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14 de junio

Arte mueble en la catedral de Pamplona: Edad Media

Clara Fernández-Ladreda Aguadé
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

En la conferencia in situ se explicaron algunas de las obras medievales más relevantes que alberga el templo catedralicio pamplonés: en concreto la imagen titular, Santa María de Pamplona, y el sepulcro de Carlos III.

Santa María de Pamplona es una talla románica, de tipo Sedes Sapientiae o Trono de la Sabiduría, la tipología más genuinamente románica. Presidió la catedral románica, siendo uno de los escasos vestigios que han llegado hasta nosotros. Se trata además de una de las más antiguas imágenes marianas de Navarra conservadas, muy probablemente la más antigua junto con la de Irache.

Ha experimentado algunas pérdidas y daños que alteran su aspecto original, en especial la desaparición del Niño –sustituido por uno barroco– y la incorporación de un trono neo-renacentista en el XIX.


Santa María de Pamplona

Entre sus rasgos más destacados cabe citar el empleo de una cubierta metálica de plata –excepto cara y manos– y la compleja y original indumentaria mariana compuesta de túnica, sobretúnica, manto cerrado y toca. La primera, sin ser totalmente excepcional, resulta mucho más infrecuente que la simple madera policromada, ya que era mucho más costosa y por lo tanto solo estaba al alcance de instituciones relevantes y ricas. La segunda constituye un caso único dentro de la imaginería mariana europea e hispana, y dentro de Navarra solo la encontramos en imágenes derivadas de las de Pamplona e Irache.

En cuanto a sus funciones, además de la cultual, es una imagen que desempeñó otras: relicario, por albergar en su cabeza un depósito de reliquias, algunas muy pintorescas; juradera, ya que ante ella juraban los Fueros los reyes de Navarra el día de su coronación; y procesional, pues era sacada en procesión, tanto en fechas fijas –15 de agosto, festividad de la Asunción, advocación del templo–, como en circunstancias as excepcionales –Guerra de la Navarrería de 1276–.

Guarda una estrecha semejanza con la titular del monasterio de Irache, hoy en la parroquia de Dicastillo. Ambas sirvieron de modelo a un nutrido grupo de tallas de los alrededores, el denominado “tipo Pamplona-Irache”, entre las que sobresalen las de Berriozar, Aldaba, Echalaz, Villatuerta –en paradero desconocido– y Rocamador de Estella.

Probablemente fue ejecutada a raíz de la conclusión de la iglesia, consagrada en 1127, dentro del segundo cuarto del siglo XII, hipótesis corroborada por sus similitudes con los capiteles del claustro románico.

El sepulcro de Carlos III de Navarra y su esposa Leonor de Castilla puede considerarse como uno de los más destacados monumentos funerarios europeos e hispanos de la primera mitad del siglo XV. Está además bastante bien conservado y excepcionalmente documentado, gracias a los registros de Comptos que recogen la contabilidad real.

Sabemos así que fue ejecutado entre 1413 y 1419, en Olite, en dos fases.  La primera abarca desde octubre de 1413 a junio de 1414, fecha en que se interrumpen las labores porque los mazoneros pasan a trabajar en el palacio de Olite. Dada la brevedad, apenas ocho meses, poco pudo hacerse, quizás solo los elementos arquitectónicos y acaso no todos. La tarea se reanuda en febrero de 1416, prolongándose hasta mayo-junio de 1419, en que la tumba fue trasladada a la catedral. Se trata de un periodo mucho más largo que el anterior, tres años y medio, por lo que se ha considerado que fue en esta etapa cuando se hizo el grueso de la obra.


Sepulcro de Carlos III y su esposa. Conjunto

Conocemos también por los registros de comptos los nombres de los artistas que intervinieron. En primer lugar, Johan de Lome, que fue el director de la empresa y es el que más cobra, pues tenía un sueldo fijo mensual, además del diario o el pago por obra terminada. Procedía de los Países Bajos meridionales (actual Bélgica), probablemente de Tournai, aunque se ha apuntado también la posibilidad de que proviniera de Lomme, localidad próxima a Lieja, actualmente absorbida por esta ciudad. Debió de ser contratado por Carlos III durante su último viaje a Francia (1408-1411), pues la primera noticia que tenemos de su presencia en Navarra se remonta a agosto de 1411.

A su lado la documentación cita los nombres de otros artistas, todos ellos foráneos, franceses o de los Países Bajos meridionales –como el propio Lome–, que cobran un sueldo diario, igual en todos los casos. Algunos trabajaron a lo largo de todo el proceso, como Hanequin de Sora y Michel de Reims. Otros intervinieron solo en una de las fases: bien la primera, como Johan de Lille, Johan de Borgoña y Vicent Huyard, con lo que debieron hacer poco; bien la segunda, como Johan de la Garnia y Colin de Reims.

Se trata de un sepulcro de tipo cama sepulcral exenta, doble, con yacentes sobre la tapa y el cortejo funerario –plorantes–, desplegado por los laterales. La cama sepulcral es de piedra arenisca y estaba pintada originalmente de negro, pero en 1902-1903 este color fue sustituido por un verde con vetas blancas, imitando mármol. Las esculturas, doseles y peanas son de alabastro de Sástago y están enriquecidos con toques de policromía.

Los yacentes se muestran en postura frontal y hierática, con las manos juntas en actitud orante. Es interesante señalar que están concebidos como figuras en pie y no acostadas, Siendo los elementos más relevantes del conjunto sin duda cabe atribuir su ejecución a Lome.

Carlos III viste túnica larga con mangas ajustadas. Sobre ella lleva una sobretúnica algo más corta, con mangas más amplias, decorada con orlas policromadas, con flores de lis en relieve. El conjunto se completa con un manto tipo socq o soccus, usado por los reyes en grandes solemnidades, provisto de una abertura lateral y sujeto por un broche sobre el hombro ambos en el lado derecho, ornamentado asimismo con orlas en relieve doradas y con piedras semipreciosas engastadas –desaparecidas–. Ostenta corona, asimismo dorada con adornos en relieve y piedras semipreciosas incrustadas
–perdidas–.

No se trata de una indumentaria tomada de la moda coetánea, sino de carácter ceremonial, empleada por los reyes de Francia en su coronación y que, a partir de la Casa de Valois, se empezó a usar en los yacentes de los monarcas, como podemos ver en el de Carlos V de Francia. Entre los motivos de su elección cabe apuntar los vínculos familiares de Carlos III con los Valois –su madre pertenecía a esta familia–, su educación y gustos franceses, pero quizás subyace también el deseo de recordar sus derechos a la Corona francesa, tenazmente defendidos por su padre.


Sepulcro de Carlos III y su esposa. Yacentes

Doña Leonor, por su parte, viste una saya muy larga que arrastra por el suelo, con escote de barco, mangas ajustadas y largas que cubren la mano, la parte correspondiente al cuerpo lisa y ceñida, y la falda amplia con pliegues, complementada con un ceñidor de orfebrería. Sobre ella lleva una sobrevesta, prenda de lujo que cubre la parte superior del cuerpo provista de grandes aberturas laterales que dejan ver la saya y el ceñidor, y decorada con una tira vertical de orfebrería. La cabellera queda recogida por una redecilla sobre la que luce corona, igual a la de su esposo.

Al contrario de lo que sucede en el caso del monarca, se trata de una vestimenta a la moda, usada en imágenes coetáneas o algo anteriores de reinas o damas nobles, como el yacente de Juana de Borbón, esposa de Carlos V de Francia –conocido por un dibujo de Gaignières–, y la estatua de la misma soberana del Museo del Louvre.

En cuanto a las cabezas, la de Carlos III, de gran calidad y delicadamente modelada, posee un carácter realista, siendo quizás un retrato. Por contraste, la de doña Leonor, como es propio de las esculturas femeninas de la época, es una versión idealizada.

Descansan sobre almohadones decorados con inscripciones pintadas con el emblema de Carlos III Bonne Foy, actualmente visibles solo en la parte interior. Sobre estos campean sendos doseles, auténticas micro arquitecturas, muy complejas y ejecutadas con gran virtuosismo, con el epitafio grabado en la parte superior y, en el caso del soberano, continuando en el borde de la losa.

Los pies de los reyes se apoyan en los típicos animales simbólicos. En el caso del monarca: un león, símbolo del valor y la fortaleza; en el de la reina, una pareja de perros que se disputan un hueso, símbolo de la brevedad de la vida humana roída por el tiempo, que encontramos en otras tumbas como la de Juana de Evreux, esposa de Carlos IV de Francia y tía abuela de Carlos III, y la de Santa Isabel de Portugal.

Por su parte, el cortejo funerario, compuesto por los típicos plorantes, en número de veintiocho –seis para los lados cortos y ocho para los largos–, se despliega por los costados de la caja. Todos ellos se cubren con doseles arquitectónicos, emparentados con los de los yacentes, pero bastantes más simples, y se apoyan en peanas esculpidas, mayoritariamente con temas animales, pero también humanos y vegetales.

Como suele ser usual, aunque hay excepciones, los plorantes son masculinos: parte eclesiásticos y parte laicos. Entre los primeros encontramos cardenales, obispos, canónigos de la catedral de Pamplona y miembros de otras órdenes religiosas entre los que podemos reconocer a un dominico, un franciscano y un cisterciense. Por su parte, los laicos llevan atuendo de duelo con variantes en función de su cercanía con el difunto o su categoría, desde el gran duelo –túnica larga y manto redondo cerrado largo–, pasando por el duelo atenuado –túnica larga o semicorta con manto abierto–, hasta llegar al atuendo propio de los grandes oficiales –túnica larga sin manto–.

Podrían agruparse por parejas, cuyos componentes resultan muy parecidos, pues no solo pertenecen a igual categoría religiosa y social, sino que tienen posturas y ademanes muy semejantes o complementarios, y lucen indumentarias similares y con parecida disposición. Con frecuencia se trata de dos figuras casi idénticas, a una de las cuales se ha aplicado el “efecto espejo”. Entre los ejemplos más claros de parejas estarían los dos cardenales y los dos canónigos

Desgraciadamente, la localización de estos plorantes no es la original, sin que resulte posible reconstruirla, excepto en lo relativo a las dignidades eclesiásticas –cardenales, obispos y canónigos– que sabemos ocupaban la cabecera del sepulcro. Es posible que, como en el caso de la tumba del duque Felipe el Atrevido de Borgoña, el cortejo siguiera un orden jerárquico: las dignidades eclesiásticas en cabeza, tras ellos los otros eclesiásticos y por último los laicos.

Las fuentes de inspiración de esta sepultura fueron fundamentalmente dos: por una parte, la tumba de Felipe el Atrevido, duque de Borgoña (1384-1410), obra de Jean de Marville, Claus Sluter y Claus de Werve, con la que coincide en la configuración de los baldaquinos de los plorantes y en el tratamiento de las figuras de algunos de ellos. Ciertamente, la sepultura pamplonesa es más convencional y menos innovadora que la borgoñona.

Por otro, la tumba de Carlos V de Francia y su esposa Juana de Borbón (1364-1376), debida a André Beauneveu y Jean de Lieja, con la que concuerda en su condición de sepultura doble, en la indumentaria de los yacentes y en el recurso para estos de doseles arquitectónicos.