13 de marzo de 2013
Ciclo de conferencias
ARQUITECTURA SEÑORIAL Y PALACIAL DE PAMPLONA
Magnificencia, lujo y exhibicion en la casa dieciochesca, ¿ostentacion o identidad?
Dª. Pilar Andueza Unanua.
Cátedra de Patrimonio y Arte navarro
Tal y como hemos comprobado en la exposición anterior, los promotores de la arquitectura señorial de Pamplona del siglo XVIII fueron fundamentalmente hombres de negocios y comerciantes, que conformaron un grupo social favorecido por la mentalidad reformista y mercantilista impuesta en España con la entronización de los Borbones. Todos ellos lograron romper con la aparente y teórica inmovilidad social del Antiguo Régimen hasta alcanzar no solo el estamento nobiliario, sino también, en algunos casos, la cúspide dentro de él. Pero la actividad mercantil y financiera no fue el único medio para acceder a tan deseado estatus. Otra vía, donde también encontramos a varios promotores de las casas pamplonesas, se halló en los servicios prestados a la monarquía hispánica tanto en la administración del estado como en el ejército, en no pocas ocasiones en Indias. Su desempeño con fidelidad y celo fue generosamente recompensado por la corona.
En general, todos ellos se caracterizaron por un perfil y una trayectoria vital de características muy similares, lo que desde luego no fue exclusivo de Navarra o Pamplona, sino que se repitió en toda la península y en los virreinatos americanos. Apoyados en tupidas redes sociales de influencia, muchos de ellos lograron manejar importantes sumas monetarias y amasar importantes fortunas. Alcanzado el triunfo material pronto quisieron acompañarlo con un reconocimiento social paralelo. No resultó difícil lograr este prestigio, pues las crecientes necesidades monetarias del estado moderno favorecieron este proceso. No pocos navarros iniciaron su particular iter con la ventaja que les daba su nacimiento hidalgo, lo que les abrió muchas puertas, especialmente en los destinos americanos. Pero entre quienes no gozaban de nobleza, el primer paso en su progresión social consistió en obtener la ejecutoria de hidalguía, lo que, al margen de privilegios penales y exención de impuestos, les facultaba para colocar una labra heráldica en el frontispicio de su casa que proclamara públicamente su nobleza. Muchos de los promotores de las casas pamplonesas más sobresalientes continuaron nutriendo su cursus honorum con diversas mercedes reales: acceso a una orden de caballería, un asiento en las Cortes generales del reino o la concesión de la categoría de palacio cabo de armería para algunas de sus casas. La progresión se culminó en no pocos casos con la obtención de un título nobiliario, mientras de modo paralelo accedían además a oficios públicos y al Regimiento pamplonés. De este modo la tarjeta de presentación del hidalgo o del nuevo burgués ennoblecido lograba equipararse a las familias más linajudas del país. Imitar a la nobleza de rancio abolengo les exigió también desarrollar otras actuaciones paralelas: una política matrimonial muy meditada, la vinculación del patrimonio a través de mayorazgos y testamentos de heredero único, asegurando así la preeminencia social e impidiendo la disgregación de los bienes familiares.
Pero en todo este proceso no sólo había que ser noble. Había que parecerlo y, por tanto, vivir como tal. Vivir noblemente a mediados del siglo XVIII era más importante que serlo efectivamente. De ahí derivaba la ansiada respetabilidad social. Era necesario materializar el nuevo estatus a través de unas formas de vida apropiadas. En una cultura tan visual como la barroca se hacía imprescindible proclamar el poder adquirido, lo que se concretó en un extraordinario consumo suntuario para mimetizarse en los usos y costumbres con la vieja aristocracia. Este consumo no fue para nuestros protagonistas una mera opción, sino que constituyó una auténtica obligación impuesta por su recién estrenada posición social. En su nueva identidad era fundamental cuidar la apariencia externa, de modo que la inclinación al consumismo, al lujo y a la magnificencia, e incluso a la ostentación, quedaron ligados a conceptos como rango, honor y decoro, entendido decoro no como recato, sino en cualquiera de las otras acepciones que ofrece el Diccionario de Autoridades: “honor, respeto, reverencia que se debe a alguna persona por su nacimiento u dignidad” u ”honra, punto, estimación”. Todo este proceso de inclinación al lujo lo explica a la perfección Sempere y Guarinos en su obra Historia del lujo y de las leyes suntuarias de España. Aunque editada en Madrid en 1788, sus consideraciones son perfectamente válidas para todo el siglo XVIII e incluso para cualquier otra época: “Una nación en la que todos tienen facultad ilimitada de adquirir por herencia donaciones, empleos, salarios, comercio, artes y oficios; y en la que aun antes de nacer, ya se encuentran sus individuos constituidos en una clase honorífica o baxa, fomenta infaliblemente la desigualdad, irrita la vanidad y la inclina a buscar medios de distinguirse o parecerse a las clases inmediatamente superiores, en cuya competencia consiste el estímulo principal del luxo”.
Juan Sempere y Guarinos, Historia del luxo y de las leyes suntuarias de España, 1788
Por todo lo expuesto lucir públicamente vestidos de ricas y costosas telas, adornarse con variadas y valiosas joyas, trasladarse en vistosos coches y sillas de mano, con abundantes cocheros, lacayos, pajes y criados, pero, sobre todo, construir una casa familiar ricamente amueblada y adornada, atendida además por un nutrido servicio doméstico, se erigieron en el siglo XVIII para este grupo social en una obligación, en un instrumento de diferenciación social y en un auténtico escaparate público. La casa diciochesca se convertía así en la imagen del linaje.
Casa principal de los marqueses de la Real Defensa y condes de Guenduláin,
donde además del mobiliario se aprecian los tapices del siglo XVII que recubrían las paredes
(Fotografía del Archivo Munipal de Pamplona)
Espejo. Siglo XVIII
Parroquia de San Saturnino. Pamplona
Izquierda: oratorio de la casa de los marqueses de la Real Defensa-condes de Guenduláin
(Fotografía del Archivo Municipal de Pamplona)
Derecha: dosel del mencionado oratorio (siglo XVIII) adquirido por el Gobierno de Navarra en 2005
(Fotografía del Museo de Navarra)