11 de diciembre de 2012
Conferencias
CICLO DE NAVIDAD
El simbolismo en el belén tradicional español
D. Ángel Peña Martín. Historiador.
Asociación de Belenistas de Madrid
Los pastores son de barro, /
de barro los Reyes son, /
los arroyuelos de vidrio, /
las montañas de cartón. /
Una estrella de oricalco /
en un alambre temblón, /
sobre el portal, del lucero /
celeste imita el temblor. En torno las gentes cantan /
los villancicos al son /
de panderos y zambombas /
porque ha nacido el Señor.
Manuel Machado en el poema Ante el Nacimiento nos ofrece una de las mejores descripciones de un Nacimiento tradicional español del siglo XIX, en el que tan presente estaba el lenguaje de los símbolos, hoy prácticamente perdido, en aras de lograr una representación lo más realista posible, olvidando que los nacimientos no se concebían como reflejo de una realidad, sino como expresión de una idea, la de mostrar la presencia de Dios entre los hombres.
A mediados del siglo XIX, el jaleo de armar el Nacimiento comenzaba en las casas acomodadas, al menos de Madrid, el día de la Virgen de la O, el dieciocho de diciembre. Nacimiento que se conservaba de un año para otro guardado en unos cajones, cuya apertura era una ceremonia casi litúrgica, en la que, reunida toda la familia, se desempaquetaban las figuras envueltas en papel de periódico, cuidadosamente acolchadas entre virutas y serrín. Abiertas las cajas, se desdeñaba lo inservible, se recomponía lo que podía ser aún utilizable, gracias a una hábil pegadura de cola o a una mano discreta de color, y se hacía la lista de las cosas a comprar, con la que se visitaba, también en familia, las tradicionales ferias. Como las casillas de los nacimientos del embovedado del Genil en Granada o la feria que se celebraba en el Barranco de Sevilla, a la orilla del Guadalquivir. En Madrid se acudía al bazar de los Nacimientos, o lo que es lo mismo, la Plaza de Santa Cruz, donde junto a los numerosos tinglados de figuras, procedentes de todo el país, se podían encontrar gran cantidad de nacimientos en cartón, papel, madera, corcho y barro. Junto a éstos, otros puestos ofrecían, para el paisaje del Nacimiento, pellones de musgo, brazadas de heno, ramos de laurel, de carrasacas y troncos de pino. En Santa Cruz también se podía conseguir el tradicional peñasco nevado, que surcaban sendas de arena menuda, por las que descendían los pastores con sus ofrendas y los Reyes Magos a caballo, seguidos de su cortejo, en dirección al portal de Belén. En los de más lujo, solía figurar el molino de viento, cuyas aspas giraban, así como la fuente con juegos de agua.
En provincias, se acudía, con la misma ilusión, a improvisados tenderetes, hileros y, especialmente, traperos, que cambiaban sus figuras por los trapos inservibles de las casas, que luego serían enviados a los telares regeneradores de tejidos, así como pieles de conejos.
Figuras que, desde mediados del siglo XIX, salieron de los talleres artesanales murcianos, granadinos, malagueños, gaditanos y mallorquines, que, para poder subsistir durante el resto del año, se dedicaban también a la realización de figuras costumbristas, suertes del toreo y lances de la lidia, así como santos, imágenes del Niños Jesús, etc.
De vuelta a casa, ya con todos los elementos necesarios, empezaba, por fin, la construcción del Nacimiento, un agreste paisaje de papel de estraza, peñas de corcho, casas de corcho y cartón, ríos de cristal y, saliendo de entre los montes, la gran estrella con su larga cola que había de servir de guía a los Reyes Magos. Y ante las casas y por las cuestas, las figuras de los pastores, del mismo tamaño en el primer término que en la cima de los lejanos montes y con el mismo atuendo rural por el serrín de los nacimientos que sobre los caminos de nuestra tierra. Este anacronismo en la indumentaria, sería duramente atacado en los años cincuenta del siglo XX, olvidando que este pueblo de barro, que en procesión viene y va, se dirige al recién nacido, para rendirle, con sus ofrendas, el sagrado tributo de su fe.
Además de mostrar los más variados tipos populares, el Nacimiento tradicional español contaba con una serie de escenas basadas en la fusión de los evangelios de San Mateo y de San Lucas, que constituían un relato continuo en el que sus actores principales, la Virgen María y San José, a los que se sumaría el Niño Jesús, aparecían constantemente y de forma simultánea. De este modo, los podíamos ver en la anunciación del arcángel San Gabriel a la Virgen María, el sueño y la duda de San José, la visitación de la Virgen María a su prima Santa Isabel, la petición de posada, el Nacimiento, el anuncio a los pastores, la venida de los Reyes Magos desde Oriente, la huída a Egipto de la Sagrada Familia, la degollación de los Santos Inocentes y el taller de la Sagrada Familia en Nazaret.
Esperando la llegada del Mesías, en este mundo simbólico, se encontraban las figuras de los ermitaños, como representación de la soledad del nacimiento del Hijo de Dios en el portal de Belén, entendido como un desierto simbólico, lejos de la sociedad. Niño Jesús que se disponía en una cuna, en cuyo respaldo se mostraba la gloria divina, a través de una nube plateada calada por un haz de rayos dorados, a quien la Virgen María y San José, arrodillados y orantes, adoraban.
Terminados de armar los nacimientos, se empezaban a recibir las invitaciones para su visita, cuyas luces, velas de colores del grueso de las figuras dispuestas en los caminos, estaban encendidas desde el anochecer hasta las ocho, hora de la cena.
Altarcicos de pascuas que eran el lugar de reunión de las familias durante la Navidad. Llegada la Nochebuena, se cenaba en familia en torno al Nacimiento, ante el que se cantaban villancicos. Piadoso simulacro que, lejos de ser un mero adorno navideño, era objeto de numerosas costumbres, que hacían que éste fuera el centro de atención durante todas las fiestas. Entre estas tradiciones, se encuentra la retirada de la imagen del Niño Jesús el día de los Santos Inocentes, para evitar que cayese en manos de Herodes; acercar lentamente, día a día, las figuras de los Reyes Magos desde el castillo de Herodes al portal de Belén, así como la colocación, en el caballo de uno de los Reyes, de unas pequeñas alforjas de tela con las cartas a los Reyes Magos, en las que se depositaban las peticiones de la familia.
Con el fin de las fiestas, el seis de enero, la ceremonia de desmontar y guardar el Nacimiento revestía caracteres tan rituales y cuidadosos como la de su retorno al mundo visual. Sin embargo, algunos niños deseaban que, durante el invierno, esos pastores de barro, portadores de valores de fe, se convirtiesen en sus compañeros de juegos. Por el contrario, sus familias querían que el ciclo se cerrase con arreglo a las fechas canónicas y que, por lo tanto, las figuras se guardasen protocolariamente, para que, tras once meses de letargo, volviesen a despertar para ser colocadas en los mismos lugares que el año anterior, donde habrían de estar también al año siguiente, si Dios quería.
Manuel Picolo. Los preparativos. Grabado. Reproducido en La Ilustracion Española y Americana. Madrid, 15 de diciembre de 1891
Misterio. Taller murciano. Segunda mitad del siglo XIX. Barro cocido y policromado
Nacimiento. Autor desconocido. Comienzos del siglo XX