30 de agosto
Ciclo de conferencias
TUDELA CIUDAD CONVENTUAL
Arquitectura conventual en Tudela: ideas, promotores y artistas foráneos
José Javier Azanza López
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Es bien sabido que en los siglos de la Edad Moderna Navarra se convirtió en escenario de numerosas fundaciones conventuales, con una marcada tendencia a agruparse en aquellas localidades de mayor población, dando lugar al fenómeno conocido como la “Iglesia en la ciudad”, ya identificado por autores de la época como Damasio de Frías.
Tudela no fue una excepción, convirtiéndose en una de las principales ciudades-convento del barroco navarro merced a la construcción de nuevos edificios conventuales, a lo que se sumó la renovación o reconstrucción de los antiguos. Todo ello significó una puesta al día en materia arquitectónica y en la implantación del nuevo lenguaje barroco mediante yeserías, retablos, esculturas y pinturas, que llenaron estos espacios sagrados del espíritu contrarreformista, a la vez que contribuyeron a definir el nuevo trazado urbano de la ciudad que adquirió carácter cenobítico.
El fenómeno fue de tal calado que no pasó desapercibido a los viajeros que visitaron durante este período la localidad ribera, desde el soldado y cronista de los viajes reales Enrique Cocq como integrante en 1592 del séquito de Felipe II que asistía a las cortes aragonesas reunidas en Tarazona, hasta el agustino Enrique Flórez en su viaje a Bayona en 1766. Y tampoco lo hizo a Pedro de Madrazo, quien da noticia del estado de los antiguos conventos tudelanos y su reutilización tras los avatares del siglo XIX para tratar de no perder su memoria.
El hecho de que los viajeros venidos de fuera se fijaran en la presencia conventual en Tudela, nos sirve como punto de partida de nuestro planteamiento en esta conferencia, centrada en algunos de los promotores y artistas foráneos que tomaron parte en la fundación y posterior proceso constructivo de sus edificios conventuales. A través de todos ellos nos acercamos al barroco conventual tudelano conociendo más detalles de los términos en los que se establece una fundación conventual en la Edad Moderna, del fenómeno de los frailes tracistas con su característica itinerancia para realizar obras dentro y fuera de su orden, y de la llegada a la capital ribera de las propuestas más recientes tanto en materia arquitectónica como ornamental.
Surge así el nombre de la turiasonense Melchora Dionisia de Guaras, hija de Dionisio y de Jerónima de Guaras y heredera del mayorazgo familiar, quien tras fallecer sin descendencia en 1651 estipuló su sepelio en la iglesia de la Compañía de Jesús de Tudela, en la que ya reposaban los restos de su difunto esposo José Donamaría Ayanz, para lo cual destinó un juro de 8.000 ducados sobre el campo de Montiel y Segura; el entierro sería temporal “hasta que con efecto hubieren fabricado la iglesia que tratan de hacer dichos padres”.
La reactivación de las obras centradas en la construcción de la nueva iglesia conventual justifica la intervención del “maestro de arquitectura” de origen francés Juan Dutreu, activo en diversas localidades navarras en el segundo tercio del siglo XVII, periodo en el que lleva a cabo la contratación de la torre del monasterio de La Oliva, la reconstrucción del puente de Caparroso sobre el río Aragón y otra serie de labores en Larraga, Falces, el mismo Caparroso y Sangüesa. Y también del arquitecto jesuita Antonio Ambrosio, de nacionalidad italiana, quien en 1652 se encontraba en el colegio de Tudela, desde donde viajó a Salamanca para efectuar el reconocimiento de las bóvedas de la iglesia jesuítica del Real Colegio del Espíritu Santo o Clerecía, obra auspiciada en 1617 por la reina Margarita de Austria con planta de Juan Gómez de Mora y labor del arquitecto jesuita Pedro Mato. Posteriormente se documenta su presencia en León como autor de las trazas de la nueva plaza mayor tras el incendio en 1654 de la antigua plaza de San Martín, manifestando su origen italiano en los criterios de orden y regularidad del proyecto –sobre el que introducirá más tarde modificaciones el arquitecto Francisco del Piñal Agüero–, así como en el novedoso uso de las arquerías en los soportales.
En el caso del convento de dominicas de Tudela, su fundadora fue la madrileña Estefanía de Lira y Huidobro, hija de Pedro de Lira y de Catalina de Huidobro. Su padre era natural de la villa de Lier (Flandes), desde donde llegó como teniente de acemilero mayor de Felipe II. La relación familiar con la comunidad flamenca establecida en la villa y corte queda de manifiesto en el hecho de que Pedro y Catalina fueran padrinos de bautizo de Lorenzo van der Hamen y León, hijo de Jehan van der Hamen, miembro de la Guardia de Archeros nacido en Bruselas y hermano del conocido pintor Juan van der Hamen y León. Tras enviudar de su segundo marido Antonio Orlándiz, en 1621 Estefanía de Lira decidió fundar en Madrid un convento de dominicas al que destinaría 40.000 ducados y en el que ingresaría; pero la oposición de su hermano Juan de Lira, hombre influyente en la corte de Felipe III, y la presencia en Madrid del deán de la Colegial de Tudela Antonio de Cuellar, propició que la fundación se verificase finalmente en la ciudad ribera, en el que ingresó con el nombre de sor Estefanía del Rosario.
Tudela. Convento de dominicas. Fachada. Segunda mitad siglo XVII.
En la posterior dotación del convento y construcción de su iglesia conventual desempeñó un papel fundamental su sobrino Manuel Francisco de Lira, secretario del Despacho Universal de Carlos II y miembro de su Consejo, redactor en 1689 del testamento de la reina María Luisa de Orleáns. La iglesia del convento tudelano guarda estrecha relación con la arquitectura conventual madrileña de la segunda mitad del siglo XVII, tanto en su concepción espacial –disminución del eje longitudinal de la nave en beneficio de una mayor centralidad– como en el lenguaje decorativo que despliega la fachada de piedra a base de motivos vegetales, pendientes de flores y frutos, placas recortadas y mascarones fundidos con la vegetación, de gran carnosidad y tratamiento naturalista que favorece los contrastes de claroscuro. En consecuencia, el proyecto debió de ser encargado por el propio Manuel de Lira a alguno de los maestros activos en el entorno de la corte este período.
Centrando nuestro interés en el Colegio de la Compañía de María, fundado en 1687 gracias a la iniciativa de Francisco Garcés del Garro, su nueva iglesia conventual se construyó a partir de 1732 conforme a un proyecto de planta central que constituye un excepcional ejemplo de la arquitectura conventual barroca en Navarra. La traza se atribuye al tracista carmelita observante fr. José Alberto Pina, uno de los más cualificados maestros de las décadas centrales del siglo XVIII, cuya actividad se desarrolló fundamentalmente en tierras de Aragón, Castellón y Valencia, donde inspiró numerosos proyectos que abarcan los campos de la arquitectura civil, militar y religiosa, hasta el momento de su muerte en 1772; tres años antes había visto reconocidos su prestigio y magisterio arquitectónico con la concesión del grado de académico de mérito por la Academia de San Carlos de Valencia, argumentando para ello “ser el más antiguo arquitecto que se conoce en este Reino”, “haber ideado y dirigido muchas fábricas” y “haber ilustrado a diferentes arquitectos”. Su presencia en Navarra se constata en un período aproximado entre 1732 y 1735 en el que fijó su residencia en el convento del Carmen de Tudela, emitiendo diversos informes para edificios de la capital ribera y documentándose su intervención igualmente en localidades como Villafranca, Cascante y Tarazona.
La iglesia tudelana presenta planta octogonal rodeada por un deambulatorio que se ve interrumpido a la altura de los dos coros bajos, uno para novicias y otro para colegiales, ya que se tenía que adaptar a las necesidades propias de una institución en la que convivían clausura, enseñanza y apostolado. Esta original disposición puede tener influencia de la arquitectura jesuítica italiana, ámbito en el que en la segunda mitad del siglo XVII se proyectaron numerosas iglesias de planta central con deambulatorio, y cuyos ecos llegaron a España en ejemplos como el del santuario de Loyola en Azpeitia (Guipúzcoa), de Carlo Fontana. Al interior, columnas de orden gigante sobre las que montan los evangelistas y padres de la Iglesia, el entablamento “en rodillo” que adquiere forma cilíndrica a la altura de las columnas y que se encuentra presente en otras construcciones de Pina como la sacristía de la Colegiata de Santa María de Calatayud, las tribunas y un efectista manejo de la luz, son elementos que contribuyen a crear uno de los espacios más grandiosos del barroco navarro.
En el convento de la Compañía de María de Tudela entró en 1742 la mexicana María Ignacia Azlor y Echeverz, quien en compañía de su prima Ana María de Torres Cuadrado realizó su profesión solemne el 2 de febrero de 1745, cambiando el aplauso del mundo por el retiro de la clausura. Fue generosa bienhechora del convento tudelano, costeando el retablo de la Virgen de Guadalupe y realizando numerosas dádivas que alcanzaron igualmente al cabildo de la Colegial de Tudela. En 1752 partió para su tierra natal, donde fundó el Colegio de la Compañía de María de México, destinando 60.000 pesos para su construcción e indicando que “la iglesia se haga ochavada y lo más pulida que se pueda para que, aunque la lleven ventaja muchas en el tamaño, ninguna la iguale en el primor”. Así lo ejecutó, a partir de 1754, el maestro de arquitectura agustino fr. Lucas de Jesús María, desarrollando una iglesia de planta octogonal que por expreso deseo de María Ignacia Azlor tomó como modelo la de la iglesia tudelana, cuyo plan general fue copiado en gran parte en las fundaciones llevadas a cabo con posterioridad.