20 de junio de 2011
Ciclo de conferencias
CICLO DE SAN FERMÍN
Los Sanfermines de hace un siglo vistos por la revista "La Avalancha"
D. José Javier Azanza López.
Universidad de Navarra
Desde el instante mismo de su fundación en 1895, la revista ilustrada La Avalancha publicó un número extraordinario –o, como se decía en la época, de gala- con motivo de las fiestas de San Fermín, caracterizado por su mayor extensión y riqueza tipográfica. En su primer cuarto de siglo de vida –hasta 1920, período en el que hemos centrado nuestro estudio-, los contenidos de la revista y las imágenes que los acompañan –captadas por Julio Altadill, Roldán y Mena, Roldán e hijo, Emilio Pliego, Manuel Negrillos, Ubaldo Abete, Victorino Alfonso, Pedro Ledesma, Millán Mendía, José Martínez Berasáin o Aquilino García Deán, entre otros- nos permiten aproximarnos a la realidad sanferminera de aquella época, al plasmar los principales apartados de la fiesta que podemos agrupar en varias categorías:
El santo, el culto, la devoción. El número extraordinario de San Fermín abre siempre con un editorial que da la bienvenida a las fiestas, insiste en su naturaleza religiosa, e invoca la protección del santo patrón ante el laicismo que amenazaba a la sociedad. Junto al editorial se insertan diversas colaboraciones que giran en torno al santo, ya sea desde una perspectiva histórica, artística o devocional, que acostumbran a ilustrarse con imágenes de templos de especial significación para San Fermín: San Fermín de los Navarros de Madrid, Catedral de Amiens, San Fermín de Aldapa y, principalmente, San Lorenzo y Capilla de San Fermín, con la imagen del santo, templete, frontales de altar, relicarios, etc.
La Avalancha, 8-7-1899. Portada del número extraordinario de San Fermín
Los carteles de fiestas. La revista acostumbra a mostrar el correspondiente cartel de fiestas, acompañado de una breve reseña explicativa. Muestra verdadero entusiasmo por Javier Ciga, cuyos carteles reproduce y elogia desde el primero de 1908 hasta el último de 1920. También detectamos sin embargo la ausencia de algunos carteles, que parece justificarse por considerarlos ajenos al espíritu de las fiestas y poco decorosos en la plasmación de las figuras.
Las procesiones cívico-religiosas: las Vísperas y la procesión del santo. La Avalancha presta especial atención a las solemnes vísperas, que tenían lugar la tarde del 6 de julio, acto religioso que marcaba el inicio oficial de las fiestas y que quedaba realzado por la presencia del Ayuntamiento. Y también a la procesión del 7 de julio, principal acto religioso del programa, en la que se detiene en detalles del recorrido, protocolo y cortejo.
La magia de gigantes y cabezudos. Ya en aquel momento, gigantes y cabezudos eran una verdadera institución, presentes tanto en las procesiones religiosas como en el ambiente festivo, recorriendo las calles de la ciudad al son de las dulzainas. Las cuatro parejas de gigantes creadas en 1860 por el pintor y artesano Tadeo Amorena, se acompañaban de su cortejo de cabezudos, y de los kilikis y shaldiko-maldikos, los cuales perseguían a los chicos que los desafiaban a los gritos de “A… quí… kiliki…ki, con la verga no, con la vejiga sí”, y “A…na…Serona…na”. Al anterior cortejo se sumó puntualmente –año 1910- un invitado especial como fue el Gargantúa bilbaíno.
La Avalancha, 8-7-1895. Gigantes en la procesión de San Fermín.
Manuel Negrillos.
La música en las fiestas: los grandes conciertos matinales. Uno de los grandes espectáculos de las fiestas de San Fermín en las primeras décadas de siglo, hoy desaparecido. A las diez y cuarto de la mañana, comenzaban en el Teatro Principal –luego Gayarre- los conciertos matinales, organizados por la Sociedad Santa Cecilia y el Orfeón Pamplonés. El público asistente abarrotaba la sala, ocupando no sólo las butacas, sino cualquier rincón o escalera disponibles. Contribuían a su esplendor, además de las entidades mencionadas, músicos de renombre, como el pianista y compositor lumbierino Joaquín Larregla. Pero la apoteosis final quedaba reservada para un nombre propio, el de Pablo Sarasate, toda una institución de las fiestas de San Fermín hasta el momento de su muerte en 1908.
El universo taurino: encierros y corridas de toros. Los toros, uno de los platos fuertes de las fiestas de San Fermín, centran buena parte del interés de los artículos de la revista, que abordan básicamente tres aspectos: el paseo de pamploneses y forasteros, finalizadas las vísperas del 6 de julio, hasta el Sario o Soto del Sadar, para disfrutar de las estampa de los toros que habían de ser lidiados durantes las fiestas; el encierro, que daba principio cuando el reloj de la torre de San Cernin marcaba las seis de la mañana, acto único en España a juicio de los colaboradores de la revista; y las corridas de toros, espectáculo al que la afición en Pamplona resultaba innegable, al tenor de las soberbias entradas que presentaba el coso todas las tardes. Dos precisiones al respecto: primera, pese a la abundancia de reseñas taurinas, apenas hay imágenes de dicha temática, tan sólo algunas vistas de El Sario y una instantánea de uno de los encierros de 1916 en el tramo de Mercaderes, reproducida al año siguiente; segunda, no existe un pensamiento único en la valoración de las corridas de toros, donde encontramos partidarios y detractores de la fiesta nacional con argumentos que adquieren un siglo después plena actualidad.
La Avalancha, 6-7-1917. Encierro de los toros en las fiestas de San Fermín. José Martínez Berasáin.
Ferias y ganados por San Fermín. En este período el ferial de ganado se celebraba a las afueras de la ciudad, en los glacis de la puerta de San Nicolás. A la feria asistían tratantes –caracterizados por sus típicas blusas- y compradores –se insiste en el origen valenciano de muchos de ellos-, realizándose numerosas transacciones de compra-venta, principalmente de ganado caballar y vacuno. Tampoco faltaban a su cita las familias de gitanos, que ejercían una cierta labor de vigilancia en el recinto; y formaban parte igualmente de la estampa del ferial los aguaduchos, puestos de venta de agua con azucarillo y licores, donde feriantes y visitantes saciaban su sed.
Otras diversiones y escenarios de la fiesta. Destacan entre éstas el paseo por la calle Estafeta, en cuyas aceras se colocaban sillas para asistir a un selecto desfile que duraba desde la conclusión del concierto matinal hasta la hora de comer. El entretenimiento en la Plaza del Castillo, con música y bailes, paseo por el túnel luminoso, y disparo de fuegos artificiales al anochecer. La diversión de las barracas, instaladas en terrenos militares del Ensanche interior, donde se visitaban las casetas de tiro, las curiosidades científicas y las atracciones como el “toboggan”, de gran éxito en la época, y se asistía al circo, al teatro o a espectáculos de menor fuste, mientras se degustaban unos ricos churros comprados en las churrerías cercanas a la Ciudadela; incluso fue posible presenciar en este espacio urbano durante unos años concursos de “foot-ball”. Y, por último, los conciertos de música en los jardines de la Taconera, donde se instalaba igualmente la “kermesse”, una especie tómbola –antecedente de la actual de Cáritas- con fines benéficos destinados a la Casa de Misericordia de Pamplona.
En el anterior programa festivo se encuentran ausentes los dos actos con los que actualmente se abren y cierran las fiestas: el Chupinazo y el Pobre de mí, oficializados con posterioridad al período objeto de nuestro estudio. Con la colocación de la primera piedra del Nuevo Ensanche, el 29 de noviembre de 1920, Pamplona se abre a una nueva realidad urbana y social; tres años más tarde, el 6 de julio de 1923, llegaría procedente de París Ernest Hemingway, cuya contribución a la difusión universal de las fiestas resultará decisiva. Pero esos serán ya otros Sanfermines.
La Avalancha, 6-7-1909. Columpio, tobogán y otras diversiones en las fiestas de San Fermín. Aquilino García Deán.