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15 de febrero de 2012

Ciclo de conferencias

PAMPLONA Y SAN SATURNINO

El burgo de San Cernin en la Edad Media

D. José Luis Molins Mugueta.
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

En los primeros años del siglo XI Pamplona se encontraba notablemente despoblada. Sancho III el Mayor fomentó el resurgimiento de la ciudad, por entonces únicamente conformada por su núcleo originario -más tarde llamado Navarrería-, heredero histórico de la vieja ciudad romana. Típica sede episcopal, estaba habitada por labradores y dependientes de la catedral, alrededor de la cual se apiñaba el caserío. En torno a los años 1090 y 1100 se registra un intenso movimiento repoblador. Nace entonces el Burgo de San Cernin, en el llano de la parte orientada hacia Barañain, que se verá poblado por artesanos y mercaderes francos. Casi simultáneamente surge la Población de San Nicolás, aunque el Burgo siempre pretendió una mayor antigüedad sobre ella. En este proceso es necesario considerar la figura del obispo Pedro de Roda, también llamado Pedro de Anduque o Pedro de Rodez, al frente de la diócesis pamplonesa entre 1083 y 1115. Culto, piadoso y dinámico, fue promotor de la catedral románica, reformador del cabildo e introductor del rito romano en la liturgia. Devoto de San Saturnino (en 1096 asistió al papa Urbano II en la consagración de la basílica de Saint-Cernin de Toulouse), donó al cabildo tolosano la entonces pequeña iglesia que, con la advocación de aquel santo, existía en Artajona. Durante el pontificado del obispo Pedro en Pamplona está documentada su labor repobladora, tanto en la Navarrería, como en el Burgo y en la Población. La realidad humana y social antecede a su regulación legal; y así, los pobladores francos que en las postrimerías del siglo XI venían estableciéndose de hecho en la planicie a poniente del núcleo urbano catedralicio, en 1129 obtuvieron del rey Alfonso I el fuero de Jaca, que les reconocía numerosos derechos. Desde el punto de vista urbanístico el plano del Burgo de San Cernin presenta varios aspectos a considerar; en primer término, la clara diferenciación si se le compara tanto con la veterana Ciudad episcopal como con la nueva Población de San Nicolás, como avalan los estudios de J.M. Lacarra, J. Caro Baroja y J.J. Martinena. La trama de la primera se articula con referencia a dos vías principales, perpendiculares -el kardo y el decumanus-, propios de las fundaciones romanas. El plano de la Población de San Nicolás, por su parte, se ajusta a las bastidas conocidas, dentro de la serie aquitano-pirenaica; e incluso se adelanta a modelos ingleses posteriores. 


Fuero del Burgo concedido por Alfonso el Batallador en 1129

Fuero del Burgo concedido por Alfonso el Batallador en 1129 
(Pseudo original del s.XIII. Archivo Municipal Pamplona)

 

En lo que respecta al Burgo, el plano se adapta a un continente preconcebido, de trazado hexagonal, que encierra el trazado de las calles, y que parece responder a una imagen plástica y simbólica, al modo en que Vitruvio, por ejemplo, concebía el plano, en su caso octogonal, ajustado a la rosa de los vientos. El plano del Burgo corresponde a una concepción de ciudad ideal, que podemos denominar románica. Potentemente fortificado -en algunos tramos con doble muralla, atestiguada en recientes excavaciones-, su eje principal (la calle Mayor de los Cambios, en realidad un tramo del preexistente Camino de Santiago) culmina en los extremos con dos potentes torres defensivas: la Galea, junto a la Portalapea y próxima a la iglesia de San Saturnino; y la de San Llorent, inmediata al templo parroquial de San Lorenzo. El carácter murado del Burgo queda patente en la representación cérea de su sello documental, que recoge la característica media luna y estrella, dentro de un circuito defensivo, figurado con cuatro torres.


Sello céreo del Burgo de San Cernin. Documento de 1294

Sello céreo del Burgo de San Cernin. Documento de 1294 
(Archivo Municipal de Pamplona)

 

Los habitantes del Burgo fueron gentes francesas procedentes de la ciudad de Cahors, expulsados por el rey capeto Felipe I, al decir del Príncipe de Viana. Sus ocupaciones fueron las propias de artesanos, mercaderes y cambistas. Estos cambistas extendían sus actividades comerciales más allá de las fronteras del Reino, acumulando grandes fortunas con el consiguiente acopio de poder político. Los artesanos potenciaron en hora temprana los gremios profesionales. Todos se mostraban impermeables a la penetración de personas de diferente condición social, fueran villanos, nobles, clérigos o simplemente navarros. Aunque, dada la escasez de brazos para las tareas del campo, mediado o a finales del siglo XIII acordaron traer a su barrio elemento labrador. Para cobijar a estos labradores determinaron la construcción de viviendas en la Pobla Nova del Mercat, área hoy día ocupada por el convento de Carmelitas Descalzos y por la plaza de de Virgen de la O, que se venía usando como mercado público. Esta presencia de indígenas navarros determinaría la construcción de la primitiva iglesia gótica de San Lorenzo, para su atención espiritual. A J. Carrasco se deben estudios sobre la población navarra en la Edad Media. En su investigación acredita que en 1366 había un total de 452 fuegos en el Burgo de San Cernin; 350 en la Población de San Nicolas; y 166 en la Navarrería. De los 918 fuegos u hogares de la conurbación pamplonesa (convengamos unos 4.590 habitantes) casi la mitad corresponden al Burgo y una quinta parte a la Navarrería, lo que certifica la manifiesta inferioridad de la Ciudad, a pesar de sus títulos históricos. Esta superioridad absoluta del Burgo en número de habitantes se mantendrá a lo largo del tiempo, con los altibajos debidos a enfermedades, guerras y circunstancias varias, que, por lo demás, también afectaron a los otros núcleos poblacionales. Desde el principio en el Burgo fue tomando auge un cuerpo de notables, los bons omes, representación genuina del vecindario. Para la administración y gobierno del incipiente municipio se estableció una corporación conformada por doce jurados (iurati o iuratz) elegidos de entre aquellos bons omes, para desempeñar el cargo durante un año. El procedimiento de acceso era la cooptación; es decir, que los cesantes elegían a los nuevos, en un panorama de monopolio de poder por parte de un círculo de familias. Contaban con Casa de Jureria para las reuniones. El alcalde administraba jus­ticia y el amirat (almirante) la ejecutaba; ambos era funcionarios dependientes del obispo, su señor. De los intereses económicos del rey y del obispo se ocupaban claveros o bailes. Hace unos años la publicación, por A.J. Martín Duque, de unas cuentas correspondientes al año 1244 reveló interesantes aspectos de la sociedad y administración del Burgo. Se trata de la contabilidad correspondiente al final de un ejercicio anual, que los jurados salientes presentan a los entrantes para su aproba­ción. Por su temprana fecha, en Europa sólo es comparable a un documento similar relativo a Tournai, en el periodo 1240-1243. Con frecuencia los burgueses redactan sus documentos en lengua occitana, que es una koiné romance utilizada al sur del Loira y presente en ambas vertientes del Pirineo, sobre todo en los siglos XI, XII y XIII. En el último cuarto del siglo XII ya funcionaba una administración escrita de los asuntos de interés común. Un diploma datado en agosto de 1180 y conservado en el Archivo Municipal de Pamplona alude a la carta burgensium, especie de registro de los pobladores de San Cernin, con expresión de sus derechos de ciudadanía, plenos o restringidos. El mismo documento recoge la relación de profesiones vetadas por los del Burgo a los que no fueran de su mismo origen franco. Conocido es el panorama de conflictividad y guerra que presenta la relación de los núcleos poblacionales pamploneses a lo largo de la Edad Media. Cada una de las entidades se constituyó en municipio con personalidad propia, con sus concejos y jurados, su alcalde -con funciones judiciales- y el oficial representante del obispo, señor de la ciudad, que en el Burgo y en la Población se denominaba amirat y en la Navarrería, preboste. Las tres se encuentran potentemente fortificadas y la convivencia cotidiana se hace difícil entre sus habitantes, máxime teniendo en cuenta su distinto estatus jurídico, sus diferencias socio-económicas y el diverso origen étnico (franco, en el Burgo; indígena, en la Navarrería; y mixto, en la Población). Factores a los que deben sumarse las prerrogativas de que gozaba el Burgo y la paulatina debilitación de la autoridad episcopal, que se corresponde con el aumento del poder regio. Como piedras de la discordia sobre las que se armó el tinglado secular de odios, incendios y pleitos, dos cuestiones: en primer lugar, la tierra de nadie, comprendida entre el muro viejo de Santa Cecilia, en la Navarrería, y la barbacana del Burgo, terreno otorgado a la Ciudad por Sancho el Sabio en 1189. Y segundo, la disposición contenida en el documento del Batallador (interpolada o no, pero siempre invocada por los burgueses y por tanto, eficazmente negativa para la paz social) que dice: Et nullos homines de altera populatione non faciant murum, neque turrim, neque fortalezam aliquam contra ista populatione; y en caso de que la hagan, manda que los burgueses non dimitant illos facere, sino que resis­ant quantum potuerint. Las bases del conflicto estaban servidas: a enfrentamientos, choques y tensiones suceden treguas precarias. En 1222 la lucha cruenta del Burgo contra la Población y la Ciudad culmina con el incendio de la primera y la quema de su iglesia de San Nicolás, con la muerte de muchos inocentes en su interior. Se siguen disposiciones reales no siempre acertadas y ni siquiera imparciales. En 1266 la Navarrería y los tres burgos (en ese momento a los de San Cernin y San Nicolás hay que sumar el de San Miguel, de breve trayectoria histórica) se comprometen a vivir en paz y armonia, concordia que resultó anulada en 1274 por Enrique I. En 1276 los de la Navarrería, acicateados por el obispo, el ca­bildo y algunos nobles, se declararon en rebeldía contra la reina Juana, negándose a aceptar la sucesión de la dinastía capeta sobre el trono navarro. El Burgo y la Población se unieron contra ellos y el gobernador hizo venir un ejército francés que arrasó la Navarrería y con ella, el Burgo de San Miguel y la Judería. La destrucción fue de tal magnitud que durante los cuarenta años siguientes se pudo sembrar y recoger trigo en lo que habían sido calles y solares de casas. Tan sólo se salvó la catedral y sus construcciones anexas, pagando el precio de un bárbaro saqueo. De aquellos sucesos queda como crónica el relato, en verso occitano, de Guillaume Anelier de Toulouse, titulado Histoire de la guerre de la Navarre en 1276 et 1277. 

El Burgo, la Navarrería y la Población de San Nicolás, según Jean Passini

El Burgo, la Navarrería y la Población de San Nicolás, según Jean Passini
(En trazo negro, la calle Mayor -de los Cambios-, coincidente con el Camino de Santiago)

 

Destruida la Navarrería, en 1287 los del Burgo y la Población se unieron en un único municipio y trataron de atribuirse el título de Ciudad, una pretensión que fue impugnada por la mitra. En 1308 persistía la ruina y Luis el Hutin autorizó a los canteros a tomar la piedra de la arrasada Navarrería para utilizarla en la edificación del castillo que se construía por entonces en el prado del Chapitel. En 1319 el obispo Arnalt de Barbazán cedió al rey Felipe el Luengo el dominio de la ciudad, con todos los derechos económicos inherentes, a cambio de una renta compensatoria en dinero y de retener algunas propiedades. El rey se comprometió a reconstruir la Navarrería y las obras comenzaron de inmediato, incluso con ocupación de los terrenos anteriormente polémicos, situados entre Santa Cecilia y el Burgo de San Cernin. En 1324 Carlos el Calvo concedió el privilegio de repoblación, fijando las aportaciones censales de los vecinos, por calles y en tres categorías. Se autorizó el cerramiento de la Navarrería tras un potente muro, obra que se acabó avanzado el siglo XIV. En la zona actual de la calle de la Merced y plaza de Santa María la Real se reconstruyó la Judería, con su sinagoga. Aunque el Burgo y la Población continuaban unidos, no faltaron continuos pleitos cuya relación aquí sería prolija. El año 1422, con motivo de la visita del Príncipe de Viana a Pamplona, se produjeron serios altercados entre las tres poblaciones por cuestiones de preeminencia y protocolo, que llevaron al rey Carlos III el Noble a unificar en una sola ciudad, un solo ayuntamiento y un único término y jurisdicción, a la Navarrería junto con el Burgo y San Nicolás. Para ello convino con las Cortes que las antiguas entidades nombraran procuradores para debatir el asunto. Así se convino el Privilegio de la Unión, sancionado y promulgado por Carlos III el día 8 de septiembre de 1423, en la festividad mariana de la Natividad de la Virgen. Por este documento se superan legalmente las disensiones anteriores y se sientan las bases de la concordia vecinal; tantas veces rota por odios fratricidas en los siglos anteriores. En él se especifica minuciosamente la organización interna de la nueva Muy Noble Ciudat a la que se asigna como estatuto jurídico común el Fuero General; y se le concede escudo de armas, un león de plata pasante sobre campo de azur, surmontado de una corona real y rodeado de las cadenas de Navarra, significando que Pamplona y su catedral de Santa María son el lugar determinado para la coronación de los reyes. La nueva Ciudad contará con un único alcalde o juez ordinario y un solo justicia, sustituyendo incluso en la denominación a los antiguos almirantes y preboste. El sistema previsto fue código eficiente para su funcionamiento hasta 1836. La importancia demográfica y social del antiguo Burgo de San Saturnino quedó reconocida en el Privilegio. De los diez jurados previstos en el nuevo estatuto del municipio unificado, cinco corresponden a su circunscripción (tres a San Nicolas y dos a la Navarrería). El regidor cabo del Burgo presidirá las sesiones, se sentará como cap de banc preeminente y encabezará en lugar distinguido los actos protocolarios, salvo la asistencia del alcalde. La construcción de la Casa de Juraría o Consistorial en terreno de nadie, en medio de las tres poblaciones, simboliza el espíritu unificador del docu­mento. La creación de vínculos de amistad, familia o interés y la unificación urbanística serán cuestión de tiempo.