La pieza del mes de noviembre de 2009
UNA FOTOGRAFÍA DEL CORO DE INFANTES DE FITERO EN 1904
Ricardo Fernández Gracia
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Entre las realidades que han pasado a la historia en algunos de nuestras localidades figuran los coros estables de niños en señalados templos, en clara imitación de los coros de infantes de catedrales, colegiatas e insignes iglesias. La fotografía que presentamos presenta el coro de infantes en la parroquia de Fitero, en 1904, en una instántanea seguramente del fotógrafo Mauro Azcona, que residió en la localidad entre 1903 y 1908 y fue el padre de Mauro (Torrelavega, 1903 - Moscú, 1982) y Víctor (Fitero, 1905 - Bilbao, 1994), ambos pioneros del cine vasco.
La historia de la música en la abadía de Fitero resulta particularmente difícil de reconstruir por falta de materiales de todo tipo, si bien no faltan piezas tan señeras como el Sacramentario cisterciense, bellamente ilustrado y que data de los años en que se inauguraba el templo abacial. Más noticias poseemos del siglo XIX, cuando el antiguo templo abacial estaba convertido en parroquia del pueblo. Así, sabemos que en el Arreglo Parroquial de 1856, especie de reglamento para uso interno del cabildo y personal adscrito al servicio de la parroquia, se trata de las características del coro de infantes que estaba bajo el cuidado del organista, siendo obligación suya educar a los niños en la teoría y la práctica musical, para que solemnizasen con sus ciudadas voces otras tantas funciones religiosas. Desconocemos si este pequeño conjunto musical tuvo algún antecedente en el periodo obacial. Su carácter estable fue obra del exclaustrado benidictino fray Joaquín Aliaga, párroco entre 1853 y 1898. Fray Joaquín, de convicciones carlistas, procuró siempre restaurar la solemnidad del culto y la liturgia de la época cisterciense. Así lo hizo con alguans cofradías ya extinguidas y con distinas costumbres que han perdurado hasta nuestros días, incluso en el intento de que la parroquia siguiese siendo nullius diocesis, cuestión que quedó definitivamente zanjada a favor del Obispo de Tarazona en 1859, por decision de Roma.
La educación de los infantes corrió a cargo de los organistas de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos de la siguiente centuria: don Blas Ibáñez, Manuel María Hernández, José Castellano, Severiano Pastor, Manuel María Muro y su hijo Ángel Muro. En los acuerdos que suscribían los organistas con los párrocos, se hacía constar en una de sus cláusulas, la obligación de instruir en la música a los niños o infantes que determinase el párroco, previas pruebas de voz. La labor resultaba ardua y gravosa para los organistas y el sacristán mayor que le ayudaba con la chiquillería. La intervención de los infantes queda documentada en las cuentas de distintas cofradías locales a lo largo del año, en otras tantas funciones, novenas, triduos y fiestas.
Infantes en el claustro del monasterio de Fitero junto al organista y al sacristán mayor, c. 1904
La fotografía que presentamos, datable en 1904, es fiel exponente de aquella realidad que desaparecería al poco tiempo, en torno a 1912, hace aproximadamente cien años. En ella aparecen los infantes con el sacristán mayor y el organista. El primero de ellos, Cristóbal Magaña (fallecido en 1918), a la izquierda, viste hábitos corales, sotana, roquete, muceta y bonete y, además de ser una especie de maestro de ceremonias del cabildo, acompañaba en ciertos periodos litúrgicos con el bombardino algunas misas, rosarios y otras funcioens litúrgicas. A la derecha, con similires hábitos, encontramos al organista Ángel Muro Cazcarro, hijo de otro organista de la localidad llamado Manuel María Muro Jiménez de Azcárate, ambos naturals de Corella. Ángel, nacido en Corella en 1867, casó en Fitero con Dámasa Asensio, en 1886, a los dieciocho años de edad y abandonó la localidad en 1904 para ir a vivir a San Sebastián, tras haber dirigido la banda de música y ocupar la organistía de la parroquia durante algunos años. La costumbre de revestirse el organista perduró hasta 1912, en que un joven de Tierra Estella, Amado Urmeneta, se negó reiteradamente a hacerlo. Entre el sacristan y el organista, centrando la fotografía encontramos a un niño de corta edad, posiblemente uno de los hijos pequeños del organista. De pié y de izquierda a derecha hemos podido identificar a Saturnino Larrea, Javier Olóndriz, nacido en 1892, Luis Palacios Martínez con la batuta, nacido en 1894, Javier Olóndriz, nacido en 1892, otro dos no identificado, Serafín Escudero, otro al que no se el rostro y Pedro Moreno, nacido también en 1892. Todos ellos visten como los monaguillos de la parroquia, llevan sotana, roquete con elegante chorrera triangular y bonete de cuatro puntas con borla.
La fecha en que se realizó al fotografía -1904-, en el periodo de estancia en Fitero del fotógrafo “ambulante” Mauro Azcona, del que tenemos preparado un pequeño estudio en su etapa en la villa de la Ribera, a una con otras instantáneas de ceremonias, oficios y tipos populares del citado Azcona, nos ha llevado atribuir esta foto de los infantes en el claustro de la abadía a este fotógrafo nacido en Vitoria en 1879 y que contrajo matrimonio con la riojana con Encarnación Pérez Manero. Avala la suposición el hecho de que en Fitero no había fotógrafo ni máquina en manos de particulares hasta unos años más tarde en que las tuvieron el comerciante José Luis Armas y el médico Benjamín Retuerta. Finalmente otra razón que nos lleva a Mauro Azcona es que este fotógrafo era capaz de trabajar al aire libre, como lo hizo en la fotografía ya publicada de una casa de Cornago, algo no muy generalizado en aquellos momentos [Vid. IRULEGUI BLASCO, B., “Una fotografía, una casa, una familia”, Belezos. Revista de cultura popular y tradiciones de la Rioja, núm. 2 (2003), p. 14].