29 de octubre de 2013
Ciclo de conferencias
Diego Díaz del Valle: un pintor de Cascante en el Siglo de las Luces
D. Ricardo Fernández Gracia.
Cátedra de Patrimonio y Arte navarro
En 1740 nació en Cascante Diego Millán Díaz del Valle, hijo del también pintor vitoriano Ignacio Díaz del Valle y de su segunda mujer, la cascantina Teresa Condón Falces, con quien había contraído segundas nupcias en 1739. Ignacio trabajó para el santuario del Romero y para el ayuntamiento de Cascante cuando Diego era niño.
Diego contrajo matrimonio muy joven, con dieciocho años, en 1758, con una vecina de Huarte-Pamplona llamada María Francisca Ardáiz Anocíbar. Del matrimonio nacieron al menos dos hijas llamadas María Joaquina y Tadea. En 1803 quedó viudo y se casó a los dos años, en 1805, con María Teresa de Etorralde y Organvidea, natural de Ordax, constando en la partida correspondiente como “profesor de pintura”. Falleció en 1817 en Viana, según noticia recogida por Altadill.
La personalidad artística de Díaz del Valle resulta discreta pero realmente desbordante en cuanto a dispersión geográfica a lo largo de toda la geografía foral. La razón hay que buscarla, sin duda a que fue el único de los pintores de caballete afincados en Navarra durante el último tercio del siglo XVIII. Desde su localidad natal de Cascante trabajó para los franciscanos de Olite, la colegiata de Borja, la basílica de la Purísima Concepción de Cintruénigo, el convento de Carmelitas Descalzas de Araceli en Corella, el monasterio de Fitero y numerosas parroquias navarras, argonesas y riojanas. En la parroquia de la Asunción de Liédena se encuentra su última obra, un lienzo de San Bartolomé ejecutado en 1817, cuando contaba con 76 años.
Diego Díaz del Valle
El Papa Nicolás V encuentra el cuerpo de San Francisco
Convento de Franciscanos de Olite
Sus pinturas no destacan por su calidad, si bien el ejercicio de su profesión en pleno Siglo de las Luces, le llevó a leer a Vitruvio, Carducho o Alberti y a manejar la Iconología de Cesare Ripa, tal y como pone de manifiesto en algunos escritos que dejó y fueron publicados después de su muerte.
Junto a la pintura de caballete con imágenes devotas, realizó monumentos de los denominados de perspectiva, entre los que destacaron los de las parroquias de Cintruénigo (1768) y la Asunción de Cascante, contratado en 1782, y el de la catedral de Tudela que serviría como modelo del anterior. Asimismo se hizo cargo de grandes conjuntos de pintura en Olite, Fitero y otras localicades, destacando por encima de todo este capítulo el conjunto de la capilla del Cristo de la Columna de Cascante (1798-1799), para el que hizo una explicación exhaustiva. Del rico conjunto alegórico de pinturas que se describen en su publicación no se conservan mas que los dos grandes lienzos que representan el Prendimiento y el Ecce Homo. Al respecto, hay que hacer notar que en su día, antes de cubrir gran parte de las pinturas, era uno de los grandes conjuntos de pintura alegórica de la Comunidad Foral.
Diego Díaz del Valle
Retrato de Felipe V
Sacristía nueva. Catedral de Tudela
Al margen de los encargos meramente religiosos, también se especializó en galerías de retratos de dudosa calidad, como la de los reyes de Navarra ejecutada para el ayuntamiento de Pamplona (1797), retratos regios aislados para el regimiento de Tudela, como el retrato de Carlos III firmado en 1797 y siete lienzos en la sacristía nueva de la catedral de Tudela (1783), en los que se representó a diversos benefactores, reyes, religiosos e intelectuales, que con sus acciones elevaron el rango de la misma de colegial a catedral. Allí encontramos a Campomanes, la mejor pintura de la galería, firmada por Alejandro Carnicero, junto a la obra de Díaz del Valle: cinco reyes, dos privativos de Navarra y tres de España: Alfonso el Batallador, liberador de la ciudad del yugo musulmán, Sancho el Fuerte, considerado como el mecenas de la fábrica material del templo y Felipe II, Felipe V y Carlos III, por sus gestiones para conseguir la dignidad catedralicia para aquella iglesia. Un último lienzo de 1797 representa al primer obispo de Tudela. Por las mismas fechas realizaría una galería de retratos, hoy desaparecida, para el marqués de San Adrián. A comienzos del siglo XIX, -1816- retrató en un gran cuadro a toda la comunidad de religiosas carmelitas descalzas de Araceli de Corella.
Diego Díaz del Valle
Retrato de Felipe V
Casa Consistorial de Pamplona
No desdeñó Díaz del Valle el diseño arquitectónico, como lo prueban algunos dibujos que publicó José Luis Molins en relación con la remodelación de la capilla de San Fermín y otros que se conservan en el Archivo Municipal de Pamplona para diversos lugares del interior del Ayuntamiento. Asimismo realizó algunos proyectos para retablos de corte neoclásico y otros en aras a la remodelación de retablos barrocos, como el de la Colegiata de Borja, firmado junto al escultor italiano Santiago Marsili. Por último, también se enfrentó a otro tipo de encargos artísticos como el grabado devocional.
Diego Díaz del Valle
Diseño para la capilla de San Fermín de Pamplona
De su labor intelectual e incluso su formación académica, propia de un maestro de aquellos momentos que se intitulaba como profesor de pintura, nos da cuenta la explicación que dejó escrita sobre el conjunto en el que plasmó todo su saber y entender destinado a la decoración de la capilla del Cristo de la Columna de Cascante, en lo que podríamos denominar como “el artista explica su obra”, en donde afirma: “No es posible que todos los que llegan a ver las preciosidades que inventó el arte en los primores de la pintura, puedan penetrar las ideas de un profesor en la decoración de sus obras. Aquéllas deben apropiarse al asunto u objeto de éstas, y éstas ejecutarse en sitio proporcionado para la expresión acomodada de aquéllas, como previenen Vitruvio, el docto Leon Bautista Alberti y el famoso Vicencio Carducho. Pero, ¿qué sucede en este género de obras? Ejecutadas por un profesor con el mayor esmero, a costa de desvelos y estudio, y con atención escrupulosa a las reglas de su facultad, los más idiotas se creen autorizados para juzgar de su proporción, de su propiedad en las ideas, del gusto en los adornos, y no pocos las critican a su antojo: pero raros entienden lo mismo que ven, y casi todos censuran a su arbitrio. En la digna ponderación de los en esto pasa, desde luego recuso por jueces a los que, sin más regla que sus caprichos, su gusto sin elección y su ninguna aptitud para graduar las delicadezas de un pincel, sólo merecen el desprecio en sus censuras; y quiero sólo atender a una idea sencilla de las que he tenido en la disposición de los adornos de la capilla del Santísimo Cristo de la Columna, y de cada una de sus partes, para inteligencia de aquellos que, con intención sana y devota, desean saber cual sea el significado de las varias figuras que la hermosean.
Sin esa explicación clara la registrarían sin luz: y sin esta luz, no sólo no podrían elevar su imaginación a lo figurado, pero aún muchos concebirían unas ideas muy materiales (por decirlo así) y ajenas de la razón y de la fe”.