14 de octubre
El Barroco en Villafranca
Villafranca: microcosmos de la arquitectura barroca
D. José Javier Azanza López
Cátedra de Patrimonio y Arte navarro
Emplazada en la Merindad de Tudela al suroeste de Navarra, Villafranca se erige como uno de los focos más representativos de la arquitectura barroca navarra. Varios factores contribuyen a ello.
En primer lugar, se dan cita en la villa las principales tipologías constructivas del barroco. Así, cuenta con un templo dedicado a Santa Eufemia, uno de los ejemplos de mayor envergadura dentro de la arquitectura parroquial barroca en Navarra, cuya fábrica construida en el discurrir de la primera mitad del siglo XVIII enmascara los restos conservados de los templos anteriores al actual que ocuparon el mismo emplazamiento. Mas en la propia parroquia aparecen representadas otras tipologías que también alcanzaron gran desarrollo durante los siglos del barroco, tal es el caso de torres, pórticos, capillas y sacristías.
Villafranca. Parroquia de Santa Eufemia
Villafranca. Parroquia de Santa Eufemia
Dentro del rico capítulo de la arquitectura conventual se inscribe el convento de carmelitas descalzos, que se ajusta a la perfección a las directrices constructivas de las órdenes religiosas y se convierte en un excepcional ejemplo para analizar en profundidad las constantes que definen este tipo de edificios. Un tercer grupo tipológico lo constituye el de los santuarios y basílicas de devoción mariana, que en sus diversas advocaciones locales proliferan en los siglos XVII y XVIII en la zona media y ribera navarras, y que en Villafranca se encuentra representado mediante la basílica de Nuestra Señora del Portal. Tan solo se echa en falta la presencia del camarín, común a la mayoría de los santuarios marianos navarros y ausente en el caso villafranqués, quizás debido al emplazamiento que ocupaba junto a la puerta meridional del recinto fortificado de la villa.
Villafranca. Convento de Carmelitas descalzos
Un segundo aspecto a tener en cuenta a la hora de valorar la trascendencia de Villafranca dentro de la arquitectura del barroco navarro es que en ella se dan cita los principales canteros y maestros de obras activos en este período, no solo navarros, sino también riojanos y aragoneses, a los que se suma una amplia nómina de frailes tracistas que intervienen en labores de carácter teórico como entrega de trazas y capítulas, supervisión de obras y tasación de las mismas a su conclusión. Dentro del grupo navarro destacan de Pedro de Aguirre, José de Arimendi, José Ezquerra, Juan Antonio Jiménez y Juan Antonio Marzal, así como del veedor eclesiástico Juan Antonio San Juan. Entre los artífices riojanos debe señalarse a Santiago Raón –maestro de origen francés, aunque establecido en Calahorra en 1644-, su hijo José, y los hermanos Antonio y Blas de Olea. Entre los maestros desplazados desde Aragón se encuentran Juan Sánchez y José Sofi, maestro de obras de Su Majestad. Por último, los frailes tracistas documentados en Villafranca son fray José de Falces, fray Bernardo de San José, fray Luis de Tafalla, fray José Alberto Pina y fray José de los Santos. En consecuencia, resulta lógico que en la arquitectura barroca de Villafranca puedan detectarse influencias tanto riojanas como aragonesas, de acuerdo con el origen y procedencia de los maestros que tomaron parte en ella; y que los ecos de la parroquia villafranquesa se extiendan a otros puntos de la arquitectura barroca no solo navarra, sino de otros ámbitos más alejados como la valenciana y castellonense.
Partiendo de todo lo anterior, una visión de conjunto del “microcosmos” que constituye la arquitectura barroca de Villafranca nos permite detenernos en cuestiones de sumo interés. A nivel de plantas, se impone la cruz latina en iglesia parroquial, conventual y basílica. En los exteriores, destaca la solución empleada en la fachada conventual de carmelitas descalzos, cuya parte superior desarrolla un perfil cóncavo-convexo cóncavo mediante la combinación de los aletones y el frontón que confiere gran dinamismo al conjunto. En el caso de Santa Eufemia, no pasó desapercibida a Pedro de Madrazo “su ingente torre de tres cuerpos que señorea todo el pueblo y es un verdadero primor de construcción y decoración de ladrillo”, en contacto con las torres de Tudela (1682-1712) y Peralta (1743-46) y con un conjunto de torres de la Rioja Baja. Por último, no podemos obviar la “belleza de lo geométrico” que nos ofrece Santa Eufemia, consecuencia de la rica agrupación de volúmenes que a modo de cascada arquitectónica muestra la vista desde el lado meridional de la cabecera.
Villafranca. Parroquia de Santa Eufemia. Exterior
En lo que a los espacios interiores respecta, dos aspectos llaman particularmente nuestra atención. En primer lugar, las distintas soluciones cupuladas que muestra el barroco villafranqués: desde la media naranja ciega de carmelitas descalzos, pasando por la media naranja con linterna del Portal y la cúpula con tambor de la capilla del Rosario, hasta la cúpula alunetada o gallonada del crucero de la parroquia, solución sumamente ingeniosa sistematizada por Tomás Vicente Tosca en su Compendio Matemático (1712) que daba respuesta al problema del excesivo peso de las cúpulas sin hacerles perder su función como focos generadores de luz.
En segundo lugar, la variedad de propuestas decorativas, comenzando por la sencillez devocional de los carmelitas descalzos, con una decoración geométrica inspirada en el Arte y uso de arquitectura de fray Lorenzo de San Nicolás, como queda de manifiesto en la media naranja que copia literalmente uno de los modelos del dominico; avanzando hacia la “piel de la arquitectura” que apreciamos en el crucero y cabecera del Portal, ámbito al que se aplica una profusa decoración de yeserías de estilizados follajes que cubre los paramentos a modo de rico tapiz; y finalizando en santa Eufemia, donde constatamos un retroceso del ornato y sometimiento de este a las estructuras arquitectónicas, disponiéndose sus bellas yeserías en puntos estratégicos conforme al criticismo contra el adorno desordenado propugnado por algunos tratadistas del momento como Tomás Vicente Tosca y Agustín Bruno Zaragozá.
Villafranca. Basílica del Portal. Interior
Villafranca. Parroquia de Santa Eufemia. Interior
Mas, con todo ello, no podemos olvidar que el arte y la arquitectura no son sino el fiel reflejo de una época, y no pueden sustraerse por tanto al contexto social, económico, religioso y mental de la época en el que surgieron. Y, desde esta perspectiva, también Villafranca nos permite rastrear algunas de las claves de la arquitectura barroca.
En primer lugar, son factores socioeconómicos los que contribuyen a explicar que las empresas arquitectónicas de mayor envergadura de Villafranca se emprendiesen en los últimos años del siglo XVII y primera mitad del XVIII, coincidiendo con una etapa de prosperidad económica y aumento demográfico de la villa; y es lógico que surja ahora nuevamente el interés de las órdenes religiosas por establecerse en ella, de manera que al intento fallido de los capuchinos en 1703, sigue el definitivo de los carmelitas descalzos en 1734, previa instalación de un hospicio en 1723.
Villafranca se convierte asimismo en ejemplo del fenómeno denominado “Iglesia en la ciudad”, por el cual se produjo una concentración de lar órdenes religiosas en las localidades con mayor población y riqueza económica. En el caso villafranqués, tras los frustrados intentos de los mínimos en 1589 y 1614 y de los capuchinos en 1703, serán los carmelitas descalzos los que logren fundar un convento en 1734, aunque no sin numerosos contratiempos en forma de oposición por parte de otras órdenes religiosas de Alfaro, Tudela y Olite, todo lo cual llevó a numerosos pleitos ante el Tribunal del Nuncio Apostólico en España y la Sagrada Congregación en Roma.
Digna de mención es igualmente la devoción de los vecinos de la localidad hacia el Carmelo descalzo, puesta ya de manifiesto en una fecha tan temprana como 1611, cuando Antonio Martínez Sarasa estipulaba por una de sus cláusulas testamentarias que si sus familiares fallecían sin hijos legítimos se emplease su hacienda en la fundación de un convento de carmelitas descalzos en la villa. Muestras igualmente de devoción son los testimonios de la asistencia y bien espiritual logrados por los religiosos descalzos con la apertura del hospicio, o la solemnidad con que se celebró la canonización de san Juan de la Cruz en 1728. La fundación conventual se convierte asimismo en un ejemplo de “inversión en eternidad”, que como tal deben entenderse las capítulas acordadas entre la orden y los fundadores Miguel de Arce y Teresa de Guirior, quienes se aseguraban por este medio la sepultura en el templo conventual y los sufragios de misas y aniversarios por sus almas.
La arquitectura de Villafranca nos aproxima también a la promoción artística indiana, venida en este caso de la mano de Diego Polo, quien a finales del siglo XVII envió un donativo de 500 pesos con destino a la fábrica de la basílica del Portal; y del virrey del Perú José de Armendáriz, quien de forma indirecta contribuyó en 1737 con idéntica cantidad a la construcción del convento de carmelitas descalzos que por aquel entonces daba principio. Y, asimismo, a la revitalización del culto mariano en la Ribera de Navarra, que tiene su reflejo en las cofradías y asociaciones dedicadas a la Virgen, así como en las romerías, procesiones, novenas y otros cultos celebrados en su honor.
Villafranca constituye por tanto un pequeño microcosmos que reúne a prácticamente todas las tipologías de esta época, edificios que responden a unas coordenadas históricas concretas y que dieron como resultado un rico legado barroco que debemos valorar, disfrutar y preservar para generaciones futuras.