La pieza del mes de septiembre de 2010
DE MONJAS ARTISTAS EN LAS CLAUSURAS PAMPLONESAS DEL SIGLO XVII
Ricardo Fernández Gracia
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Entre los secretos que conservan nuestras clausuras femeninas están todas aquellas manos de religiosas que con paciencia y tiempo elaboraron tantas y tantas piezas que, en algunos casos, llegaron a salir fuera del claustro, por su calidad, o simplemente como obsequioso presente para familiares y benefactores.
En definitiva monjas artistas y artesanas. Entre las primeras ocupa un lugar especial la Madre Graciosa de los Ángeles, carmelita descalza del convento de San José de Pamplona y autora del rico terno para los pontificales del monasterio de Fitero, recientemente restaurado.
Del mismo modo que los frailes tracistas convirtieron su quehacer en arte, al diseñar edificios, algunas religiosas de clausura llegaron a tal grado de especialización en sus tareas de bordado que emularon a los bordadores profesionales, entonces hombres. Tal fue el caso de la carmelita descalza Graciosa de los Ángeles (+1672), del Carmelo de San José de Pamplona. En una relación de su vida del archivo conventual se alaban sus virtudes, entre las cuales destacaban sus excelentes manos para la labor con las cuales fue de gran utilidad a la comunidad, agregando que “bordaba con gran primor y cualquier cosa que la madre Graciosa hacia la dejaba acabada con toda perfección y en un terno en que las madres ganaron mil ducados de solo hechuras la madre Graciosa fue una de las que más se esmeró y fue tal su fervor y de las demás que hicieron esta labor, que el Padre Provincial fray Martin de Jesús Mª se vio obligado a mandar en la visita y dejo por escrito entre otras cosas que no se levantasen las religiosas a las cuatro a trabajar y este terno era para la Real Casa de Fitero y toda esta obra dijo el que se hiciese y se debe a la diligencia de la madre Ana Maria de Jesús, aquella gran religiosa”. Así reza su partida de defunción conservada en el Libro de Difuntas del Carmelo pamplonés.
Al hacer una relectura de las crónicas conventuales, en este caso de las Agustinas Recoletas, tanto las manuscritas y sobretodo las publicadas por el Padre Alonso de Villerino en el último tercio del siglo XVII, nos da algunas pistas sobre un par de religiosas, cuya actividad traspasó los estrictos muros de la clausura pamplonesa. A través de los tomos primero y tercero que con título de Esclarecido solar de las Religiosas Recoletas de Nuestro Padre San Agustín y vidas de las Insignes hijas de sus conventos, publicó en Madrid en 1690 y 1694, podemos rastrear las habilidades de un par de religiosas que vivieron en Pamplona en el siglo XVII.
La primera de ellas es la Madre Josefa de San Francisco, superiora de la casa entre 1637 y 1665 y por tanto uno de los pilares de la comunidad que había llegado a Pamplona en 1634. De ella nos dice (Tomo I, págs. 460-461): “Fue tan celosa del Culto Divino que en medio de sus graves achaques que padeció y las ocupaciones de su oficio, trabajaba para el adorno de la iglesia, como si no tuviera achaques ni oficio que la ocupara. No sólo en su Casa dió grande lustre al Culto de las Fiestas, sino que a su ejemplo todos los conventos de Pamplona le aumentaron, que así lo he oído decir yo mismo a muchas personas del tiempo de la entrada de la Recolección en aquella ciudad, las cuales aseguraron que antes de entrar la Recolección, se hacían los altares con muy templado adorno y que después se hacen con aparato majestuoso en todas las Comunidades, que llegó a parecer excesivo a los prudentes y digno de reforma”. Queda por tanto probado que, como en otros aspectos, los monasterios y conventos estaban en la avanzadilla artística en aquella centuria del Barroco.
Más adelante agrega (Tomo I, pág. 461): “La Venerable Madre San Francisco fue la primera que enseñó a hacer flores en su convento y asimismo enseñó a sus hijas a hacer los ternos y demás cosas del servicio de la sacristía y a cortar el vestuario que llevan y coserlo, pues todo esto se hace en el convento… Estas y otras habilidades de las Madres Recoletas de Pamplona, que por sus primorosos efectos se han dejado conocer con debido aplauso con debidas y remotas partes del Mundo, heredaron de tan prodigiosa Madre….”.
"Dalmática de Terno". Madres Carmelitas Descalzas de San José de Pamplona, segundo cuarto del siglo XVII
Tisú blanco, oro, plata y sedas de colores. 1114 x 87 cm
Fitero. Parroquia de Santa María la Real
A una segunda religiosa se refiere en P. Villerino en el tomo III de su obra en concreto a la Madre Teresa de los Ángeles. María Teresa de los Ángeles ingresó en las Agustinas Recoletas de Pamplona en 1637 y fue priora a lo largo de un dilatado periodo, entre 1665 y 1692. En la biografía impresa que dejó el Padre Villerino de la religiosa, nos la describe como un verdadero dechado de virtudes, amantísima del culto de divino y de las imágenes de Cristo y sobre todo de la Virgen, ya fuesen de casa o de fuera. Afirma asimismo que muchos regalos para el culto divino llegaron gracias a sus dotes y buen hacer, entre ellos esculturas y un frontal napolitano que llegaron gracias a los oficios de su hermano don José de Azpíroz, familiar del virrey y más tarde arzobispo de Todelo el cardenal don Pascual de Aragón.
A su faceta como habilidosa religiosa se refiere el mencionado Villerino de este modo: “desde que entró en la sacristía, inventó tales ramos y flores que adornó la iglesia y sacristía; y lo que más es, la mayor parte de las reliquias con que el Fundador, extraordinariamente enriqueció aquella casa, por sus manos las adornó tan primorosamente que son dulce embeleso a la vista. Y si lució su habilidad en esto, más campeó en la costura de ropa tocante a la sacristía, pues sobre haber hecho de grande primor, tenía tal habilidad, que cosía por dos mujeres…..” (pág. 569) y más adelante, así: “Cuidó singularmente del culto de las imágenes de Nuestra Señora, procurando estuviesen con decencia, no sólo en su convento, que eso se supone, sino en toda la tierra y en los lugares de más descuido: tenía dado orden a personas de su satisfacción para que cualquiera imagen de aquella tierra que no tuviese adorno decente, se la llevasen a su convento, en donde entraron muchas como Aldeanitas y salieron como Princesas en el vestido… Empleó la devoción de sus hijas en muchos tocados, haciendo ella por sus manos el rostrillo de cada uno, y la última cosa en que las ocupó fue en hacer, en medio de sus exquisitos dolores con imponderable trabajo un rostrillo para Nuestra Señora del convento de la Merced de la ciudad de Tudela, 18 leguas de la ciudad de Pamplona, que por saber de su santa devoción se le pidieron en el mayor aprieto de sus tormentos” (pág. 580).
En la clausura de las Recoletas de Pamplona y concretamente en su sala capitular se guardan numerosos relicarios con bordados que realizaron las mencionadas religiosas, combinando terciopelos flamencos con perlas e hilos dorados, destacando las fundas con las que se recubren distintos cráneos de otros tantos santos.
Detalle del armario relicario de la Sala Capitular de Recoletas con los relicarios adornados con bordados y perlas