28 de septiembre
Mujeres en las imprentas navarras (1490-1841)
Javier Itúrbide
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Se expone la situación de las mujeres vinculadas al negocio de imprenta y librería desde 1490, cuando se instala la primera imprenta en el reino de Navarra, hasta 1841, año en el que, como consecuencia de la Ley Paccionada, se extingue el Consejo Real de Navarra, que desde el siglo XVI había ejercido en exclusiva la facultad de controlar la edición de libros en el reino de Navarra.
Queda patente la dificultad de rastrear la huella de las mujeres relacionadas con el “arte mecánica” de la imprenta, toda vez que es el varón quien ostenta su titularidad, sea como propietario o como responsable. A pesar de ello, los pies de imprenta y la documentación notarial y eclesiástica permiten entrever su vida personal y laboral.
De acuerdo con las prácticas de la época, la mujer no tiene acceso a los “oficios” remunerados y proveedores de trabajo que sostienen las instituciones y que, en el caso de Navarra, se refieren fundamentalmente al del “Impresor del Reino”, “Impresor de los Tribunales Reales” e “Impresor del Regimiento de Pamplona”. Su condición de mujer les impide continuar con estos cargos cuando enviudan, aunque cobrarán de por vida la mitad del sueldo que percibía su esposo.
En buena parte de los casos, la imprenta manual es un negocio de ámbito familiar, dirigido por el padre, en el que participan los hijos y en el que la esposa tiene una función tan anónima como imprescindible. Ella garantiza la vida cotidiana de los suyos y, además, la de los oficiales y aprendices que trabajan en el taller, a los que con frecuencia se añaden huéspedes. Sin ella sería muy difícil el normal funcionamiento del taller y librería; prueba de ello es que durante los trescientos años estudiados no se tiene noticia de la existencia de un soltero propietario de imprenta. Los hombres se casan cuando tienen negocio propio, cuando su situación es estable. Si enviudan, vuelven a hacerlo con premura, en muchas ocasiones con una mujer joven, viuda y con hijos, que cuenta con un patrimonio considerable, el cual se podrá destinar a la ampliación del negocio familiar.
Durante los siglos XVI y XVII, cuando no hay tradición impresora en Navarra, los profesionales proceden de Flandes y Francia y, cuando el éxito los acompaña, forman una familia tomando por esposa una mujer de su entorno, es decir, navarra. Esta circunstancia dará lugar a la creación de estirpes navarras de impresores en las que la mujer, viuda o hija heredera, con frecuencia servirá de eslabón que garantizará su continuidad. Valga como ejemplo temprano la figura de Arnao Guillén de Brocar, el primer impresor, quien, instalado en Pamplona en torno a 1490, se casa con María de Zozaya.
Se da por sentado que la mujer no puede figurar al frente de una actividad artesanal, que cuando muere su marido ella hereda la propiedad, pero no puede manifestar que es la propietaria. De esta manera, en tanto no se case, aparecerá en las portadas de sus libros como “viuda de…”, jamás con su nombre y apellido. Este sería el caso María Ramona Echeverz, viuda desde 1782 de José Miguel Ezquerro, la cual no se volvió a casar y que, durante los 22 años que estuvo al frente de su negocio, siempre se leyó en sus portadas: “En la imprenta de la viuda de Ezquerro”.
En caso de que la viuda se encuentre en edad de contraer nuevo matrimonio, lo ha de hacer con premura para garantizar el normal funcionamiento del negocio que acaba de heredar. A partir de su boda, los trabajos estarán firmados por su marido, aunque dejando claro que no es el propietario. Por este motivo, en la portada no se lee “en la imprenta de…” sino “impreso por…”. Sirva de ejemplo el caso de Graciosa de Oroz, viuda de Pedro Porralis desde 1596, quien vuelve a casarse a los pocos meses de fallecer su esposo y en las portadas figura su marido: “Impreso por Matías Mares”.
Por Mathias Mares
En los cuatro siglos estudiados se conoce un caso en el que una mujer aparece como titular de imprenta. Evidente es algo excepcional y obedeció a un conflicto familiar: Isabel Labayen había heredado el negocio de su padre y estaba casada en segundas nupcias. Arrastraba un contencioso por la propiedad del taller con su heredero, hijo del primer matrimonio, y su segundo marido le había robado y abandonado. Estaba sola, no tenía a quien encomendar el negocio y, por este motivo, entre 1669 y 1670, lo poco que imprimió llevaba en la portada su nombre con la precisión de ser propietaria: “En la imprenta de Isabel de Labayen”. Esta situación anómala duró dos años, el tiempo que tardó en firmarse la sentencia judicial que reconocía la propiedad de la madre y asignaba al hijo la función de mero asalariado.
En la imprenta de Isabel de Labayen
Tenía que ser en el Siglo de las Luces cuando se rectificó la marginación de la mujer en lo que concernía a la titularidad de los negocios relacionados con un “gremio, arte y oficio”. La Real Orden de 1790 estableció que para continuar al frente de su negocio no tenía que casarse con un trabajador del oficio y, en lo sucesivo, bastaría con que se limitara a contratarlo. Al fin se liberó la propiedad de la viuda del deber de contraer un matrimonio obligatorio. Esto en cuanto a la legalidad, pero es de sobra conocido que la aplicación de la ley tropieza con el obstáculo de los prejuicios sociales y culturales.