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30 de agosto

El Patrimonio Cultural, testigo privilegiado de la Historia: Mañeru

Alejandro Aranda Ruiz
Parroquia de San Pedro, Mañeru

La gran riqueza del patrimonio cultural de Mañeru, y la escasez de tiempo, nos ha obligado a escoger la iglesia de esta villa para centrar el tema de esta conferencia.

La parroquia en el siglo XVI

La primera iglesia de Mañeru de la que tenemos constancia es una medieval cuyo estilo y forma desconocemos, y que permaneció hasta el siglo XVI. El crecimiento de la población experimentado en aquella centuria obligó a Mañeru, como a gran parte de las localidades de Navarra, a proceder a la ampliación de su iglesia. Así pues, en 1538 se encomendó al cantero Pedro de Ilarreta la construcción de una torre campanario, dos capillas y un coro. El maestro murió durante el transcurso de los trabajos, dejando hecha “muy gran parte”, por lo que desconocemos hasta qué punto pudieron llevarse a cabo estas obras. Sea como fuere, en 1561 la parroquia contrató con el cantero Juan de Iribas la construcción de una capilla lateral y una sacristía. Suponemos que estas obras se hicieron, porque en 1596 el vicario general concedió licencia para edificar la portada de la iglesia y una capilla en el lado del evangelio “correspondiente a la que había al lado de la epístola”, capilla esta última que identificamos con la realizada por Juan de Iribas.

En cualquier caso, fue en 1596 cuando se llevó a cabo la ampliación definitiva del templo siguiendo las trazas y el proyecto del veedor de obras del obispado Miguel de Altuna y que ejecutó el cantero guipuzcoano Juan de Urbieta (c. 1540-1608). Los trabajos fueron concluidos hacia 1613 por Pedro de Urbieta, hijo de Juan, debido a su fallecimiento. Gracias a la tasación de las obras, suponemos que la parroquia en el siglo XVI consistía en un templo de una nave con una capilla mayor, al menos dos capillas colaterales cubiertas con bóveda de crucería y una sacristía cubierta a su vez por otra bóveda de crucería. Las paredes por fuera eran de sillería bien labrada y se decoraban con su arquitrabe, friso y cornisa. En definitiva, la iglesia característica de este momento: un templo de lenguaje predominantemente goticista con algunos elementos propios del clasicismo renacentista.

La nueva iglesia debió de incorporar el retablo mayor que en 1556 acordaron construir el entallador Juan de Iturmendi y el pintor Hernando Belandia de Robledo “de hechura y talladura del romano”, con esculturas de Juan de Oberón, y que finalmente fue policromado por el estellés Pedro Latorre, a quien se terminó de pagar en 1575.

A este retablo se sumaron otros cuatro colaterales dedicados a santa Catalina, la Virgen, santa Bárbara y san Juan Bautista, que la parroquia contrató con Bernabé Imberto en 1600 y en 1613 y que policromó en 1650 Alonso de Logroño.

La parroquia en los siglos XVII y XVIII

Finalizada la construcción del templo y sus retablos, la parroquia continuó dotándose de otras piezas esenciales para el culto, como la sillería hacia 1660-1670, el salterio vespertino que confeccionó en 1619 Jerónimo de Aro, el órgano que construyó en 1703 José de Mañeru y Ximénez, y las reliquias.

De todos estos elementos, llama la atención la extraordinaria colección de reliquias que posee la parroquia y que en su gran mayoría llegó a la localidad en dos momentos diferentes. La primera llegada se produjo en 1627 gracias al mañeruco fray Benito García de Dicastillo, segundo superior del monasterio benedictino de Santa María la Real de Nájera. Las reliquias, muy diversas, incluyeron restos como los de la cruz de san Andrés o un dedo de san Prudencio de Armentia. La segunda llegada se data en 1734, con la donación del mañeruco Pedro Antonio García de Dicastillo, sacerdote que había vivido años antes en Roma. Este lote aún fue más abundante que el anterior e incluyó reliquias tan insólitas como la esponja con la que Cristo bebió vinagre en el Calvario o los cabellos de la Virgen. Tampoco pudieron faltar restos catacumbales, como el corpi santi de santa Clara.

Para su adecuada custodia y veneración, la parroquia colocó estas reliquias a ambos lados del altar mayor, dentro de dos armarios que encargó al escultor José Pérez de Eulate y que sobrevivieron hasta 1928.

El nuevo templo parroquial (1780-1792)

Como hemos visto, avanzado el siglo XVIII la parroquia de Mañeru ya estaba más que concluida y dotada. Lo último en realizarse fue el cuerpo de campanas, del que sabemos que se estaba construyendo en 1715, año en que el ayuntamiento acordó colocar en la torre el reloj municipal de la villa. Sin embargo, avanzado el siglo XVIII, el crecimiento de la población obligó a la construcción de una nueva iglesia.


Iglesia parroquial de Mañeru, exterior. Foto: Alejandro Aranda Ruiz.

Así pues, en 1780 se encargaron las trazas y el proyecto de la nueva obra a Santos Ángel de Ochandátegui (1749-1802), firmándose con él la escritura de contrata en 1785. Las obras avanzaron a buen ritmo, inaugurándose la iglesia en 1792. El templo edificado por Ochandátegui se adosó al basamento del campanario y el coro del siglo XVI. La iglesia de Ochandátegui se compone de un gran cuadrado central al que se suman en la cabecera y brazos laterales ábsides de forma semicircular. Por el oeste, el cuadrado central enlaza con la estructura de la torre por medio de una nave de dos tramos. El interior destaca por la unidad espacial que otorga la repetición de pilastras con capiteles jónicos decorados con guirnaldas y un potente entablamento que recorre todo el perímetro interior. En lo que respecta a las cubiertas, el espacio central se cubre con una cúpula de media naranja sobre pechinas, las capillas absidales con casquetes de esfera y la nave con bóveda de cañón con lunetos. Destacan también las dos sacristías con sus paredes decoradas con arcos de medio punto con pilastras y cielos rasos con molduras.

Al exterior la iglesia hace gala de una gran sencillez, limpieza de formas y contundencia de volúmenes. Destaca únicamente la portada de acceso a la iglesia, abierta en un costado, y que se decora por medio de una hornacina cubierta por un frontón curvo con la imagen de san Pedro, labrado en piedra.

El templo en el siglo XIX

Tal y como había sucedido en el siglo XVI, concluida la construcción del templo, fue preciso proceder a su pintura y amueblamiento.

En 1853, la iglesia fue ricamente pintada por Santos Garrido. Este recubrimiento pictórico, que contribuía a reforzar el carácter neoclásico del edificio a través de los mármoles simulados de los entablamentos y cornisas y de los ricos casetones con rosetas de las bóvedas, desapareció en los años 80 del siglo XX, sobreviviendo únicamente los evangelistas de las pechinas.


Iglesia parroquial de Mañeru, detalle del interior. Foto: Alejandro Aranda Ruiz.

Centrándonos en el amueblamiento, algunas piezas fueron reaprovechadas de la vieja iglesia, como los colaterales de santa Catalina y la Virgen labrados por Bernabé Imberto. Ignoramos si con ellos fueron instalados los otros dos de santa Bárbara y san Juan Bautista, pero sí sabemos que la parroquia debía de contar por entonces con al menos cuatro retablos, ya que en 1800 la parroquia pagó por cuatro mesas de altar que había hecho el escultor estellés Lucas de Mena. Asimismo, la construcción de la nueva iglesia implicó la comisión de un nuevo retablo mayor de estilo neoclásico cuyo dorado corrió a cargo del pintor Francisco Linares, que en 1806 cobró el primer plazo por su trabajo. Retirado en 1928, de este retablo de madera policromada que simulaba mármoles solo se conservan las imágenes de san Pedro, san Fermín y san Francisco Javier.

Complemento del retablo mayor fueron los púlpitos empotrados en la pared, a ambos lados del presbiterio, y a los que se dotó de sendos tornavoces que labró en 1810 el escultor Juan José Vélaz y que policromó Domingo Echeverría.

A lo largo del siglo XIX, la parroquia también renovó algunas piezas de platería, como la cruz procesional que confeccionó en 1819 el platero pamplonés Ignacio Iriarte. En 1857 se sumó a ella otra de metal plateado para los días ordinarios realizada por el platero G. Villarreal. El mismo año el mismo platero se hizo cargo también de dos cetros destinados al clero parroquial.

Pero además de retablos y de orfebrería, la iglesia también se hizo con varios lienzos. En 1863 se pagó al pintor pamplonés Mariano Sanz y Tarazona la pintura que había realizado del Bautismo de Cristo. El lienzo muestra una composición estudiada, un predominio del dibujo sobre el color y una calidad discreta, si bien resulta un testimonio importante, dadas las pocas obras documentadas de Mariano Sanz. Esta pintura se sumó a las 14 estaciones del Vía Crucis, pintadas en óleo sobre lienzo, y encargadas en 1858. De autor desconocido, son de mayor calidad que la escena del Bautismo.

El siglo acabó en 1891 con la construcción del actual órgano romántico, que corrió a cargo de los Hermanos Roqués y que, según Sagaseta, pertenece a la mejor época de este taller.

El templo en el siglo XX: el retablo mayor

Llegado el siglo XX, el retablo neoclásico de finales del siglo XVIII no debía de satisfacer del todo a la feligresía y a su párroco, quien encargó tres diseños para uno nuevo al escultor de Estella Santiago Michel, al famoso retablista de Pamplona Fermín Istúriz y a los Hermanos Echeverría de Pamplona. Posteriormente, los proyectos fueron presentados a Onofre Larumbe para que emitiera un informe al respecto. Dictaminado por Larumbe que ninguno de los tres proyectos se adecuaba a “las líneas de estilo y entonación general del edificio”, el párroco decidió encomendar el diseño del retablo al arquitecto Víctor Eusa, contratándose su ejecución en febrero de 1928 con los fabricantes de muebles de Pamplona Arrieta y Compañía.