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La pieza del mes de noviembre de 2007

CASA INDIANOETXEA EN BETELU

Javier Azanza López
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro

A partir del siglo XVII, Navarra recibió abundantes remesas monetarias que provenían de aquellos navarros que tiempo atrás se habían visto obligados a buscar un porvenir lejos del lugar que les había visto nacer. En general, todo aquel que lograba aumentar su patrimonio en América, por motivos afectivos volvía sus ojos hacia su tierra natal, regresara o no a ella, y este sentimiento se traducía en el envío de dinero en metálico y piezas de valor; se trataba además de dejar constancia de la nueva posición social y el nivel económico alcanzados.

En muchos casos y movidos por su piedad cristiana, los indianos destinaron parte de sus caudales a instituciones religiosas, de manera que diversos objetos artísticos recalaron en parroquias, santuarios y capillas, principalmente piezas de plata, alhajas y pinturas, procedentes de los talleres americanos más sobresalientes; en otros el envío consistía en dinero en metálico que se concretaba en la construcción o mejora de sus fábricas, e incluso en la fundación de conventos. Igualmente, la familia dejada atrás y la casa solar ocupaban un lugar privilegiado en el recuerdo de los indianos navarros. El dinero remitido desde Indias se destinó a redimir las deudas existentes, básicamente censos, y a aumentar el patrimonio familiar por medio de la compra de bienes inmuebles, fincas y ganado o la imposición del dinero en censos, reuniéndose a veces todo ello bajo la fundación de un nuevo mayorazgo. El pago de dotes a las mujeres de la familia y del entorno era otra de las finalidades más comunes, y a ello debemos unir destinos de naturaleza más espiritual como las mandas para pobres y obras benéficas, así como la fundación de capellanías y aniversarios y otros como las dotaciones de aceite, cera, o incluso becas. No obstante, una de las principales inversiones consistió en mejorar la casa nativa e incluso en la construcción de un nuevo edificio, muchos de ellos ciertamente relevantes, que se situaron a la cabeza de los nuevos vínculos. Se generó así en Navarra una importante renovación arquitectónica, fenómeno perfectamente constatado en las tierras bañadas por el Bidasoa, en el Valle del Baztán, y también en la capital Pamplona, al que deben unirse otros puntos de la Navarra Media y del Valle del Ebro. La construcción o remodelación de la casa se convirtió sin duda en el máximo exponente del triunfo alcanzado en Indias.

Casi en el límite con la provincia de Guipúzcoa, se encuentra la localidad de Betelu en la que ha quedado testimonio de la prosperidad alcanzada en Indias por Alonso de Ezcurdia, hijo del matrimonio formado por Martín de Ezcurdia y Teresa de Recalde, dueños de la casa Albiasurena. Nada sabemos de su infancia, pues una de las primeras noticias relacionada con nuestro personaje data del mes de julio de 1725, cuando a la edad aproximada de 20 años se encontraba en Cádiz dispuesto a partir hacia Nueva España en la flota que iba al mando del jefe de escuadra Antonio Serrano. Las razones de tal aventura nos las explica el propio Alonso en las cartas que de su puño y letra se han conservado: había contraído compromiso matrimonial con María Catalina de Orella, hija de Juan de Orella y Magdalena Perugorri y única heredera del palacio de Orella levantado en el lugar de Arriba próximo a Betelu, y necesitaba mejorar su posición económica y social para encontrarse a la altura de su futura familia política.

Desconocemos cuál fue la actividad desempeñada por nuestro indiano en la ciudad de México en la que se estableció, aunque muy probablemente tendría que ver con el mundo del comercio y los negocios, dado que no hay referencia alguna a que ocupara cargo militar o administrativo. Lo que sí es cierto es que su proceso de enriquecimiento se inició al poco de arribar a Indias, pues con la flota que partió de Veracruz a comienzos de junio de 1726 remitía 234 pesos para su madre –viuda ya para aquel entonces- y “una cadena de oro fino muy primorosa que en estos payses le llaman vejuquillo” para su prometida, a quien aseguraba su pronto regreso desde el puerto de Veracruz a Cádiz con un importante caudal que calculaba en 30.000 pesos.

Ésta se produjo en 1730, tal y como se desprende del testimonio de otro indiano en México, don Martín de Iribarren, quien el 26 de marzo de dicho año remitía al abad de su localidad natal de Aldaz la cantidad de 12.612 pesos bajo la custodia de Alonso de Ezcurdia, el cual se embarcaba en su viaje de vuelta a España. Y aunque finalmente no llegó a contraer matrimonio con María Catalina de Orella, sí hubo casa que testimoniara su prosperidad alcanzada al otro lado del Atlántico.


Casa Indianoetxea

El propio Ezcurdia figura al frente de todo el proceso constructivo, encargando traza y condicionado, contratando a los canteros encargados de su ejecución y supervisando el desarrollo de las obras hasta el momento de su conclusión y tasación. Las condiciones para la construcción del edificio están firmadas en Betelu el 13 de marzo de 1736 por los maestros de fábricas Juan Miguel de Goyeneta y Miguel de Barreneche, que a buen seguro no fueron escogidos al azar por Alonso Ezcurdia, pues se trata de dos de los grandes artífices de la transformación monumental de Pamplona durante este período cuya intervención se documenta igualmente en numerosos puntos de la geografía navarra tanto en obras de naturaleza religiosa como civil. Según el condicionado, la fachada principal debía estar labrada en buena cantería, siguiendo el modelo de la casa propiedad de Fermín de Huici en Villanueva de Araquil, con su puerta principal “de Arquitectura” y sus balcones y ventanas con las correspondientes molduras; al interior el zaguán daría paso a un patio abierto del que partía la escalera principal de la casa que ponía en contacto las distintas dependencias. La fecha de finalización se establecía para el día de Todos los Santos de 1737.

Las labores de cantería del edificio fueron contratadas por Martín de Ochotorena y el guipuzcoano Francisco de Eceiza, quienes se comprometieron a darlas por finalizadas para el día de Todos los Santos de 1737, excepto las gradas de la escalera principal y el enlosado del claustro que se habrían de concluir para mediados de febrero del año siguiente. Ambos maestros percibieron sucesivos pagos por su labor hasta el momento de su conclusión que se retrasó hasta el mes de julio de 1738 en que tuvo lugar su tasación por los propios Goyeneta y Barreneche, nombrados por Alonso de Ezurdia y por los canteros respectivamente; la cantidad en que estimaron la obra ascendió a 37.708 reales.

La azarosa vida del edificio, que al morir Alonso de Ezcurdia y su esposa Juana Recalde sin descendencia pasó por diferentes propietarios y fue destinado a variados usos que modificaron su configuración original, ha deteriorado notablemente su estructura arquitectónica, pese a las sucesivas restauraciones a que fue sometido.
 

Casa Indianoetxea

La casa se configura como un majestuoso edificio con la fachada principal labrada en sillar a diferencia de las laterales, que emplean la mampostería como material constructivo y reservan el sillar tan sólo a los vanos adintelados, algunos con antepechos moldurados. En altura se suceden tres cuerpos con balcones y ventanas rectos, delimitados por una imposta lisa en el frontis principal, en el que destaca la portada de ingreso, con enmarque mixtilíneo con orejetas, flanqueada por pilastras cajeadas que sirven de apoyo a un entablamento que incorpora placas recortadas; a ambos lados de la puerta se disponen dos ventanas, en tanto que en el resto de niveles se practican cinco vanos todo ello rematado por una cubierta a cuatro aguas con saliente alero de madera.


Casa Indianoetxea

La puerta da paso a un pequeño zaguán que comunica con un patio de planta cuadrada de reducidas dimensiones que mantiene la triple división en altura: el piso inferior muestra en cada una de sus crujías una doble arcada de medio punto ligeramente rebajado sobre columnas toscanas de fuste liso, que organizan en su interior cuatro tramos cubiertos por bóvedas de arista cuyos fajones descansan en una cornisa con placas recortadas y motivos decorativos; en el piso noble de sillería se practican dos balcones adintelados por lado, en tanto que el superior se configura a modo de solana articulado por columnas embutidas en el muro que se eleva a media altura.