentemente «abierta» hizo de la ciudad una encrucijada de caminos e influencias y contribuyó a que nuestro edificio se configurara como un mosaico plural.
Emplazada en la margen derecha del río Queiles, la catedral de Tarazona se erigió a partir de los primeros años del siglo XIII, quizás sobre los restos de un templo anterior a la dominación musulmana, y fue uno de los primeros proyectos peninsulares en los que se apostó de manera decidida por los modelos del gótico clásico francés, según se puede advertir todavía en la configuración de su capilla mayor (consagrada en 1235). La fábrica primitiva sería completada con el paso del tiempo mediante la adición de numerosas capillas de patronato, tanto en la zona de la girola como en el cuerpo basilical. Más tarde se añadiría un amplísimo claustro mudéjar (1501-hacia 1522) en el flanco sur que establece un singular contraste con el bloque pétreo de la iglesia.
A mediados del siglo XVI se acometió una profunda transformación del templo para adecuarlo a la estética renacentista. El colapso del cimborrio medieval en torno a 1542 obligó a elevar la monumental estructura turriforme que ha llegado a nosotros y también a reformar el transepto entre 1543 y 1545, quedando los trabajos a cargo del maestro zaragozano Juan Lucas Botero el Viejo. Entre 1546 y 1550 el interior del nuevo lucernario y la nave mayor recibieron su magnífico revestimiento «al romano» que, entre otros elementos, incluye unas sorprendentes grisallas de asunto mitológico en el tambor, en alternancia con las esculturas de los apóstoles.
Cimborrio de la Catedral de Tarazona
El artífice de esta transformación fue Alonso González, un hábil entallador de yeso y pintor de origen leonés afincado en las tierras del Moncayo, autor asimismo entre 1562 y 1564 de la espectacular decoración de la capilla mayor. Su bóveda, recubierta de grisallas antepuestas a un italianizante fondo que emula un brillante mosaico de teselas doradas, muestra una erudita contraposición de sibilas –en el tramo del presbiterio– y antepasados de Cristo y profetas –en el tramo poligonal–. La restauración ha permitido sacar a la luz asimismo las pinturas murales del cuerpo de luces, encaladas en fecha indeterminada y que sirven de complemento plástico e iconográfico a las anteriores.
Pinturas de la Capilla Mayor
La restauración ha devuelto el esplendor a una catedral bifronte en la que la fábrica medieval encuentra adecuado contrapunto en la luminosa transformación a que fue sometida durante el Renacimiento, que afectó a un buen número de capillas, muchas de ellas verdaderas joyas artísticas por sí mismas que siguen pendientes todavía de restauración. Un conjunto rico en matices, en el que el visitante podrá descubrir ventanales de alabastro pintados al aceite –en la capilla mayor y el transepto–, y en el que no faltan creaciones clasicistas como el monumental retablo mayor (hacia 1605-1614) ni tampoco espacios barrocos como la sugerente parroquia catedralicia de San Andrés (hacia 1700) o la capilla de los Dolores, cuyo retablo (1773) alberga una espectacular Piedad del escultor académico Francisco Gutiérrez.
La conferencia tuvo lugar en el Aula 35 del Edificio Central de la Universidad de Navarra