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La pieza del mes de noviembre de 2018

TAN DELICIOSO COMO CURATIVO: EL CHOCOLATE, LA BEBIDA DEL XVIII

Memoria sobre las utilidades del chocolate, un “papel” médico publicado en Pamplona en 1788

 

Javier Itúrbide Díaz
Doctor en Historia

 

En el patrimonio bibliográfico de Navarra se pueden ver reflejados los cambios e inquietudes que en el ámbito político, científico, cultural y religioso ha experimentado la sociedad a lo largo de los siglos. En este mismo espacio, “La pieza del mes”, en el artículo “La imprenta, herramienta del poder. La primera impresión del juramento real (1586)”, (2017, octubre), se muestra un temprano ejemplo de la utilización de la imprenta por el poder político, mientras que en “Entre el Renacimiento y el Barroco: Ramillete de Nuestra Señora de Codés” (2016, octubre) se analiza una publicación que manifiesta la exaltación piadosa de la Contrarreforma. Avanzando en el tiempo, en esta ocasión, se ofrece un testimonio de publicación médica en la que se percibe el espíritu de la Ilustración.

El impreso
En 1788 aparece en Pamplona el folleto Memoria de las utilidades del el chocolate para precaver las incomodidades que resultan del uso de las aguas minerales y promover sus buenos efectos, como los de los purgantes, y otros remedios y para curar ciertas dolencias. Es su autor Vicente Lardizábal, que además costeará la edición.

Se trata de un folleto en cuarto (19x14 cm), formado por tres cuadernillos de cuatro hojas cada uno, que van encajados y cosidos. Está impreso a una tinta, como era práctica generalizada para este tipo de encargos, y tiene 21 páginas con texto, debidamente numeradas, aunque el componedor se ha equivocado y a la última le ha asignado el número 31. Además, cada página lleva el correspondiente reclamo que enlaza con la primera palabra de la siguiente.

El cajista trabajó de forma rutinaria y no se detuvo en distribuir homogéneamente el texto del original en las 24 páginas que le ofrecían los tres cuadernillos y, por este motivo, dejó en blanco y desaprovechó las tres últimas, cuando, si se hubiera ocupado en distribuir homogéneamente el texto a lo largo de todas las páginas disponibles, habría obtenido una composición más limpia, con mayor espacio para las cabeceras de los parágrafos o secciones y con márgenes más generosos.

Pese a estas deficiencias compositivas, presenta buenos tipos, limpios, papel de calidad e impresión correcta, propia de un taller avezado. La portada se adorna con una orla tipográfica de motivos vegetales y está encabezada con una crucecita, práctica tan secular como habitual en los trabajos menudos como el presente. El título, barroco por su extensión y redacción prolija, se ha justificado en un eje central. Es una composición un tanto arcaica desde el punto de vista tipográfico, si se tiene presente la fecha de su aparición, finales del XVIII, y el arraigo que el neoclasicismo va tomando en las imprentas. La ornamentación interior resulta tan irrelevante como convencional, con capitulares sin ornamentación al comienzo de los tres parágrafos en que se distribuye el texto y de orlas de cabeceras en los dos primeros, mientras que el tercero carece de orla y de título. También en cuanto a la ornamentación, se advierte cierta incongruencia por parte del componedor, pues al principio y final del primer parágrafo utiliza composiciones tipográficas rutinarias, a base de una orla y de estrellitas que forman figuras geométricas, y para encabezar la segunda sección recurre a un taco xilográfico más sencillo y clasicista. Lo mismo se puede decir de los tipos empleados como titular de la primera y segunda sección; en el primer caso se utilizan versales de tres cuerpos distintos, la mayor en negrita, mientras que el título del segundo parágrafo se resuelve con versales en cursiva, más a tono con los gustos tipográficos de finales del XVIII. Como se ha señalado, el tercero carece de título y de orla de cabecera.

Finalmente, cabe precisar que el primer parágrafo, “Memoria de las utilidades del chocolate”, señalado con números romanos como los siguientes, ocupa cuatro páginas (pp. 3-6); el segundo, “Aguas minerales”, cinco (7-11); y el tercero, que no lleva título y continúa tratando de las aguas minerales, se extiende a lo largo de diez (12-21). Siguiendo la práctica de la época en tratados de carácter científico, los párrafos, con el fin de facilitar su identificación y cita, están numerados correlativamente, del 1 al 50. Este procedimiento ya lo había empleado Lardizábal en dos libros publicados con anterioridad.

 

Biblioteca de Navarra

Biblioteca de Navarra.

 

Al ser una obra de pocas páginas, carece de los preliminares legales y obligatorios en los libros: licencia, privilegio y fe de erratas –la tasa se había suprimido en 1762–. Con toda probabilidad se trata de una edición a cargo del autor que encargaría una tirada corta, sin ánimo de lucro, para distribuirla selectivamente. Significativamente, el Catálogo Colectivo del Patrimonio Bibliográfico Español solo registra cuatro ejemplares: en León, La Coruña y dos en Pamplona.

El autor
En la portada de la Memoria figura como autor Vicente Lardizábal “doctor médico, natural de la ciudad de San Sebastián”. Había nacido en 1746 en la capital guipuzcoana, y era hijo único del matrimonio constituido por Juan Bautista de Lardizábal y Manuela Dubois. No se conoce el lugar donde estudió, aunque desde muy joven, con 23 años, ya se titula “médico de la ciudad de San Sebastián” al tiempo que comienza a prestar sus servicios profesionales en la Compañía Guipuzcoana de Caracas.

En relación con este cargo, en 1769 ve la luz en Madrid, donde a la sazón reside Lardizábal, su tratado Consideraciones político-médicas sobre la salud de los navegantes, en que se exponen las causas de sus más frecuentes enfermedades, modo de precaverlas y curarlas, con las conducentes instrucciones para el mejor régimen de los cirujanos de navíos que hacen viaje a la América especialmente para los de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas, a fin de que con mayor acierto se conduzcan, así en el méthodo curativo de los enfermos, como en el manejo de los botiquines de su cargo. Se trata de un volumen en cuarto (22x15cm), de 248 páginas, correctamente impreso por Antonio Sanz, que se vende en la “Librería de Hurtado de calle de las Carretas”. Llama la atención que el autor, un joven de 23 años, se siente capaz de afrontar un tema amplio y complejo como este.

A cabo de tres años, en 1772, en la misma imprenta madrileña, imprime Consuelo de navegantes en los estrechos conflictos de falta de ensaladas y otros víveres frescos en las largas navegaciones. Recurso fácil al uso del sargazo o lenteja marina, planta que se reproduce naturalmente en la misma mar. Disertación físico-médica que, después de examinada por el real Protomedicato, se da a luz en virtud de expresa orden de S.M. En esta ocasión el volumen es más humilde, en octavo (17x10 cm), y cuenta con 238 páginas, además de un correcto grabado calcográfico, plegado, del sargazo, que ha copiado del publicado por el médico Cristóbal de Acosta en 1578. Si en el libro anterior el autor se titulaba solamente “médico de la ciudad de San Sebastián”, ahora lo hace en calidad de “médico de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas en la ciudad de San Sebastián”. En este tratado sostiene, sin fundamento alguno aunque apoyado en abundante bibliografía coetánea, que el sargazo puede ser utilizado como alimento de las tripulaciones y tratamiento contra el escorbuto, que en aquel tiempo constituía para ellas una amenaza tan generalizada como mortífera. Por todo ello, Martí, biógrafo del autor, concluye: “Sin duda la aportación práctica del opúsculo de Lardizábal hubo de ser nula”.

Había transcurrido un cuarto de siglo desde la publicación de Consuelo de navegantes cuando en Madrid vio la luz, en 1798, Flora peruviana, una obra tan rigurosa como monumental sobre la botánica de Perú y Chile que firmaba el prestigioso científico Hipólito Ruiz López. En este tratado se criticaba el escaso rigor de Lardizábal al describir el sargazo al tiempo que se le acusaba de plagiar lo publicado por Cristóbal Acosta hacía doscientos años. Le faltó tiempo a Lardizábal para sacar, en ese mismo año, un folleto de ocho páginas, Reflexiones apologéticas, en el que aseguraba que se había basado en las aportaciones sobre el escorbuto del médico polaco Johann Friedrich Bachstron (1688-1742) y que, cuando escribió su libro, ‘ni por el forro había visto a Acosta’.

A través de sus publicaciones, Lardizábal se muestra como un médico inquieto, conocedor de la bibliografía europea contemporánea, observador atento de su entorno y decidido a difundir sus hallazgos y conocimientos, lo que explicaría su ingreso en 1775 en la Sociedad Bascongada de Amigos del País, a la que en distintas ocasiones remite reseñas de casos clínicos que ha tratado personalmente. Será autor también de diversos informes sobre las aguas medicinales de Cestona, Erasun, Betelu y Belascoain.

Cuando goza de una situación profesional consolidada y prestigiada, en 1776, a los 30 años, casa con Manuela Ignacia de Sein, con la que tendrá tres hijos.

Había heredado de su familia materna una ferrería en Goizueta, a la orilla del Urumea, en el término de Elama, donde se extraía el mineral de hierro y se fundía en lingotes. Este tipo de factorías necesitaban gran cantidad de leña, transformada en carbón, para alimentar los hornos de fundición. El aprovechamiento de los hayedos y robledales del entorno por parte de Lardizábal le enfrentó con la villa de Goizueta y la Colegiata de Roncesvalles, propietaria de los montes colindantes con la ferrería. Todo ello desembocó en un largo, enmarañado y costoso pleito, iniciado en los tribunales navarros en 1762, que tras cuatro décadas fallaron a favor de Lardizábal y permitieron que la actividad de la ferrería alcanzara el siglo XIX. El Archivo General de Navarra custodia una docena de gruesos legajos sobre este asunto.

Lardizábal, sin duda, con ocasión de sus frecuentes visitas a los tribunales de la capital navarra, entregó aquí a la imprenta su Memoria sobre las utilidades del chocolate, que vio la luz en el taller de Antonio Castilla en 1778.

Javier María Sada afirma que este mismo autor “publicó un catálogo de las especies botánicas existentes en los montes de San Sebastián”, del que no se conoce un solo ejemplar.

Durante la Guerra de la Independencia, Lardizábal permanece en su casa de San Sebastián cuando la ciudad está bajo control de las tropas de Napoleón. En la fase final de la contienda, el 31 de agosto de 1813, la población es tomada por las tropas aliadas, al mando de lord Wellington, que se dedican al saqueo, la violación y el incendio. Entre otras muchas, la vivienda de Lardizábal será asaltada e incendiada. Por este motivo se ve obligado a abandonar la ciudad y a refugiarse en su caserío de Larratxo, próximo a Pasajes.

En esta coyuntura azarosa publica el Periódico de San Sebastián y de Pasages. El formato es en octavo (20x9,5 cm), el habitual en las publicaciones periódicas de la época, y presenta 30 páginas impresas con limpieza y sin adornos tipográficos. En la última aparecen la fecha de 27 de abril de 1814 y, de forma destacada, el nombre del autor: “D. Vizente de Lardizabal”, sin que en esta ocasión, excepcionalmente, no se mencione el título de “Doctor Médico”. Al final de esta misma página, bajo un filete, se lee el pie de imprenta: “Tolosa de Guipuzcoa: en la imprenta de D. Juan Manuel de la Lama, año de 1814”. El inquieto Lardizábal, recluido en su caserío cercano a San Sebastián, tiene fuerzas y sosiego para redactar y mandar imprimir una “gacetilla o diario”, como lo califica, del que probablemente no sacó más números. Aquí, con cierto desorden, da cuenta de la “fiebre pestilente” que se extiende a su alrededor, describe sus síntomas, recurre a la bibliografía, aporta noticias históricas y expone su experiencia personal. Inopinadamente pasa a tratar sobre el pan, el maíz, la batata, el tocino y los perros de caza, para acabar abruptamente retornando al asunto de la peste cuyo origen atribuye al “miedo, tristeza y terror” que padecen sus paisanos por la guerra y a los que, para recuperar la salud, les propone “coraje y alegría”.

Cuatro meses después de la aparición de su efímero “Periódico”, el 23 de agosto, fallece Vicente de Lardizábal a los 68 años en su refugio de Larratxo de una “calentura pútrida”, dejando viuda y tres hijos.

Autores foráneos en la imprenta navarra
La vinculación de Vicente Lardizábal con Navarra, como se ha explicado, no responde a su actividad profesional como médico sino al seguimiento del engorroso pleito que mantiene en los tribunales de Pamplona relativo a la ferrería que posee en Goizueta. De esta manera, cabe pensar que el encargo de impresión de la Memoria sobre las utilidades del chocolate se hizo con ocasión de alguna de sus frecuentes estancias en la capital navarra, que le permitirían atender sus asuntos judiciales y también la corrección de las pruebas de su impreso.

Del conjunto de títulos –algo más de setecientos– registrados en las imprentas navarras a lo largo del siglo XVIII, la inmensa mayoría corresponde a autores españoles –en torno al 85 %–, de los cuales la mitad serían nacidos o afincados en Navarra y la otra mitad de fuera. Este último sería el caso de Lardizábal.

Tesis de la Memoria: la curación por los “alimentos de primera necesidad”
En su Memoria sobre el chocolate, como ya lo había hecho en sus dos libros precedentes, Lardizábal se manifiesta como un científico empírico, como médico del Siglo de las Luces, más confiado en la observación de los síntomas que en la autoridad de los autores tradicionales: “Insistiré siempre que, para los progresos de la Medicina, las observaciones hechas son la verdadera luz que debe guiarnos”. Y en relación con el objeto de su trabajo, concluye: “La propiedad que yo atribuyo al chocolate se funda menos en conjeturas de discurso que en realidades de hecho”.

Al igual que otros médicos de la época, cree que los alimentos cotidianos pueden curar mejor que los fármacos al actuar como “remedios alimenticios”. Este sería el caso del vino, el tabaco y del chocolate, “alimento de primera necesidad” y bebida de moda en la Europa ilustrada, que se consume, diluido en leche o agua, aderezado con canela y azúcar. Su presentación en tabletas se generalizará en el siglo XIX.

Para sustentar su tesis sobre la primacía de las virtudes curativas de los alimentos comunes sobre los fármacos, se remonta a “Juan Cherino de Cuenca” –más exactamente, Hernán Alonso Chirino (1365-1429)–, “médico de don Juan Segundo, rey de Castilla”, autor del Menor mal de la Medicina, del que asegura erróneamente que es un texto inédito, cuando se había impreso en Toledo en 1505. Chirino “reprueba todas las purgas compuestas de ingredientes que al mismo tiempo no sean alimenticios” y, en consecuencia, se enfrenta a la medicina de su época que prescribía pócimas farmacéuticas.

Su defensa de la curación por los alimentos la corrobora con la tesis del “médico polaco” Augusto Quirico Rivino (1652-1725), que en su Centuria Médica propugnaba los “remedios alimenticios para la curación de todo género de enfermedades” y, en consecuencia, rechazaba los fármacos. Lardizábal sostiene que esta teoría, que tuvo importantes seguidores, sigue siendo válida en sus días “cuando la aversión a los medicamentos oficinales es declarada y [se aconseja] en las personas de edad o de complexión delicada”.

De esta manera, el autor concluye que el chocolate, “delicia de los sanos”, en virtud de sus propiedades terapéuticas, también es “bien recibido de los enfermos”. En esta ocasión, como en los dos libros que había publicado, Lardizábal aborda un asunto con el que estaba familiarizado por su vinculación laboral con la Compañía Guipuzcoana de Caracas, cuya actividad comercial se centraba en la importación de cacao.

Por todo ello, propone el empleo del chocolate para atenuar los efectos negativos de los tratamientos con purgantes y con aguas minerales, así como para curar “ciertas dolencias”.

 

Memoria sobre las utilidades del chocolate, un “papel” médico publicado en Pamplona en 1788

Conviene recordar que la insalubridad de las aguas, el mal estado de los alimentos y la escasa higiene personal provocaban, en su época, la multiplicación de enfermedades intestinales y, para combatirlas, se recurría a purgantes de toda índole que, en el caso de los eméticos, acarreaban vómitos, y en el de los purgantes en sentido estricto, retortijones de tripas. En cualquiera de los dos casos las reacciones podían ser muy violentas, hasta el punto de poner en peligro la vida de los pacientes.

Para corroborar su tesis, Lardizábal se apoya en Andrés Enoeffelio, “médico polaco”, por ser el primero que recurrió al chocolate para “arreglar y modificar la operación de los purgantes”, aunque precisa que este tratamiento lo conoció a través de un “capitán de Guardias Españolas que sirvió en las guerras de Italia”.

En el parágrafo II de la Memoria plantea utilizar el chocolate para “precaver las incomodidades que resultan del uso de las aguas minerales”, bien sean bebidas o en baños terapéuticos.

Para dar mayor solvencia a su tratamiento cita al “célebre autor” Federico Hoffman (1660-1742), médico y químico, profesor en la universidad de Halle en la Marca de Brandeburgo, quien en su monumental Medicina rationalis systematica propone el consumo de leche para contrarrestar los efectos negativos de las aguas minerales empleadas como purgantes, o también asociarla a ellas para mejorar sus efectos saludables. De aquí Lardizábal saca la idea de asociar el chocolate con las aguas medicinales: “Salta a los ojos la grande analogía entre el remedio de Hoffmam y el que hace el asunto de este papel [se refiere a su Memoria]”. Y concluye: “Yo no dudo que si en la Marca de Bradenmbourg, donde Hoffman ejerció la Medicina, hubiera sido tan común como en España el uso del chocolate se hubiera servido de él este autor como se valió de la leche y aún le daría preferencia en ciertos lances y circunstancias”.

Por todo ello, recomienda tomar chocolate antes del baño o de beber las aguas medicinales, porque de esta manera se “conforta” el estómago, se evitan los vómitos y se acrecienta su efecto diurético y laxante. Admite que con este mismo fin también pueden ser útiles, aunque menos, “el caldo, el vino y otros licores”, pero advierte que estos no incitan a beber agua de forma continuada como lo hace el chocolate.

La Memoria concluye con la mención de la capacidad del chocolate para curar por sí mismo “ciertas dolencias”, aunque señala que no va a ahondar en este aspecto porque “esto pide más prolija discusión de la que cabe en los estrechos límites de este papel”. Asegura que puede ser eficaz para combatir la tisis y “cierta clase de atrofia o consumpción”. Sin embargo, advierte que estas virtudes curativas se han atenuado en gran medida porque el empleo habitual del chocolate ha acabado por hacer inmunes a quienes lo consumen, ya que “hasta con los venenos sucede esto mismo, pues es contante que, si insensiblemente se domestican en nuestros estómagos, pierden su energía mortífera”.

Bibliografía citada por el autor
Para sustentar su tesis Lardizábal se apoya en abundante bibliografía, preferentemente extranjera, y, ante todo, en su propia experiencia médica. Tan solo menciona dos clásicos: Plinio, en la cita latina colocada en la contraportada –en el “exordio de este papel”–, y Virgilio en las Geórgicas.

 

Memoria sobre las utilidades del chocolate, un “papel” médico publicado en Pamplona en 1788

En lo que concierne al chocolate, señala tres monografías básicas de autores españoles: Primera parte de los problemas y secretos maravillosos de las Indias, de Juan de Cárdenas (México, 1591); Diálogo entre un médico, un indio y un burgués, de Bartolomé Marradón (Sevilla, 1618); y Curioso tratado de la naturaleza y calidad del chocolate, de Antonio Colmenero de Ledesma (Madrid, 1631).

Además, demuestra estar al tanto de publicaciones científicas extranjeras, como las Acta Eruditorum, revista mensual publicada en Leipzig entre 1682 y 1782 que volverá a citar en su Diario de San Sebastián y de Pasages.

La Medicina en las ediciones navarras del Siglo de las Luces
Las ediciones navarras del XVIII no reflejan con rotundidad el interés que en este tiempo se acrecienta en las clases ilustradas por los asuntos científicos y filosóficos. Solo constituyen aproximadamente el ocho por ciento de los títulos publicados, lo que representa el porcentaje más bajo de la clasificación temática correspondiente a los libros navarros del XVIII, por debajo de la Literatura, que alcanza el diez, y a enorme distancia de la Religión, que acapara el 52. Corrobora lo aquí expuesto la constatación de que el apartado temático de las Ciencias y Artes, cuantitativamente, es más pequeño que en siglos precedentes: 15 por ciento en el XVI, 10 en el XVII y, como se ha dicho, 8 en el XVIII.

De los más de setecientos títulos registrados en el XVIII, poco más de una veintena están relacionados con la Medicina, Cirugía y Farmacia. Aunque el interés por estos temas parece que se incrementa a medida que avanza la centuria, ya que en la segunda mitad se publica el doble de títulos que en la primera. Dentro de esta materia la Cirugía es el grupo temático más numeroso, entre otros motivos porque su práctica, al requerir menor rango profesional –habitualmente correspondía a los barberos–, estaba más generalizada que la Medicina y, además, en Pamplona funcionaba el Colegio de cirujanos de san Cosme y san Damián, cuyos alumnos demandarían manuales sobre la materia.

En 1748 el farmacéutico pamplonés Martín José de Izuriaga edita en cuatro tomos, que suman dos mil páginas, la conocida Cirugía de Carlos Musitano que él mismo ha traducido del latín. Se trata de la primera edición en castellano de esta obra, que se había publicado en Ginebra en 1716. La tirada es de 1.100 ejemplares y la venta corre por su cuenta. Sin duda es un proyecto editorial de especial relevancia. Curiosamente, la medicina practicada por Musitano, y que Izuriaga respalda, es la galénica, que da prioridad a los tratamientos farmacéuticos frente a los naturales. Es por tanto una tesis contraria a la que mantiene Lardizábal.

Más adelante, en 1766, Izuriaga también traducirá y editará el tratado Medicina universal o Tratado del origen de las enfermedades y del uso de los polvos purgantes del señor Aylhaud. El médico francés Jean d’Aylhaud (1674-1756) había alcanzado enorme fama y prosperidad con sus polvos purgativos que se prescribían para curar todo tipo de dolencias. En relación con este polémico fármaco, años antes, en 1750, se publicó el folleto Consulta política sobre crisis médica […] sobre los polvos de Aix en la Provenza. Estaba firmado por el Licenciado Juan de Zúñiga, que defendía las virtudes curativas de la pócima del doctor Aylhaud, llevaba el pie de imprenta de Pamplona y el nombre de Juan Martí como tipógrafo, un profesional desconocido en la capital navarra. Cabe pensar se trataba de una edición fraudulenta con origen en Castilla publicada al calor de la polémica suscitada por el citado fármaco.

El Examen nuevo de Cirugía Moderna, del médico ilustrado Martín Martínez (1684-1734), impreso en Madrid de forma reiterada desde su aparición en 1722, registra cuatro ediciones en Navarra, concretamente en 1748, 1749, 1756 y 1766. Al menos esta última era fraudulenta y la habría editado el impresor y librero Miguel Antonio Domech. A este mismo editor correspondería la publicación en Pamplona, en 1768, del manual del médico francés, asentado en la Corte de Madrid, Ricardo Le Preux (1665-1747), Doctrina moderna para los sangradores. Se trata de un tratado, reiteradamente publicado desde su aparición en 1717, dirigido a cirujanos y dentistas.

Entre las escasas ediciones navarras del XVIII relativas a la Medicina, destaca la primera edición castellana, impresa por Pascual Ibáñez en 1773, de Aviso al pueblo sobre su salud, del médico suizo Tissot (1728-1797), un divulgador de la higiene pública y de las prácticas saludables de enorme éxito en toda Europa. Lardizábal lo cita en su “papel” a propósito de la curación con chocolate de un niño “héctico”, desahuciado por los médicos.

En Pamplona, en 1734 y 1738 ven la luz los dos primeros títulos de la Palestra crítico-médica del cisterciense del monasterio de Veruela Antonio José Rodríguez (1703-1777), mientras que los cuatro restantes los mandará imprimir en Zaragoza y Madrid. El autor, al igual que Vicente Lardizábal propugnará medio siglo más tarde, basa sus conocimientos y tratamientos en la experiencia, al tiempo que relega las teorías basadas en la tradición. Este planteamiento fundamentalmente empírico le acarreó la oposición de un considerable sector de la medicina oficial.

En el apartado de Farmacia destaca la figura del boticario pamplonés Pedro Viñaburu, que publica en 1729 su Cartilla pharmaceutica, chimico-galenica en la qual se trata de las diez consideraciones de los canones de Mesue y algunas definiciones chimicas para utilidad de la juventud. Años más tarde, en 1778, la reeditará su hijo Joaquín, que atendía la botica abierta por su padre en la calle Zapatería. Como se anuncia en el título, es una obra para estudiantes que resume la farmacopea más tradicional, todavía subordinada a los autores medievales como era el caso de Mesué el Joven, fallecido en El Cairo en 1015.

La primera edición de la Cartilla pharmaceutica de Viñaburu fue refutada con saña, en 1738, en el folleto anónimo Compendio breve muy util y necessario para todos los professores de la medicina en el que se denostaban “las reglas falaces imaginarias de los cánones de Mesué” propugnadas por el farmacéutico de la capital navarra, al que el autor del folleto considera “tan ignorante como presumido”.

Los Herederos de Martínez se hacen con una parte de la tirada de la afamada en todo el continente Farmacopea bateana de George Bate (1608-1669), perteneciente a la edición portuguesa de Luis Secco y Ferreira, y la comercializan como propia al incluir en la portada original a manera de pie de imprenta a todas luces falso: “Pamplona. Por los Herederos de Martínez y a su costa. Año 1763”.

El tratamiento de enfermedades a base de las aguas medicinales, estudiado por Lardizábal en su Memoria, adquiere especial relevancia en el XVIII, como se comprueba en la publicación de abundantes trabajos sobre su composición y virtudes curativas. Manuel Rodrigo y Andueza, médico del Hospital General de Pamplona, publica el Libro de los prodigiosos baños de Thyermas. En que se epilogan algunos de los más celebrados baños de España, Francia, Alemania, Italia. Ve la luz en 1713, en el taller de Juan José Ezquerro, con una tirada de mil ejemplares. Por su parte, Antonio Ramírez, a la sazón médico de Fitero y su monasterio, es autor de una monografía, publicada en 1768, sobre las virtudes de las aguas termales de esta localidad y la dedica a su hijo más conocido, “el Excelentissimo, Ilustrissimo y Venerable Señor Don Juan de Palafox y Mendoza”. Veinte años más tarde, cuando ejerce en Viana y es miembro de la Real Academia Médica Matritense, a la que también perteneció Lardizábal, lleva a la imprenta el Informe y examen analitico de las aguas minerales (llamadas vulgarmente, aunque con impropiedad, acidulas) de la fuente de Calderin en la villa de Lodosa.

Como anticipo a la tesis de Lardizábal sobre la curación con remedios comunes, en 1754 se publica en Pamplona El medico de si mismo. Modo practico de curar toda dolencia con el vario i admirable uso de el agua, que, bajo el seudónimo del doctor Don Joseph Ignacio Carballo de Castro, ha escrito el fraile Vicente Ferrer Gorraiz y Beaumont. Esta, obra de poco más de cien páginas, se editó al mismo tiempo en Madrid y Barcelona, lo que prueba el interés que suscitó.

De esta manera, el folleto publicado por Vicente Lardizábal sobre los efectos terapéuticos del chocolate se inserta en un conjunto de ediciones navarras relacionadas con la salud que, si bien por su número no es relevante, sí puede serlo por la difusión de obras conocidas en Europa, bien sean especializadas como las de Carlo Musitano y George Bate, o de divulgación como la de Tissot. A estos títulos foráneos se incorporarían los de autores navarros, como los reseñados Antonio Ramírez, Manuel Rodrigo y Andueza, y Pedro Viñaburu.

El chocolate, al margen de su dimensión terapéutica, desde el inicio de su difusión en Europa en el siglo XVI, suscitó una intrincada polémica entre los moralistas, que dilucidaban si su consumo rompía el ayuno eclesiástico. A este debate se sumó, en 1754, el carmelita del convento de Tudela, José Vicente Díaz Bravo, con El ayuno reformado, un tomo de más de cuatrocientas páginas en cuarto que incluía una “disertacion historica, medico-chymica, physico-moral de el chocolate y su uso”.

El impresor
Cuando Vicente Lardizábal, con ocasión de alguna de sus estancias en Pamplona, decide contratar la impresión de su Memoria sobre las utilidades del chocolate, existen en la capital navarra seis talleres, lo que supone el número más elevado desde la introducción de la imprenta en el siglo XVI.

El autor elige una imprenta de Pamplona a pesar de que en San Sebastián, donde reside habitualmente, funcionaba desde hacía un par de décadas el taller de Lorenzo Riesgo, impresor de la Juntas Generales de Guipúzcoa y de la Compañía Guipuzcoana de Caracas; por cierto, nieto del impresor navarro Juan José Ezquerro (ca. 1670-1727).

Volviendo a las imprentas pamplonesas, dos eran de reciente creación: las de José Longás (activo entre 1774-1795) y de Benito Cosculluela (1775-1794); ambos se establecieron por cuenta propia cuando en 1770 su patrón, Miguel Antonio Domech, enriquecido por otras actividades, cerró el taller. Las cuatro restantes presentan una sólida trayectoria a lo largo del siglo: se trata de las de Joaquín Domingo (1775-1800), José Francisco Rada (1787-1800), María Ramona Echeverz, viuda de José Miguel Ezquerro (1784-1808), y Antonio Castilla (1757-1791). Este último era el más veterano, ya que llevaba 29 años al frente de su taller, y será el que más tiempo permanezca en la dirección de una imprenta pamplonesa en el siglo XVIII.

El taller de Antonio Castilla ofrece un perfil bajo propio de un negocio pequeño de imprenta y librería, aunque estable, con una plantilla muy reducida, que acomete encargos modestos y que, por este motivo, no protagoniza conflictos con sus colegas para los que no es un competidor significativo. El 35 por ciento de sus libros presenta una calidad buena o excelente, por lo que figura en décimo lugar entre sus colegas pamploneses del XVIII.

Los jesuitas de la capital navarra son clientes asiduos hasta su expulsión en 1767: le encargan grandes tiradas de catecismos y libros de devoción en euskera que distribuyen en sus misiones en las poblaciones vascoparlantes. Estos trabajos suponen el cuarenta por ciento de su producción libraria. Antonio Castilla, que había nacido en Pamplona, con toda probabilidad hablaría el vascuence, al tiempo que componía obras en latín y, por descontado, en castellano.

Como es sabido, el trabajo de las imprentas de la época correspondía en su mayor parte a pequeños encargos, como podía ser el folleto de Vicente Lardizábal. En este sentido, la imprenta de Antonio Castilla imprimía la media de un libro al año, cuando su colega José Francisco Rada sacaba el doble. Precisamente entre 1785 y 1788, periodo en el que ve la luz la Memoria sobre las utilidades del chocolate, es cuando su actividad se intensifica con dos títulos anuales. Así, en el mismo año en el que imprime la citada Memoria saca también Controversia moral, en un volumen en cuarto de 244 páginas que sobre los oratorios privados había escrito el párroco de Larraya, Juan José de Erice, y Thelogicum certamen, un modesto tomo de 80 páginas en cuarto con un abstruso discurso del mercedario Raimundo de Zala.

 

De la amplia oferta de libros y folletos publicados en Pamplona a lo largo del Siglo de las Luces, en esta ocasión se ha elegido la Memoria sobre las utilidades del chocolate, un modesto “papel” médico, escrito y publicado por un conocido profesional foráneo, con negocios y pleitos en Navarra, que de alguna manera refleja el espíritu de la época: empirismo, rechazo de las fórmulas tradicionales, cierta frivolidad científica, cosmopolitismo, y el empeño filantrópico en mejorar la salud pública como requisito para alcanzar la felicidad de las gentes.


BIBLIOGRAFÍA Y RECURSOS ELECTRÓNICOS

ITÚRBIDE DÍAZ, J. Los libros de un Reino: Historia de la edición en Navarra (1490-1841). Pamplona, Gobierno de Navarra, 2015.
MARTÍN LLORET, J. B. Vicente Lardizábal. Médico donostiarra de la Ilustración. San Sebastián, Diputación Provincial de Guipúzcoa, 1970.
SADA, J. M. Historia de la ciudad de San Sebastián a través de sus personajes. Irún, Alberdania, 2002. La edición digital está disponible en Google Libros.
LARDIZÁBAL, V. Consideraciones político-médicas sobre la salud de los navegantes, Madrid, Antonio Sanz, 1769. Disponible en Google Libros.
LARDIZÁBAL, V. Consuelo de Navegantes. Madrid, Antonio Sanz, 1772. Disponible en Google Libros.
LARDIZÁBAL, V. Memoria sobre las utilidades del chocolate, Pamplona, Antonio Castilla, 1788. Disponible en la Biblioteca Navarra Digital (BiNaDi).
LARDIZÁBAL, V. Reflexiones del doctor Vicente Lardizábal […] sobre algunas expresiones que don Hipólito Ruiz, Primer Botánico de la Expedición Peruviana, ha estampado en su Comentario de la fructificación del sargazo. Barcelona, Francisco Suriá y Burgada, 1798. Disponible en la Biblioteca Digital. Real Jardín Botánico. CSIC.
LARDIZÁBAL, V. Periódico de San Sebastián y de Pasages. Tolosa, Juan Manuel de la Lama, 1814. Disponible en la Biblioteca Digital de Koldo Mitxelena Kulturunea.