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29 de agosto

Al son de campanas. Una lectura religiosa, cultural y social de la parroquia de San Román de Cirauqui

Román Felones Morrás
Parroquia de San Román, Cirauqui

El 2 de marzo de 2024 se cumplieron los cien años de un acontecimiento de gran impacto religioso y social en la vida de Cirauqui: la bendición de cinco nuevas campanas para las parroquias de San Román y Santa Catalina. Nada más oportuno, por consiguiente, que anunciar la conferencia prevista en el ciclo de Patrimonio con un bandeo general de las campanas de la parroquia de San Román, una de cuales, la mayor, cumplía su centenario.

La primera parte de la conferencia fue dedicada a dar a conocer los datos históricos en torno a las campanas de San Román en los siglos XIX y XX, tomados del Archivo Municipal de Cirauqui (AMC), el Archivo parroquial y la prensa regional. Se inició con una breve glosa de la importancia de las campanas en la vida de un pueblo, subrayando su carácter de elemento básico de todo edificio religioso, los materiales de fundición y las inscripciones más usuales en ellas. Se enumeraron sus funciones litúrgicas y horarias, ligadas a lo festivo, lo fúnebre, la conjuración de nublados y plagas, la convocatoria a concejos y subastas, o las llamadas a rebato en caso de incendios o asuntos graves, ponderando su valor material y artístico, además del cultural, como guardianas del secreto de la vida cotidiana de nuestros antepasados que vivieron atentos a sus sonidos, organizando sus días en lo ordinario y en lo extraordinario.


Vista de las campanas de San Román de Cirauqui desde el interior de la torre. La mayor, situada a la izquierda, es la bendecida el 2 de marzo de 1924.

Estas campanas se regían por tres toques básicos: el balanceo (movimiento oscilante de la campana que hace que el badajo se mueva al mismo ritmo golpeando el instrumento y produciendo un sonido binario), el volteo (giro completo de la campana, con un yugo que tenga contrapesos de plomo u otro material para facilitar el movimiento, que produce un sonido terciario) y el repique manual (en el que la campana está fija y se repica manualmente a través del movimiento del badajo con una cuerda). Finalmente, toda campana era objeto de un acto de bendición, larga ceremonia que incluía una salmodia, incensación, unción con los santos óleos, el agua bendita y la sal, como si se tratara de un bautizo. La campana solía recibir un nombre específico, sugerido de ordinario por su padrino o patrocinador.

Tras esta introducción general, se pasó a ofrecer los datos históricos recogidos por Xabier Azanza en un artículo sobre las campanas de Cirauqui en el siglo XIX. En ellos se hace referencia a la ceremonia solemne de bendición de la campana mayor, con datos de la fecha, asistencia del cabildo, peso y maestro campanero encargado de la fundición y colocación en la torre. La primera se bendijo el año 1815 y se colocó en el lado derecho. Esta misma campana, que siempre osciló entre 1 000 y 1 200 kilos, se volvió a fundir en 1843, 1858 y 1877. Junto a esta hay referencias a otras dos campanas, la situada en el lado izquierdo, bendecida en 1818 y de peso algo menor, y una campana pequeña bendecida en 1843.

Entrado el siglo XX, la renovación global de las campanas se produjo en 1924. El 2 de marzo, el Archivo Municipal recoge en el libro de actas el acuerdo del pleno que dice lo siguiente:

Aceptar la invitación que hace el sr. Párroco don Francisco Velasco y desde luego constituirse en padrinos de las cinco campanas que van a ser colocadas en las torres de las dos iglesias; que asista la Corporación a todos los actos religiosos que se celebran; que se dé orden a la banda de música para que amenice los actos, se disparen algunas docenas de cohetes y se compren pastas, vino rancio y dulces para celebrar la fiesta.

El acontecimiento fue recogido en el Diario de Navarra del día 4 de marzo de 1924. En un lenguaje retórico y altisonante, el corresponsal da cuenta del evento y señala que

en Cirauqui se bendijeron cinco campanas para su iglesia. Fundidas en los talleres de Vidal Erice, de Pamplona, pesaban cada una 1 200, 450, 140, 80 y 60 kilos respectivamente. A las cuatro de la tarde, previa invitación del párroco Francisco Velasco, se congregaron en la casa consistorial el Ayuntamiento y autoridades y, acompañados de la banda de música, se trasladaron a la parroquia. Se formó una procesión hasta el lugar donde se encontraban las campanas, procediendo el párroco a su bendición, mientras se disparaban numerosos cohetes. Las campanas quedaron bautizadas, dos con el nombre de santa Bárbara, dos con el de Corazón de Jesús y una como santa Catalina; en los bordes estaban inscritos el nombre del Ayuntamiento, como padrino, y el del párroco. Por último, se expuso el Santísimo y se rezó el Rosario.

Pero el proceso no terminó con la colocación de las campanas. El 2 de julio de 1926, el cabildo de la parroquia se dirige al Ayuntamiento solicitando un adelanto de 2 300 pesetas del préstamo de 10 000 que dicho Ayuntamiento debía a la parroquia, pagadero en anualidades de 500 pesetas, para hacer frente al pago de la deuda con el sr. Erice, que amenazaba con llevarse las campanas si el pago no se producía. Cabe deducir que el préstamo se realizó, porque las campanas continúan en las parroquias y no hay noticias de pleito alguno referido a dicho pago.

En la segunda parte de la conferencia se realizó un somero repaso del interior de la parroquia, como joya del patrimonio de Cirauqui que es. Este repaso no solo incidió en sus aspectos artísticos, sino en una lectura religiosa, cultural y social de un edificio que representa como ninguno la historia de la villa. La iglesia es el edificio más imponente, materialmente hablando, de la población a lo largo de su historia; el centro y culmen del caserío medieval, hoy suavizado con las nuevas construcciones; y el resultado de un esfuerzo de siglos en el que han participado todas las generaciones de feligreses hasta nuestros días, sustentado con los diezmos y primicias, limosnas y donaciones de los fieles, con los que se han realizado las obras y se ha mantenido la fábrica de la iglesia y la manutención de sus clérigos.


Vista general de la portada de la iglesia, finales del siglo XII.

El ponente hizo un recorrido por sus épocas constructivas, desde el primer templo del siglo XIII, que se mantuvo en buena medida hasta finales del siglo XVII, y la gran renovación emprendida a finales del siglo XVII y durante todo el siglo XVIII, que le dio el aspecto que hoy presenta, subrayando la dotación de ajuar litúrgico y bienes muebles que la iglesia conserva hasta el día de hoy. Prácticamente todas las generaciones de feligreses de Cirauqui dejaron su huella en las obras emprendidas con mayor o menor acierto en la parroquia. Como ejemplo de ello, se revisaron los cambios promovidos tras el Concilio Vaticano II, desacertados en la remodelación del presbiterio y muy adecuados en la pintura interior de la iglesia.


Vista general del retablo mayor de la iglesia, comienzos del siglo XVIII.

El esfuerzo de la feligresía, secundado por los párrocos, ha hecho que la iglesia hoy esté limpia, aseada y en muy buenas condiciones de conservación, lo que no puede decirse de Santa Catalina, la otra iglesia de la localidad, necesitada de una fuerte intervención. Pero las perspectivas no son halagüeñas. Un acusado descenso de la asistencia a la misa dominical y la edad de la feligresía nos obligan a apelar a toda la ciudadanía. Los eslabones de la cadena han funcionado, con mayor o menor esfuerzo, inversión y acierto en su resultado artístico, desde el siglo XIII hasta nuestros días. Sus muros han visto bautizarse, recibir la primera comunión, casarse y asistir a las exequias de casi todos los vecinos de la villa, actividad compartida con la iglesia de Santa Catalina durante siglos. Sus campanas han sonado para llamar a la oración, dar las horas, celebrar los acontecimientos, despedir a los muertos y alertar del peligro del fuego o las tormentas. El futuro no está ni en las instituciones religiosas ni civiles. El futuro está en nuestras manos.

Nuestro objetivo compartido debe ser conocer, divulgar y cuidar este patrimonio para entregarlo en la mejor forma posible a las generaciones futuras. Este será nuestro legado.