10 de octubre
Ciclo de conferencias
PAMPLONA EN SU CONTEXTO
Una lectura del retablo catedralicio,
hoy en la Parroquia de San Miguel de Pamplona
Ricardo Fernández Gracia
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Entre los retablos navarros, por su importancia intrínseca y gran proyección, destaca el catedralicio, actualmente en la parroquia de San Miguel de Pamplona, desde que el primer templo diocesano sufrió las consecuencias de una intervención nefasta en su interior, nada más concluir la guerra civil.
La pieza ha sido estudiada por la profesora García Gainza y a sus estudios nos remitimos para los diferentes aspectos que aúna, de modo especial en lo referente a su mecenas, el obispo de Pamplona don Antonio Zapata, que rigió los destinos de la diócesis entre 1596 y 1600.
El promotor
Don Antonio fue el hijo primogénito del primer conde de Barajas y estaba emparentado con el cardenal Cisneros. Se formó en el Colegio de San Bartolomé de Salamanca y obtuvo la licenciatura en cánones. Su renuncia a los derechos de primogenitura causó una impresión favorable en el rey Felipe II, quien le promocionaría a altos puestos eclesiásticos. Ocupó, entre otras dignidades, la de inquisidor y canónigo de Toledo, obispo de Cádiz y Pamplona, arzobispo de Burgos, cardenal, virrey de Nápoles y arzobispo de Toledo. Con anterioridad a su llegada a Pamplona, en la diócesis gaditana promocionó la construcción de 3.500 metros de muralla, frente a la bahía, a raíz de los grandes detrimentos que había sufrido por el ataque de Drake en 1587.
Su estancia en la capital navarra, desde el punto de vista histórico, ha sido estudiada por Goñi Gaztambide, poniendo de manifiesto su decidida inspiración tridentina en todas sus actuaciones pastorales, desde la creación de centros educativos y formativos, hasta su comportamiento ejemplar, cual otro san Carlos Borromeo. Con motivo de la peste que asoló la ciudad de Pamplona en 1599, lo demostró con sus actuaciones pastorales. Como mecenas y promotor de las artes en la catedral de Pamplona hay que mencionar la construcción de la sacristía capitular, las andas del Corpus y la realización del retablo mayor.
Retablo en la catedral. 1597-1598.
A ello hay que agregar la aplicación de una nueva liturgia en el primer templo diocesano pamplonés, emanada de las disposiciones tridentinas que hicieron que se abandonasen los antiguos breviarios en beneficio del Ritual romano de san Pío V, algo que sucedió hacia 1585, y que las antiguas reglas de coro, codificadas en la primera mitad del siglo XV, en base a unas prácticas habituales en la seo desde al menos el siglo XIV, se sustituyesen por otras nuevas, redactadas en 1598, siguiendo las de la catedral primada de Toledo. El responsable de esta última mutación fue don Antonio Zapata, que había sido canónigo de Toledo. Respecto a la capilla de música y más concretamente a los infantes, Zapata elevó el número de cuatro que había en el siglo XVI hasta doce, al tiempo que reorganizaba la capilla y le proporcionaba nuevas rentas, aumentando asimismo el órgano.
Los autores
El diseño del retablo mayor (1597) está inspirado en el de El Escorial a través de las estampas grabadas de Perret. La traza debió de ser ejecutada por un fiel intérprete de la estética herreriana, el platero José Velásquez de Medrano, que en algunos documentos se denomina como “arquitecto de la plata” y fue el autor de las andas de plata para la procesión del Corpus Christi. Para la escultura y relieves del retablo eligió a Pedro González de San Pedro, maestro reputado para aquel entonces en su especialidad por haber culminado con éxito el retablo mayor de Santa María de Tafalla, iniciado por su maestro Juan de Anchieta, y estar trabajando en el desaparecido de Cascante. Por un contrato suscrito el 11 de julio de 1597 en Cascante por el citado Pedro González de San Pedro, traspasó toda la labor de arquitectura de la pieza al ensamblador establecido en Estella Domingo de Bidarde, a excepción de los capiteles corintios y compuestos. Toda la arquitectura se realizaría “conforme al arte y bien acabado y labrado y preceptos de Viñola”, autoridad muy citada en la década de los noventa (Pamplona, Barbastro) por haberse publicado la traducción hispana en 1593 por Patricio Caxés.
Retablo. 1597-1598.
Las labores de dorado y estofado del retablo corrieron a cabo de un prestigioso maestro de la citada especialidad, el pintor y dorador Juan Claver. A mediados del siglo XVIII un italiano que anduvo por la Pamplona de aquellos momentos, llamado Francisco Capelaris, procedió a su limpieza, al igual que en destacados retablos de otros templos de la ciudad.
El retablo y su plan iconográfico típicamente tridentino
El retablo, organizado con un banco, dos cuerpos y ático con tres calles y dos entrecalles, cuenta con una exquisita ordenación estructural de altas cajas, en las que se cobijan relieves y esculturas con temas de la pasión del Señor, los evangelistas, padres y doctores de la iglesia, escenas de la vida de la Virgen, las devociones particulares del obispo, y los sacramentos de la Eucaristía y la Penitencia tan atacados por los protestantes.
El tema cristológico tiene sus referentes en imágenes en las escenas de la pasión del banco y el Calvario del ático. Todo ello se complementa con la importancia concedida al sagrario-expositor, cuyo original no se ha conservado, en el que concedía al Cristo hecho Eucaristía una gran importancia tanto en el lugar como en el espacio. A la Virgen se dedicó el retablo, por ser de su titulación la catedral. La imagen románica de Santa María, conocida a partir del siglo XVII como Virgen del Sagrario por estar junto al sagrario y por estar velada e incluso encerrada en un rico armario de plata realizado en 1737, ocupaba un lugar preeminente en la parte inferior del retablo. Su imagen en el pasaje de la Asunción, fiesta principal en el calendario litúrgico catedralicio, ocupaba el centro del segundo cuerpo y a sus lados sendos relieves en relación con su vida y papel en la historia sagrada: la Anunciación y el Nacimiento de Cristo.
No podían faltar los santos. Entre ellos los príncipes de los apóstoles, Pedro y Pablo, el patrono san Fermín y san Agustín por cuya regla se gobernaban los canónigos; san Pedro in catedra y en su martirio, evocando la autoridad papal en la época de la Reforma católica; los evangelistas, doctores y padres de la iglesia; y san Antón y san Francisco, evocando los nombres del obispo y su padre. Por último, sendos relieves de santos toledanos: la imposición de la casulla a san Ildefonso y el hallazgo del cuerpo de santa Leocadia, nos hablan de las devociones del prelado que quedaron arraigadas en su paso como canónigo de la catedral primada. Santos de la iglesia universal, mártires, responsables de la doctrina en tres niveles –evangelistas padres y doctores– y los de la iglesia hispana y navarra conforman un programa respecto a la santidad muy elaborado y estudiado para la catequización del pueblo fiel, tan dependiente en aquellos momentos de la imágenes, por ser la sociedad en alto porcentaje analfabeta y estar los medios de difusión de la cultura y la evangelización en manos de la oratoria y de las imágenes.
Imposición de la casulla a san Ildefonso. Retablo. 1597-1598.
Junto a la Eucaristía presente en el sagrario y en ocasiones solemnes en el expositor, el otro sacramento atacado por los protestantes, la penitencia, también se hace presente en el retablo, concretamente en los relieves de dos santas penitentes: santa María Magdalena y santa María Egipciaca.
En definitiva, un programa típicamente postridentino que pone imágenes a cuanto habían discutido los protestantes: santidad, culto a la Virgen y los santos, sacramentos de la Eucaristía y penitencia, y el papado, encarnado en la figura sedente de san Pedro –hoy en el Museo de Navarra–. Con la claridad de unas imágenes contundentes en sus volúmenes, unos relieves ordenados y unas líneas rotundas, todo aquel mensaje quedaba claro ante los fieles de una época que necesitaba una reafirmación en la tradición de los dogmas católicos y de los viejos y nuevos modelos de santidad.