La pieza del mes de mayo de 2018
UN LIBRO DE EMBLEMAS SOBRE SAN FRANCISCO JAVIER: DAPHNIS PASTOR
Eduardo Morales Solchaga
Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro
Durante los siglos del Barroco, y más concretamente en el ámbito jesuítico, las composiciones emblemáticas en las que el arte gráfico y el literario se daban la mano, cobraron gran importancia, popularizándose todo tipo de repertorios de empresas, divisas y jeroglíficos. Muchas veces se trataba de auténticas hagiografías, en las que los hechos más destacables de las vidas de los santos se acompañaban de interesantes ilustraciones, que con ingenio y agudeza las complementaban perfectamente. Para el caso de San Francisco Javier, el navarro más universal, hasta el momento solo se ha estudiado un manuscrito preservado en la Biblioteca Real de Bruselas, en el que comparte protagonismo con San Ignacio. Con este modesto estudio se pretende dar a conocer un repertorio insólito y monográfico sobre el santo misionero, preservado en una colección particular pamplonesa.
Se trata de un ejemplar en octavo (11 x 16 cm.), que vio la luz en Viena (1719) bajo la imprenta universitaria de María Eva Schmid, viuda de Simón Schmid. Lleva como título Daphnis Pastor. Es una combinación de prosa y verso dedicada a San Francisco Javier como patrón de los filósofos, ilustrada con emblemas circulares. La modesta edición se imprimió para conmemorar la graduación de una promoción de Filosofía de la Universidad de Viena, presidida por el Padre Leopoldo Galler (1682-1761), filósofo, teólogo y canonista, como se indica en la portada. La edición corrió a cargo, según las propias fuentes de la Compañía, por Marc Sautter (1680-1740), también jesuita y profesor de Humanidades y Retórica en la misma universidad.
El formato elegido por Sautter, experto en literatura latina, fue el de la égloga o bucólica, subgénero de la poesía lírica consistente en un monólogo o diálogo, muchas veces de tema amoroso, entre pastores, que se desarrolla en un enclave natural e idílico, en el que la música también cobra gran importancia. Por lo que respecta al idioma, se utiliza latín moderno en vez de alemán.
Las primeras conocidas fueron los Idilios (pequeños cantos) de Teócrito, muy influyentes en la literatura griega posterior. Pero fue Virgilio (siglo I a. C.) con sus Églogas (selecciones) o Bucólicas, quien recuperó y renovó el género, encubriendo a personajes reales, como Julio César u Octavio Augusto, bajo la figura de pastores. Esta innovación pasó a la bucólica posterior, recuperándose el género en el Renacimiento (Boccaccio/Sannazaro), bien de forma literal bien incorporado a un discurso narrativo en prosa, difundiéndose rápidamente por Europa (Milton, Spencer, Garcilaso, Lope, Bernardin de Sant-Pierre...).
Es precisamente la innovación virgiliana el germen de la obra que nos ocupa, ya que se establece un paralelismo entre San Francisco Javier, el navarro más universal, y el pastor Dafnis, legendario creador del género bucólico, que aparece por primera vez en el poema homónimo de Teócrito, y que fue recuperado posteriormente por Virgilio en sus Églogas. Obviamente poco tienen que ver sus trayectorias vitales, tan alejadas en el tiempo y en el espacio, sino más bien sus virtudes, dones y destrezas, que son comparadas constantemente en cada una de las composiciones pastoriles del impreso vienense.
En cuanto a la estructura del libro, al margen de la portada y la introducción, queda dividido, como las Bucólicas de Virgilio, en diez églogas, que repiten la misma estructura. Primero una lauda a San Francisco Javier en prosa, realizada en todas ellas por Jorge Naperth, y cuya última sentencia sirve de mote para cada uno de los emblemas calcográficos (sin marca de autor) que la acompañan. Tras la divisa correspondiente, se presenta la propia égloga virgiliana, compuesta por uno, dos, tres o hasta cuatro estudiantes de la promoción. Finaliza la obra una nómina de los estudiantes que participaron en su redacción, distinguiendo entre condes, barones, muy ilustres, nobles y notables, que la ofrecen con un jesuítico “A mayor Gloria de Dios”.
La ilustración que precede a la portada da buena cuenta del contenido posterior. Aparece una alegoría de la poesía bucólica, siguiendo el modelo establecido por Césare Ripa, a modo de matrona romana, coronada por laureles, sujetando una trompeta y una horquilla, mientras que a sus pies figura un laúd y una siringa. La acompaña un séquito configurado por dos pequeños pastorcillos, uno tocando la flauta travesera; el otro portando trigo. Todos ellos observan un busto, de evocación clásica, de San Francisco Javier, ataviado como peregrino y aferrado a un crucifijo. En la base se puede leer la siguiente frase: “Semper honos nomenque tuum laudesque manebunt” (tu honor tu nombre y tus alabanzas durarán para siempre), tomada de la égloga quinta de Virgilio, más concretamente de la apoteosis del pastor Dafnis narrada por Menalcas. De este modo quedan entrelazados tanto el binomio San Francisco Javier-Dafnis, como la estructura virgiliana de la obra, procedente de las bucólicas o poesías pastoriles.
En la introducción, se dedica el compendio al santo navarro y se justifica la elección del formato anteriormente descrito, que combina prosa, poesía y emblemática. También explican la elección de la luna como símbolo de Javier, hijo y seguidor del sol San Ignacio −por otra parte dos de los símbolos preferidos desde la celebración del primer siglo de la Compañía−; y la comparación con el pastor Dafnis, por la utilización del género pastoril. Concluye con una sentencia similar a la grabada en el busto de la portada, que da paso a las composiciones.
El primero de los textos incide en el imprescindible papel de San Ignacio en la conversión de San Francisco Javier en París. Se ilustra con un emblema que, aparentemente, no ha sido extraído de ningún repertorio en particular, si bien su mote resulta frecuente en hagiografías y vidas de personas notables, haciendo referencia tanto a Dios como a linajes y estirpes: “sequitur vestigia patris” (sigue la estela del padre). En el emblema circular y sobre un paisaje idílico se contemplan dos astros: por un lado el sol, representando a San Ignacio; por el otro la luna, simbolizando a San Francisco Javier. Sobre ellos se muestran los signos zodiacales, tan presentes en muchos emblemas referentes a los cuerpos celestes. La égloga que lo acompaña acomete un parangón entre dicha conversión y la que realiza Juginta con Dafnis, al que convence para seguir la vía de la virtud. Fue compuesta por Antonio José, barón de Graan, Pedro, conde de Coronini, e Ignacio Hoffmann.
El segundo incide en la figura de San Francisco Javier como pastor y sanador de almas, concluyendo con un “niveum dat visa decorem” (esparce blancura de nieve) que hace las veces de mote para el emblema circular en el que se aprecia una luna iluminando el paisaje como si se tratara del astro rey. En este caso, encontramos una referencia al emblema en el corpus celestial de Piccinelli como un emblema mariano, tomado posteriormente como préstamo: “la sola presencia de la santísima virgen, inspiraba a los hombres ideas castas y puras”. La égloga que lo acompaña establece un binomio entre la labor sanadora tanto de Dafnis (con las ovejas), como de San Francisco Javier (con las almas paganas). Intervienen en la composición Menalcas, Coridón, Mopso, Títiro, Meris, Melibeo y Dafnis. Los autores de la misma fueron Juan Ernesto Carlo de Crolallanza (1701-1780), caballero del Sacro Imperio, y Francisco José Sachers.
La tercera composición se inicia con un texto que hace referencia al San Francisco Javier viajero, que desde su cuna en Navarra, y tras su paso por Francia e Italia, parte hacia las Indias para convertir a los gentiles. La composición concluye con el lema de la divisa que se imprime a continuación “pretium distando facit” (por la distancia vale más). La estructura del emblema es, de nuevo, sencilla, y presenta a una luna iluminando la tierra. Piccinelli nuevamente arroja una explicación para el mismo: “Si es verdad que el brillo de la luna es más grande cuanto más se aparta del sol, con toda razón dibujarás la luna muy lejos del sol con este mote tomado de Marcial. Con este emblema, el padre Girolamo Gambarti demostró que, arrojados de la fortaleza de Turín el rey de Francia y su guarnición, la excelencia del duque de Saboya a manera de plateada luna por su serene majestad, brilló más que en cualquier otro tiempo”. Tomándolo de referencia, se puede establecer que el santo misionero resplandeció más cuanto más alejado estuvo de San Ignacio y su tierra natal. La égloga que acompaña este tercer emblema establece un binomio entre los viajes de San Francisco Javier y los del pastor Dafnis siguiendo los pasos de Lícidas (Francia), Tirsis (Italia) y Palemón (España). Los autores del texto fueron José Antonio Pranz, José Fernando Perl e Ignacio José de Richtern, caballero del Sacro Imperio.
El cuarto texto comienza con una referencia al don de lenguas que se atribuyó a San Francisco Javier, calificándolo como la más efectiva de las armas. Concluye la loa la frase “terris dissita lustrat” (ilumina en tierras dispersas), que sirve de mote a la divisa que lo acompaña, en la que figuran tres lunas cubriendo todo el horizonte. En principio no proviene de ningún repertorio especializado, pero existe un paralelismo con una medalla de Felipe V, con un mote similar, que hace referencia a la visita que hace por sus diversos territorios en Europa (1702). La égloga que lo acompaña compara el alcance del don de lenguas de San Francisco Javier con la proyección de la canción y la música de Dafnis. Intervienen en la composición Belis, Filemón y Damoetas. Su redacción corrió a cargo de Francisco José Schinnagl y Cristóbal Jerónimo de Braitenbuch.
El siguiente incide en el carácter fundador, salvando las distancias, de San Ignacio y San Francisco Javier. Cierra el discurso la sentencia “tam sola solem aequat” (cuando está sola, es igual al sol). El emblema está sacado de las “Divisas heroicas y morales” del padre jesuita Pierre Lemoine, publicadas en 1649. Representa, bajo signos zodiacales, el sol de Poniente (Ignacio), y, al otro lado del océano la luna en Oriente (Javier). En el compendio original, el emblema (simplemente una luna llena campeando en el cielo) se acompaña de una breve composición métrica en la que se equipara la luna con la regente, que hace las veces de rey hasta que hay un sucesor, al igual que hace las veces de sol durante la noche y hasta que llega un nuevo día. La égloga que lo acompaña relaciona a San Ignacio y a San Francisco Javier, que bajo las figuras de Juginta y Dafnis narran los frutos obtenidos en Europa y en Asia, respectivamente. Los autores del texto fueron Juan Jorge Reizenstein, Francisco Adán Stierpöth, príncipe de Hohenzollern, y el conde José Leopoldo de Cozzoli.
La sexta composición hace referencia al control de los elementos por parte del santo navarro, así como también a sus prodigios y conversiones. El texto se cierra con un “hoc motore fluo, refluo” (con este movimiento fluyo, refluyo). El emblema que lo acompaña representa la luna llena iluminando un océano agitado entre dos tierras, apreciándose en el horizonte una pequeña nao, haciendo referencia al medio de transporte más utilizado por San Francisco Javier. En principio, la divisa no proviene de un repertorio en concreto y bien pudo ser ideada para la publicación que aquí se estudia. La égloga que lo acompaña compara la destreza de Dafnis en el arte de la pesca con la labor de San Francisco Javier como pescador de almas en Oriente. Al margen del pastor, intervienen Egón, Títiro y Amintas. La autoría del pasaje corrió a cargo de José Francisco Knol y Juan Schwärzl, que no figura en la lista de notables del final de la obra.
El texto que le sigue incide en el papel de San Francisco Javier como santo penitente, haciendo referencia al pasaje del soldado blasfemo, y comparando al santo con el pelícano que se autolesiona para alimentar a sus crías. Concluye con un “hoc afflata corusco” (es por su resplandor que brillo), que sirve de mote para el emblema que la ilustra, que representa el sol y la luna iluminando dos pequeñas poblaciones, y que simboliza a Javier como espejo de Ignacio. La composición está extraída de la Philosphia Imaginum (1695), uno de los siete repertorios del Padre Menestrier (1631-1705), a la sazón jesuita, y el más importante teórico de la cultura emblemática del siglo XVII. La égloga que acompaña a la composición establece un paralelismo entre San Francisco Javier, que se preocupa de su particular oveja negra (el soldado portugués), y el pastor Dafnis, que se despreocupa del rebaño para encontrar una oveja perdida. La composición corrió a cargo de José, barón de Zwenkau, Leopoldo, señor de Schikh, caballero del Sacro Imperio, y Francisco Rodolfo Würth.
El octavo pasaje ahonda en el prodigioso milagro de San Francisco Javier, que ahuyentó a los tigres de la isla de Sancián rociándolos con agua bendita. La composición concluye con el lema “eliminat, et illuminat” (elimina e ilumina), que sirve de mote para el emblema correspondiente, en el que una luna llena ilumina el paisaje y espanta a dos pares de murciélagos. La divisa también proviene del repertorio del Padre Menestrier, pero en este caso se aplica a la aurora (ella persigue la noche, nos da el día). Para el jesuita, este emblema se aplica a los santos que expulsan demonios, en nuestro caso, a los tigres. El jeroglífico se encuentra en otros repertorios como Symbolographia (1702) de Jacobo Boschio, también jesuita, que lo filia directamente a la figura de San Francisco Javier (espanta a los demonios y restaura la claridad). En la égloga que lo acompaña, los pastores Títiro y Melibeo glosan la hazaña de Sansón y el León, equiparándola con la del santo navarro. Dicha composición corrió a cargo de Carlos, conde de Hardegg, Antonio Leopoldo Perl y Francisco Haveisen.
La siguiente incide en la labor misionera de Javier por Oriente, tanto a nivel cuantitativo como por el particular modo en que lo hizo. La loa concluye con un “lateo, non minuor” (me oculto, pero no disminuyo), que hace de mote para la divisa calcográfica que lo acompaña, que está tomada del repertorio de Picinelli. En el emblema se aprecia la transición entre el día y la noche; el sol y la luna, que solo muestra la mitad de su cara. Para el autor italiano este emblema se refiere a personajes famosos por su nacimiento y riqueza, que aunque parten de su patria a regiones extranjeras, no sufren menoscabo en su nombre. Lo ejemplifica con el ejemplo de Escipión, y se adapta perfectamente a San Francisco Javier, que siguió brillando en Oriente. En la égloga que lo acompaña los pastores Damón, Lícidas y Coridón enumeran sus amores, mientras que Dafnis muestra su deseo de partir a China, equiparándose de nuevo con el santo navarro. La autoría de la misma corresponde a José Jorge Altschaffer, Francisco −conde de Liechtenberg− y a Carlos Moreiz.
Concluye la obra una extensa apoteosis de San Francisco Javier, en la que se hace referencia a su legado inmortal y que cierra con un “coelo datur, quod demittur orbis” (ella da al cielo lo que ofrece a la tierra). El emblema que lo ilustra muestra cómo la luna, representando al santo, se aproxima al sol, sobre el cual campea la palabra ‘Dios’ en hebreo. La primera vez que se recoge la divisa es en el Speculum Symbolicum del Padre Jacob Masen (1606-1681), jesuita alemán y erudito del latín, en 1650. Posteriormente pasó a los repertorios de Menestrier y Boschio, anteriormente mentados. Picinelli también compendia un puñado de emblemas similares, e incluso el Imago Premi Saeculi, primer compendio puramente jesuítico editado años antes, contiene una variante de la pictura, aunque no de la divisa completa. El autor afirma que la luna no solo ilumina la tierra, sino que también lo hace con el cielo, equiparándola con los grandes prohombres cuyas buenas obras en vida tienen eco en la eternidad. En la égloga que figura a continuación, Lícidas, Títiro, Tirsis, Palemón, Mopso y Coridón, loan la figura y legado de Dafnis tras su muerte, en un lamento a la vez melancólico y esperanzador. Los responsables de la misma fueron Juan Carlos de Maderna, Antonio Ehrlacher, Pablo Herdegen y Juan Tallman.
Para concluir, cabe destacar que la edición que aquí se estudia es, cuando menos, una rareza, ya que solo se detectan unos pocos ejemplares en Europa, preservados en la Biblioteca Nacional de República Checa, la Biblioteca Nacional de Austria, la Biblioteca Estatal de Bavaria, y la Biblioteca de Literatura Extranjera de Moscú, respectivamente.
BIBLIOGRAFÍA
BOSCHIO, J., Symbolographia, Augsburgo, Bencard, 1702.
GALLER, L. [ed.], Daphnis pastor: seu S. Xaverius philosophorum patronus per apostolicos vitae suae labores sacris eclogis celebratus et honoribus, illustrissimorum, perillustrium, reverendorum, religiosorum, praenobilium, nobilium, ac eruditorum dominorum dominorum AA. LL. & philosophi neo-magistrorum, Viena, Schmid, 1719.
LEMOINE, P., Devises heroiques et morales, París, Courbe, 1649.
MASEN, J., Speculum imaginum veritatis occultae, Kinchius, 1650.
MENESTRIER, J. C., Philosophia imaginum, Ámsterdam, Jansson-Waesberg, 1695.
PICINELLI, F., El mundo simbólico: los cuerpos celestes, libro 1, Michoacán, Colegio de Michoacán, 1997.
RIPA, C., Iconología [2 vols.], Madrid, Akal, 2010.
TORRES, G., Redes iconográficas. San Francisco Javier en la cultura visual del Barroco, Madrid, Iberoamericana, 2009.
VIRGILIO, P., Bucólicas (Églogas), Madrid, Castalia, 2011.