El Rosario de Cristal de Zaragoza bajo la mirada de un visitante navarro en 1897
EDUARDO MORALES SOLCHAGA
En una colección particular de Pamplona se conserva una acuarela en forma de rollo en la que se describe, con todo lujo de detalles, la procesión del Rosario de Cristal de Zaragoza de 1897. La pintura, de carácter lineal, se halla articulada en torno a dos vástagos que permiten al espectador avanzar en la comitiva, consolidándose en una suerte de souvenir del siglo XIX.
Se encuentra en el interior de un coqueto estuche hecho en cartón a su medida, pintado como si de cuero marrón se tratase, incorporando también incluso pequeños tornillos pintados en la tapa, que también cuenta con una decorativa y sinuosa cartela de color verde, donde figura el título que identifica la composición: “Procesión del Rosario del Pilar de Zaragoza. 13 de octubre de 1897”.
Rollo del Rosario de Cristal (a) y su funda (b).
El rollo alcanza la nada despreciable longitud de 11 metros y 32 centímetros. En cuanto a su altura, no es del todo regular, pero de media supera los 7,5 cm. En tamaña superficie, el autor representa, según su propia contabilidad, 1.800 figuras. En lo que respecta al proceso, todavía quedan marcas de los esbozos a lápiz, que posteriormente fueron pasados a plumilla y acuarelados con maestría y gusto.
La acuarela está conformada por la unión de fragmentos de papel de hilo encolado, medianamente regulares (30 cm en la mayoría de los casos), en los que se han hallado las filigranas o marcas de agua de dos fabricantes de papel: por un lado, las del papel de hilo de primera clase de José Vilaseca y Doménech, empresario catalán que no solo continuó con la tradición familiar en la factoría Capellades (Barcelona), sino que también industrializó el proceso de producción, lo que provocó una notable expansión económica y comercial; por el otro, Pedro Alsina y Dalmau († 9 de diciembre de 1919), empresario aragonés que contó con dos fábricas de papel en Villanueva de Gallego, galardonado con dos medallas de primera clase en la exposición aragonesa de 1885-1886. La presencia de un papel aragonés reafirma la idea de que se elaboró en Zaragoza.
Marcas de papel: José Vilaseca y Pedro Alsina.
La presente exposición virtual tiene como finalidad, aparte de dar a conocer este maravilloso ejemplo del patrimonio navarro, analizar el formato utilizado en la acuarela, el contexto histórico de la procesión, las instituciones y bienes artísticos representados, y, finalmente, su autoría. Al igual que en otros rollos similares en ámbito peninsular, como por ejemplo el del Corpus de Valencia –del que se dan unas breves pinceladas– sería conveniente una publicación más extensa que esta propia exposición virtual, acompañada de una edición facsimilar de la acuarela.
Una diferencia sustancial entre la pintura occidental y la oriental es el formato, ya que en el primero de los casos está destinada a colgar en las paredes permanentemente y en el segundo, a ser vista solo de modo ocasional y, como mucho, por una pareja de observantes.
Es en este sentido donde encaja la tradición de rollo o pergamino de mano, que viene de muy antiguo. Tiene un formato alargado y estrecho (hasta 40 cm de alto y varios metros de largo) y en él se representan, normalmente en papel, escenas, textos o una combinación de ambos, que progresan mediante la torsión de dos rotadores de madera. Frecuentemente envueltos en seda, se preservan en cajas de madera que los identifican, y que en ocasiones resultan auténticas obras de arte. Muchos de los más prestigiosos museos de artes decorativas conservan en sus colecciones rollos decorados.
Aunque todo apunta a que el formato surgió en el Este asiático, algunas investigaciones lo filian a la India en el siglo IV a. C. y otras contextualizan su nacimiento en el periodo chino de Primavera y Otoño (771-476 a. C.). De todos modos, no se utilizó como soporte la seda o el papel hasta el siglo I y no se representaron escenas pintadas hasta el siglo III. Cinco siglos después fueron introducidos en Japón, de la mano del budismo, donde se conocen con el nombre de emakimonos.
En cualquier caso, y en aquellas latitudes, fueron considerados objetos de lujo y realizados por los más diestros maestros que radicaban en sus respectivas cortes imperiales. En cuanto a la iconografía, en el caso de China porcentualmente destacan escenas paisajísticas, como por ejemplo la panorámica de “El festival Qingming junto al río” (Zhang Zeduan, siglo XII), mientras que en Japón son más frecuentes los rollos con escenas historiadas, como las del “Heiji monogatari” (siglo XIII), que describía en diez rollos –de los que se conservan tres– la rebelión Heiji. El más interesante es el del Museo de Bellas Artes de Boston.
Rollo de la Rebelión Heiji (siglo XIII).
Mientras tanto, en Europa no se utilizaban soportes similares para mostrar la continuidad narrativa en las composiciones, sino que se solapaban acontecimientos en un mismo plano, se jugaba con arriesgadas y antinaturales perspectivas, o bien se usaban viñetas o series grabadas para cada una de las escenas que componían la historia en cuestión.
La expansión territorial de las naciones europeas, probablemente en el tránsito entre los siglos XVIII y XIX, propició que este curioso formato oriental permeabilizara hasta bien entrado el siglo XX en Occidente, adaptándose a la iconografía tradicional, incluyendo tanto solemnidades civiles y religiosas como panorámicas de ciudades, temas cotidianos, usos, costumbres y banalidades. Probablemente dicha fusión se produjo en la India británica, como muestran rollos de muy tempranas fechas, que coinciden con el dominio militar de la colonia, destacando entre ellos por su longitud y detalle el “Rollo de la procesión en honor a Shiva organizada por Krishnaraja Wadiyar, Raja de Mysore” (1860), del Museo Victoria and Albert.
Rollo de la procesión en honor a Shiva organizada por Krishnaraja Wadiyar, Raja de Mysore. Fragmento (1860).
Es por tanto en Inglaterra donde a principios del siglo XIX se generalizó el formato de rollo implicándose en su constitución imprentas, editores y litógrafos, como por ejemplo Thomas Alken, Robert Dale, Robert Cruikshank, Robert Havell o Thomas Rowlandson. Se preservan vistas de ciudades (Londres o Brighton-1822/1833), cursos fluviales (“Panorámica del Támesis, de Richmond a Westminster”, 1829), costumbres (carreras de caballos, caza del zorro, boxeo, moda…), solemnidades reales (coronaciones de Jorge IV y de la reina Victoria, 1822/1838), entre otros muchos. Como curiosidad, en la colección del Mayor John Roland Abbey se conservan casi doscientos panoramas, aunque no todos responden al formato de rollo.
Going to Epsom Races (Londres, 1819)
Panorama of a Fox Hunt (Londres, 1828).
Coronation of George IV (Londres, 1822).
Se vendían bien terminados, con las litografías acuareladas, recortadas, encoladas y engarzadas en el rollo, bien en pliegos de papel, exentos del proceso y mucho más económicos, para que el comprador hiciera de artífice. Se conservan ejemplares incluso del siglo XX, como por ejemplo el de la coronación de Jorge VI en 1937. De todos modos, aunque el formato de rollo se impuso, se siguieron imprimiendo porfolios con litografías individuales, como el de las exequias del duque de Wellington (1852), y también aparecieron artefactos más complicados como el myriopticon, caja decorada con un marco en la que se engarzaba el rollo y que hacía las veces de pequeño teatro. El primero del que se tiene constancia es el satírico “Un viaje a Londres” (1823), y rápidamente se generalizó con temas de todo tipo, incluyendo la historia sagrada. Incluso algunos libreros y encuadernadores, como Sangorski y Sutcliff, construyeron, ya en el siglo XX, cajas personalizadas de este estilo para rollos preexistentes.
Myriopticon de la Guerra Civil. Exterior (Springfield, 1866).
Myriopticon de la Guerra Civil. Interior (Springfield, 1866).
El género pasó también a los Estados Unidos en su estructura más simple, como por ejemplo el “Panorama del Río Hudson de Nueva York a Waterford” (1847), y en su formato más complicado, como los myriopticones de la Guerra Civil y de Santa Claus (1866), y el de la Exposición Mundial Colombina de Chicago (1892). Al margen del mundo anglosajón, el formato de rollo no cristalizó en otras naciones europeas, salvando casos excepcionales como el de “La Solemne Procesión del Corpus Domini” de Roma, publicado en la temprana fecha de 1839. De todos modos, por normal general se editaron escenas conectadas, aunque aisladas físicamente en encuadernaciones y álbumes, como por ejemplo una lujosa publicación con la “Procesión de San Macario de Gante” (1867).
Panorama of the Hudson River from New York to Waterford (Nueva York, 1847).
La Solenne Processione del Corpus Domini. Fragmento (Roma, 1839).
En el caso de España, las descripciones narrativas se hicieron en formato tradicional, salvando muchos ejemplos conservados en Cataluña conocidos como fulls de rengle, impresos de la cultura popular con la representación en hileras de procesiones, desfiles y séquitos, que tienen su origen en las llamadas aucas o aleluyas. Se conservan ejemplos xilográficos desde el siglo XVIII, que con posterioridad se adaptaron a las nuevas técnicas litográficas de estampación realizadas en establecimientos de sumo prestigio como la casa Paluzié de Barcelona o los Grau de Reus. Las hileras, de las que se conservan múltiples ejemplos en archivos como el de Joan Amades, se podían recortar y encolar en una sola tira, dando lugar a una tradición similar a la inglesa, como en el caso del rollo de la “Procesión del Corpus de Barcelona” conservado en el Archivo Histórico de aquella ciudad. En Valencia se editaron también aucas xilográficas de procesiones religiosas durante todo el siglo XIX. De todos modos, fuera de Levante fueron más habituales las composiciones apaisadas, como por ejemplo la “Comitiva Regia” de 1879, que en una lujosa edición con 64 cromolitografías conmemoró el casamiento de Alfonso XII y María Cristina de Habsburgo-Lorena.
Procesión de Nuestra Señora del Rosellón (mediados siglo XIX).
Al margen de las publicaciones editadas, también se conservan dibujos originales acuarelados, en tiras adheridas, aunque sin responder al formato de rollo, como es el caso de dos ordos de la “Procesión del Corpus Christi de Sevilla”, correspondientes a 1747 (Nicolás de León Gordillo) y 1866 (Antonio María de Vega), este último encargado por los duques de Montpensier y actualmente en una colección particular de Madrid. En el mismo sentido, figura el “Álbum de la procesión del Corpus de Valencia” del cartujo fray Bernardo Tarín y Juaneda (posterior a 1889).
Procesión del Corpus de Sevilla. Fragmento (1747).
El único rollo original que se preserva, al margen del que en esta exposición virtual se exhibe por primera vez, es el insólito “Rollo del Corpus de Valencia” (1824), una tira de papel de 17 cm x 31 m, de autor desconocido y de carácter popular y naíf, que combina recortes y dibujos acuarelados para describir la citada procesión con un ingenuo realismo y vistoso colorido.
Rollo del Corpus de Valencia. Facsímile (1824).
No resulta aventurado afirmar que el Rosario de Cristal de Zaragoza se consolida en una de las manifestaciones devocionales más importantes y trascendentales, no solo en la vida religiosa de aquella ciudad, sino en lo que a todo el resto de España se refiere. De hecho, se ha convertido en uno de los atractivos más importantes de las fiestas del Pilar, destacando sobremanera los decorativos faroles que encumbran una tradición popular bien extendida a un acontecimiento con difícil parangón, propio y característico de la ciudad del Ebro.
No es momento en estas líneas de realizar un pormenorizado estudio de la comitiva en cuestión ni de su devenir histórico, ya que existen múltiples e interesantes monografías al respecto que cubren con creces los entresijos acaecidos entre su fundación y la actualidad; basta con esbozar unas pequeñas pinceladas sobre su origen y composición, con objeto de contextualizar la acuarela en forma de rollo, y justificar su posterior trascendencia en otras tradiciones, dentro y fuera de Aragón.
El Rosario de Cristal de Zaragoza surgió a raíz de la institución canónica de la Cofradía del Santísimo Rosario de Nuestra Señora del Pilar (1889), en unos momentos de exaltación de la citada práctica, impulsada en la iglesia universal por el papa León XIII y en la iglesia metropolitana de Zaragoza por el arzobispo Francisco de Paula Benavides y Navarrete.
Partiéndose de la base configurada por los bienes muebles que habían venido formando parte del rosario de la aurora, pronto se incorporaron novedosos elementos entre los que destacaban los faroles de vidrio diseñados por el arquitecto Ricardo Magdalena. En un primer momento se realizaron los de mano, que simbolizaban cada una de las partes de la oración del rosario que los devotos iban rezando (padrenuestros, avemarías, glorias y la letanía), mientras que en los años posteriores se incorporaron los faroles de gran tamaño que, llevados por costaleros, hicieron lo propio con los misterios del rosario (gozosos, dolorosos y gloriosos). En la medida en que se fueron incorporando a la citada práctica diferentes instituciones y asociaciones civiles, religiosas y militares, el ajuar que desfilaba vio incrementados paulatinamente sus elementos, en un proceso que continua hoy en día.
Procesión del Rosario de Cristal a su paso por la calle Alfonso I. Zaragoza.
A pesar de lo novedoso de la incorporación de los faroles, los elementos anteriores –cirios, estandartes y esculturas– siguieron desfilando en la comitiva, configurándose el Rosario de Cristal, también conocido como Rosario General, en una práctica aglutinadora de la tradición y la modernidad tan característica del período de entre siglos. En la medida en que avanzó el siglo pasado, dicha práctica fue languideciendo paulatinamente, tanto en lo social como en lo religioso, si bien gracias a los esfuerzos de todo tipo de personalidades e instituciones, en las últimas décadas la comitiva resurgió con renovada fuerza y participación. A ello sin duda contribuyó la restauración de sus elementos, lo que a su vez concienció a la población sobre la importancia del patrimonio mueble que lo integra.
De todos modos, y a pesar de que cuenta con una serie de elementos originales y privativos, no se trata de una tradición aislada, sino que es preciso insertarla en un proceso de mayor envergadura consistente en la modernización de los antiguos rosarios de la aurora, manifestaciones de la piedad popular durante el Antiguo Régimen. Esta transformación, que tuvimos la oportunidad de estudiar [vid. Bibliografía], se inició, sin lugar a duda, en Zaragoza a finales del siglo XIX, y se extendió rápidamente por otras poblaciones aragonesas (Calatayud, Tauste, Borja e Híjar) y nacionales (Pamplona, Vitoria, Haro, Atienza, Sigüenza, Castellón y Valladolid, entre otras).
Atendiendo a la historia de esta muestra de religiosidad popular, conocemos con seguridad que hasta 1898 no existió un orden estricto dentro de la procesión, cuando el canónigo José Nasarre Larruga la sistematizó y publicó, aunque sin finalidad artística. De hecho, tal fue su éxito que un año después fue el encargado de hacer lo propio con la procesión de faroles de la Virgen Blanca de Vitoria. Hasta entonces, el orden solo puede adivinarse a través de la prensa, que a su vez probablemente lo recibía de la propia cofradía; simplemente comparando el de 1896 y el de 1897 se aprecian variaciones sumamente importantes.
El rollo reproduce la de 1897, que fue la base en la que Nasarre fundamentó su orden definitivo, aunque con algunas variaciones, de ahí la importancia de la acuarela, que representa el fin de un ciclo de formación y el comienzo de una nueva época de plenitud. Lo más probable es que el autor observase in situ la comitiva, tomando algunos apuntes del natural, para más tarde trasladarlo al papel, siguiendo lo dispuesto en el orden oficial, que parece ser contenía algún error, figurando asociaciones que solo se reflejan ese año de 1897 en la prensa, como el “Colegio de la Asunción” (en vez de Anunciación), del que no se tiene noticia alguna en Zaragoza, o los “Esclavos de María”, quizás confundidos con la Asociación de Esclavas de María, que siempre desfilaba y oficialmente no lo hizo. También podrían ser los Esclavos de Jesús Nazareno –y no de María–, que no desfilaban en la procesión. A su vez, figuran tres “faroles del rosario viviente” que con probabilidad nunca se llegaron a confeccionar. Esta clara analogía entre la acuarela y la prensa aragonesa, reproduciendo los mismos errores, también se detecta en la nomenclatura que ambas utilizan. Sea como fuere, se trata de un documento de carácter único y excepcional.
Con la información complementaria de la prensa y la bibliografía de la época, se pueden identificar la práctica totalidad de las instituciones y bienes artísticos que procesionaron en 1897, destacando los más de cuatrocientos faroles, que en su día fueron valorados en 50.000 pesetas. La aceptación de la procesión, que comenzó el día 13 a las seis y media de la tarde, fue general, y en la prensa del momento se podía leer que los balcones para presenciarla cotizaban a muy altos precios. Se conoce que se apagó el alumbrado general y la comitiva causó un notable efecto en la población durante su recorrido: calles Alfonso I, Manifestación, Mercado, Cerdán, Coso, Don Jaime, Plaza de la Seo, calle y plaza del Pilar por la puerta alta.
En cuanto al rollo, la procesión, que se inicia con una sección de caballería de la Guardia Civil y finaliza con un piquete militar de infantería con la bandera nacional, está aderezada en su recorrido con sucesivos coros (sochantres, infantes…), de entre los que destaca el del Orfeón Zaragozano, fundado en 1895 y dirigido en aquellos momentos por José Orós, conocido director de rondalla y orquesta. Se acompañaban de instrumental, en casi todos los casos bandas militares, pertenecientes en 1897 a los regimientos de Alba de Tormes, Infante y Gerona. A lo largo de sus once metros, desfilan tanto personalidades particulares como grupos sociales, instituciones y asociaciones de todo tipo. Por norma general, los integrantes utilizan sus mejores galas, luciendo distintivos de sus respectivas asociaciones. Los trajes regionales tan estilados hoy en día son solo contadas excepciones en la comitiva. A pesar de ser un simple y curioso recuerdo del evento, sin una pura finalidad artística, el autor se recrea en actitudes, pequeños detalles, curiosidades y anécdotas que justifican su carácter periodístico.
Sección de la Guardia Civil.
Entre las instituciones pedagógicas que forman parte del rollo zaragozano destacan tanto academias privadas como entidades públicas. Ataviados como cadetes aparecen los alumnos del Colegio de Nuestra Señora de la Asunción, quizás por un error tipográfico, pues por su aspecto debía ser una academia preparatoria militar, aunque no se ha podido constatar este extremo. También figuran los alumnos del Colegio Politécnico Nuestra Señora del Pilar, mal identificado en la prensa como “de San Felipe y San Pablo”. Fundado a finales de 1871 y entonces situado en la calle don Jaime (41-43), admitía alumnos internos, externos y a media pensión, e impartía estudios de primeras y segundas letras, así como también bachilleratos, carreras universitarias y formación militar. A su vez, no podía faltar la Comisión del Claustro de la Universidad de Zaragoza, institución establecida en la capital desde 1542. También por la prensa se conoce que participó el Colegio del Salvador (jesuitas), refundado en 1871. Algunos de sus alumnos, al igual que colegiales escolapios, también integraron parte de los coros que aderezaron la comitiva.
Profesores de la Universidad de Zaragoza.
En cuanto a agrupaciones civiles se refiere, en primer lugar figura la Asociación “El Ruido”, que era una comparsa refundada como institución benéfica en 1896, dedicándose desde entonces a organizar rifas y captar donativos para ayudar a los soldados aragoneses que regresaban heridos o enfermos de la guerra de Cuba. También queda retratada la Sociedad Protectora de Jóvenes Obreros y Comerciantes, resultado de la fusión de las Escuelas Católicas de Obreros y la Escuela Recreativa de Comercio en 1889, convirtiéndose a partir de entonces en punto de referencia del catolicismo social de Zaragoza en lo que a formación se refería. A su vez, desfilaron los integrantes de la Cruz Roja, cuya asamblea fundacional se produjo en diciembre de 1870 y de cuya delegación navarra fue fundador el autor de la acuarela. Para 1874, y pese a dificultades económicas, contaba con dos comisiones en Calatayud y Alhama, y una sección femenina. En las fechas de la acuarela colaboró, junto a la asociación antecedente, en la asistencia de los soldados coloniales aragoneses. El periodismo católico se ve representado en la junta directiva del semanario católico “El Pilar”, revista fundada en 1883 como instrumento para la difusión de la devoción pilarista, que todavía hoy conserva algunos de sus propósitos fundacionales: aragonesismo, zaragozanismo, defensa de los valores cristianos, y cierto espíritu crítico. Por último, desfilaron los integrantes de la Real Maestranza de Caballería, una de las cinco existentes en España, con orígenes en el siglo XVI y refundada como tal en 1819, por su especial resistencia durante la Guerra de la Independencia. Los acompañaba, también vestida de gala, la oficialidad de la Academia Militar de Zaragoza.
Real Maestranza de Caballería.
Figuran asimismo múltiples asociaciones piadosas de carácter universal, como el Apostolado de la Oración, fundación jesuita de 1877, fusionada en la iglesia de San Felipe (1882) con la Pía Unión del Sagrado Corazón de Jesús, cuyos individuos tenían la obligación todos los días a distintas horas del día y de la noche de rezar un misterio del rosario, hasta el punto de que entre todos ellos se rezaba el rosario constantemente. Entre ellas también se puede observar la Archicofradía de las Hijas de María, que seguían el reglamento adoptado por la Congregación de las Hijas de María de Barcelona (1849). Refugio para las jóvenes solteras contra los “peligros del mundo”, su espiritualidad estaba orientada a las virtudes pasivas (moral individual), al culto ornamental y a la caridad. En la misma sintonía, y siguiendo el modelo de la fundación original de París (1850), desfiló la Asociación de Madres Cristianas, fundada en Zaragoza en 1877, cuyo principal objetivo era “ofrecer sus oraciones para atraer sobre sus hijos y sobre sus familias las bendiciones del cielo”. También se observa en la acuarela la Conferencia de San Vicente Paúl del Pilar, cuyos miembros, siguiendo a su matriz parisina (1833) y madrileña (1850) se hacían cargo de pobres o enfermos a los que visitaban con periodicidad y ayudaban económicamente. A su vez, quedaron registradas dos órdenes seglares con similares características y origen (siglo XVII): la Venerable Orden Tercera del Carmen de la parroquia de San Pablo y la Venerable Orden Tercera de San Francisco de Asís del desaparecido monasterio de Santa María de Jerusalén. Por último, asistió, no como congregación sino como particular, la Asociación de Hijas de María Inmaculada y Santa Teresa (1875), filial de la de Tortosa, que tenía como objetivo avivar el fervor y la piedad de las jóvenes, acostumbrándolas a un cuarto de hora de meditación diaria.
Conferencia de san Vicente Paúl del Pilar.
Al margen de las cofradías universales y de la Cofradía del Santísimo Rosario de Nuestra Señora del Pilar, que organizaba la procesión, la acuarela describe la presencia de asociaciones exclusivas de Zaragoza, como por ejemplo la Cofradía del Santo Rosario de la parroquia de San Pablo, que se formó tras la exclaustración de los dominicos y que tenía como objetivo la santificación de sus cofrades a través de la devoción del rosario. También desfilaba la Real Hermandad de la Preciosísima Sangre de Cristo, fundada en el siglo XIII y por tanto la cofradía penitencial decana de la ciudad de Zaragoza. Institución clave en la organización de la Semana Santa zaragozana, entre sus funciones destacaron el acompañamiento a los reos de muerte y la recogida de cadáveres desamparados, cometido último que todavía conservan en la actualidad. A su vez procesionó la “Hermandad de la Sopa”, nombre popular con el que se conocía la Congregación de Nuestra Señora de Gracia de Seglares Siervos de los Pobres Enfermos del Santo Hospital Real y General de Zaragoza, ya que desde 1779 asumió la obligación de repartir diariamente un desayuno consistente en una sopa de aceite. La congregación, compuesta mayoritariamente por laicos, ayudaba a pobres y enfermos en algunas de sus prácticas religiosas y también les prestaba cierta ayuda económica. Por último, se observa a los cofrades de la Real Congregación de la Anunciación y San Luis Gonzaga, asociación mariana fundada y establecida en la iglesia de los padres jesuitas en 1860, cuyo cometido era formar cristianos de verdad que buscasen no solo su santificación, sino también la de los demás. En la acuarela van acompañados de los alumnos del colegio del Salvador, al que antes se ha hecho referencia.
Hermandad de “la Sopa”.
Al margen de las asociaciones anteriores, en la acuarela y en la prensa se constata que desfiló una asociación de Esclavos de María que no figura en ningún otro año de la procesión. Como se ha comentado, sí que existía en Zaragoza una Asociación de Esclavas de María Santísima de los Dolores que radicaba en la parroquia de San Pablo desde los años sesenta del siglo XIX, por lo que es probable que se trate de un error tipográfico. Otra posible hipótesis justificaría la presencia del autor, activo miembro de la sociedad civil y religiosa de la capital navarra, en la ciudad del Ebro, pues en 1897 se celebró el bicentenario de la fundación del Rosario de los Esclavos de la catedral de Pamplona, asociación muy similar a la zaragozana que quizás fue invitada a desfilar en la procesión. En ese sentido, podría ser una representación de la corporación pamplonesa, que curiosamente al igual que en Zaragoza trasladó a partir de ese año la celebración de las mañanas a las tardes; así mismo comenzó también una modernización en sus faroles, que fueron encargados a los mismos talleres que los del Rosario de Cristal.
Esclavos de María.
En cuanto a las instituciones de gobierno temporal y espiritual de la capital, figura, vistiendo de gala, una comisión del Ayuntamiento de Zaragoza, así como también otra representación del clero de las parroquias y del cabildo catedralicio. Tampoco falta la junta directiva de la Real Cofradía del Rosario, acompañada del capitán general de la plaza, en representación de Alfonso XIII, y del arzobispo de la ciudad.
Junta directiva de la procesión.
Al margen de las instituciones, también participaron de la procesión de 1897 grupos diversos, como los vecinos de la antigua parroquia de la Santa Cruz, a modo de gran familia; los niños que habían comulgado ese mismo año, ataviados con sus mejores galas; los celebérrimos infanticos de la catedral, unos setenta, con sus vistosos roquetes; los peregrinos, al más puro estilo jacobeo, con bordones, calabazas y vieiras, que se conoce que iban acompañados en acción de gracias por la Asociación de Nuestra Señora de Bonaria, fundada por los 113 supervivientes aragoneses –mediante la intercesión de la Virgen del Pilar– al naufragio del vapor Bellver en 1894 cuando regresaban de la gran peregrinación obrera al Vaticano; y, finalmente, un centenar de maltrechos soldados de Cuba y Filipinas, vestidos con su característico “rayadillo” que también asistían en acción de gracias, acompañando a la Asociación “El Ruido” a la que se ha hecho referencia anteriormente. Según la prensa, articulados en dos hileras causaron “gran entusiasmo en el inmenso gentío que presenciaba la procesión”. Solo un año antes, la cofradía promotora organizó una novena de rosarios a su favor en el interior del templo del Pilar.
Soldados coloniales.
Al margen de la procesión en sí, el Rosario de Cristal destaca especialmente por el ingente patrimonio mueble que todavía hoy la acompaña, y que se configura por sus característicos faroles, que representan las diferentes partes del rosario, y por los numerosos estandartes que escoltan a las corporaciones civiles y religiosas. En este sentido, la acuarela resulta muy ilustrativa, ya que en ella se detallan los elementos que desfilaron, algunos de los cuales ya no existen en la actualidad.
En lo que respecta a los faroles, no es el objeto de este estudio realizar un estudio pormenorizado de cada uno de ellos, sino identificar los monumentales que aparecen en la acuarela de acuerdo con la bibliografía y la documentación. La base de la procesión son los quince faroles que representan los misterios gozosos, dolorosos y gloriosos, de estilo gótico bizantino. Fueron diseñados por el arquitecto zaragozano Ricardo Magdalena y construidos en el prestigioso taller del vidriero León Quintana en 1890. Fueron sufragados por ilustres personalidades, instituciones y por cuestación popular. En la acuarela son identificables, aunque presentan ciertas variaciones con los originales. Un año después, el mismo Quintana regaló la Gran Cruz del Rosario que encabeza la comitiva en el rollo. Acompañando al ayuntamiento, figuran dos leones muy deteriorados, obra de Valero Tiestos Guimbao, donados en 1875. Cierra la procesión el impresionante farol del Templo del Pilar, de enormes dimensiones donado por Policarpo Valero y Bernabé, magistrado y alcalde de Épila, como ofrenda de acción de gracias en 1872. En la acuarela aparece tras la restauración de 1895, pues ya campean las cuatro torres de la basílica zaragozana.
Primer Misterio Glorioso.
Gran Cruz del Rosario.
Farol del templo del Pilar.
Al margen de los conservados, figuran algunos que se han perdido, como los faroles de las águilas con un pilar en medio, de los que se preservan solamente dibujos, y que fueron donados por José Alejandro Mainar a mediados del siglo XVIII. También se puede observar un castillo, probable superviviente de dos construidos, uno español y otro romano, realizados por Mariano Tiestos según proyecto de Alejo Pescador en 1855. Lo que resulta insólito es la aparición de tres faroles del rosario viviente, en forma de templos basilicales, de los que no se tiene constancia documental (solo en la acuarela y en la prensa), como se ha comentado anteriormente. Quizás respondan a los tres templetes que procesionaban con san Braulio, san Indalecio y Santiago, aunque resulta imposible certificarlo. Tampoco figura el del Arca de Alianza, realizado también por Tiestos, según croquis de Pescador y donado en 1875.
Faroles antiguos de las águilas.
Farol antiguo con castillo medieval.
También se conoce que figuraban imágenes, aunque el rollo solo reproduce en los primeros pasos del séquito la de santo Domingo de Guzmán, a la sazón fundador de la práctica religiosa. Fue donada en 1891 por Carmen Correa, muy devota del Rosario, para que desde entonces desfilara en la procesión. Como curiosidad, aunque en la acuarela se aprecia claramente que porta el rosario, aparece ataviado como franciscano. La imagen, hoy vestidera, quizás oculte un san Francisco de Asís transformado en santo Domingo para la ocasión.
Escultura de santo Domingo de Guzmán.
Por lo que a los estandartes se refiere, la acuarela muestra veintiuno de ellos, alguno de los cuales es sencillo de identificar. El problema radica en que no todas las instituciones contaban con estandarte y la propia cofradía organizadora o el cabildo catedralicio los cedían temporalmente. También, y debido a su fragilidad, muchos de ellos han desaparecido, lo que se suma a lo complicado de plasmarlos al detalle en una acuarela de reducidas dimensiones en la que prácticamente solo observamos los colores. De todos modos, a través de la prensa y la bibliografía se puede llegar a reconocer alguno de ellos. El estudio se ciñe exclusivamente a los que aparecen en la acuarela y que son identificables, visual o documentalmente, quedándose fuera estandartes tan importantes como el de “La Venida” (siglo XVIII), ya que el cabildo no lo porta en la representación (aunque se sabe con seguridad que desfiló y fue tasado en 5.000 duros), el de Nuestra Señora del Pilar de 1840, porque tampoco el Ayuntamiento lleva insignia alguna, salvo la bandera de la ciudad (también se conoce por la prensa que tenía previsto procesionar) o el de la peregrinación madrileña de 1880, portado por los peregrinos de Roma y regalado por la congregación pilarista de Madrid.
En el primer cuarto de la procesión, el primero de ellos es el portado por los alumnos del Colegio Politécnico, con una virgen sobre la columna sobre fondo azul. Le siguen las señoras del Apostolado de la Oración, en el que campea sobre fondo rosa un Corazón de Jesús. Tras ellas, la Archicofradía de las Hijas de María portaba un estandarte con el monograma de María, sobre fondo rosa. Inmediatamente después, la Conferencia de San Vicente Paúl porta un estandarte con la Virgen sobre la columna en fondo azul, aunque la documentación afirma que solía llevar uno pintado, con la Virgen en un óvalo sobre raso blanco, decorado con guirnaldas y bordado en oro. La Asociación de Madres Cristianas lleva uno con el emblema de la cruz bordado en azul y adornado con una guirnalda. Cierran el primer cuarto de la comitiva los vecinos de la parroquia de la Santa Cruz, que llevan uno similar al anterior, con el mismo emblema cristológico, aunque en fondo rosa.
Estandarte del Sagrado Corazón.
Ya en el segundo tramo de la procesión, según el orden de Nasarre Larruga, el siguiente identificable, sobre fondo verde, es el “precioso estandarte” de la Cofradía del Rosario de la parroquia de San Pablo, con iconografía inmaculista. Desfiló también un estandarte azul con la Virgen del Carmen de la Venerable Orden Tercera, homónima de la parroquia de San Pablo. Mientras tanto, las hermanas de la Cofradía del Rosario se acompañaban de un estandarte lila, con la aparición de la Virgen del Pilar a Santiago, y la redacción de la revista “El Pilar” portaba el de Nuestra Señora del Pilar, en oro y plata sobre raso verde azulado, regalo de la viuda del bordador Vicente Cormano. Por otra parte, un estandarte eucarístico con un cáliz sobre fondo azul acompañó a los niños que habían recibido la primera comunión aquel año, mientras que los infanticos, situados inmediatamente después, llevaban uno con la efigie de santo Dominguito de Val.
Estandarte de santo Dominguito de Val.
En el tercer cuarto de la comitiva se puede apreciar el estandarte de la Asociación “El Ruido”, con un diseño de dos banderas de España entrecruzadas con las armas del reino de Aragón en cada esquina. A su vez, los soldados coloniales que la acompañaban portaban los colores de la nación a modo de insignia. Les seguía la delegación de la Cruz Roja, con una sencilla composición configurada por su emblema sobre fondo azul marino, y la comisión de catedráticos de la Universidad de Zaragoza, portando el estandarte pintado de san Braulio, patrón de la institución, superpuesto a un raso blanco con motivos florales. A continuación, campearon dos estandartes militares: uno, el de san Jorge, bordado en oro, plata y sedas sobre blanco y rojo, llevado por la Real Maestranza de Caballería; y el de Santiago, de terciopelo rojo, bordado en oro y plata, con la imagen del apóstol pintada en lienzo, que fue portado por el general Braulio Campos. Fue confeccionado por el referido Vicente Cormano en 1851 y costeado por el canónigo Manuel Pomar.
Estandarte de Santiago.
En el último tramo de la procesión destaca el valiosísimo estandarte del Milagro de Calanda, bordado ricamente en sedas y oros, sobre damasco rojo (aunque en el rollo aparece en azul celeste), confeccionado por la viuda del dicho Cormano en 1867, y que normalmente era portado por el gobernador civil de Zaragoza. El diseño, a cargo de Mariano Pescador, comprende los escudos de España, Zaragoza y el Cabildo, mientras que en las caídas laterales lleva a san Valero y san Braulio; en el anverso figura el monograma de María. Cierra el desfile el abanderado, portando las armas de la capital.
Estandarte del Milagro de Calanda.
El autor de las acuarelas es Aniceto Lagarde y Carriquiri (1832-1909). Procedente de una familia de comerciantes bearneses, casó con la hermana de Antero de Irazoqui, político de entidad a nivel nacional. Fue ingeniero civil por la Escuela Central de Artes y Manufacturas de París (1858), alcanzando la dirección de Caminos del Departamento Sur de la Provincia de Navarra (1869). Liberal convencido, tomó parte activa durante la Guerra Carlista, no solo en las operaciones civiles y militares durante el bloqueo de Pamplona, sino también como corresponsal de guerra, remitiendo sus croquis a revistas de importancia como La Ilustración Española y Americana, y realizando no pocas acuarelas, de las que han dado cuenta las recientes monografías. Figuró entre los miembros fundadores de la Cruz Roja Navarra, formando parte del selecto grupo conocido como “Los camilleros de Landa” que actuaron por primera vez en 1872. Fue profesor en la Escuela de Artes y Oficios de Pamplona, vicepresidente de la Comisión de Monumentos de Navarra, y participó activamente en empresas de gran importancia, como la salvaguarda del palacio Real de Olite, el reconocimiento y dignificación del corazón de Carlos II “el Malo”, o la traslación de los restos de Espoz y Mina a Pamplona desde la Coruña, entre otras muchas de interés. Sus labores en este campo propiciaron su nombramiento como académico correspondiente de la Real Academia de la Historia.
Retrato de Aniceto Lagarde y Carriquiri.
También ocupó puestos de importancia en la Asociación Euskara de Navarra, desempeñando labores en su sección de Industria. De todos modos, sus ocupaciones como arquitecto provincial y la deriva nacionalista que experimentó la citada institución hicieron que primero rechazase la presidencia (1880), para más tarde darse de baja (1882). Vocal del Orfeón Pamplonés, también estuvo entre los que promovió la asociación cultural “El Liceo” (1881), y participó activamente en otras instituciones que configuraban la rica vida cultural de la Pamplona finisecular, como por ejemplo la Asociación Musical Santa Cecilia y el Orfeón Pamplonés.
Representante en múltiples y variopintas comisiones, trabajó con Maximiliano Hijón, tanto en la decoración del salón del trono del Palacio de Navarra, como en la construcción del Instituto Provincial. Su labor no solo se centró en empresas meramente civiles (camino de Pamplona a la estación, la carretera de la Amézcoa, la de Roncesvalles a Valcarlos, puentes de Sangüesa, Liédena y Carcastillo, y proyecto de ferrocarril de los Alduides de Navarra, entre otros), pues se tiene constancia de que proyectó el mausoleo del marqués de Jaureguizar –conservándose el diseño en manos particulares– y el altar de la parroquia de San Esteban de Vera de Bidasoa (1866), localidad de la que era oriunda su mujer, María de Irazoqui. Destacó igualmente como cosechero de vinos, desde que recibiera el permiso municipal para elaborarlo en su famosa finca Lagarde, hoy desaparecida. Algunos de sus caldos se exhibieron y cataron en la Exposición Universal de Barcelona de 1888.
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