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La pieza del mes de marzo de 2007

RELICARIOS DE AZPILIKUETA

Ignacio Miguéliz Valcarlos
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

Conjunto de cuatro relicarios labrados en chapa de plata en su color y dorada sobre alma de madera. Presentan una base mixtilínea triangular, sobre un zócalo moldurado se asientan dos patas en forma de voluta vegetal que enmarcan en el centro un gran espejo oval de perfil mixtilíneo, de líneas curvas en la parte inferior y rectas en la superior, enmarcado por ces y rocallas sinuosas, en un rico juego de curvas y contracurvas, que en la parte inferior, y a modo de faldón colgante de la base, se continúa con otro motivo mixtilíneo enmarcados por ces y elementos vegetales. En la parte superior de la base, y como elemento de transición al astil, se sitúan dos volutas formadas por ces y rocallas, similares a las que forman la parte inferior de la base y a las que enmarcan el espejo central de la misma. Astil mixtilíneo de contorno quebrado y sinuoso, cuyo perfil recuerda a los volúmenes periformes invertidos habituales en los nudos de las piezas de astil en la platería de este momento, y que da paso al ostensorio, con viril ovalado de perfil moldurado, enmarcado por una rica gloria de contorno quebrado, de gran movimiento, compuesto por ces, elementos vegetales y rocallas, todo ello rematado por una cruz vegetal. La pieza presenta un eje central con un recorrido vertical que divide la obra en dos mitades simétricas.

Los cuatro relicarios se revisten de una rica decoración, que rompe la estructura arquitectónica de los mismos, con movimientos quebrados y sinuosos, en un rico juego de curvas y contracurvas, que se articula por medio de ces, compuestas por cintas planas de diferentes volúmenes, elementos vegetales y rocallas, que recubren por completo el perfil de las piezas, así como enmarcan diferentes motivos en la base, nudo y ostensorio. Todo ello se completa mediante un bello efecto cromático al conjugar la plata en su color, para los elementos decorativos y las líneas estructurales de las piezas, y la plata dorada en que están realizados los fondos lisos de los cuatro relicarios, constituyendo enmarcamientos geométricos mixtilíneos sobre los que se recortan los elementos ornamentales.


Relicarios de Azpilikueta

Relicarios de Azpilikueta

 

Responden a la tipología de relicarios múltiples, ya que en el interior de los viriles se conservan las reliquias de varios santos, así en el primero de ellos se encuentran las reliquias de San Francisco Javier, San Ignacio de Loyola y San Luis Gonzaga, en el segundo las de San Martín de Tours, San Andrés Apóstol y San Esteban protomártir, en el tercero el Lignum Crucis, Santa María Magdalena y Santa Bárbara, y por último en el cuarto se conservan las reliquias de San José, del Velo de la Virgen María y de San Joaquín. No es de extrañar la existencia de las reliquias de los tres santos jesuitas, en especial la de San Francisco Javier, ya que la madre de dicho santo, doña María Azpilkueta era natural de este pueblo.

Estas cuatro obras llegaron a la parroquia de Azpilkueta en el tercer cuarto del siglo XVIII, momento en que ocupaba la rectoría de dicha iglesia don Esteban Yarnoz, natural de Muruarte de Reta y oriundo de Labiano, rector adjunto de 1758 hasta 1776, momento en que pasa a disponer de ella de pleno derecho hasta 1791, fecha en que le sustituyó Pedro Felipe de Córdoba, natural de Azpilkueta.

Ninguno de estos cuatro relicarios tienen estampados punzones de localidad o de artífice, aunque siguen modelos elaborados en Roma a lo largo del setecientos, que se imitaron en varios centros peninsulares, como Zaragoza o Córdoba, y de las que existen obras similares en diferentes iglesias hispanas. Aunque resultan piezas de gran vistosidad, su elaboración no resulta costosa, al tratarse de obras ejecutadas en chapa de plata sobre alma de madera, ya que en gran medida fueron creadas para la venta e importación a personas llegadas a Roma, bien en peregrinación bien por cuestiones oficiales, que las adquirían para regalar a sus parroquias de origen, lo que hizo que la demanda y exportación de reliquias fuese muy numerosa.


Caja

Caja
 

En el siglo XVI la devoción por las reliquias vivió un importante auge, motivado en parte por la negación que de las mismas y de los santos hacían los protestantes. Debido a ello en la sesión XXV del Concilio de Trento se estableció que debían ser venerados “los sagrados cuerpos de los santos y mártires y de los otros que viven con Cristo … de suerte que a los que afirman que a las reliquias de los santos no se les debe veneración y honor … deben absolutamente ser condenados”. Este hecho se vio también favorecido por el redescubrimiento en 1578 de las catacumbas romanas, mientras que en España la devoción que por las reliquias experimentaron los reyes de la casa de Austria, las ordenes religiosas, en especial los jesuitas, y a imitación suya la sociedad en general, motivó que los templos españoles reuniesen unos nutridos relicarios, sobre todo a partir de Felipe II, que reunió una gran colección en El Escorial, compitiendo entre ellos por la adquisición de reliquias, en especial de aquellos santos más populares o vinculados de alguna forma con la iglesia que las iba a guardar. Posteriormente y tras la puesta en vigor nuevamente de las catacumbas en Roma en la primera mitad del siglo XVIII, y la masiva aportación de restos de los que se consideraron como primeros mártires cristianos que esto supuso, el culto a las reliquias va a experimentar un nuevo auge, de lo cual van a ser testigos estos relicarios enviados a la parroquia de Azpilkueta. El regalo o donación de estas reliquias puede ponerse en relación con los efectuados por otros personajes como pueden ser el de don Pascual Beltrán de Gayarre, arcediano de la Cámara de la Catedral de Pamplona, que en 1729 mandó a dicho templo los cuerpos momificados de Santa Columba, Santa Deodata, San Inocencio y San Fidel; o los relicarios de filigrana de plata, también conteniendo varias reliquias en sus tecas, como en el caso de los de Azpilkueta, enviados a su parroquia nativa de Lazcano en 1743 por don Ambrosio de Albisu, canónigo de la catedral pamplonesa y prior del monasterio de Nuestra Señora de Velate.


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