24 de octubre de 2016
Ciclo de conferencias
LA PIEL DE LA ARQUITECTURA
El impacto de la petrofilia en la pintura mural del siglo XVI en Navarra
Pedro Luis Echevería Goñi
Universidad del País Vasco
A la pintura mural gótica de carácter internacional sucede en el siglo XVI el arte, más modesto pero imprescindible, de pintar y pincelar iglesias románicas, góticas y, lógicamente, las construidas en esa centuria: Por pinceladura entendían los artistas el acabado arquitectónico de los templos góticos mediante el revoco, el enlucido y la imitación de aparejos fingidos renacentistas con el pincel, en tanto que con la pintura se referían a la representación de figuras e historias. Simularon con gran maestría en sus zonas canónicas despieces de sillar y ladrillo perfilados, almohadillados y casetones. Debemos resaltar que los entablamentos renacentistas, que conferían al edificio un sentido del orden, eran casi siempre pintados. Su finalidad era disimular y ennoblecer fábricas irregulares de sillarejo, mampostería o ladrillo, nivelar y unificar superficies y materiales diferentes, establecer una modulación espacial y, por último, evocar un arte a la romana. Al “despellejar” muchas iglesias en la segunda mitad del siglo XX de esa epidermis se les privaba de su máscara renacentista, potenciando lo gótico de sus fábricas. En edificios que no han sido picados, este arte permanece oculto tras retablos, blanqueos, jaspeados y repintes. En aquellos templos que no han sido intervenidos se puede rastrear toda una estratigrafía pictórica, renovada al dictado de las modas, desde el momento de su construcción hasta la década de los 30 del siglo XX.
La petrofilia, término adoptado por D. Wright Carr en 1998, es una moda estética que sobrevalora la piedra desnuda frente a otros materiales y la arquitectura frente a otras artes. Consiste en la eliminación de los revocos de cal y arena, enlucidos y todas las capas pictóricas, dejando la piedra vista con rejuntados de mortero de cemento. La fundamentación teórica de la petrofilia del siglo XX la encontramos a mediados del siglo XIX en el escritor romántico J. Ruskin, quien en las Siete Lámparas de la Arquitectura afirma que los únicos colores de la arquitectura deberían ser los de la piedra natural. El arquitecto francés Viollet-Le-Duc, cuyos criterios inspiraron las restauraciones de J. Yárnoz Larrosa y su hijo J. Mª Yárnoz Orcoyen, postuló la “restauración en estilo”, la primacía del Gótico, la eliminación de los elementos “inferiores” y la pintura para subrayar la estructura y no disfrazarla. Además se extrapolaron a la restauración de monumentos históricos en algunos casos principios del Racionalismo como son la “sinceridad de los materiales” y la desornamentación.
Aunque tiene antecedentes notables desde fines del siglo XIX, la petrofilia en Navarra (1940-1990) se inicia con la fundación de la Institución Príncipe de Viana. En este punto debemos matizar la influencia ejercida por el Concilio Vaticano II, en la constitución sobre la Sagrada Liturgia de 1963. Fueron los partidarios de la petrofilia quienes se escudaron en algunas indicaciones como que las imágenes fueran “pocas en número”, la importancia de la mesa del altar y la búsqueda de “la noble belleza”, más que la suntuosidad. Entre las numerosas iglesias que fueron picadas en Navarra en esta década, como por ejemplo la de Bera (1964-1965) sobresale la de San Miguel de Aoiz, entre 1961 y 1964, obra de sillarejo que quedó convertida en una “cueva” al eliminar sus revestimientos, conservándose tras el retablo mayor la pinceladura renacentista que ennoblecía y modulaba la fábrica.
La década de 1970 se inaugura con la Carta del Restauro de Roma de 1972 que, redactada por Cesare Brandi, es el primer documento internacional que llama la atención, además, sobre la importancia de los revocos. Precisa que las limpiezas jamás “deberán llegar a la superficie desnuda de los materiales de la propia obra” y prohibe la utilización de métodos abrasivos. En Navarra no solo se hizo caso omiso de estos criterios, sino que fue una década de plomo en la que se picaron multitud de templos, empezando por la iglesia del monasterio de Tulebras, donde se sacó la piedra “a tono con la austera tradición cisterciense”, sin reparar que las bóvedas habían sido añadidas en el siglo XVI y pinceladas en 1563. La restauración de 1995 les restituiría los despieces y los florones renacentistas. Estos “despellejamientos” se realizaron por emulación, como pasó por ejemplo en Tierra Estella con los de Larrión, Igúzquiza, Piedramillera o Azuelo. En esta última, restaurada en 1979, se eliminó la sacristía, se desmontó el retablo mayor y se eliminaron las sucesivas capas de cal y pintura.
La última década que registra el picado masivo de iglesias es la de los 80 que se inaugura con la publicación del primer volumen del Catálogo monumental de Navarra, datando de 1985 la Ley de Patrimonio Histórico Español. Entre 1982 y 1986 se incluyó, como no, el picado de las paredes y bóvedas entre las obras de restauración de la iglesia de San Nicolás de Pamplona. Todavía se aprecian los restos de grutescos sobre campo rojo que decoran los nervios de la bóveda de la capilla mayor que formaban parte de la decoración pictórica realizada por Miguel de Latorre, pintor de Estella, antes de 1535. El monumental templo de Villatuerta sufrió en 1986 una restauración que consistió en sacar la piedra, aplicando chorro de arena y mortero de cemento. Tras dos retablos laterales se localizaron pinturas del siglo XVI con santos y santas emparejados.
Interior con piedra vista de la parroquia de Ibiricu de Egüés con los casetones y grutescos originales perdidos.
Asistimos hoy a una restitución y seriación de falsos aparejos pintados (1990-2016), que se justifica por el fluctuante concepto de la devolución a su estado original, una conservación fragmentaria de motivos “menores” y seriados, el elevado coste de los desencalados y la dedicación de estos edificios al culto. En la década de los 90 del siglo pasado se interrumpe el picado sistemático de las iglesias en Navarra, generalizándose una nueva pintura con despieces de trazos blancos sobre fondo gris en iglesias del siglo XVI como Santa María de Tafalla, que había sido picada en 1975, Isaba, los dominicos de Pamplona, la sacristía del monasterio de Irache o Cintruénigo. El descubrimiento de las pinturas murales de la iglesia de Arellano con distintos aparejos pintados y su restauración y restitución por B. Sagasti en 1998, bajo la dirección de J. Sancho, supuso un punto de inflexión y fue la obra por la que yo me inicié en mis estudios sobre esta especialidad pictórica. Entre los principios para la conservación y restauración de las pinturas murales, ratificados por el Consejo internacional del ICOMOS en 2003 se admite en casos concretos la restitución de los mismos, respetando todo el protocolo profesional. En la restauración de la iglesia de San Saturnino de Artajona, llevada a cabo en 2007 por Sagarte, han sido seriados y reproducidos los despieces góticos y renacentistas, así como las cresterías del arco triunfal.
Las últimas restauraciones llevadas a cabo por Sagarte en la cripta de Santa Margarita de la iglesia del Salvador de Gallipienzo y en la iglesia románica de Vesolla son dos ejemplos de actuación en la que se da importancia a los aparejos fingidos renacentistas, aunque se aplican criterios diferentes. En la primera, dirigida por J. L. Franchez en 2014, la conservación excepcional de las grisallas del ábside de 1572, justifica una restauración respetuosa que se hace extensiva al mantenimiento de las amplias desconchaduras del primer tramo. La iglesia de Vesolla es un buen ejemplo de transformación de un edificio románico de comienzos del siglo XIII en otro renacentista de fines del segundo tercio del siglo XVI con las casetones pincelados en la bóveda que evocan los romanos del Panteón o los del Templete de San Pietro in Montorio. En esta actuación dirigida en 2014-2015 por L. Gil Cornet, se eliminaron los restos de una pintura del siglo XIX y se reintegraron las lagunas del casetonado, así como los despieces de sillar de los paramentos. Finalmente se recuperó la inscripción del friso con el inicio de la parábola de Marta y María (Lucas 10,38).
Aparejos fingidos de la cripta de Santa Margarita. Iglesia de San Salvador de Gallipienzo
Casetones e inscripción de la capilla mayor de la iglesia de Vesolla
Tan solo conozco un ejemplo de edificio totalmente pincelado y pintado en el siglo XVI que no ha sido intervenido y que se muestra a la vista en Navarra, el de ermita de Nuestra Señora de Arquijas en Zúñiga. Es un testigo aislado de lo que fue la ornamentación de todos nuestros templos con un variado repertorio de falsos aparejos, cenefas, una serliana, un amplio repertorio de ordenanzas de grutescos, más el Calvario y dos escenas hagiográficas. Para terminar quiero hacer una propuesta final a quien corresponda de la prioridad de restaurar con mayúsculas, no restituir, estas pinturas o las de alguno de los contados ejemplos de iglesia totalmente pincelada en el siglo XVI que aún se conservan ocultos, como la de Olejua. Así podremos cuestionar el falso histórico de que el reloj del reino de Navarra se detuvo en el arte medieval, algo potenciado por el picado sistemático de nuestros templos, y demostrar que entró en la Edad Moderna mediante estos revestimiento de nuevos aparejos y ornamentos fingidos renacentistas y posteriores.