24 de noviembre
Ciclo de conferencias
FORMACIÓN Y PATROCINIO EN LOS ARTISTAS CONTEMPORÁNEOS
De la Academia al café: espacios de encuentro y promocion artística en el siglo XIX
D. José Javier Azanza López
Cátedra de Patrimonio y Arte navarro
En el ámbito de la formación artística del siglo XIX, resulta obligado pasar por alguno de los centros de enseñanza nacionales, el más importante de los cuales era la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, cuyo acceso estaba condicionado a un doble requisito: la presentación de un certificado que demostrara que el aspirante había recibido formación escolar y la superación de un examen de acceso. Tras sucesivos reglamentos, el Real Decreto de 25 de septiembre de 1844 regula el Plan de Estudios de pintura, escultura, grabado y arquitectura, todos ellos gratuitos excepto los de arquitectura. El objetivo de los alumnos era triple: lograr un prestigio derivado de matricularse en el principal centro de formación artística del país; recibir unos conocimientos con los que dedicarse profesionalmente a la especialidad estudiada; y alcanzar el título de profesor para impartir docencia en centros oficiales y privados.
Una vez finalizada su etapa formativa madrileña, en muchos casos los alumnos regresaban a sus lugares de origen, donde se dedicaban a la enseñanza. No obstante hubo otros, que decidieron continuar su formación en el extranjero, decisión por lo general avalada por el consejo de algún prestigioso artista.
El viaje al extranjero constituyó uno de los episodios clave en la formación de los artistas españoles del siglo XIX, mediante un sistema de becas y pensiones que permitía costear los gastos de viaje y estancia. Ya fuera en Roma, ya en París, el aprendizaje contaba con dos facetas esenciales: la asistencia a algún centro de formación, y la copia de los grandes maestros de las pinacotecas locales.
Roma constituía el itinerario académico tradicional, al punto que en la segunda mitad del siglo XIX los pintores españoles lograron una posición jamás alcanzada por ningún otro grupo de artistas; la copia de obras de maestros del pasado y los éxitos internacionales de Eduardo Rosales y Mariano Fortuny, establecidos en la Ciudad Eterna desde 1857 y 1858 respectivamente, constituyen otros tantos motivos que justifican la presencia española en Roma. La creación de la Academia Española en 1873 (inaugurada en 1881) en la iglesia de San Pietro in Montorio, vino a confirmar el papel de esta ciudad como el destino formativo de gran parte de los artistas españoles. Otros centros de aprendizaje frecuentados por la colonia artística española fueron la Academia de San Luca, la Academia Francesa, la Academia Chigi, y el Centro Internacional de Arte, famoso por sus fiestas de carnaval, en cuya decoración colaboraban los artistas decorando el local con un escenario acorde con su origen nacional.
Manuel Ramírez. Academia Española de Bellas Artes, en Roma
La Ilustración Española y Americana (8-II-1881)
Aunque Roma continuó siendo a lo largo del siglo XIX el destino de muchos artistas, desde mediados de la centuria París adquirió un creciente protagonismo en el terreno artístico. Se trata de un fenómeno extensivo a toda Europa, al que contribuyó el proceso de renovación artística y urbanística experimentado por la capital francesa que le dotó de una imagen cosmopolita que fascinó a multitud de jóvenes. En el caso concreto de España, el apoyo de las instituciones oficiales, la influencia ejercida en los medios artísticos oficiales por el paisajista Carlos de Haes, quien animó a sus discípulos a que viajaran a París, y el creciente interés de la clientela parisina por la temática española, constituyen otros tantos motivos por los que muchos artistas recalaron en París.
Café árabe representado por los artistas españoles en el Círculo Artístico Internacional de Roma
La Ilustración Española y Americana (22-III-1892)
Aunque Roma continuó siendo a lo largo del siglo XIX el destino de muchos artistas desde mediados de la centuria París adquirió un creciente protagonismo en el terreno artístico. Se trata de un fenómeno extensivo a toda Europa, al que contribuyó el proceso de renovación artística y urbanística experimentado por la capital francesa que le dotó de una imagen cosmopolita que fascinó a multitud de jóvenes. En el caso concreto de España, el apoyo de las instituciones oficiales, la influencia ejercida en los medios artísticos oficiales por el paisajista Carlos de Haes, quien animó a sus discípulos a que viajaran a París, y el creciente interés de la clientela parisina por la temática española, constituyen otros tantos motivos por los que muchos artistas recalaron en París.
Los artistas españoles tendieron por lo general hacia una formación de corte académico, de manera que l’École des Beaux-Arts constituyó el centro de estudios obligado para quien deseaba hacer currículum. Para poder ingresar en ella, los alumnos debían contar con menos de treinta años y llevar una carta de presentación de un reconocido maestro que certificara la capacidad del pupilo. Hubo momentos en los que se exigió también un periodo previo de formación en el atelier de un gran maestro. Los de Léon Cogniet, Léon Bonnat, Thomas Couture y Charles Gleyre se encontraban entre los más prestigiosos y frecuentados por los artistas españoles.
Paralelamente al fenómeno de los ateliers, surgen también en París las academias, centros de enseñanza libre donde impartían docencia maestros destacados en una u otra especialidad; algunas alcanzaron gran prestigio, caso de la Académie Julian y la Academia Colarossi, siendo nota común a ambas la admisión de estudiantes femeninas, que por aquel entonces tenían vetados los estudios en las escuelas de bellas artes. Los cafés parisinos se convirtieron asimismo en escenario propicio para la aparición de nuevas tendencias en medio de apasionados debates; citemos dentro de la amplia nómina los cafés Fleurus, La Rochefoucauld, Guerbois (testigo de los primeros pasos del impresionismo), La Nouvelle Athènes, La Côte d’Or, el Café du Tambourin o el Café Versalles, a todos los cuales seguirá a comienzos del siglo XX Le Lapin Agile, en el que se dan cita artistas y literatos como Picasso, Apollinaire y Max Jacob.
Grupo de alumnas de la Academia Julian de París, h. 1885
Si Madrid desempeña un papel relevante en el proceso de formación artística durante el siglo XIX, no fue menos importante su valoración como lugar de promoción, propósito al que contribuyeron de manera decisiva las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes desde su primera edición en 1856, no sólo como mecanismo de promoción artística, sino también como vía para el desarrollo de la clientela y de la crítica de arte. Pese a su marcado sello tradicional definido por el auge de la pintura de historia, debemos reconocer una gradual permeabilización a la modernización con la apertura a otros géneros pictóricos como el costumbrismo o el paisaje.
Tras sucesivos cambios de sede, desde 1887 se celebraron en el Palacio de las Artes y la Industria del Paseo de la Castellana (hoy Museo de Ciencias Naturales). A su inauguración en el mes de mayo acudían monarcas y autoridades, y el jurado se encargaba de repartir los premios: medallas de honor, medallas de primera, segunda y tercera clase, y menciones honoríficas.
Madrid. Exposición Nacional de Bellas Artes. Inauguración oficial del concurso bajo la presidencia de S. M. la Reina Regente
La Ilustración Española y Americana (30-V-1887)
Además de las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes, Madrid ofrecía otras posibilidades de promoción artística, entre las que destacamos las exposiciones de la Academia de Bellas Artes de San Fernando, y las actividades programadas por el Círculo de Bellas Artes y el Ateneo de Madrid.
En el caso de los alumnos españoles pensionados en Roma, estos concurrían a las exposiciones organizadas por la Academia Española y la Cámara de Comercio Española, así como a las Exposiciones Nacionales de Bellas Artes y al Salon de París.
Precisamente la etapa de formación parisina en l’Ecole des Beaux-Arts, ateliers y academias iba encaminada a un fin principal: triunfar en el Salon oficial, requisito indispensable para hacerse un hueco en el mercado artístico parisino. Si bien sus orígenes se remontan al siglo XVII, será en el XIX cuando experimente una serie de reformas que lo adapten a la nueva situación artística; desde mediados de la centuria se celebraron cada dos años en el Palacio de la Industria construido con motivo de la Exposición Universal de 1855, y se hicieron populares como Salons des Champs Elysées. Aunque excepcionalmente hubo ediciones en las que el acceso fue libre, en 1857 se instituyó un jurado nombrado por la Academia que admitía o rechazaba las obras presentadas al Salon.
El Salon fue el mecanismo de promoción más importante en la capital francesa durante el siglo XIX tanto artistas franceses como foráneos, introduciendo a unos y otros por igual en los círculos del mercado parisino. Con todo, el acceso al Salon no era más que el primer paso, pues a continuación había que convencer a los críticos de que hicieran una reseña favorable. Apuntamos por tanto un factor de modernidad en el panorama del arte: la importancia del crítico en la promoción y triunfo de un artista, convirtiéndose en el intermediario entre el artista y la opinión pública. Pero no es el único, pues tan importante como contar con una crítica favorable es hacerlo con un buen marchante que se encargue de la promoción y venta de las obras. A partir de estos momentos, el papel del marchante, del galerista y de las galerías de arte, pasará a ser crucial para la libre circulación de la pintura, convirtiéndose en intermediario entre el artista y su clientela.
El crítico de arte, intermediario entre artista y opinión pública; el marchante, intermediario entre artista y clientela. Y con frecuencia ambos actuando al unísono, movidos por intereses y afinidades comunes. Sin duda anuncian algunas claves de lo que será el aprendizaje y promoción artística del siglo XX.