19 de agosto
Ciclo de conferencias
PATRIMONIO Y CLAUSURA
Monjas que dejaron huella en el patrimonio del monasterio de Tulebras
Mª Josefa Tarifa Castilla
Universidad de Zaragoza
Las monjas que habitaron el monasterio de Nuestra Señora de la Caridad de Tulebras, primera fundación femenina del Císter en los reinos hispanos, desde su establecimiento en esta localidad navarra en 1157 hasta nuestros días, han ido dejado su impronta en el patrimonio artístico del cenobio, tanto en las distintas dependencias arquitectónicas que conforman el complejo monástico, como a través de la dotación de relevantes piezas de escultura, pintura u orfebrería, entre otras.
Bajo el gobierno de las primeras abadesas que rigieron el monasterio desde mediados del siglo XII hasta la primera mitad de la centuria siguiente, se acometió la construcción del cenobio medieval románico de acuerdo al esquema habitual cisterciense, con la iglesia abacial en un lateral, a la que se adosó un claustro central en torno al que se articularon las estancias de la casa necesarias para el buen desarrollo de la vida monacal, como la sala capitular, el refectorio, la cocina o el dormitorio, donde las religiosas vivieron humilde y sobriamente de acuerdo a la máxima de la Regla de San Benito del “ora et labora”. De aquella fábrica medieval únicamente se ha conservado la fisonomía general de su planta y la iglesia abacial en la parte correspondiente a los muros perimetrales hasta el arranque de la cubierta, además de las portadas románicas de acceso a su interior.
El siglo XVI fue un momento de esplendor para el cenobio desde el punto de vista artístico. La presencia en él de monjas pertenecientes a importantes familias navarras, cuyos miembros se sucedieron en la dirección de esta abadía, posibilitó la promoción y dotación de obras de arte para el monasterio. Así, bajo el abadiado de Ana de Beaumont (1506-1524), hija de los señores de Monteagudo, el maestro de obras Francisco el Darocano edificó en la década de 1520 un nuevo claustro de ladrillo cerrado con bóvedas de crucería. Durante el gobierno de la siguiente abadesa, María de Beaumont (1524-1547), se acometió la reforma de la muralla del cenobio, que fue sufragada por su progenitor, Luis III de Beaumont, conde de Lerín y condestable de Navarra. Otro destacado miembro de este linaje navarro, Guillaume de Beaumont, señor de Monteagudo, financió el retablo pictórico de San Juan Bautista (c. 1530), ejemplo sobresaliente de las primeras manifestaciones de pintura renacentista en Navarra, que actualmente se expone en una de las salas del Museo de Navarra.
De nuevo, una de las mujeres pertenecientes a la estirpe Beaumont tomó el báculo tulebrense, María de Beaumont y Navarra (1547-1559), hija del IV conde de Lerín, quien consiguió que el visitador general del Císter en la corona de Aragón y Navarra, fray Hernando de Aragón, arzobispo de Zaragoza (1539-†1575), el donativo de 500 libras jaquesas con el que renovó parte de la cubierta de la iglesia, concretamente los cuatro tramos de los pies con elaborados abovedamientos nervados (Fig. 1). La remodelación del último tramo de la nave y la cabecera se concluyó durante el mandato de la abadesa Ana Paquier de Eguaras (1559-1573), perteneciente al linaje de los señores de Barillas, financiada igualmente por el prelado aragonés, obra que llevó a cabo entre 1563 y 1565 el obrero de villa tudelano Pedro de Verges, quien asimismo edificó una nueva sala capitular, la capilla de San Bernardo y el coro alto de la iglesia.
Iglesia del monasterio cisterciense de Tulebras. Foto: Mª Josefa Tarifa.
La transformación renacentista del conjunto monacal no solo afectó a la parte arquitectónica, ya que el templo fue ornamentado con un excelente retablo renacentista dedicado a la Dormición de la Virgen (1565-1570), del pintor aragonés Jerónimo Vicente Vallejo Cosida, que cubrió la cabecera tras el altar hasta el siglo pasado, y del que también formó parte inicialmente la tabla de la Trinidad Trifacial.
A lo largo de los siglos del Barroco, las monjas promovieron la reforma y edificación de nuevas dependencias, con objeto de hacer el monasterio más habitable y confortable, como la edificación del sobreclaustro a comienzos del siglo XVII, bajo la dirección de los maestros de obras Pascual de Horaa y Jerónimo de Baquedano, en el que se dispusieron las celdas individuales de las religiosas.
Claustro del monasterio cisterciense de Tulebras. Foto: Mª Josefa Tarifa.
Asimismo, a mediados del siglo XVIII se acometió la renovación del palacio abacial bajo el mandato de Ana Humbelina Arenzana y Oñate y de Juana Isabel de Albear, además de la hospedería y otros espacios como la capilla de San Bernardo, que fue cubierta con una cúpula con linterna decorada con yeserías de profusa vegetación, acorde a los gustos del barroco.
Palacio abacial del monasterio cisterciense de Tulebras. Foto: Mª Josefa Tarifa.
En estas centurias las religiosas y sus familiares siguieron dotando el monasterio con destacadas piezas escultóricas y pictóricas, como el lienzo de la Virgen con el Niño y los corporales de Daroca que en 1617 donó la monja Isabel del Bayo, el retablo de la Virgen con el Niño reconfortando a San Bernardo que pagó en 1649 la religiosa Catalina Royo, o el retablo de Nuestra Señora del Rosario, de mediados del siglo XVII, que entregó la familia de la monja Ana Leonor de Oñate y Barea. Pero sin lugar a dudas, la imagen mariana de mayor devoción para las monjas y la localidad de Tulebras fue, y sigue siendo, la Virgen de la Cama, una pieza escultórica de vestir, de tamaño natural, de principios del siglo XVII, para la que se adquirió en 1784 un lecho rococó de madera junto a seis blandones, que desde 1892 está ataviada con el vestido que las monjas bordaron en oro sobre raso blanco, gracias a la munificencia de sus familiares. De igual modo, las monjas también encargaron piezas de orfebrería para el servicio del culto divino, entre las que destacan las dos lámparas de plata que en 1613 realizó el platero tuledano Felipe Terrén por encargo de la abadesa Leonor de Gante y de la religiosa María Jordán, respectivamente, o la arqueta eucarística barroca de plata que en 1684 labró en Alfaro el platero Bernardo Peña, y que fue financiada por toda la comunidad con objeto de custodiar el Santísimo en el monumento del Jueves Santo, como se ha seguido haciendo hasta hace unos años.
Las religiosas que habitaron el cenobio en el siglo XX también dejaron su impronta en el patrimonio del monasterio tulebrense, ya que ante el estado de deterioro en el que se encontraba gran parte del complejo monacal, iniciaron en la década de 1970 una profunda reforma del mismo, acorde con la estética del Císter, bajo la dirección de la abadesa Isabel Íñigo Berisa (1963-1975), obras que concluyeron tres décadas más tarde, en 1996, bajo el abadiado de Margarita Barra (1982-2007). Con objeto de hacer accesible al público las obras de arte que atesoraba el cenobio, se creó un museo en el que se exhiben las piezas de escultura, pintura y orfebrería, entre otras, que las monjas y sus familiares donaron a lo largo de los siglos, dejando su impronta en el patrimonio del monasterio tulebrense.
Museo del Monasterio cisterciense de Tulebras. Foto: Mª Josefa Tarifa.