16 de mayo
Ciclo de conferencias
OCHO SIGLOS DE PRESENCIA DE LA ORDEN DE PREDICADORES EN NAVARRA: DEL GÓTICO AL BARROCO
Santo Domingo de Estella y la arquitectura mendicante del siglo XIII
Javier Martínez de Aguirre
Universidad Complutense de Madrid
Santo Domingo de Estella es no solo la obra más importante de la arquitectura mendicante medieval navarra, sino también el convento dominico de mayor relevancia entre los conservados en el panorama ibérico del siglo XIII.
Su proceso fundacional nos es bien conocido gracias a los estudios de José Goñi Gaztambide. La sucesión de referencias documentales permite seguir sus primeros pasos entre 1258 y 1289, año en que se entregaron 13.333 sueldos adeudados de la manda consignada en el testamento de Teobaldo II (1270). La presencia del escudo del rey champañés no es prueba, por tanto, de la ejecución de toda la fábrica en vida de dicho monarca, sino de su realización con fondos que él había destinado a tal fin. La memoria del convento atribuía al soberano la iglesia, sacristía, sala capitular, enfermería, locutorio, cocina, hospedería y dormitorio. En 1284 Felipe el Hermoso y Juana I donaron al convento un sitio llamado Baños Reales y una torre para que los religiosos aprovechasen la piedra “para que se dilatasse la iglesia”, lo que certifica la sucesión de campañas. La protección regia fue seguida por la de otros promotores, especialmente el noble castellano Nuño González de Lara (†1290), ciertos burgueses locales y el propio concejo de Estella. En varios lugares del testero, nave y hastial existen lucillos o capillas funerarias de los siglos XIII a XV.
La conferencia se centró en dos cuestiones: en primer lugar, en el aparente conflicto entre las enormes dimensiones del conjunto conventual y el deseo de humildad que habían de manifestar las edificaciones dominicanas de la época fundacional. La amplitud de la nave de la iglesia (524 m2) contraviene las normas que al respecto se habían acordado en el capítulo general de Bolonia (1228). El hecho de ser fundación regia podría justificar la amplitud y sobre todo la altura del edificio. El sistema constructivo empleado, con techumbre de madera sobre arcos transversales de piedra, participaba del principio de evitar las bóvedas. Se trata de un sistema empleado con anterioridad en otras fábricas de la Navarra medieval, sobre todo en palacios (como el palacio real y el palacio episcopal de Pamplona) y hospitales (por ejemplo, la Caritat e Itzandeguía en Roncesvalles). A ojos de sus contemporáneos, la elección de un sistema de cubrición tan sencillo, así como la opción por un aparejo poco esmerado, pudo haber transmitido las ideas de mediocridad y humildad que las constituciones dominicanas exigían (aedificia humilia et mediocria, como todavía determinó el capítulo general de 1258). La ornamentación se reduce a mínimos. Lo apreciamos, por ejemplo, en la puerta occidental que consta de seis arquivoltas y chambrana sobre capiteles y ménsulas decoradas con fronda repetitiva de hojas grandes individualizadas. Arcos y columnillas están formados por finos baquetones cilíndricos sin listel.
Convento de Santo Domingo de Estella
La segunda parte de la conferencia se dedicó a la distribución de dependencias. Acordes con el templo fueron erigidas el resto de las estancias conventuales: sacristía, locutorio, sala capitular, dormitorio, refectorio, portería y claustro, que sabemos tuvo galerías de las que apenas quedan vestigios. Las grandes salas se cubrieron con el mismo sistema lignario, mientras que la sacristía y la sala capitular recibieron bóvedas de crucería sencilla, con molduración de nervios y decoración en claves y capiteles propias del gótico radiante. La ordenación espacial de todas ellas combinó las pautas habituales en ámbitos monásticos desde época altomedieval con ciertas particularidades condicionadas por la orografía (el refectorio se ubicó en el flanco occidental, formando parte de un enorme edificio de doble altura) y por la planimetría habitual en los cenobios mendicantes (como se aprecia en las similitudes de planta con Santo Domingo de Bolonia).
En cuanto a la distribución de espacios, merece la pena llamar la atención sobre la gran iglesia de nave única, que parece haber contado con una separación intermedia, a manera de tramezzo, entre la “iglesia de los frailes” (zona oriental) y la “iglesia de los laicos” (zona occidental). La ordenación de puertas y capillas hace pensar en una solución que no debió de ser atípica en las edificaciones mendicantes, a juzgar por la existencia del mismo tipo de distribución en San Francisco de Sangüesa, obra que compartió cronología y promotor con Santo Domingo de Estella. Esta separación quizá se vio alterada a partir del siglo XV, cuando se construyó la gran tribuna a los pies cuyas ménsulas conservamos. Para acceder a este coro alto se abrió una puerta desde el sobreclaustro. En la iglesia encontramos asimismo elementos propios del gótico radiante, como el gran ventanal del testero. Su conformación es muy semejante a la del hastial meridional del transepto de la parroquia de San Miguel en la misma localidad de Estella, lo que unido a ciertos parecidos entre otras ventanas de Santo Domingo y las de la misma fase cronológica de San Pedro de la Rúa, hace pensar en la intervención de un arquitecto francés contratado en aquellos años para que dirigiera las obras de los grandes edificios eclesiales de diferentes barrios.
Los edificios mendicantes medievales estuvieron amenazados por diversas circunstancias, lo que ha dificultado su conservación. En muchos casos la ubicación extramuros motivó su posterior derribo y traslado al interior. En otras ocasiones, la sencillez de las fábricas se vio acompañada de una menor solidez. En España, las desamortizaciones del siglo XIX resultaron letales. El abandono o los usos inadecuados supusieron un riesgo del que pocas fábricas se libraron. Santo Domingo de Estella tuvo la fortuna de contar en momentos críticos con la protección de beneméritos estelleses que lo salvaron de la destrucción. La intervención restauradora de la Diputación Foral de Navarra en los años 1960 y su conversión parcial para usos residenciales han marcado su destino durante las últimas décadas. Pero sus valores como patrimonio cultural lo hacen merecedor de mayor atención por parte de instituciones o particulares, dada su relevancia en el panorama de la arquitectura mendicante medieval de la península.