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26 de febrero de 2014

Ciclo de conferencias

LA PAMPLONA CONVENTUAL

Frailes tracistas y monjas artistas

D. Ricardo Fernández Gracia.
Cátedra de Patrimonio y Arte navarro

Hace años el profesor Echeverría Goñi y el que suscribe, en la primera síntesis de arquitectura barroca en Navarra, señalábamos como un hecho, en buena manera determinante, en el desarrollo de las artes y de la arquitectura en particular de los siglos del Barroco en el Viejo Reino la presencia de los "frailes tracistas" de diferentes órdenes religiosas que proporcionan una impronta muy personal a edificaciones conventuales y no conventuales, pues, como es sabido, su actividad rebasa en gran medida el mundo del claustro. Dentro de este conjunto de artífices, destaca el gran número de carmelitas descalzos que, residiendo temporalmente en los conventos de Pamplona, Corella y Tudela, suministran trazas para importantes parroquias, catedrales o santuarios. En otros casos se les pedía opinión por escrito, dirigiéndose a conventos riojanos o castellanos. De entre todos ellos destacaremos en el siglo XVII a fray Alonso de San José, autor del convento de la Santa en Ávila y activo en Corella, Pamplona y Viana, fray Juan de San José, supervisor de la fachada del Carmen de Pamplona, fray Nicolás de la Purificación, autor de los planos de este último convento y de los de la parroquial de Muniáin de la Solana y fray Pedro de Santo Tomás. A la siguiente centuria pertenecen fray Bernardo de San José que trabajó para la catedral de Tudela y Villafranca en el primer tercio del siglo, fray José de San Juan de la Cruz, activo en La Rioja, Navarra y Álava en la segunda mitad y autor de los planos del convento de Lesaca y de la ampliación de la cabecera y crucero de San Gregorio Ostiense y, por último, fray Marcos de Santa Teresa, tracista del convento de Araceli de Corella y con innumerables obras en Vizcaya.

Además de este grupo de carmelitas que estudiamos en 1982, otras órdenes religiosas también contaron con sus propios maestros, algunos de los cuales residieron en sus casas de Navarra durante algún tiempo. Entre los carmelitas calzados destaca fray José Alberto Pina, residente en el convento de Tudela al menos entre 1733 y 1735 y, más tarde miembro de la Academia valenciana de San Carlos, tras haber planeado más de 24 iglesias en Aragón y el palacio del obispo de Albarracín. Su nombre lo hemos de asociar con algunas construcciones de la Tudela de aquellas décadas como la sacristía de los jesuitas -hoy San Jorge- y sobre todo la iglesia de la Compañía de María, verdadero ejemplo de planta barroca a la italiana combinada con un plan decorativo netamente de la tierra. Desde Tudela se desplazó para peritar o planear en diferentes edificios de Cascante, Villafranca y Tarazona. Otro fraile tracista, en este caso trinitario, fue fray Alonso de la Concepción que trabajó en su convento de Pamplona y diseñó una sacristía para Sangüesa hacia 1650; de la misma orden y de la segunda mitad del siglo es fray Diego del Espíritu Santo. Otros nombres a reseñar son fray Luis de Tafalla, capuchino al que los capítulos de su orden denominan “fabriquero”, fray Pascual Galbe, cisterciense de mediados de la misma centuria, así como los franciscanos fray Marcos de Santa Rosa que planeó su convento de Olite y fray Juan de Aldariaga que asistió a la fábrica de las clarisas de Arizcun.
 

Retablo mayor de la iglesia de carmelitas descalzos de Pamplona Trazas de fray Francisco de Jesús María

Retablo mayor de la iglesia de carmelitas descalzos de Pamplona
Trazas de fray Francisco de Jesús María

Iglesia de carmelitas descalzas de Corella Trazas de fray Marcos de Santa Teresa

Iglesia de carmelitas descalzas de Corella
Trazas de fray Marcos de Santa Teresa


Si los nombres de los religiosos han quedado más presentes en la documentación, no ocurre lo mismo con las religiosas que desde el anonimato de detrás de las celosías, trabajaron en numerosas artes suntuarias, pero de modo más anónimo. Entre tanto no se estudien las necrológicas de los conventos, en donde suele quedar constancia de sus habilidades en las letras y las artes, no podremos hacer un verdadero balance de su actividad y proyección dentro y fuera del claustro. 

Entre las monjas del siglo XVII, destacó la Madre Graciosa de los Ángeles, del Carmelo de San José de Pamplona, natural de Puente la Reina y fallecida en 1672, que a decir de la cronista fue de gran utilidad a la comunidad, agregando que “bordaba con gran primor y cualquier cosa que la madre Graciosa hacia la dejaba acabada con toda perfección y en un terno en que las madres ganaron mil ducados de solo hechuras la madre Graciosa fue una de las que más se esmeró y fue tal su fervor y de las demás que hicieron esta labor, que el Padre Provincial fray Martín de Jesús Mª se vio obligado a mandar en la visita y dejo por escrito entre otras cosas que no se levantasen las religiosas a las cuatro a trabajar y este terno era para la Real Casa de Fitero y toda esta obra dijo el que se hiciese y se debe a la diligencia de la madre Ana María de Jesús, aquella gran religiosa”. Así reza su partida de defunción conservada en el Libro de Difuntas del Carmelo pamplonés.

Las crónicas editadas de las agustinas recoletas por el Padre Villerino nos aportan algunas noticias de ciertas religiosas del convento pamplonés. Tal es el caso de la Madre Josefa de San Francisco, superiora de la casa entre 1637 y 1665 que había llegado a Pamplona en 1634. De ella nos dice que “fue tan celosa del Culto Divino que en medio de sus graves achaques que padeció y las ocupaciones de su oficio, trabajaba para el adorno de la iglesia, como si no tuviera achaques ni oficio que la ocupara. No sólo en su Casa dió grande lustre al Culto de las Fiestas, sino que a su ejemplo todos los conventos de Pamplona le aumentaron, que así lo he oído decir yo mismo a muchas personas del tiempo de la entrada de la Recolección en aquella ciudad, las cuales aseguraron que antes de entrar la Recolección, se hacían los altares con muy templado adorno y que después se hacen con aparato majestuoso en todas las Comunidades, que llegó a parecer excesivo a los prudentes y digno de reforma”. Queda por tanto probado que, como en otros aspectos, los monasterios y conventos estaban en la avanzadilla artística en aquella centuria del Barroco. Asimismo agrega en referencia a la misma religiosa que “enseñó a hacer flores en su convento y asimismo enseñó a sus hijas a hacer los ternos y demás cosas del servicio de la sacristía y a cortar el vestuario que llevan y coserlo, pues todo esto se hace en el convento… Estas y otras habilidades de las Madres Recoletas de Pamplona, que por sus primorosos efectos se han dejado conocer con debido aplauso con debidas y remotas partes del Mundo, heredaron de tan prodigiosa Madre….”.

A otra segunda monja se refiere en P. Villerino, la Madre Teresa de los Ángeles, que ingresó en 1637 y fue priora entre 1665 y 1692. Se le describe como un verdadero dechado de virtudes, amantísima del culto divino y de las imágenes de Cristo y sobre todo de la Virgen, ya fuesen de casa o de fuera. Afirma asimismo que muchos regalos para el culto divino llegaron merced a sus dotes y buen hacer, entre ellos esculturas y un frontal napolitano que llegaron gracias a los oficios de su hermano don José de Azpíroz, familiar del virrey y más tarde arzobispo de Todelo el cardenal don Pascual de Aragón. A su faceta como habilidosa religiosa se refiere Villerino así: “desde que entró en la sacristía, inventó tales ramos y flores que adornó la iglesia y sacristía; y lo que más es, la mayor parte de las reliquias con que el Fundador, extraordinariamente enriqueció aquella casa, por sus manos las adornó tan primorosamente que son dulce embeleso a la vista. Y si lució su habilidad en esto, más campeó en la costura de ropa tocante a la sacristía, pues sobre haber hecho de grande primor, tenía tal habilidad, que cosía por dos mujeres…..” y más adelante, así: “Cuidó singularmente del culto de las imágenes de Nuestra Señora, procurando estuviesen con decencia, no sólo en su convento, que eso se supone, sino en toda la tierra y en los lugares de más descuido: tenía dado orden a personas de su satisfacción para que cualquiera imagen de aquella tierra que no tuviese adorno decente, se la llevasen a su convento, en donde entraron muchas como Aldeanitas y salieron como Princesas en el vestido… Empleó la devoción de sus hijas en muchos tocados, haciendo ella por sus manos el rostrillo de cada uno, y la última cosa en que las ocupó fue en hacer, en medio de sus exquisitos dolores con imponderable trabajo un rostrillo para Nuestra Señora del convento de la Merced de la ciudad de Tudela, 18 leguas de la ciudad de Pamplona, que por saber de su santa devoción se le pidieron en el mayor aprieto de sus tormentos”.

En la clausura de las recoletas de Pamplona y concretamente en su sala capitular se guardan numerosos relicarios con bordados que realizaron las mencionadas religiosas, combinando terciopelos flamencos con perlas e hilos dorados, destacando las fundas con las que se recubren distintos cráneos de otros tantos santos.