5 de octubre
Ciclo de conferencias
SANTUARIOS EN TIERRA ESTELLA
El santuario de Codés: arte y devoción
Dña. Pilar Andueza Unanua
Universidad de La Rioja
No resulta sencillo conocer con exactitud cuándo arrancó en tierras navarras la devoción a la Virgen María. Si atendemos a las noticias documentales que nos hablan de iglesias o monasterios puestos bajo su advocación, se detecta su aumento durante el siglo X, así como su afianzamiento en la centuria siguiente, al igual que ocurre en el resto de Europa. Así lo pone de manifiesto la acción restauradora de Sancho el Mayor sobre la catedral de Pamplona, insistiendo en su dedicación mariana, y la construcción a lo largo del siglo XI de templos de gran relevancia, auspiciados por los monarcas pamploneses, como las iglesias de Santa María la Real de Nájera y Santa María de Ujué. La plenitud del culto de hiperdulía se consagra definitivamente en Navarra en el siglo XII tanto con la colegiata de Tudela como con la expansión de la Orden del Císter, orden mariana por antonomasia, con sus monasterios de La Oliva, Fitero, Tulebras, Iranzu y Marcilla, dedicados todos ellos a la Virgen. Un siglo más tarde se levanta, a instancias de Sancho el Fuerte, la colegiata de Roncesvalles que, junto con Ujué, serán los centros marianos más significativos del reino.
Entre la tradición y la historia: los orígenes de Nuestra Señora de Codés
Como ocurre con la mayor parte de las imágenes marianas, los orígenes de Nuestra Señora de Codés y su devoción resultan inciertos. Tal y como ha ido recogiendo durante muchos siglos la tradición, su origen estaría en tierras riojanas, concretamente en la ciudad de Cantabria. Así lo narró Juan de Amiax, presbítero, beneficiado en Viana, en su Ramillete de Nuestra Señora de Codés, publicado en 1608. Este libro, en cuarto, de cuidada edición, con 384 páginas y una portada a dos tintas, se convirtió a lo largo de los siglos en una obra clave para la propagación del origen legendario de la Virgen de Codés y la expansión de su culto. De hecho, la obra todavía vería la luz mucho tiempo después en dos nuevas ediciones, de 1905 y 1933, de la mano del padre carmelita Eusebio de la Asunción y del sacerdote de Torralba Fernando Bujanda, en ambos casos con textos más breves, adaptados a los nuevos tiempos y las nuevas mentalidades. De la edición original de 1608 bebieron después otros autores como el jesuita Juan de Villafañe, que en 1740 escribió el Compendio Historico en que se da noticia de las milagrosas, y devotas imagenes de la Reyna de los Cielos, y Tierra, María Santissima, que se veneran en los mas celebres santuarios de España. De las ochenta y cuatro advocaciones marianas más relevantes que recogió en toda España, en lo relativo a Navarra se centró en Nuestra Señora de Roncesvalles, en la Virgen del Sagrario de la catedral de Pamplona, en Nuestra Señora de Ujué y en la de Codés. Ciertamente Ujué, Sagrario y Roncesvalles tenían desde la Edad Media una gran relevancia entre los cristianos, como lo demostraron los monarcas navarros con sus devociones y dádivas. No tenemos noticias, sin embargo, de que en aquellos siglos Nuestra Señora de Codés gozara de tanta fama. En nuestra opinión Villafañe la refirió porque fue durante los siglos del Barroco, momento en el que escribió su obra, cuando la imagen gozó de gran predicamento, no sólo entre los navarros, sino también entre riojanos y alaveses.
Foto 1. Juan de Amiax, Ramillete de Nuestra Señora de Codés, 1608
En época más reciente, y recogiendo nuevamente las noticias de Amiax, debemos citar también al Padre Valeriano Ordóñez, que escribió en 1984 Santuario de Codés, dentro de la colección Temas de Cultura Popular editada por la Diputación Foral de Navarra. Su aportación más interesante, no obstante, corresponde a las noticias que dio relativas a los siglos XIX y XX.
Con un carácter plenamente científico y centrados en el estudio del patrimonio histórico-artístico del santuario destaca sobremanera el Catálogo Monumental de Navarra. Merindad de Estella II** (1983), dirigido por la profesora María Concepción García Gainza, y Arquitectura religiosa del Barroco en Navarra (1998), de José Javier Azanza López. En ambos casos tuvieron muy presente la Historia de Nuestra Señora de Codés. Sencillos apuntes sobre Codés, publicado en Logroño en 1939. El valor de este opúsculo radica en ofrecer numerosas noticias documentales tomadas de diversos libros del Archivo de Codés, como los de Visitas y los de Fábrica, Limosnas o Inventarios, alejadas por tanto de leyendas y tradiciones. Por su parte para el estudio de la imagen de la Virgen debemos citar Imaginería medieval mariana, publicada en 1989, de la mano de Clara Fernández-Ladreda.
De acuerdo con la tradición mencionada, Juan de Amiax situó el origen de la imagen de Codés en la ciudad de Cantabria, cerca de Logroño. Siguiendo su narración, en el año 575 el rey visigodo Leovigildo habría atacado este enclave hasta su destrucción, si bien algunos devotos habrían tomado la talla allí venerada, junto con numerosas reliquias y cuerpos de santos, y la habrían puesto a salvo en las montañas de Torralba “por ser tierra tan aspera y montañosa” que aseguraba su salvaguarda. Allí tiempo después -sin especificar cuándo-, habría apareció una pequeña ermita totalmente cubierta de espinos, donde se hallaría la imagen de Codés, junto con huesos de mártires, un ara pequeña de jaspe verde y diversas cédulas antiguas. A la luz de la razón, este origen resulta lógicamente mítico, pues los hechos narrados en tierras riojanas los sitúa Amiax en el siglo VI, mientras la imagen que hoy preside el santuario es una talla gótica de mediados del siglo XIV, es decir, ocho siglos posterior. Sin embargo, sí refiere el clérigo vianés que en el santuario se guardaba una bula papal dada en Aviñón en 8 de junio de 1358 concediendo indulgencias y en la que se encomendaba la devoción a la Virgen y la fábrica del santuario, documento que sí coincidiría en su cronología con la imagen venerada.
Foto 2. Nuestra Señora de Codés, mediados del siglo XIV
La Edad Moderna, época dorada del santuario
A pesar de estos orígenes inciertos o legendarios, fue a partir de la Edad Moderna cuando parece que la devoción a la Virgen de Codés se acrecentó, especialmente desde el siglo XVI, convirtiéndose en un importante centro de peregrinación para las gentes de la Merindad de Estella, pero también de tierras riojanas y alavesas. Para ello resultaron fundamentales dos hechos narrados nuevamente por Juan de Amiax en su obra. Por un lado el primer milagro atribuido a Nuestra Señora de Codés y, por otro, la presencia en el santuario de un ermitaño con fama de santidad, Juan de Codés, a quien adjudica el inicio de la bendición de paños a los que se les atribuía propiedades terapéuticas y curativas.
El primer milagro de la Virgen de Codés se corresponde con una tradición que ha llegado hasta nuestros días y que año tras año rememora la cofradía de San Juan de Torralba del Río el 24 de junio. Narra Amiax que en 1523 había cerca de Cábrega, en la Berrueza, unos bandoleros que robaban y asaltaban los pueblos de la zona. Se guarecían en el castillo de Monicastro o Malpica y su cabecilla era Juan Lobo. Los vecinos se defendían a través de la mencionada cofradía que, al toque de campana, reunía a sus miembros para perseguir a los malhechores. En una ocasión los bandidos desvalijaron a un hombre y se lo llevaron preso al castillo, imponiéndole unas tablas gruesas a modo de grilletes. Mientras permaneció allí, el prisionero se encomendaba a la Virgen de Codés, y así un día se obró el milagro: apareció dormido a las puertas de la ermita de Codés, donde lo hallaron unos pastores que lo despertaron y conocieron su historia. Los grilletes fueron colgados allí a manera de exvoto y desde entonces hubo ermitaño en aquel lugar que, extendida la noticia, comenzó a recibir peregrinos, arrancando definitivamente la devoción a Nuestra Señora de Codés. De manera paralela los bandoleros fueron apresados y Juan Lobo murió de una lanzada asestada por el caballero Mosén Pedro de Mirafuentes, vecino de Otiñano. Precisamente este episodio legendario es el que todos los años la misma cofradía conmemora persiguiendo a Juan Lobo. Lógicamente con el tiempo, como es propio del patrimonio inmaterial, se han ido mezclando elementos religiosos (aurora, misa y procesión), con otros festivos como los bailes y la gastronomía.
Por su parte la figura de Juan de Codés la sitúa Amiax en 1530, momento en el que entró como ermitaño en Codés. Allí permaneció diez años atendiendo a los fieles y peregrinos. Pero, deseando una vida totalmente eremítica, se retiró a una ermita situada más arriba: la ermita de la Concepción del Monte donde erigió un altar para el que obtuvo el correspondiente permiso para celebrar misa, merced un breve apostólico, fechado en Roma el 30 de noviembre de 1540, documento que Amiax transcribe en su libro. Tras siete años de vida contemplativa, Juan decidió ir a Roma, con el fin de pasar a Tierra Santa, si bien el Papa le impidió hacerse a la mar ante las amenazas corsarias. Regresado a Navarra en 1547 y nuevamente instalado en su ermita, tuvo noticia de que al santuario de Codés habían llevado a Pedro de Bujanda, un joven de Torralba herido en el cuello en el transcurso de una reyerta en Logroño. Juan descendió en su auxilio y, tras celebrar misa, bendijo ante la Virgen unos lienzos que colocó sobre la herida formando una cruz. La pronta sanación del joven se extendió con gran velocidad entre la feligresía. A partir de entonces los paños de Codés se hicieron famosísimos para curar a enfermos y tullidos.
Amiax dedicó el libro cuarto de su Ramillete a narrar cómo debían bendecirse estos lienzos y recogió pormenorizadamente sesenta y una curaciones de devotos que acudieron a ellos en busca de sanación. En la mayor parte de ellas consignó los nombres de las personas, su lugar de origen y el mal padecido. Sólo en algunos casos aportó fechas. La mayoría procedía de localidades de la Merindad de Estella, si bien llegaban también individuos desde otras zonas de Navarra, así como de tierras riojanas, alavesas e incluso lugares más lejanos como Sos del Rey Católico e incluso Zaragoza. Entre los sanados había gentes de todas las edades, niños, jóvenes y adultos, y de toda condición social, hallando tanto religiosos como sobre todo seglares, entre los que se distinguen algunos apellidos relevantes de la nobleza navarra como Eguía, Vélaz de Medrano o Beaumont.
Los males padecidos eran de naturaleza variada: llagas, úlceras, hinchazones, huesos rotos, cegueras, heridas infectadas, tullimientos, dolores, heridas producidas por puñaladas y asadores, por caídas de tejados, de muros o de cabalgaduras, pedradas, cortes de hacha, de hoz, espinas clavadas, aplastamientos por rueda de molino, mordeduras de animales rabiosos o víctimas de la peste de 1599. Algunas dolencias resultan sumamente curiosas, como el mozo de Gauna que presentaba la mano ulcerada porque le había pegado el maestro en la palma, o Domingo de Aguirre, vecino de Genevilla, que se clavó su propia daga en una caída.
Fruto de estas curaciones, los devotos agradecidos ofrecían a la Virgen limosnas: fundamentalmente dinero, trigo y alhajas, así como exvotos, bien en pintura (recogiendo el retrato de la persona sanada, la escena del accidente o la enfermedad), bien con la forma de la parte del cuerpo curada. Así, por ejemplo, en el inventario de bienes realizado en 1664 figuraban tres corazones, dos pechos, una pierna y siete pares de ojos. En 1721 María Josefa de Pedro, natural de Logroño, fue ofrecida a la Virgen de Codés para curar su brazo, una vez que los médicos habían decidido su amputación. Como sanó, entregó al santuario un brazo de cera como testimonio de su curación. En la actualidad se conserva, en la escalera de la hospedería, un cuadro de esta naturaleza votiva pintado por Diego Díaz del Valle en 1793. Retrata a María Luisa Acedo y González de Castejón, nacida en 1787 en Mirafuentes, y curada cuando era niña, tal y como atestigua la siguiente inscripción: “Dª Maria Luisa Azedo / y Castejon, hija de / Dn Diego Azedo / y de Dª Maria Concepcion / Castejon y Sarria / la ofrecieron sus Padres a Nra Sra / de Codes por ha / verla librado de / peligro en una en / fermedad de edad / de 3 años a 4”.
El santuario vivió su época de mayor esplendor durante el siglo XVII, alargándose su época dorada durante parte del Siglo de las Luces. Así lo pone de manifiesto la arquitectura del santuario y su dotación artística, así como el aumento de peregrinos y la creciente recepción de limosnas y dádivas. Así, por ejemplo, en 1647 se recogieron 612 robos de trigo, pasando en 1661 a 874, para alcanzarse en 1674 los 1.264 robos, año en el que se gastaron 784 cargas de leña en la hospedería, lo que habla de una importante presencia de devotos. Por entonces los encargos de misas resultan también interesantes indicadoras del fervor hacia la Virgen de Codés, con 4.384 misas en 1670.
Además de las limosnas en especie, el santuario recibió importantes donativos en metálico e incluso herencias. Entre los primeros cabe destacar donantes como Diego Jacinto Barrón y Jiménez, que luego veremos, Juan de Arbizu, caballero de Alcántara, que entregó en 1655 más de 7.000 reales, los condes de Santisteban, virreyes de Navarra, que ofrecieron su donativo en 1658, o Francisco Añoa y Busto, arzobispo de Zaragoza, natural de Viana, que en 1764 envió 200 pesos. Por su parte Catalina de Arandigoyen, vecina de Zurucuáin, en 1649 dejó todos sus bienes a Codés. Y lo mismo hizo en una tercera parte con los suyos Sebastián Mongelos, inquisidor, canónigo de la Metropolitana de Burgos, natural de Sansol, en su testamento otorgado en 1677. La creciente recepción de dinero había hecho que ya en 1620 el visitador del obispado ordenara hacer un arca de tres llaves.
La entrega de piezas de plata y joyas a la Virgen para encomendarse ante alguna situación vital relevante, así como en acción de gracias, resultaron también habituales en los siglos del Barroco. Así se comprueba en Codés. Ya en 1664 un inventario de bienes nos indica que había una cadena de oro regalada por el marqués de Villena, tres cadenas de plata, cruces, rosarios, joyeles, sortijas, pendientes, gargantillas, Agnus Dei, dijes, una cruz de diamantes, una joya esmaltada y una cruz de marfil. Para entonces también el santuario albergaba un significativo ajuar de plata: una cruz grande, cuatro arañas, tres lámparas grandes, acetre e hisopo, una media luna, cuatro candeleros grandes y uno pequeño, dos platos con sus vinajeras, dos coronas grandes, una mediana y dos pequeñas, una palmatoria, una caja, un incensario, una naveta y diez patenas. A ellas se sumaron también diversas piezas regaladas por los devotos. Es el caso de dos vasos de plata que entregó en 1665 el jesuita Fernando Labayen, el pectoral que ofreció el obispo de Calahorra Gabriel Esparza en 1670 o la lámpara de plata de 200 onzas que en 1675 llevó Francisco de Calatayud, remitida desde la Nueva España por su hermano Jerónimo. En 1695, Manuel García Olloqui, de Los Arcos, antes de partir para Lima, dotó a la Virgen con una corona imperial cuajada de perlas y dos cálices de oro. Ya en el siglo XVIII cuando corría 1708 el vecino de Viana, Antonio de Florencia, regaló un juego de cáliz, patena, plato, vinajeras y campanilla, todo de plata, remitido desde México. En 1726 el padre capuchino Miguel de Torralba trajo de Roma una cruz de plata filigranada con el Lignum Crucis y su auténtica, acompañado de una bula de jubileo perpetuo. Finalmente, aunque fuera ya de la orfebrería y la joyería, cabe destacar el órgano que regaló en 1728 Francisco de Olite, vecino de Viana.
La decadencia del siglo XIX
Avanzado el siglo XVIII la situación de Codés comenzó a cambiar y para finales de la centuria se inició una decadencia que perduró prácticamente todo el siglo XIX. Así sabemos que ya en 1795 las casas del santuario amenazaban ruina. Un año antes, con motivo de la guerra de la Convención, los vasos sagrados, alhajas y joyas, fueron introducidos en un arca y escondidos en la parroquia de Torralba. Con la invasión napoleónica y la guerra de la Independencia (1808-1814) el santuario sirvió de cuartel para tropas de ambos ejércitos, con el consecuente deterioro, y perdió su ajuar argénteo al ser requisado por los franceses el 6 de noviembre de 1809.
La primera guerra carlista (1833-1840) tuvo una gran repercusión en la zona, convertida en escenario bélico. El 26 de diciembre de 1837, el liberal Martín Zurbano saqueó el santuario de Codés, al considerarlo refugio de carlistas, e incendió la hospedería. Nuevamente la tercera guerra carlista (1872-1876) incidió negativamente en el santuario. Así se aprecia en las palabras que el capellán Simón Valencia escribía al obispo en 1880: “Si no fuera por la torre que corona la iglesia, parecería Codés un edificio abandonado a la intemperie…; en tal mal uso están las habitaciones que quitan la devoción tradicional de venir a Codés”.
La revitalización del siglo XX
La gran revitalización del santuario de Codés llegó con el nuevo siglo de la mano de la Cofradía Administradora del Basílica de Nuestra Señora de Codés, fundada en 1901. Sus fines eran fomentar el culto a la Virgen de Codés, conservar su iglesia y su hospedería y procurar la santificación de todos sus miembros, tanto cofrades como socios. Tan sólo tres años después se celebró en el santuario una multitudinaria peregrinación en el mes de octubre con motivo del cincuentenario del dogma de la Inmaculada Concepción. Numerosos hechos nos hablan del nuevo impulso de Codés: la acuñación de medallas en 1905, la reedición del Ramillete de Juan de Amiax en 1906, la suscripción para un manto encargado aquel año a las trinitarias de Madrid por iniciativa de Carmen Notario, navarra residente en la capital, o la suscripción realizada en 1908 para una corona para la Virgen y otra para el Niño, que se impusieron en solemne ceremonia al año siguiente. Los años diez estuvieron caracterizados por el arranque de los ejercicios espirituales dirigidos por los jesuitas, así como por las obras realizadas tanto en la iglesia como en la hospedería, que se inauguraron con gran boato en 1920. Ya en los años cincuenta se añadieron modernas dependencias en las caballerizas de la mano de Víctor Eusa y en la década siguiente se añadió un tercer piso al conjunto. En fechas recientes, entre 2007 y 2010 el Gobierno de Navarra contribuyó a la última intervención ejecutada que afectó fundamentalmente a la fachada posterior, cubiertas, cierres y entorno.
El proceso constructivo del santuario
La actual iglesia de Nuestra Señora de Codés, posiblemente asentada sobre una ermita anterior de época medieval, fue levantada en tres etapas constructivas a lo largo de la Edad Moderna. A finales del siglo XVI, hacia 1590, se erigieron los dos primeros tramos del templo, como atestiguan sus bóvedas estrelladas. Sin embargo, aquel espacio debió de resultar insuficiente ante la devoción creciente, por lo que llegado el siglo XVII se hizo necesaria la ampliación de la iglesia. Se añadieron entonces por un lado dos nuevos tramos a los pies, en este caso cubiertos con sendas bóvedas vaídas, y por otro lado se levantó una cabecera cuadrangular sobre la que voltea una cúpula sobre pechinas. A ello se sumó, además, una sacristía. El resultado global de ambas fases, tal y como puede verse hoy, fue una iglesia de nave única formada por cuatro tramos, con estrechas capillas laterales comunicadas entre sí, y cabecera recta.
Foto 3. Iglesia de Nuestra Señora de Codés. Interior
Estas obras de ampliación, cuya licencia fue concedida en 1636, se llevaron a cabo merced a diversos donativos, entre los que destacan los 1.300 reales entregados por el vecino de Vitoria Pedro de Álava y, sobre todo, los 300 ducados que ofreció Diego Jacinto Barrón y Jiménez. Era este caballero regidor perpetuo de la ciudad de Logroño y a través de esta limosna quiso agradecer a la Virgen de Codés la curación de una grave enfermedad tras haber sido desahuciado por los médicos. Una lápida situada a la entrada del templo y fechada en 1643 da testimonio de la generosidad de este devoto y de su esposa Jacinta Fernández de León.
Desconocemos qué artista llevó a cabo las obras de esta fase constructiva. No obstante, cabe la posibilidad de que las ejecutara el cantero Mateo de Lamier, vecino de Torralba, pues en 1614 estaba ampliando la casa del santuario y en 1640 se revisaban cuentas con él.
Durante la segunda mitad del siglo XVII se documentan diversos proyectos conducentes al aumento y adorno de la fábrica. Sin embargo, ninguno llegó a ejecutarse en aquel momento y no hubo actividad constructiva. Así, por ejemplo, en 1661 en su visita al santuario el obispo fray Bernardo Ontiveros ordenó la construcción de un camarín tras el altar mayor, “porque la Sagrada Imagen tiene poca capacidad en el nicho que se halla”. Aunque cronológicamente se trata de la primera mención que se hace en Navarra a un camarín, el nuevo espacio no se erigió entonces y sobre la necesidad de su construcción volvió a insistir, nuevamente sin efectos, el prelado Pedro de Lepe en 1695. Tampoco se llevó a cabo la fachada con pórtico y espadaña para la que se concedió licencia en 1686.
Por el contrario, durante buena parte del siglo XVIII se desarrollaron destacadas obras, centradas especialmente en el camarín y la torre, que envolvieron el templo por la cabecera y el lado de la Epístola. Debemos situar la fecha de partida de esta nueva fase constructiva -la tercera- en 1713, momento en el que el visitador del obispado ordenó una vez más la construcción de un camarín, una fachada y, si sobraban fondos, una torre. Se contrató para ello al cantero Francisco de Ibarra. Las obras fueron prolongándose en el tiempo y así sabemos que para 1724 la torre se había erigido hasta el segundo cuerpo y el camarín había alcanzado el nivel de la cornisa. Llegado 1733 y fallecido Ibarra, su viuda cedió las obras al también cantero Francisco de Sarasúa. Para 1748 estaba finalizado el camarín, si bien la torre no se terminaría definitivamente hasta 1761, tal y como consta en un sillar de su basamento.
De planta cuadrangular, la torre, de carácter clasicista, presenta un fuste prismático con basamento y tres cuerpos, articulados por pilastras cajeadas y separados entre sí por entablamentos y cornisamientos moldurados. Cada cuerpo se abre al frente a través de vanos que reciben distintos tratamientos. Así, se suceden de abajo hacia arriba una sencilla ventana enmarcada por una cinta plana, otra de mayor tamaño con enmarque de orejetas coronada por un frontón triangular sobre ménsulas y, finalmente, en el cuerpo de campanas, un vano de medio punto rematado por un frontón semicircular avolutado partido.
Foto 4. Vista de la cabecera y torre del santuario de Codés
De gran interés, y totalmente ligado a la arquitectura civil barroca, resulta el cuerpo que se adosa a la iglesia tras la cabecera y cuyo interior se corresponde con el antiguo camarín, hoy convertido en sacristía. Su construcción de buena sillería pertenece a la citada fase dieciochesca, por lo que enlaza física y estilísticamente con la torre. Consta al exterior de dos niveles articulados verticalmente a través de pilastras. El inferior se abre a través de una triple arcada frontal que apea sobre robustos pilares. Destaca el juego de las dovelas cajeadas de los arcos de medio punto que confieren al conjunto gran barroquismo y plasticidad. En el segundo nivel prima el muro. En él, a plomo con los arcos inferiores, se abren vanos rectangulares enmarcados por orejetas.
El santuario está conformado por el templo y una extensa hospedería, denominada casa en la documentación. Se trata de un vasto edificio, con planta en L y disposición horizontal que, pegante a la iglesia, la oculta parcialmente. Su fachada pétrea presenta tres niveles en el que se disponen rítmicamente abundantes vanos, así como dos accesos de medio punto. Enlaza física y morfológicamente, formando un ángulo, con el cuerpo que acoge el pórtico desde el que se accede a la iglesia. La hospedería fue levantada a lo largo de los siglos, tal y como atestigua la documentación, si bien su aspecto actual responde especialmente a las intervenciones desarrolladas en el siglo XX. En su interior destacan el zaguán y la escalera que responden a modelos barrocos del siglo XVIII.
Los retablos
Preside la iglesia un retablo mayor que fue consagrado el 2 de julio de 1642. Su origen se halla en 1640, momento en el que se entregaron 400 reales al ya mencionado bienhechor Diego Jacinto Barrón. Si gracias a su generosidad se había podido ampliar la iglesia y la sacristía, ahora se encargaba de traer desde Madrid tres grandes lienzos para el retablo correspondientes a la Anunciación, la Asunción y el Nacimiento.
Los pagos realizados en 1642 nos permiten conocer los nombres de los artistas que trabajaron en este mueble. La escultura fue realizada por Diego Jiménez de Castrejana, residente en Cabredo, hijo del escultor de Logroño Pedro Jiménez, quien se había formado en Valladolid con Gregorio Fernández. A Diego se le encargaron las tallas de san José, san Joaquín, santa Isabel, santa Ana y los dos ángeles superiores. Por su parte el pedestal fue realizado por Jerónimo Chávarri, escultor de Cabredo. Finalmente el dorado correspondió al pintor vecino de Villava Diego de Arteaga.
El retablo presenta un estilo propio de la primera mitad del siglo XVII, que el profesor Fernández Gracia califica como clasicista. En este periodo los retablos navarros se caracterizaron por su carácter híbrido, en el que se daban cita elementos procedentes del Renacimiento como la equilibrada distribución y compartimentación de cajas y escenas, heredado de los talleres romanistas, y otros elementos ya manieristas, ya protobarrocos, como las columnas entorchadas, los motivos decorativos vegetales progresivamente más carnosos en los frisos o los marcos con abundantes gallones.
El retablo presenta un doble banco sobre el que se alza un único cuerpo dividido en tres calles separadas por columnas entorchadas. En las calles laterales se sitúan, coronadas por frontones triangulares partidos, las pinturas de la Anunciación y el Nacimiento. La caja central, que cobija la imagen de Nuestra Señora de Codés, se remata con un frontón de mayor tamaño que invade el ático y sobre el que descansan sendos ángeles recostados que evocan a las tumbas mediceas de Miguel Ángel. Remata el conjunto un ático entre aletones y floreros que acoge un gran lienzo de la Asunción entre columnas entorchadas con el tercio inferior acanalado. Se corona por un frontón semicircular partido sobre el que se alza un Crucificado.
Foto 5. Retablo mayor
Iconográficamente en el banco, flanqueando el sagrario, hallamos dos lienzos apaisados con santa Catalina y santa Bárbara, así como dos ángeles y las tallas de san José y san Joaquín. En el segundo nivel del banco se sitúan sendos relieves de los evangelistas, asociados en parejas y perfectamente adaptados al marco arquitectónico: san Marcos y san Juan en el lado del Evangelio y san Lucas y san Mateo en el lado de la Epístola. Los altorrelieves de santa Isabel y santa Ana flanquean la pintura central de santa Coloma, iconografía que quizás haya que poner en relación con la devoción hacia esta santa en la zona -existe una ermita en Mendaza bajo su advocación-, así como en tierras riojanas.
Ya en el cuerpo central, la imagen de Nuestra Señora de Codés, muy restaurada a lo largo del tiempo, ocupa el espacio principal. Se trata de una talla gótica sedente, posiblemente de mediados del siglo XIV. A ambos lados se disponen los mencionados lienzos madrileños de la Anunciación y el Nacimiento de Cristo. El ático presenta un pedestal donde se sitúan, por parejas, los Padres de la Iglesia occidental: san Gregorio y san Jerónimo a un lado y san Agustín y san Ambrosio en el otro. El cuadro que remata el conjunto ofrece la citada Asunción de María.
Cierra la capilla mayor una magnífica reja de hierro de tres cuerpos, parcialmente dorada, que fue encargada en 1651 a Francisco Betolaza. Tenía este rejero su taller en Elgóibar, una de las localidades guipuzcoanas donde radicaron los mejores herreros del norte del país. Con sus rejas nutrieron buena parte de la arquitectura religiosa y civil barroca en el País Vasco, Navarra, La Rioja y Castilla. La reja fue traída hasta Codés en mulas y se colocó en 1654, sustituyendo a otra anterior. El dorado del hierro correspondió a Diego de Arteaga que empleó 5.000 panes de oro.
Por su parte los dos retablos colaterales, situados fuera de la capilla mayor, fueron realizados por Bartolomé Calvo en 1654. Un año más tarde se terminaron de pagar. Son gemelos y están dedicados a san Pedro, en el lado del Evangelio, y a san Antón, en el lado de la Epístola. Constan de pedestal, un único cuerpo con caja central flanqueada por columnas pareadas corintias y un ático de remate coronado por frontón semicircular. Los pinjantes, racimos de frutos, roleos, cardina y frontones partidos avolutados nos conducen ya definitivamente al Barroco, aunque todavía de tintes clasicistas. Destaca en ellos la policromía original de su mazonería.
El retablo de San Pedro narra en el banco la Entrega de las llaves a san Pedro entre parejas de apóstoles y santos, en los que destacan sus voluminosas túnicas y mantos. La hornacina central acoge una talla de San Pedro, que porta libro y las llaves, y en el ático su martirio.
Por su parte el de San Antón presenta en el banco diversas escenas relativas a la vida del santo, como su martirio, la muerte de san Pablo ermitaño, o algunas tentaciones, nuevamente entre santos y apóstoles. El titular es una bella escultura, vestido con hábito, con libro y cayado, en el que destaca el realismo de su rostro barbado. Completa el conjunto un relieve de san Antón tentado por los demonios en el ático.
Foto 6. Retablo de San Antón. Detalle del titular
Bibliografía
-AMIAX, J. de, Ramillete de Nuestra Señora de Codés, Pamplona, Por Carlos Labayen, 1608.
-AZANZA LÓPEZ, J.J., Arquitectura religiosa del Barroco en Navarra, Pamplona, Institución Príncipe de Viana, 1998.
-GARCÍA GAINZA, M.C. y otros, Catálogo Monumental de Navarra. Merindad de Estella II**, Pamplona, Institución Príncipe de Viana, 1983.
- A.M.D.G., Historia de Nuestra Señora de Codés. Sencillos apuntes sobre Codés, Logroño, Cofradía Administradora del Santuario de Nuestra Señora de Codés, 1939.
-ORDOÑEZ, V., Santuario de Codés, Colección Temas de Cultura Popular nº 343, Pamplona, Diputación Foral de Navarra, 1984.