17 de octubre de 2016
Ciclo de conferencias
LA PIEL DE LA ARQUITECTURA
El color en la arquitectura medieval de Navarra: una crónica de pérdidas y reencuentros
Carlos Martínez Álava
I.E.S. Mendillorri
El abandono, las restauraciones de inspiración decimonónica, las modas, el desconocimiento, las recreaciones historicistas… consiguieron consolidar en nuestra sociedad una imagen de la arquitectura medieval donde la piedra monopolizaba la pureza y verdad del edificio. Hoy afortunadamente no es así. Evidentemente los paramentos son decisivos para la definición del edificio. No obstante, desde hace décadas sabemos que las iglesias y castillos medievales se pintaban. Incluso, en ocasiones, también se policromaba el exterior de portadas y fachadas. Esos espacios revestidos de colores e historias conformaban la piel del organismo arquitectónico.
Dentro del ciclo titulado "La piel de la arquitectura" era necesaria una reflexión sobre el papel de la pintura mural en la arquitectura medieval de Navarra. Para ello adoptamos una perspectiva contemporánea, en la que tomáramos conciencia de su importancia y valor, a partir del tratamiento que desde el siglo XVIII se le ha dedicado. Nos propusimos realizar un recorrido que conformara una crónica de pérdidas y encuentros. Porque así ha sido nuestra relación con los revestimientos pictóricos medievales de los principales edificios erigidos en Navarra entre el siglo XI y los primeros años del XVI. Muchos se han perdido de forma irremediable; otros los conservamos en museos o en unas pocas iglesias. Para el futuro nos quedan todavía algunos interiores por explorar, por rehabilitar, por redescubrir.
Como turistas o visitantes culturales vivimos la arquitectura como un espacio, como un organismo integrado por elementos y perspectivas, la mayor parte de las veces de una profunda carga plástica, por su orden o desorden, por su grandiosidad o intimismo, por su cercanía o lejanía, por su simetría e iluminación… Son valores puramente artísticos.
Pero si nos remitimos al contexto que los construyó, no nos faltan sólo colores, sino un completo contenido textual que terminaba por definir el objeto o la estructura. En ese sentido, la pérdida de ese mensaje (que puede ir desde lo religioso de los grandes conjuntos pictóricos, a lo civil o caballeresco de las desaparecidas pinturas de los palacios reales medievales) es tan sustancial como la piel. Sería curioso observar la sensación de los fieles y patronos cuando asistían a la Eucaristía en la parroquia de San Julián de Ororbia una vez finalizados los costosos programas de decoración pictórica de su interior. Abrirían mucho los ojos para seguir el ciclo de la infancia de Jesús, de su martirio y crucifixión; de la resurrección de los muertos, del Juicio Final. ¿Qué hubieran pensado si, de la noche a la mañana, esos revestimientos hubieran desaparecido y se encontraran el presbiterio de su parroquia con la piedra vista, "desnuda"? Es este otro adjetivo que nos viene especialmente bien. Efectivamente sentirían la parroquia como descarnada, como despellejada, como sin piel.
Cuando desaparecen los revestimientos pictóricos, lo que perdemos en el caso de templos medievales (y esa es la mayor parte de nuestro legado) es buena parte del mensaje, de la literatura que justificaban el ser del propio edificio. En ese sentido, podemos hablar de una arquitectura sin piel, sin texto. De un organismo, si es religioso, y la mayoría de los que conservamos en Navarra lo son, mudo en su contenido fundacional, y en la historia de su uso litúrgico. Para entenderlo tenemos que hacer el esfuerzo de verlo con los ojos de los vecinos y vecinas de antaño, claro. Con unos ojos setecientos años más jóvenes que los nuestros. No estaría mal.
Evidentemente es mucho lo que se ha perdido. La crónica de pérdidas es larguísima. Como señaló la profesora Marisa Melero, "los restos de pintura mural tienen para nosotros solo valor de muestra o testimonio de las pinturas que hemos perdido". Es triste recordar que esa pérdida no se sustanció sólo por la desidia o el abandono. Durante años se intervino activamente en su destrucción en aras de rescatar "la pureza de la piedra", la "seriedad del edificio", la elegancia de sus formas...
Es más grato reconstruir la crónica de los reencuentros. Además de los espectaculares conjuntos de pintura mural gótica que conservamos en el Museo de Navarra, desde las últimas décadas del siglo XX se han ido incorporando nuevos testimonios que permiten hacernos una idea cada vez menos fragmentada de la realidad de la pintura mural gótica realizada en Navarra. Incluso, bajo la torre de la iglesia parroquial de Rocaforte, se han hallado los únicos restos de pintura mural románica conservados en nuestro territorio.
Veamos qué es lo que conservamos. Por orden cronológico, las pinturas murales más antiguas serían la citadas de Rocaforte, del segundo tercio del siglo XII. Ya en el XIII contamos con las conocidas pinturas de Artaiz, Olite y Artajona, en el Museo de Navarra. A ellas se han incorporado recientemente las de las capillas mayores de Santa María de Olite y Santa María de Aibar. No es mucho lo que conocemos de las pinturas góticas más antiguas.
Mucho más nos ha llegado de los talleres que trabajaron en Navarra durante la primera mitad del siglo XIV. El mural del refectorio de la catedral de Pamplona, también en el Museo de Navarra, puso en el mapa artístico occidental a un pintor importante que formó taller en Pamplona. Se trata de Juan Oliver. Afortunadamente, en los últimos años, su catálogo de obras ha crecido notablemente. Podemos relacionar con su autoría la decoración de la capilla mayor de San Julián de Ororbia, el ciclo de Santa Ágata en Olloki y el ábside del Crucifijo de Puente la Reina. Y junto a él destaca otro pintor, también afincado en Pamplona, de nombre Roque, que firma las segundas pinturas de Artajona (Museo de Navarra), y su modo de hacer se sigue en el arcosolio funerario de Santa María de Ribas de Pamplona o las pinturas de Azanza. Y en la órbita de esta Escuela de Pamplona se pueden citar otros conjuntos interesantes en la Ujué, en Ekai, en Ardanaz, en Eristáin, en Aizpún, en Gallipienzo …
Iglesia de San Saturnino de Artajona. Presbiterio
Iglesia de San Martín de Azanza
Y el futuro será amable con nosotros. La crónica de hallazgos continuará. Nos esperan conjuntos tan espléndidos, monumentales y puros como el interior de San Salvador de Sangüesa. Y una larga lista de obras a estudiar y redescubrir: Santa Brígida de Olite, Peña, San Zoilo de Cáseda, Belascoáin… Hoy sabemos valorar la importancia de conservar estos revestimientos. Solo queda tener la voluntad y los medios para estudiarlos y recuperarlos.
Olite. Santa Brígida