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17 de octubre de 2012

Ciclo de conferencias

EN TORNO A LA EXPOSICIÓN OCCIDENS. DESCUBRE LOS ORÍGENES

Los siglos del Renacimiento y Barroco: Arte, fiesta y poder

D. Ricardo Fernández Gracia
Cátedra de Patrimonio y Arte navarro

La catedral gótica de Pamplona, al igual que otros templos de su categoría, se fue enriqueciendo a lo largo de los siglos del Antiguo Régimen con importantes conjuntos de dependencias, retablos, vidrieras, colgaduras y otras piezas de amueblamiento litúrgico, como púlpitos, sillería coral y órganos. El espacio interior del templo vino a conformarse, poco después de su finalización, hacia 1501, con el encargo de una magnífica sillería para el coro (1539-1541), pensada en todo momento para colocarse en la nave central, así como con el retablo mayor a fines de la centuria (1597) en la capilla mayor. Si bien a mediados de la centuria siguiente se realizaron algunos retablos destinados a la capilla del obispo Prudencio de Sandoval y para la capilla Barbazana, sería en los últimos años del siglo XVII cuando se procedió a la barroquización del interior de las naves góticas, con la construcción de la práctica totalidad de sus retablos acordes con el estilo decorativo y castizo imperante. Los muros de capillas y girola quedaron animados por los ricos oros de las mazonerías de grandes arquitecturas en madera. Si en la catedral de Santiago de Compostela hubo un canónigo responsable de la transformación de su interior en la segunda mitad del siglo XVII, el conocido don José de Vega y Berdugo, en la capital navarra, también encontramos a un prebendado que tuvo un papel similar, concretamente don Diego Echarren, que, como veremos, ocupó el priorato entre 1682 y 1707. El ejemplo del prior lo siguieron otros canónigos y dignidades, así como algunas cofradías y el mismo cabildo. A los retablos se debían añadir las ricas colecciones de colgaduras con las que se tapizaban los escasos muros pétreos que quedaban limpios, en las múltiples festividades del año, en consonancia con los distintos momentos litúrgicos del año.

El siglo XVIII estaría marcado sobre todo por la construcción y reforma de gran parte de sus estancias, destacando la sala capitular, la reforma de la sacristía y la fábrica de la impresionante biblioteca.

Todo ese plan de obras estaba en relación íntima con la Reforma católica y unos determinados cultos a la Eucaristía, a la Virgen y a los nuevos modelos de santidad, y tomaban un especial significado en determinados momentos ordinarios y extraordinarios, con motivo de fiestas litúrgicas, o ligadas a la ciudad y al Reino. 

Por lo que respecta a las fiestas, las novedades también se iban a dejar notar con los nuevos tiempos de la Contrarreforma, en que las necesidades eran otras y los modelos de santidad también. Entre 1605 y 1643 fue fiesta de precepto el día del Ángel de la Guarda, por disposición episcopal. Más tarde vendría el pleito del copatronato entre los partidarios de San Francisco Javier y San Fermín. La seo pamplonesa junto al regimiento de la ciudad fueron los abanderados de la causa de San Fermín, hasta el Breve de Alejandro VII que declaró a ambos patroni aeque principales, en 1657.

Acontecimientos de índole religiosa, pero también ligados a la monarquía hispánica tuvieron como escenario el interior de la catedral. Juramentos de príncipes, proclamaciones, exequias y rogativas por distintos motivos, solicitadas por Austrias y Borbones, se celebraban en el primer templo diocesano. Entre las grandes fiestas religiosas debemos de mencionar la ratificación del patronato de San Francisco Javier por parte de las Cortes en 1624 y el voto inmaculista de las instituciones del reino en 1621, amén de un sinnúmero de rogativas con las imágenes de San Fermín o la Virgen del Sagrario que solicitaba el ayuntamiento y organizaba el cabildo, no sin fricciones, desencuentros con otras instituciones civiles y eclesiásticas y frecuentes pleitos por preferencias y precedencias, tan usuales en la sociedad del Antiguo Régimen. 

Todas aquellas fiestas se rodeaban de un aparato retórico sin igual. El interior del templo se “colgaba”, es decir, se revestía de colgaduras, tapices y reposteros adecuados al motivo de la celebración, reservando los de mayor pompa y riqueza para fiestas de gozo y los de color negro para las celebraciones de luto. En estas últimas, en torno al catafalco o capelardente, se exhibían unos grandes papelones con emblemas, propios de una cultura simbólica, en la que muchos no sabían leer, pero podían ejercitar su imaginación y agudeza al tratar de descifrar sus contenidos.

Como es sabido, toda fiesta, también la religiosa, es un fenómeno dinámico: sus tradiciones se mantienen, se pierden, reaparecen o se crean con el paso de los años. En su seno, se producen continuos cambios, y posee conexión con el pasado y con el futuro. En general, y aparentemente, las fiestas se han secularizado y se han vuelto más lúdicas, espectaculares y menos rituales.

Esta se inicia con la creación del primer hombre y prosigue en los cuatro capiteles que representan diversos episodios del Génesis hasta la Torre de Babel, cuya construcción presenta una imagen de la vida cotidiana. El tema de Job, prefigura de la Pasión de Cristo, en otros dos capiteles, nos permite enlazar el Antiguo Testamento con el ciclo de la Pasión representado en las puertas del Refectorio -que incluye un programa de exaltación eucarística-y del Arcedianato en el ángulo suroeste. Excepcional interés iconográfico ofrece la Puerta del Amparo que representa la Koimesis en el tímpano y una bellísima imagen de la Virgen y el Niño en el parteluz, ambos coronados, y acompañados de otras escenas, entre ellas una Anunciación y el episodio de la caída de Adán y Eva, que sirvieron a los teólogos medievales para explicar las razones de este singular privilegio mariano. Finalmente, la ultima gran portada del claustro, llamada la Puerta Preciosa, en el lado meridional, desarrolla el ciclo de la muerte y Coronación de la Virgen. Sin duda la repetición del salmo:” pretiosa est in conspectu Domini, mors sanctorum eius”que acompañaba la lectura de la Pretiosa o el martirologio que los canónigos de la Catedral hacían a diario en la sala capitular, cuya puerta debían atravesar para acceder a ella, ha podido motivar su programa iconográfico. Ello explicaría también la serie de martirios de santos que se representan en las claves de las bóvedas de los tramos contiguos. Otra devoción que el cabildo debía cumplir, según decreto de los obispos, era la procesión nocturna después de Completas desde el coro a la capilla de Jesucristo que incluía, entre otras, dos paradas estacionales en el claustro, una ante el grupo de la Epifanía en el ángulo nordeste y otra, ante las efigies de San Pedro y de San Pablo situadas en la puerta de la capilla Barbazana. Los documentos de la Catedral nos han permitido conocer las antífonas y oraciones que los canónigos rezaban ante estas imágenes.
 

Aclamaciones festivas, y alegres demonstraciones que hizo la Muy Noble, y Muy Leal Ciudad de Pamplona cabeza del Reyno de Navarra, en la entrada de Nuestra Señora Doña Mariana de Neoburg

Aclamaciones festivas, y alegres demonstraciones que hizo la Muy Noble, y Muy Leal Ciudad de Pamplona cabeza del Reyno de Navarra, en la entrada de Nuestra Señora Doña Mariana de Neoburg, Pamplona, 1738

Proyecto para la fachada de la catedral de Pamplona del maestro de obras Vicente de Arizu

Proyecto para la fachada de la catedral de Pamplona del maestro de obras Vicente de Arizu. 1766.