6 de marzo de 2013
Ciclo de conferencias
ARQUITECTURA SEÑORIAL Y PALACIAL DE PAMPLONA
El Palacio episcopal de Pamplona
D. José Luis Molins Mugueta.
Cátedra de Patrimonio y Arte navarro
Antecedentes históricos
La existencia documentalmente probada de la diócesis pamplonesa se remonta al año 589, fecha de celebración del tercer Concilio de Toledo, en que consta la presencia del obispo Liliolo -episcopus pampilonensis- como suscribiente de las actas. Es conocida la existencia de una primitiva catedral prerrománica, que resultó arrasada prácticamente en totalidad a consecuencia de las razzias musulmanas, especialmente la emprendida por Abderramán III en 924. A Sancho III el Mayor (1004-1035), en su etapa final de reinado, se debe la restauración de la diócesis, a la que seguirían, en sucesivos momentos de los siglos XI y XII, las construcciones de la seo y dependencias anexas románicas. Y así, más allá del claustro gótico, tras rebasar su puerta Preciosa, en el extremo sureste del conjunto catedralicio actual, se localiza hoy un pequeño templo y vestigios de la residencia episcopal aledaña: ambos, capilla y palacio románicos, fueron conocidos como de San Jesucristo.
En 1198 Sancho el Fuerte hizo donación al obispo don García Fernández del palacio de su propiedad, construido en torno a 1189 por su padre, Sancho VI el Sabio, y situado en un extremo de la Navarrería. Bajo la advocación de San Pedro, a lo largo de la Edad Media la titularidad del edificio, -ampliamente transformado hoy en sede del Archivo General de Navarra-, fue ocasión de litigios y tensiones entre la mitra y la corona, pasando sucesivamente de una a otra jurisdicción. En 1255 el obispo Ramírez de Gazólaz convino la entrega del palacio al patrimonio real, acuerdo anulado cuatro años más tarde por el papa Alejandro IV. Cuando en 1319 el obispado cedió el señorío temporal de la ciudad en favor de la monarquía, se reservó expresamente la posesión del inmueble y sus anejos. Esta circunstancia ocasionó presiones de los reyes Juana y Felipe de Evreux sobre el obispo Barbazán (1318-1355). Prosiguió la situación litigiosa hasta 1366, momento en que Carlos II restituyó el palacio al obispo Bernardo de Folcaut. Curiosamente los reyes no abandonaron el edificio, con lo que se dió una cohabitación de los titulares de las potestades religiosa y civil en el mismo palacio. Mediante las oportunas compensaciones convenidas entre partes, el palacio de la Navarrería pasó a la Corona en 1427, reinando doña Blanca, ya casada con Juan, infante de Aragón, más tarde Juan II. Con la anexión de Navarra a Castilla el palacio derivó en residencia del virrey; pero a fines del siglo XVI (1590) el obispo Rojas y Sandoval todavía reclamaba del rey la propiedad del edificio
Se tiene noticia de la existencia de una mansión episcopal, llamada Palacio de Jesús Nazareno, que estuvo situada en el arranque de la calle Compañía, acera de los impares, en la confluencia con el número 22 de Curia, en el solar que más tarde fue hospital de peregrinos, bajo advocación de Santa Catalina. Este palacio fue coetáneo del de San Pedro y necesario como residencia en los momentos litigiosos descritos. Resultó arrasado en 1276, con motivo de la Guerra de la Navarrería; aunque, según testimonio del cronista de Navarra P. Moret, mediado el siglo XVII la calle Compañía todavía era designada como Calle del Obispo, en su recuerdo. No lejos, en el actual número 29 de la calle Curia, estuvo situada la Torre del Obispo, como atestigua hoy en día un sótano gótico abovedado. Es parte de un edificio adquirido por don Bernardo de Folcaut en 1370. En 1427 don Lancelot, hijo natural de Carlos el Noble y Administrador Apostólico de la diócesis, se hizo habilitar la residencia palacial en una casa, entonces propiedad del Arcediano de la Cámara, que quizá fuera esta misma. En todo caso, los sótanos de la Torre del Obispo, que pudieron formar parte del palacio de don Lancelot, en el siglo XVI se convirtieron en mazmorras de la cárcel episcopal. En esta casa radicó además la Curia eclesiástica, circunstancia que determinó la denominación de la calle. En un proceso sobre habitación del obispo, iniciado en 1564 y seguido ante el Consejo Real (citado por J. Goñi Gaztambide), el canónigo hospitalero Pedro de Aguirre argumentaba en 1569 que los prelados de Pamplona tenían su casa propia, llamada la Torre episcopal, frente a la catedral. A ello replicaba el obispo, don Diego Ramírez Sedeño de Fuenleal, que “la Torre o casa que dicen del obispo cerca del cimiterio de la iglesia catedral (hoy, plazoleta ante su fachada) no es aposiento honesto ni bueno para que pueda caber ni vivir el dicho obispo en él”.
A partir de 1590, bajo el episcopado de Sandoval y Rojas, y hasta 1740, los obispos residieron a precario en la Casa del Condestable, situada en el arranque de la calle Mayor, que era propiedad del duque de Alba. Un edificio que también fue liberalmente franqueado al Ayuntamiento de Pamplona como sede, entre 1752 y 1760, mientras se construía una nueva casa consistorial.
Palacio episcopal de Pamplona. Vista general
Julio Cía, 1943
Archivo Municipal de Pamplona (AMP)
La bula de nombramiento del prelado don Melchor Ángel Gutiérrez Vallejo, suscrita por Benedicto XIII el 28 de marzo de 1729, acometió el final de tanta y tan prolongada precariedad de alojamiento. El documento pontificio imponía explícitamente al obispo la obligación de construir nueva residencia. Gutiérrez Vallejo emprendió con rapidez acciones conducentes a este fin, alguna sin éxito. En 1 de septiembre de 1731 se formalizó una concordia con el cabildo catedralicio y clero de la diócesis para la construcción de un edificio residencial, capaz, además, de acoger el tribunal, la cárcel (situada entonces en la Torre del Obispo), y el archivo eclesiásticos. El acuerdo, escrupulosamente documentado por J. Goñi Gaztambide, consideraba el costo de las obras, inicialmente previsto en 22.000 ducados, de los que cabildo y clero se comprometían a aportar 14.000 en cinco años. A esta aportación se sumaría el donativo de las cuatro parroquias de Pamplona, más las de Fuenterrabía, San Sebastián y la Valdonsella, estimados en 4.200 pesos. El coste final rebasó los 37.000 ducados y el obispo hubo de adoptar providencias por su cuenta para hacer frente al pago: venta de bienes y pechas, enajenación de la Torre... Las veintiuna capítulas de la concordia aportan interesantes datos. El palacio se construirá en el solar de unas casas propiedad del marqués de Cortes, que recaen a la calle que las separa del convento de la Merced. Pegante a la huerta del cabildo y sobre su cierre, en paralelo a las vías del juego de mazos, se podrá construir un tránsito entre el nuevo edificio y la catedral, sobre arcos y columnas, con determinadas limitaciones de uso, precisiones de altura y derechos de disfrute de vistas, sol y aire.
El pasillo superior propiamente dicho pertenecerá al palacio. Se estipulan condiciones de protocolo cuando lo use el obispo, según sea el carácter de la función que presida en la seo, de pontifical o no. Se determina que tanto las ventanas del palacio y como las del tránsito recayentes a la huerta se doten de verjas de hierro, que impidan bajar al terreno de propiedad capitular. En periodo de sede vacante la custodia del palacio será competencia del cabildo; y tanto en sede plena como en sede vacante, la custodia del archivo será competencia del archivero. Esta concordia convenida entre obispo y cabildo fue aprobada por el papa el 3 de enero de 1732 y ratificada por Clemente XII el 14 de junio de 1734.
Palacio episcopal de Pamplona. Fachada posterior y huerta
A la izquierda el tránsito a la catedral
Julio Cía, 1933 (AMP)
Palacio episcopal. Plano
(Catálogo Monumental de Navarra)
El edificio
Situado en la plaza de Santa María la Real, prácticamente exento desde el punto de vista urbanístico y expuesto a las inclemencias del predominante viento norte pamplonés, el palacio episcopal forma un bloque cúbico de cuatro fachadas, de las que tres resultan muy cuidadas, dos presentan portadas escultóricas y una, la que recae a la huerta, se ofrece más sencilla. Coincidiendo con otros edificios barrocos de Pamplona y de la Zona Media, combina la piedra de sillería, material constructivo propio de la Montaña de Navarra, y el ladrillo, característico de su Ribera, en una acertada fusión y síntesis. De estirpe ribereña -y vinculada a la arquitectura del valle del Ebro- es también la inclusión de la galería superior de arquillos. En altura, los dos pisos basamentales emplean la piedra; y los dos superiores, amén de la arquería, el ladrillo. Horizontalmente se marcan las separaciones mediante platabandas. Los vanos se ordenan tipológicamente por niveles: ventanas enrejadas los dos inferiores (rejas al paño, abajo; y rejas sobresalientes, encima); balcones de pisas de piedra, finamente moldeadas en sus frentes, con barrotes de rejería, en la planta noble; ventanas rasgadas hasta alcanzar dimensión de balcón, con antepecho de rejas, al paño, en el cuarto nivel. Finalmente, una amplia cornisa, ornada con dentellones y molduraje, soporta la galería de arcos que discurre como remate.
Palacio Arzobispal de Pamplona. Amparo Castiella, 2013
Consideración especial merecen las dos portadas, que recaen a la plaza de Santa María la Real y a la plazoleta compartida con La Providencia. Siguen esquema similar, diseñado total o parcialmente por Goyeneta, que las concibió en orden dórico romano (llamado también toscano), cada una flanqueada por sendas columnas, asentadas sobre plinto, con fuste liso, aunque de imoscapo acanalado, que sustentan un entablamento, en cuyo friso se alternan metopas y triglifos. El vano de entrada se remarca con baquetón de trazado mixtilíneo. El espacio comprendido entre el dintel, apoyado sobre mensulones, y el referido entablamento se orna con motivos plásticos de temática episcopal: sombrero de doce borlas, pectoral, mitra con ínfulas y báculo. Encima campea una hornacina, que por detrás corresponde a ventana acristalada con vocación barroca de transparente, cuyo nicho acoge una estatua exenta de obispo, revestido de sus ornamentos. Puerta y hornacina vienen ornamentadas con aletones de roleos vegetales. Habitualmente se estima que las dos esculturas representan a San Fermín, Patrono de la diócesis pamplonesa desde fecha indeterminada y Copatrono de Navarra desde 1657. Pero una observación atenta nos lleva a matizar parcialmente el aserto, porque apreciaremos distinta edad y condición. En la hoy puerta principal, el obispo se representa joven e imberbe, dentro de la tradición iconográfica que contempla a Fermín como obispo y mártir joven. La otra estatua plasma un obispo anciano y con abundante barba, que bien pudiera ser San Saturnino, patrono de Pamplona, predicador aquí del Evangelio y ministro del bautismo de Firmo y su familia.
Palacio Arzobispal de Pamplona. Imágenes de San Fermín y San Saturnino
Amparo Castiella, 2013
Desde su inauguración en 1740 el interior del palacio ha sobrellevado diversas modificaciones requeridas por sucesivas necesidades de habitabilidad y administración. Con todo conserva algunos elementos originarios de interés, como es el caso de la escalera, calificada por Pilar Andueza como “muy interesante e incluso algo desconcertante, por los juegos ópticos y por los constantes cambios de perspectivas que ofrece”. Arranca desde el patio en dos tramos paralelos, como las llamadas “escaleras imperiales”, que confluyen en el primer rellano, desde cuyo centro parte otro tramo paralelo a los anteriores, que termina en el primer piso; de aquí continúa ascendiendo convertida en escalera sencilla. Las tramadas están cubiertas por bóvedas de arista y lunetos; y la caja se halla bajo una cúpula vaída, con recuadros y florón central, en la que no faltan motivos episcopales como referencias plásticas. No recibe la iluminación de un cuerpo de luces superior, caso frecuente, sino de forma lateral, por medio de dos ventanas que se abren a la fachada principal.
Palacio Arzobispal de Pamplona. Escalera
Pilar Andueza, 2004
Al obispo don Gaspar de Miranda y Argáiz (1742-1767) se debe la construcción de la capilla y del retablo que en ella se conserva. Realizado entre 1747 y 1748 por José Pérez de Eulate, fue dorado por el pintor Pedro Antonio de Rada: en él tres nichos cobijan los bultos de San Fermín, San Ignacio de Loyola y San Francisco Javier; y lo culmina una pintura enmarcada en óvalo dorado, que representa a Nuestra Señora del Sagrario, de Toledo.