La pieza del mes de diciembre de 2018
CAMPANAS Y CAMPANARIOS EN BAZTAN: DIÁLOGOS, SILENCIOS, TRANSFORMACIONES
Gabriel Imbuluzqueta
Etniker Navarra
Las campanas, su sonido, han estado tan integradas en las comunidades humanas, por pequeñas que fuesen, que han dirigido –y dirigen– día a día el ritmo de su vida religiosa, laboral y social. Ellas han marcado sus rutinas y han alegrado sus fiestas, han espantado sus miedos y han sido mensajeras de alegrías, han acompañado –respetuosas– en los momentos más duros y han alertado –solidarias y angustiadas– de peligros y urgencias.
No ha de extrañar, por tanto, que el pueblo haya alcanzado a veces tal grado de familiaridad con las campanas que de alguna forma las ha humanizado interpretando lo que dicen.
En ocasiones, la voz popular ha traducido el sonido y su ritmo reflejando en esencia el mensaje repicado desde el campanario. Tal es el caso, por ejemplo, del toque efectuado en Elizondo con la “campanica” en el fallecimiento de un niño o párvulo:
Din-dilin-danda
din-dilin-danda
La Virgen te llama
que subas al cielo
con un caramelo
a hacerle la cuna
al Niño Jesús,
que viene cansado
de andar con la cruz.
Fotografía de Miguel Imbuluzqueta.
En otras, sin embargo, la tergiversación del mensaje es tan evidente como burda y no pretende sino zaherir, chancearse y embromar a los vecinos del pueblo de al lado.
Así ocurre (quizá sea más correcto decirlo en pasado, “ocurría”, porque solo algunas personas mayores lo conocen) cuando los vecinos de Elizondo imitan el ritmo de las campanas haciéndoles decir:
Elbete, kukute,
mando zar bat hil dute.
Plater txar bat ezin izanez,
zerri azpilian jan dute.
(Elbete, kukute,
han matado un mulo viejo.
Como no puede ser en un plato viejo,
han comido en el comedero de los cerdos).
(Quizá una traducción más fiel sea la de “gamella de los cerdos”).
En respuesta, los vecinos de Elbete se dirigen a los de Elizondo con una cantinela que intenta remedar el repiqueteo de sus campanas:
Elizondo, mango,
arto gutti jango,
erresa ta papurre.
Elizondo hanka makurre.
(Elizondo, mango,
comerá poco maíz,
pan de salvado y migas.
Elizondo, pata [o pierna] torcida).
Sobre el texto de la burla dedicada por los elizondarras hay distintas versiones con diferencias tan pequeñas (sustitución de una palabra) que resultan casi inapreciables y que son consecuencia, probablemente, de la transmisión oral.
En alguna versión llega a cambiarse el “mando zar bat hil dute” (“han matado un mulo viejo”) por un “mando zar bat jan dute” (“han comido un mulo viejo”), que se antoja menos correcto porque el verbo “hil” (“matar”) encaja mejor que “jan” (“comer”) en el contexto de la estrofa y evita, además, la reiteración en el verso final de la misma.
En otra versión el cambio se produce cuando, en lugar de “Plater txar bat ezin izanez” (“Como no puede ser en un plato viejo”) se opta por “Kattilu zar bat ezin izanez” (“Como no puede ser en un cuenco viejo”).
Por otra parte, puede dejarse constancia de algunos detalles que, sin mayores pretensiones, podrían matizarse. Por ejemplo, el empleo en una misma estrofa de las formas “zar” y “txar” (“viejo”). Parece más lógico el uso en los dos casos de la misma versión: o “zar” o “txar” (en principio, resultaría más aceptable la variante ‘más oficial’ de “zar”; la Real Academia de la Lengua Vasca-Euskaltzaindia no admite sino “zahar”). Otro cambio fonético recogido entre los distintos informantes es el empleo de la “s” en lugar de la “z” en la forma verbal “aspilian” (de acuerdo con el diccionario, ha de utilizarse “azpilian”). En cualquier caso, la diferencia, aparte de anecdótica, no tiene la más mínima importancia, dado que se trata de expresiones recogidas oralmente. Variaciones asimismo fonéticas son, además de “zar” y “txar”, “zerri” y “txerri”, “jan” y “yan”; a este respecto, los euskaldunes baztaneses pronuncian siempre “yan”, aunque en la escritura se utilice “jan”. (Llegados a este punto, y aun a riesgo de caer en una digresión, no está de más apuntar que en el habla clásica de Baztan, mantenida todavía por personas de edad avanzada, se utiliza “eskualdun” en lugar de “euskaldun” y “eskuara” por “euskera” o “euskara”, localismo que dio nombre a una fiesta reivindicativa del uso de la lengua vasca denominada “Hamabi ordu eskuaraz”).
Fotografía de Miguel Imbuluzqueta.
Volviendo al lenguaje de las campanas, los vecinos de Elbete atesoran otra manifestación de mofa dirigida a los habitantes de Elizondo, que tienen que oír que las campanas les restriegan un
Bakailu salda, bakailu salda
(“Sopa [o caldo] de bacalao, sopa de bacalao”, en traducción literal, pero que en versión popular sería tanto como “sopa de borrachos, sopa de borrachos”).
Otros informantes optan por una variante fonéticamente muy similar, pero de significado gastronómico distinto:
Bakailu salsa, bakailu salsa.
(Bacalao en salsa, bacalao en salsa).
Los de Elizondo, acusando la burla, no se callan y replican, también a golpe de badajo desde el campanario,
Bai lukek, jain lukek
(Si pudieras, ya comerías)
Obsérvese el empleo de “jain” en lugar de “jan”, debido a la deformación del lenguaje popular más quizá que a formas dialectales propiamente dichas que sí pueden apreciarse en algunas palabras. Por ejemplo, en el empleo del artículo, la terminación de las palabras en “e” en lugar de “a”, como, por ejemplo, “papurre”, “makurre” o, en plural, “zerriek” (en lugar de “papurra”, “makurra” y”zerriak”).
Por otra parte, en Lekaroz ‘oyen’ que las campanas de Gartzain, cuando ven que un cerdo de los vecinos se ha colado a comer en su término, repican
Zerri landan, zerri landan
(El cerdo en el campo [de cultivo], el cerdo en el campo).
Como respuesta, los de Gartzain ‘escuchan’ entonces cómo del campanario de Lekaroz les gritan:
Atra zak, atra zak.
(Sácalo, sácalo).
Hay quienes refieren que, mientras uno de los implicados es el pueblo de Gartzain, el otro no es Lekaroz sino Irurita. Algún informante varía ligeramente este amago de diálogo y lo pluraliza: “Zerriek landan” (“Los cerdos en el campo”); esta versión cuenta también con una pequeña variación en la respuesta: “Atra zik”. En ambos casos, el verbo “atra” es una contracción de “atera” (“sacar”).
Fotografía de Miguel Imbuluzqueta.
Al paso de los años y las generaciones, han quedado de lado los recitados musicales y se han perdido o se han transformado en “erranairuak” o dichos populares, e incluso en “iseka kantak” o canciones burlescas, al margen de su origen en los campanarios. Así, por ejemplo, con variaciones sobre las estrofas antes mencionadas:
Elbete, kukute,
apo bat yan dute.
(Elbete, kukute,
han comido un sapo).
O esta otra más completa y que viene a coincidir con lo ya recogido párrafos más arriba:
Elbete, kukute,
zerri bat hil dute.
Kattilu bai ezin izanez,
txerri aspilean yan dute.
Curiosamente, esta estrofa, tomada como préstamo de Elbete, ha pasado a aplicarse también a los vecinos de Bozate, el barrio de Arizkun históricamente –hasta hace unas décadas– marginado por ser un reducto de agotes:
Bozate, kukute,
zerri bat hil dute.
Kattilu txar bat ezin izanez,
zerri aspilean yan dute.
En cualquier caso, se las valore o no, las campanas siguen cumpliendo su razón de ser fundamental: la llamada a la oración y al culto, significado este que no pierden cuando, desde una óptica más secularizada, parece que rompen el silencio monótono de los pueblos para convocar a la fiesta por la fiesta (“campaneo” o bandeo de campanas en la víspera de las grandes fiestas litúrgicas o sumándose al estampido de cohetes y chupinazos anunciadores de fiestas patronales); o, cuando, adelantándose a las esquelas de papel o a las llamadas de móvil, emiten el parte de defunciones (previo “toque de agonía” una media hora antes) que detalla asimismo si el vecino de cuerpo presente es hombre, mujer o niño; o cuando, martilleando los cuartos y las horas, marcan los tiempos del trabajo y la vida cotidiana.
No obstante, las campanas han renunciado (se mantengan vigentes o no), por mor de las tecnologías o de los cambios en las costumbres sociales, a algunas funciones que se les habían ido adosando. Por ejemplo, el “toque de oración” del anochecer ha desaparecido sin remedio (y no parece que nadie vaya a intentar su recuperación) como llamada de retreta, de recogimiento en la casa familiar. Tampoco se da el valor de antaño a los repiques que, cuando las tormentas amenazaban inmisericordes, se aliaban desde la torre o al pie de ella con los conjuros del preste (conjuros que, en la mente popular, recitados en latín tenían más eficacia). Y al olvido ha pasado también, al menos en Elizondo, el toque a “batzarre”, llamada a la asamblea popular decisoria en el nombramiento de “jurado” (alcalde jurado), de gastos e inversiones en el pueblo o de cualesquiera otras cuestiones que requiriesen el visto bueno vecinal. Era un toque que el “secretario” del pueblo (nada que ver con el secretario municipal) ejecutaba en el fondo de la iglesia tirando de una cuerda (sin subir al campanario) al término de la misa mayor dominical, unos minutos antes del comienzo del “batzarre” en la “herriko etxea” o “casa del pueblo”.
Ángel María Olave (a) “Pistón”, tocando a “batzarre”. Fotografía de Gabriel Imbuluzqueta, tomada a finales de la década de 1970.
La desaparición de un toque como este último supone una pérdida de valor etnológico; lo mismo que la supresión de la figura del campanero –y de sus toques–, sustituido por simples interruptores eléctricos o programas informáticos de última tecnología. Pero lo peor para las campanas (al fin y al cabo, instrumentos musicales) es el silencio. No obstante, aunque pudiera parecer un contrasentido, hubo un momento en que el silencio fue un gesto de hondo sentido de caridad: durante la denominada “gripe española”, hace ahora 100 años, en 1918, hubo campanarios (lo he oído decir muchas veces en Elizondo) que obviaron los toques de agonía y defunción para no agobiar a tantos y tantos enfermos en trance o en grave riesgo de entrar en él.
El silencio negativo de las campanas no es consecuencia tanto de que se les ponga sordina, como cuando la ciudad acalla sus campanarios porque molestan, sobre todo a quienes han hecho del ruido su bandera, sino de que tengan que enmudecer porque sus pueblos han muerto y se han despoblado o abandonado.
En fin, si malo es el silencio, peor puede ser la verborrea. Baste recordar lo que le sucedió, por escuchar ‘lo que dicen’ las campanas, a la moza del cuento “Ezkilaren errana” (1945) del sacerdote vascofrancés Piarres Lafitte, cuya moraleja enseña que “Ezkilek eta kontseilariek ez dautzute sekulan erranen ez Balentin, ez Mutxurdin, baina tilintin!”. O, dicho en castellano, “Ni las campanas ni los consejeros te dirán nunca ni Valentín ni Mutxurdin [solterona], sino ¡tilintín!”.