La pieza del mes de octubre de 2018
KERREN BILDUMA. ASADORES DEL MUSEO ETNOGRÁFICO DEL REINO DE PAMPLONA (ARTETA)
Mª Gabriela Torres Olleta
GRISO Universidad de Navarra
Santiago Rusiñol confesaba en “Mis hierros viejos” (artículo publicado en La Vanguardia el 22-1-1893) que “la manía de poseer y coleccionar antigüedades es una enfermedad incurable”. Gracias a esta enfermedad, que sin duda también aqueja al escultor navarro Ulibarrena, se conserva en el Museo de Arteta una colección de asadores que trataré en esta pieza del mes sin ánimo de exhaustividad y como una invitación a conocerla.
Son piezas anónimas forjadas en hierro por artesanos, de distinto tamaño y calidad, algunas más toscas, otras muy elaboradas, todas marcadas por el uso y el tiempo, y de indudable elegancia formal y belleza.
Estos asadores de hierro forjado constan de tres piezas: el espetón o “pincho” en el que se ensarta la pieza que se quiere asar, y dos soportes, uno junto al asa del espetón que permite el giro del mismo, y otro, más importante desde el punto de vista estético, denominado “gallo”, “burro” o “asno”, que por su forma recuerda la de un animal estilizado, cuyo lomo inclinado presenta varios orificios o volutas donde se apoya la punta del espetón, graduándose a la altura deseada. La ornamentación se concentra en esta parte (aunque en algunos pinchos se ven adornos geométricos).
Estos soportes semejan las siluetas de imaginarios y gigantescos dragones o serpientes con el dorso coronado por una cresta fabulosa. También se puede ver en sus diseños, dependiendo de la imaginación del observador y la fantasía del creador, el perfil de un gallo con su cresta o el lomo de un sufrido asno que soporta la carga. En todos los casos están rematados por cabezas fantásticas, evidenciando en estas creaciones el deseo de añadir a un objeto práctico de la vida cotidiana una dimensión estética, que también se manifiesta en las numerosas variaciones sobre el modelo básico común.
La colección de Arteta consta de una treintena de piezas, entre “burros” y “pinchos”, de distintos tamaños y en distinto grado de conservación. En palabras del propio Ulibarrena:
Contamos con un conjunto variadísimo de 29 ejemplares, clasificados desde el siglo XV al XIX, y todas de forja caldeada, y realizada con gran sentido y expresión étnico plástica. Proceden del Valle de Odieta, Baztán, Larráun, Burunda, Ronkal, Orba, Ansoain, Esteríbar, Juslapeña (todos en Nabarra). Algunos otros vienen de Baja Nabarra, Zuberoa, Guipúzkoa, Jacetania y Aragón. A estas esculturas, de fantástica fauna forjada, se les atribuyen leyendas y mitos y son de una gran expresión plástica (p. 32).
En las dos piezas fundamentales (pincho y gallo), la forma responde a la función que desempeñan, añadiéndose la decoración, que manifiesta a su vez un acervo de formas culturales cuando menos paneuropeas, del que participan tanto el artesano que doma el hierro como el individuo que hace el encargo y utiliza la obra.
Integran estas formas evocaciones oníricas, figuras inciertas de leyendas y mitologías que el “señor del fuego” con su técnica traslada al material y cuyo resultado, el asador, es una pieza funcional y estética, semejante a lo que sucede con otras piezas de hogar, como los morillos barrocos que describe Fernando de Olaguer-Feliú (p. 236) cuando recuerda que “en el siglo XVII vuelven a forjarse totalmente en hierro careciendo, por lo general, de las aplicaciones broncíneas renacientes y luciendo como fundamental y casi constante ornato las denominadas cabecillas quiméricas, formas animales con apariencia de cabezas de dragón, emergentes de un largo cuello y de abiertas fauces de las que sobresale enroscada lengua, en simulación de monstruos de leyenda vomitando fuego”.
Cabe señalar que la personificación de animales que simbolizan tanto los males o peligros que acechan al hombre como encarnan los seres mitológicos que pueden protegerlos de ellos, es según los antropólogos una constante desde el origen de la humanidad. Caro Baroja en La casa en Navarra (p. 16) señala por ejemplo que las figuras zoomorfas que rematan los ganchos de los llares vascos parecen tener significación protectora.
Si se examinan los asadores se advierten las diferencias en cuanto a tamaño y forma del lomo, cabezas y patas. Hay ejemplares que llevan en el lomo:
Dos o tres volutas:
Cuatro volutas, cinco y hasta diez.
Volutas solo en dorso o en dorso y envés:
Otras veces el cuerpo del burro se adorna con distinto número de orificios de forma variable. En el Museo de Arteta se exhiben asadores:
Con un orificio, cuatro, cinco, siete u ocho orificios:
En algún caso se combinan orificios y volutas o anillos, cerrados o abiertos:
En cuanto a las cabezas se observa una gran variedad que expresa la creatividad de cada artesano, con cierta frecuencia de formas monstruosas que imitan las de serpiente, dragón o ave, sin que falten figuras vegetales y estructuras más abstractas como espirales u otras formas geométricas. En la colección de Arteta hay:
De serpiente con ojo y boca que gira la cabeza con gesto amenazante:
De serpiente o ave sin boca ni ojo, solo la silueta:
En forma de gancho o en forma dentada o sierra:
Una preciosa en forma de cinta enrollada y otra muy original con la varilla retorcida y plegada:
Sin duda la cabeza más espectacular es la de un magnífico dragón roncalés en la que se funden formas orgánicas de animal y planta.
Otras partes de las formas animales son las patas y la cola, donde se muestra la misma variedad de posibilidades, con cola única o bifurcada, con patas de una sola pieza curva o de dos piezas sujetas con remaches, que pueden terminar rectas o con un vuelta redondeada.
La sujeción de las patas al lomo también reviste modalidades distintas. La más llamativa es el caso de vástagos que sobresalen y que llevan adornos.
El interesado en la materia puede comparar la rica colección del Museo Etnográfico del Reino de Pamplona con otros ejemplares conservados en otros museos. Entre ellos se encuentra el de San Telmo de San Sebastián (núm. inventario E-001547), que procede del caserío Urdaneta de Legorreta en Guipúzcoa, al cual la ficha del inventario define como barra curva de sección rectangular con orificios circulares. Se apoya sobre dos pies dispuestos paralelamente y se remata con una cabeza en forma de ave. Este elemento habitual de ajuar doméstico recibe el nombre de “oilarra” (gallo) por el aspecto que suele presentar.
El mismo museo custodia otro de principios del siglo XX, procedente de Saldías, Navarra (inventario E-001557), que tiene en el soporte principal una original rueda que facilita el giro del asador.
Un tercero corresponde a la ficha de inventario E 001558.
En el Euskal Museoa de Bilbao figura otro asador, probablemente del siglo XIX, de hierro forjado, compuesto por una varilla o espetón, que posee un trípode junto al asidero y el soporte denominado “gallo” o “burro” con volutas que crean los espacios donde apoya la punta del espetón, graduándose a la altura deseada. Según el catálogo, “procede de la casa Ciria de Estella, Navarra, a donde llegó, hacia 1965, de un caserío de las faldas de Aralar”.
A estos ejemplares navarros se puede añadir el del Museo Etnológico Caro Baroja de Estella, procedente de la colección de Francisco Javier Beúnza. Juan Cruz Labeaga lo cita en un documentado artículo en el que incluye un dibujo (p. 123), y en el que menciona un inventario de 1595 en la casa de Juan de Vera en Sangüesa que recoge un “asnico de fierro para asar”, otro inventario de 1600 de Remón de Liédena donde figura “un asnico para el fuego”, y un tercero de 1621 de Ambrosio Pérez de Veráiz, el cual poseía “un asnillo de hierro para asar”.
La extensión de este objeto en la zona pirenaica se confirma con otros como el del Museo Ángel Orensanz y Artes de Serrablo, que tiene dos ejemplares (núms. de inventario 01462 y 01463), o el del Museo Etnológico de Zaragoza Casa Ansotana, donde hay un “morillo en forma de animal” que procede de Ansó, Huesca (fig. 54 de Museo de Zaragoza. Sección de etnología), pero también se conoce en otras áreas. En la ficha del catálogo de la pieza conservada en el Museo del Traje de Madrid, Centro de Investigación del Patrimonio etnológico, (número de inventario CE 004264) se comenta:
la creación de estas curiosas piezas, forjadas con tres pies y cuya cabeza recuerda, en la mayoría de ocasiones, la figura estilizada de un gallo, un perro o un caballo, era muy popular en Extremadura, región que goza de una tradición rural de herrería muy importante caracterizada por el empleo de hierros rizados en sus creaciones. La producción de estos gallos está documentada en España desde el siglo XII.
Precioso es el del Museo Metropolitano de Nueva York, una pieza del siglo XVII de origen probablemente catalán.
Documentados, según se ha visto, desde el XII y en uso hasta hace unas décadas, estos asadores propios del ámbito rural parecen haber sido especialmente frecuentes en la cornisa pirenaica o pre-pirenaica, sin que quiera decirse que su utilización haya sido exclusiva de esta zona, en donde las formas y ornamentación de los gallos han permanecido vivas durante más tiempo. Parafraseando a Gombrich (El sentido del orden, p. 210) se podría decir que en estas comunidades rurales se aprecia una especial “tenacidad de las tradiciones decorativas”, que es característica de los núcleos pequeños y cerrados donde perdura el estilo de vida tradicional.
En el conjunto de los asadores que he comentado la proporción numérica que posee el museo de Arteta es mayoritaria y constituye un caso excepcional por la cantidad, calidad, y valor patrimonial.
La trascendencia cultural de este patrimonio no se limita a la pobre definición del diccionario académico (artesano: “persona que ejercita un arte u oficio meramente mecánico”), sino que responde mejor a las esclarecedoras y sugerentes palabras de Gombrich (p. 11) cuando escribe: “la labor del maestro artesano procede con un ritmo constante al moverse sus manos al unísono con su respiración y tal vez con los latidos de su corazón”. Corazón y latidos que sabemos únicos de cada persona y que en el caso que tratamos bien podían marcar el latido acompasado de la fragua.
Objetos y formas que surgieron para responder a dos necesidades: la doméstica en torno al hogar familiar y comunitario (pues el tamaño de algunos asadores apunta a una comida festiva, no solo de una familia) y la preocupación estética.
Magia y misterio, quimeras, nobleza, hierro y fuego, comida, hogar y fiesta, son algunas de las evocaciones que nos transmiten estos viejos hierros.
Es nuestra obligación valorar y conservar este patrimonio, más aún el de nuestro entorno, y agradecer el goce de disfrutarlo en museos como el Etnográfico del Reino de Pamplona de Arteta.
Fotografías Salvador Arellano
FUENTES Y BIBLIOGRAFÍA
BELTRÁN LLORIS, M. y MARTÍNEZ LATRE, C. (coords.), Museo de Zaragoza. Sección de etnología, Zaragoza, Gobierno de Aragón, 2010.
BONET CORREA, A. (coord.), Historia de las artes aplicadas e industriales en España, Madrid, Cátedra, 1994.
CARO BAROJA, J., La casa en Navarra, Pamplona, Caja de Ahorros de Navarra, 1982, t. II.
GOMBRICH, E. H., El sentido del orden. Estudio sobre la psicología de las artes decorativas, Madrid, Debate, 1999.
LABEAGA, J. C., “Artesanos y artesanía del hierro en Sangüesa”, Cuadernos de etnología y etnografía de Navarra, año 26, nº 63, 1994, pp. 59-164.
OLAGUER-FELIÚ, F., “Objetos metálicos”, Historia de las artes aplicadas e industriales en España, Madrid, Cátedra, 1994, pp. 217-242.
RUSIÑOL, S., “Mis hierros viejos”, 22-1-1893, La Vanguardia.
ULIBARRENA, J., Museo Etnográfico del Reino de Pamplona, Pamplona, 1990.